Seis horas, cuarenta y cinco minutos. Y contando.
– Necesito que me hagas un favor -dijo.
El arqueó una ceja inquisitivamente.
– Quiero hablar con Bobby.
– Eso va a ser difícil. Está en la prisión de Old Parish. Dudo que te haya incluido en su lista de visitas.
– Tú podrías conseguirme acceso.
– ¿Y por qué iba a hacerlo?
– ¿Porque me debes una?
– Después de lo de anoche, yo creía que era al revés.
Tenía razón, pensó Stacy esbozando una sonrisa. Pero se mantuvo en sus trece, de todos modos.
– Si yo no hubiera herido al señor Gautreaux, tú no tendrías la sangre que lo relaciona conmigo y con esas tres estudiantes violadas.
Spencer cruzó los brazos.
– Cierto.
– Mira, sólo quiero hablar con él. Quiero oír de sus propios labios que no mató a Cassie y a Beth.
Él se quedó callado un momento y luego suspiró.
– Está bien, veré qué puedo hacer. Pero tienes hasta las dos de la tarde.
– Y luego ¿qué? ¿Me transformo en calabaza?
– Luego pondré a una docena de hombres a seguirte los pasos. Si ese tipo intenta acercarse a ti, estaremos esperándolo.
Sábado, 19 de marzo de 2005
8:10 a.m.
Malone hizo un par de llamadas y logró que incluyeran a Stacy en la lista de admisión de la prisión. Pero, antes de hacerle una visita a Bobby, Stacy tenía que hablar con Alicia.
– ¿Qué tal van las cosas por ahí? -preguntó cuando la señora Maitlin contestó al teléfono.
– Nunca he visto tan deprimido al señor Leo.
– ¿Y Alicia?
– Está tranquila.
– ¿Puedo hablar con ella?
La señora Maitlin dijo que sí y fue a buscar a la muchacha. Un momento después, Alicia la saludó.
– ¿Stacy? ¿Dónde estás? -preguntó.
– Siguiendo una pista. ¿Estás bien?
– Sí. La policía ha mandado un agente. Está fuera, en la puerta. Seguramente pegando la hebra con Troy.
– Bien.
– Anoche no viniste.
– Me quedé en casa de una amiga. ¿Cómo está tu padre?
– Se está preparando para una reunión que tiene en el centro. ¿Quieres hablar con él?
Ella pensó en el guión.
– No, creo que no.
Alicia se quedó callada un momento. Cuando por fin habló, lo hizo en voz baja.
– Papá tiene miedo. No quiere admitirlo, pero lo sé.
¿Miedo a que lo mataran? ¿O a que lo atraparan?
– Todo saldrá bien, Alicia. No permitiré que te pase nada.
– ¿Cuándo vuelves?
– Pronto. No hagas nada hasta que llegue, ¿entendido? No le mandes ningún mensaje al Conejo.
– Sí, señora -dijo la muchacha en broma.
Stacy sonrió. ¿Qué había sido de la agria adolescente que una vez la había advertido de que se apartara de su camino? Stacy colgó tras recordarle a Alicia que, para tenerla a su lado, sólo tenía que llamarla.
Spencer había arreglado su acceso a la prisión a través de una prima suya que, casualmente, trabajaba allí. Le había dicho a Stacy que preguntara por Connie O'Shay. Iban a dejarla entrar en calidad de psicóloga designada por el juzgado.
– Gracias por hacer esto -le dijo Stacy a la pelirroja.
– Siempre encantada de ayudar a una colega.
Stacy no la sacó de su error y, al cabo de unos minutos, se hallaba mirando cara a cara a Bobby a través de un panel de Plexiglás irrompible.
Levantó el teléfono.
Él hizo lo mismo.
– Hola, Bobby.
Él soltó un bufido.
– ¿Qué quieres?
– Hablar.
– No me interesa.
Hizo amago de colgar, pero Stacy lo detuvo.
– ¿Y si te dijera que no creo que mataras a Cassie y Beth?
Sus palabras la sorprendieron a ella tanto como parecieron sorprenderlo a él. Bobby regresó a su asiento.
– ¿Es una broma?
– No. Puede que seas un violador, Bobby, pero no creo que seas un asesino.
– ¿Por qué?
“Es sólo una corazonada, cerdo”.
– Déjame hacerte unas preguntas.
– Vale -se arrellanó en la silla.
– ¿Por qué fuiste a ver a Cassie esa noche?
– Quería hablar con ella.
– ¿De qué?
– De volver juntos.
– Ya.
Él levantó un hombro.
– Soy un romántico.
– Entonces, ¿no fuiste allí a matarla?
– No.
– ¿A qué fuiste? ¿A violarla?
– No.
– Ya veo por qué te ha detenido la policía, Bobby. No tienes credibilidad.
– Que te jodan.
– No, gracias -Stacy se levantó-. Que tengas una estancia agradable.
– ¡Espera! Siéntate -le indicó la silla-. La vi salir del Luigi's, cerca del campus. Así que la seguí hasta su casa.
– ¿Sólo porque sí?
– Sí. Como un puto idiota.
– ¿Y?
– Me quedé sentado fuera. Mucho rato.
Stacy podía imaginarse al joven mirando la casa de Cassie, enfureciéndose por momentos. Odiándola. Deseando castigarla. Hacerle pagar por el daño que le había hecho. Por su ego. Por rechazarlo.
– ¿Y?
– Decidí hacerle entender a la fuerza.
A la fuerza. Mala palabra en boca de un violador
– ¿Qué pasó?
– Abrió la puerta. Me dejó pasar. Hablamos.
– De nuevo te falta credibilidad -él no contestó; Stacy insistió-. Ella no te habría dejado pasar voluntariamente, Bobby.
– ¿No?
– No. Así que entraste a empujones. Estabas enfadado. Querías vengarte de ella por haberte rechazado. Por haberte humillado -se inclinó ligeramente hacia delante-. ¿Qué te detuvo?
– Alguien llamó a la puerta.
Stacy sintió un cosquilleo de emoción.
– ¿Quién?
– No lo sé. Era un tío. No le había visto nunca.
– ¿Podrías identificarlo si vieras una fotografía?
– Tal vez -al ver la mirada incrédula de Stacy, se puso a la defensiva-. Estaba enfadado. Celoso. Pensé que Cassie se lo estaba follando. Me marché.
– ¿Lo llamó ella por su nombre? Piensa, Bobby. Es importante. La diferencia entre una condena por violación y una condena por asesinato es el resto de tu vida.
– No.
– ¿Estás seguro?
– ¡Sí, maldita sea!
– ¿Le has dicho esto a la policía?
– Sí -se encogió de hombros-. Pensaron que estaba mintiendo.
Así que no iban a molestarse en comprobarlo. Ya tenían a su hombre.
– ¿Era alto? ¿Bajo? ¿De estatura media?
– Entre mediano y alto.
– ¿Moreno o…?
– Llevaba un gorro.
– ¿Un gorro?
– Sí, un gorro negro, de punto, como los que lleva ese cantante de hip-hop, Eminem.
– ¿Llevaba algo en las manos?
Bobby contrajo la cara como si pensara.
– No.
– ¿Viste a César?
– ¿El chucho de Cassie? -asintió con la cabeza-. El muy mamón intentó mearse en mis zapatos.
César estaba suelto cuando Bobby estuvo allí. Cassie lo había encerrado después de que se marchara.
– ¿Tienes idea de qué clase de coche conducía ese tipo?
El sacudió la cabeza y ella maldijo para sus adentros. Genial.
– ¿Por qué me atacaste en la biblioteca?
– Porque estabas allí -dijo él con sencillez-. Y porque estaba cabreado contigo. Quería asustarte.
– Espero no haberte desilusionado mucho.
Bobby se miró las manos, las juntó y levantó después de la cara hacia ella. Sus ojos ardían lentamente, llenos de rabia.
– Será mejor para ti que no salga de aquí.
– Eso no me preocupa demasiado.
– Te crees muy lista, ¿eh? Muy dura -se inclinó hacia ella-. Si hubiera querido hacerte daño, te lo habría hecho. Si hubiera querido follarte, lo habría hecho, imbécil.
Stacy se levantó. Se puso con calma el asa del bolso sobre el hombro. Sabía que, cuanto más pareciera afectarla aquella sarta de inmundicias, más se crecería él.
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