Los ojos de Malki iban de un lado para otro.
– No -dijo, y se giró hacia la barra.
Maureen se inclinó hacia él y le sonrió.
– ¿Cómo sabes que no la has visto?
Malki buscaba a alguien con la mirada por todo el bar.
– ¿Me dejarás que te invite a una copa? -dijo ella, rozándole la nariz con un billete de diez.
Malki se relajó un poco.
– De acuerdo -dijo, brindando con ella-. Un tinto grande.
Maureen se inclinó hacia la barra, agitando el billete, intentando llamar la atención de algún camarero. Iban de bólido por todo el bar, llevando bebidas y cobrando, esperando su turno en la caja. Malki, impaciente por su bebida gratis, se alzó en el apoyapiés.
– ¡Camarero! -gritó más de lo que nadie debería hacer en un sitio cerrado-. ¡Camarero!
Un camarero joven se les acercó, se le cerraban los ojos solos, con cara de hastío y cansancio. Movió la barbilla hacia Malki.
– Más vino -gritó Malki, y señaló el billete de Maureen. El camarero movió los ojos del billete a Maureen.
– Y dos whiskys -gritó Maureen.
El camarero dudó un segundo, mirándola, preguntándose qué coño hacía en un lugar como ese. Decidió que no era de su incumbencia y fue a prepararles las bebidas. Malki estaba orgullosos de que le vieran con una mujer y con un billete de diez libras. Sonrió a Maureen.
– ¿Qué tal andas de dinero? -preguntó Maureen.
Malki frunció el ceño.
– La próxima la pago yo -dijo poco convencido.
– No quiero que me invites -dijo Maureen-. Sólo pensé… si andas mal de dinero…
Maureen estaba acercándose íntimamente a él cuando, de repente, el grupo de detrás se separó y un rayo de luz iluminó el lateral de la cabeza de Malki. Maureen miró de cerca la oreja de Malki y se encontró a unos milímetros de las espinillas más grandes y purulentas que jamás había visto. Echándose hacia atrás con náuseas, se reprimió y volvió a hablar a gritos, pero ahora mirando por encima de su hombro.
– Pensé que, como yo quiero información sobre mi amiga, quizá tú podrías encontrarle un uso a un billete de cinco libras, o algo así, ¿no?
Malki levantó la mirada, con un rayo de avaricia en los ojos. Se quedó quieto y volvió a mirar por todo el bar. Quien fuera que estaba buscando, no estaba. Malki se volvió hacia ella.
– Nos sentaremos -dijo, dirigiéndose al camarero que ya venía con sus bebidas.
Maureen pagó y los dos llevaron los grasientos vasos hasta Leslie. Estaba sentada sola, en una mesa sobre una tarima, a la que se llegaba subiendo dos escalones, con una mirada fija y desafiando a cualquiera que se atreviera a hablar con ella. Nadie lo había intentado. Se sentaron y repartieron las bebidas encima de la mesa sucia. Maureen le ofreció a Malki un cigarro y él lo cogió.
– Entonces, ¿quieres cinco libras? -le preguntó ella mientras le encendía el cigarro.
– No -dijo-. Pero quiero diez. -Sonrió, arrugando los ojos; no era tanto una sonrisa como una máscara.
Maureen dudó un segundo, intentando parecer reacia a esa idea, para que no volviera a subir la cantidad.
– De acuerdo -dijo finalmente-. Pero nos vas a contestar a todo, ¿vale?
Malki miró su vaso de vino lleno.
– Dámelos ahora -dijo.
Maureen agitó la cabeza.
– Después -dijo Maureen, deseando que se les hubiera acercado cualquier otro baboso menos ese.
– Ahora.
Maureen se reclinó en la silla.
– Olvídalo -dijo.
Malki tardó menos de treinta segundos en tirarle de la manga.
– Vale, vale -dijo-. Después.
Maureen sacó la fotocopia doblada, desrizándola por debajo de la mesa, en las rodillas de Malki. Él miró hacia abajo.
– ¿La reconoces?
Malki asintió con fuerza, mirando el vaso, imaginándoselo lleno otra vez.
– ¿Cuándo estuvo aquí?
– Hace semanas, desde entonces no la he vuelto a ver.
– ¿Dónde fue?
– No lo sé. Sencillamente ya no viene por aquí.
– ¿Hablaste con ella?
– Lo intenté. -Malki sonrió, cachondo-. Siempre lo intento.
– ¿Con quién se relacionaba?
Obviamente, esa era la pregunta que Malki quería evitar. Miró las caras de la gente del bar.
– Con todos -dijo-. Todos somos amigos.
– Puedes decírmelo -dijo Maureen, flirteando con él-. Es amiga mía.
Sin embargo, Malki no estaba jugando. Tomó un trago de vino y apagó el cigarro muy nervioso, mirando a la izquierda y girando la vista tan deprisa que Maureen supo que había visto algo.
– ¿Se relacionaba con alguien en particular?
Volvió a sonreír arrugando toda la cara.
– ¿Sois polis?
– No -dijo Maureen, inclinándose sobre la mesa, estrechando el círculo, reduciéndolo otra vez a ellos dos solamente-. Mira, Malki, su marido le pegaba. Queremos asegurarnos de que no ha vuelto con él.
Todavía con la sonrisa en la boca, Malki agitó su gran cabeza hacia ella.
– No está con su marido -dijo, a regañadientes.
– ¿Está con otro hombre?
Malki estaba a punto de responder. Estaba al borde de la indiscreción, balanceándose en el precipicio, mirando hacia abajo y mareándose. Leslie se sentó recta para aumentar la presión y volvió a pisar terreno estable. La miró.
– Tía, tienes un culo precioso -dijo gritando.
Leslie quería darle un guantazo y Malki se dio cuenta.
– Dame mi dinero -dijo.
Maureen estaba consternada.
– Pero si no me has contestado.
– Sí que lo he hecho -dijo Malki, dispuesto a montar un número si no le conseguía el dinero.
– Malki, este es el trato -dijo Maureen-. Deja aquí el vaso. Ve al baño y vuelve, y te daré las diez libras. ¿De acuerdo?
Malki parecía desconcertado.
– Sé que está aquí -dijo Maureen-. Sé que has mirado por el bar y lo has visto. Así que, vas al baño y cuando pases por su lado te rascas la cabeza, y yo lo sabré. De ese modo tú no me dices nada y yo igualmente te doy el dinero. ¿Vale?
Malki se quedó ahí de pie, reacio a dejar el vaso en la mesa, pero todavía más reacio a alejarse de alguien que sostenía su billete de diez libras.
– Es la única manera que tienes de conseguir el dinero -dijo ella.
Se quedó quieto mirando su vaso.
– Creo que me llevaré el vaso -dijo, y se levantó-. Así siempre me quedaré con algo.
– Puedes comprarte diez vasos de vino con diez libras, Malki. Te puedes pasar aquí toda la noche, ¿no crees?
Malki se adentró entre el gentío arrastrando los pies. Cuando había recorrido una tercera parte de la barra, levantó bien alta la mano y se rascó la cabeza. Estaba en medio de un grupo de borrachos y podía referirse a cualquiera, pero Maureen supo inmediatamente a quién se refería. Estaba más gordo, con la cara hinchada y llorosa, colorado por la bebida, pero lo reconoció. Era un palmo más alto que los que estaban a su alrededor, llevaba un abrigo impermeable y estaba bebiendo medio vaso de vino tinto. La estaba mirando, y él también la reconoció. Levantó una mano, apartó a los tipos que estaban delante de él y se dirigió hacia la mesa de ellas.
– Por Dios Santo -dijo Maureen, retrocediendo en su asiento-, Mark Doyle.
– ¿Qué? -preguntó Leslie.
– Mark Doyle, el hermano de Pauline -susurró Maureen.
Leslie no la había entendido pero él estaba de pie junto a su mesa antes de que pudiese volver a preguntar.
– ¿Cómo estás? -dijo Maureen.
– Eh, ¿qué estáis haciendo por aquí? -arrastraba las palabra al hablar, igual que un tipo duro que está acostumbrado a tener los labios hinchados por los golpes de las peleas. Se quedó junto a la mesa, mirándolas.
– Estamos buscando a una amiga -dijo Maureen.
Él asintió despacio y la miró. Tenía la piel muy dañada, llena de escamas y excesivamente reseca. Tenía una herida abierta debajo del ojo izquierdo de la que salía un líquido transparente, y el cuero cabelludo se le desprendía a pedazos debajo de su pelo grueso.
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