Denise Mina - Muerte en el Exilio

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Laureen O'Donnell trabaja en la Casa de Acogida para Mujeres de Glasgow, donde conoce a Anne Harris, una chica que llega al centro con dos costillas rotas y en plena batalla contra el alcoholismo. Dos semanas después, el cuerpo de Anne aparece en el río, grotescamente mutilado y envuelto en una manta. Todo apunta a que el marido de Anne es el asesino, pero ¿no puede haber un culpable menos evidente?
Maureen y su amiga Leslie tratan de romper con la indiferencia que rodea el asesinato de Anne, aunque, misteriosamente, Leslie mantiene la boca bien cerrada y no cuenta todo lo que sabe. En un intento por aclarar la confusión en la que se ve sumida su vida, Maureen viaja a Londres. Sin embargo, en lugar de solucionar sus problemas, pronto se verá inmersa en un mundo de violencia y drogadicción.

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– ¿Ann sabía que eras la prima de Jimmy? -preguntó.

– No -dijo Leslie-. No reconocí el nombre pero sí a ella cuando la vi. Mamá tiene algunas fotos de la boda de un primo nuestro de hace algunos años y Ann y Jimmy estaban allí. Me mantuve separada de ella.

– ¿Les dijiste a los del comité que la conocías?

– No, bueno, no estaba segura. No sabes lo contenta que me puse cuando me dijiste que no creías que hubiera sido él.

– No parecías muy contenta.

– Quería que fuera verdad -dijo Leslie-. Me sentí muy aliviada.

– Jimmy está extremamente demacrado. A su lado, Ann parece una levantadora de pesos.

– Ya -dijo Leslie, rascándose la cara con la palma de la mano y mirando las fotos-. Pero ¿cuánta fuerza se necesita para darle una patada a alguien en la nuca, Mauri? -empezó a recoger las fotos, poniéndolas todas juntas en una pila.

Maureen se acordó de los pequeños tipos duros llegando a casa para cenar pan con mantequilla.

– Leslie, ¿tenemos que devolverlas?

Leslie se quedó pensativa, pasando los dedos por los extremos de las fotos.

– ¿Quieres correr ese riesgo, Mauri? ¿Y qué pasa si lo hizo él?

– Ve a visitarlo a su casa.

– No quiero.

– Alguna vez tendrás que hacerlo. ¿Podemos quedarnos las fotos hasta que lo hayas visto?

– No quiero ir a verlo. -Leslie juntó las fotos, golpeándolas por los lados contra la mesa de café y con cara de perplejidad-. ¿Por cierto, cómo es que las tienes tú?

Maureen le dio una fuerte calada al cigarro.

– Yo sólo… no sé, quería verlas.

– Ya -dijo Leslie, como si lo entendiera-. Ann era una pobre mujer, ¿no?

Maureen quería seguir con el tema.

– Si se iba a comprar y volvía borracha, puede que bebiera por los alrededores. Podemos fotocopiar su cara de la fotografía grande y preguntar por los bares cercanos a la casa de acogida. Podemos hacerlo esta noche si no haces nada.

– No -sonrió Leslie-. No, no hago nada.

Maureen metió la mano en el bolsillo de los vaqueros y sacó un trozo de papel con el nombre de la hermana de Ann. Le iba a contar a Leslie lo que Jimmy había dicho acerca del señor Akitza, que era moreno y muy grande, pero Leslie ya lo odiaba lo suficiente tal como era y ni siquiera lo había conocido. Le dio el nombre a Leslie, le dijo que estaba en algún lugar de Streatham, y Leslie llamó para pedir más información, esperó mucho rato y luego preguntó «¿Por qué no?» un par de veces. Se enfadó y colgó el teléfono. La operadora no podía darle el número de teléfono si ella no le decía el código postal. Leslie le contestó que no sabía ni su código postal, pero posiblemente encontrarían el número de teléfono en la biblioteca Mitchell.

Se tomaron un café en el salón y Leslie les echó un chorro de whisky para aliviar la resaca de Maureen y para darse un gusto ella misma. Bebieron, fumaron y pensaron en cómo podrían descubrir qué ponía en la tarjeta que Ann recibió antes de marcharse.

Ann tenía una amiga en la casa que se llamaba Senga. Se había quedado hasta pasadas las Navidades y existía una posibilidad, aunque remota, de que Ann le hubiera enseñado el contenido del sobre. Leslie dijo que podía conseguir la nueva dirección de Senga en la oficina, y que podrían ir y hablar con ella. Cuántos más planes hacían juntas, más se entusiasmaban y ya parecía como en los viejos tiempos, pero Maureen sabía que no era lo mismo. Aún no se había aclarado la tensión entre ellas y lo más probable es que no se aclarara nunca. Observó cómo Leslie apagaba su cigarro, aplastando las dudas en el cenicero de cristal azul. Ya no había vuelta atrás. Nunca volverían a tenerse aquella confianza cristalina. Los ojos rebeldes se le llenaron de lágrimas otra vez y se levantó, excusándose, diciendo que tenía que ir al baño. Se sentó en el lateral de la bañera y se calmó respirando hondo y con reproches muy mordaces.

– Mauri -la llamó Leslie mientras venía por el vestíbulo, y por un momento Maureen pensó que la había visto llorar-, ¿qué podemos hacer si descubrimos algo?

– ¿Decírselo a la policía?

– No puedes ir a la policía, aún están detrás de ti por lo que le hiciste a Angus en Millport.

– Algunos policías están detrás de mí por eso -dijo Maureen.

– ¿Por qué están detrás de ti los otros policías?

Maureen se sentó, se bebió el carajillo y se quedó pensativa. Cogió el listín telefónico y buscó la comisaría de la calle Stewart, marcó el número de la centralita y preguntó por Hugh McAskill.

Hugh McAskill cogió el teléfono antes de que sonara.

– ¿Diga?

– Oh, ¿Hugh?

– Sí, Hugh McAskill, ¿en qué puedo ayudarla?

– Hugh, soy Maureen O'Donnell.

– Maureen. -Ella podía escuchar que se estaba riendo-. ¿Estás bien?

– Sí. Sólo me alteré un poco. -Estaba muy enfadada con él pero sabía que no tenía ningún derecho.

– Maureen, en cuanto a lo del otro día, lo siento…

– No pasa nada.

– … pero es mi trabajo. Ir a ver a gente y hacerles preguntas sobre crímenes que no se han resuelto es mi trabajo. No puedo negarme a hacerlo sólo porque me gustes.

– Lo sé -dijo ella-. Tenía un mal día.

– Ya -dijo él. Parecía que estuviera mirando alrededor de la comisaría y luego volviera al teléfono-. Bien. Bien. Nunca volviste a verme.

Maureen se imaginó de pie enfrente de la mesa caballete de policías enfadados con sus recargados uniformes. Leslie la observaba expectante desde el sofá.

– Iba a hacerlo -dijo insegura.

– Pensé que nos veríamos en la reunión.

Hugh asistía a unas reuniones de supervivientes de incestos los jueves y se lo había revelado a Maureen para poder invitarla. Ella había ido una vez, había ido el tiempo justo de tomarse un café y ver a Hugh, pero un hombre muy pesado se le acercó y no pudo soportar la reunión entera. Pensó que tendría que hablar de ella misma y de su familia, y no era capaz de hacerlo.

– Quería ir… Hugh, te he llamado porque… si yo tuviera información sobre un crimen, ¿te encargarías de la investigación?

– Siempre estamos buscando información -dijo Hugh, sin dudarlo-. ¿Es por algo que ha pasado en Glasgow?

– No, fue en Londres.

– No es nuestra jurisdicción pero podemos pasárselo a ellos. Oye, no te vayas a meter en ningún lío.

– No lo haré, Hugh.

– Maureen, el ataque de Millport, Joe va a seguir insistiendo. Está convencido de que lo único que Farrell quiere es una condena más leve.

– Creo que tiene razón.

– Está decidido a arrestarte por eso. Lo peor que puedes hacer es involucrarte en otro asunto.

– No me estoy involucrando.

– Escucha. -Hugh habló incluso más bajo-. Te lo voy a preguntar otra vez: ¿te está escribiendo Farrell?

Maureen miró a Leslie.

– No. -Era una pequeña mentira y Hugh era un buen hombre que se había saltado las reglas para ayudarla. Se merecía algo mejor y ella se sentía una cualquiera por mentirle.

– En el hospital dijeron que sí -insistió Hugh.

– Quizás está enviando las cartas a una dirección equivocada.

– Lo han investigado, envía las cartas a tu casa.

– Bueno, pues yo no recibo ninguna carta, así que no sé qué está pasando.

Leslie la miraba desde el sillón, poniendo caras de no entender nada cuando mencionaba las cartas.

– De acuerdo -dijo Maureen, decidida-. Escucha, estaremos en contacto.

– ¿Tendré noticias tuyas pronto?

– Claro. Adiós. -Colgó. Leslie la estaba mirando atentamente.

– ¿Te ha preguntado por las cartas de Angus Farrell? -le preguntó Leslie.

– Sí. Las enfermeras les han dicho que me está mandando cartas. -Se sentó al lado de Leslie en el sofá-. Quieren verlas pero no puedo… Dios, hablan de lo de Millport y todo eso. Si alguna vez me acusan por lo del ataque, podrían descubrirlo todo.

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