Denise Mina - Muerte en Glasgow

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Maureen O'Donnell no es una chica con suerte. Además de vivir en un barrio marginal de Glasgow y ser paciente de un centro psiquiátrico, se encuentra anclada a un trabajo sin futuro y a una relación hermética con Douglas, un psicoterapeuta poco transparente.
A punto de poner fin a su relación con Douglas. Maureen se despierta una buena mañana con una resaca insufrible y con su novio muerto en la cocina de su piso. La policía la considera una de las principales sospechosas, tanto por ser una joven que- se sale de los cánones de la normalidad como por su carácter inestable y su actitud poco cooperativa. Incluso su madre y su hermana sospechan de ella. Presa del pánico y con un sentimiento de abandono por parte de sus amigos y familiares. Maureen empieza a poner en duda todo lo que creía inamovible.

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Maureen se quedó tras la puerta, escuchando a Leslie llamar al piso de la señora Gallagher, al otro lado del rellano. Después de un silencio, oyó voces. Leslie seguía hablando cuando arañó la puerta para que la dejara entrar. Maureen abrió. La señora Gallagher estaba en el umbral de su puerta y llevaba una bata rosa de nailon y unas zapatillas felposas de andar por casa a juego.

– No pasa nada -dijo Leslie, con una sonrisa de oreja a oreja-. También han estado hurgando en su puerta. Serían unos ladronzuelos.

Leslie volvió a entrar en la casa, le dijo buenas noches a la señora Gallagher y cerró la puerta con llave.

– Menos mal, joder.

Leslie le cogió el bastón a Maureen y lo dejó junto a la puerta. Fueron al salón y Maureen se quitó el abrigo y lo echó encima del respaldo de una silla.

– ¿Cómo te ha ido con tu familia?

– Bueno, les dije todo lo que quería decirles pero ya está. No es que hayan comprendido exactamente mi punto de vista. Parecían confusas cuando les dije que me habían acusado de haber matado a Douglas. No sé por qué lo niegan. Seguro que algo tramaban.

– Bien -dijo Leslie, que estaba enfrente de ella con las manos juntas detrás de la espalda y se balanceaba sobre los dedos de los pies.

– Entonces, ¿nos vamos mañana?

– Sí.

– Bien.

– Bueno, he vuelto a comprar alcohol -dijo Maureen, y sacó de la mochila la botella abierta de whisky.

– Joder -dijo Leslie, y fue a la cocina y sacó dos vasos-. Bebemos demasiado -dijo mientras le pasaba el vaso a Maureen para que se lo llenara.

– Creía que abusar del alcohol era una buena forma de enfrentarse a esta situación -dijo Maureen.

– Me estoy haciendo mayor para esto -dijo Leslie-. Empiezo a resentirme durante el día.

– Son tiempos difíciles. No va a ser siempre así.

Maureen se sirvió el whisky y se lo bebió como si fuera soda. No tendría que ser capaz de bebérselo así. Estaba bebiendo demasiado. Ya ni siquiera sentía ese bienestar permanente. Se sentaron la una junto a la otra en el sofá pero Maureen vio que Leslie se ponía en el extremo más lejano, tan lejos como le era posible. Estaba pálida y miraba la pared de enfrente.

– ¿Sabes lo de mañana? -dijo con timidez-. Yo… mm… Lo he estado pensando y… mm… no sé si es una buena idea.

– ¿Qué coño estás diciendo?

– Escúchame. La policía sabe lo del hospital y lo de la lista. Puede que le atrapen en cualquier momento.

– Vendrá a por nosotras.

– Pero parece que ahora las cosas están más calmadas -dijo insegura.

– Si la policía no le coge, vendrá -dijo Maureen, y dejó el whisky sobre la mesa-. Y no creo que tengan suficientes pruebas para acusarle. No tiene prisa, puede venir a por cualquiera de nosotras cuando quiera. Ya ha matado a dos personas para encubrir las violaciones del Northern. Suponemos una amenaza mayor que Douglas si cabe, porque nosotras tenemos a Siobhain. Tiene que matarnos.

– Tengo un poco de miedo, Mauri, eso es todo -dijo Leslie-. Lo siento.

– Lo haré yo -dijo Maureen, y volvió a coger el whisky.

Bebieron en silencio hasta que Leslie habló de repente.

– Me pregunto por qué todavía no habrá venido a por nosotras.

– A mí es más difícil atacarme -dijo Maureen con tranquilidad-. He estado siempre de un lado para otro. Y, además, me vigila un coche de policía.

– ¿Te están siguiendo?

– Sí. McEwan conoce cada uno de mis movimientos durante estas últimas semanas y acabo de verles. Seguro que ahora están fuera en ese Ford azul en el que iba McEwan ayer.

Una parodia de sonrisa deformó la expresión de Leslie.

– Entonces, no podemos hacerlo, ¿no? La policía nos verá y nos detendrá.

– No, Leslie, no nos verán. Si todavía nos siguen cuando lleguemos a Largs, entonces nos iremos de allí y volveremos directo a casa. Estás muy asustada, ¿verdad?

Leslie levantó la vista, miró a Maureen y su expresión furtiva se vino abajo.

– Sí, estoy acojonada -dijo, y dejó ruidosamente el whisky en la mesita, se volvió hacia Maureen y habló entre susurros por si despertaba a Siobhain-. Me he pasado todo el día con Siobhain y no sé lo que le hizo pero no quiero que me lo haga a mí. Nunca he tenido tanto miedo. Ni Charlotte estuvo nunca tan asustada como Siobhain. Al menos a ella le quedaba un poco de personalidad, joder, y su marido la había sometido a todo tipo de prácticas quirúrgicas.

– Pero Siobhain ya estaba enferma antes de que sucediera todo. Probablemente lo ocurrido agravó su estado. No sabemos cómo es cuando está bien.

– Me apetece hacer las maletas, pillar la moto y largarme de aquí.

Maureen soltó un suspiro.

– Puedes hacerlo si quieres. Lo entenderé.

Leslie cogió su vaso y miró dentro en busca de una respuesta.

– Pero si él no ve a Siobhain subiendo al ferry de Millport, no irá, ¿verdad? Y no puedes hacer que ella le vea, ¿no? Si tú vas, yo tengo que ir.

Leslie miró a Maureen y dejó la cuestión en el aire para que Maureen le dijera que ella tampoco iría.

– Estas mujeres no pueden aportar pruebas, Leslie, no tienen nadie que las defienda aparte de nosotras. No puedo detenerme ahora.

Le contó a Leslie lo que Shan le había dicho, lo de Iona, lo de las violaciones, lo de Douglas llorando en el baño.

– ¿Estás segura de todo esto, Mauri?

– No lo sé -contestó-. Me he enterado de todo por la misma persona y no sé hasta qué punto puedo confiar en sus palabras.

Leslie resolló.

– Pues a mí no me parece muy probable -dijo-. ¿Es que el bueno de Douglas no veía un deje de ironía en vuestra relación?

– Creo que él debía de ver una ironía vergonzosa en ella -susurró Maureen-. No volvió a tocarme cuando Iona se suicidó y creo que por eso ingresó el dinero en mi cuenta.

– ¿Así que te folló y te pagó?

– No he dicho que lo que hiciera estuviera ni bien ni mal.

– Es un gran cambio de sentimientos para atribuírselo a un capullo como él.

– Pero yo creo que lo estaba intentando.

– Ese tío era un gilipollas de primer orden. Que él supiera que era un gilipollas no hace que deje de serlo.

Maureen levantó la mirada y sonrió a su amiga. Así era siempre con Leslie. La mala gente hacía cosas malas y la buena gente hacía cosas buenas; no cambiaba de opinión, no tenía momentos de comprensión, no aceptaba puntos de vista intermedios, todo era o blanco o negro. Leslie era el juez más severo.

– Bueno, sea lo que sea, no voy a dejarlo -dijo Maureen-. Voy a cogerle.

– ¿Cómo sabes que cogerás al tipo correcto?

– Lo sabré. Si va tras nosotras, seguro que es él.

Leslie soltó un suspiro.

– No quiero ir a la cárcel, Maureen. Me gusta mi vida.

– No iras a la cárcel. Ni siquiera estarás allí cuando ocurra, te lo prometo.

– No sé lo que le vas a hacer.

– Lo sé, creo que es lo mejor. Si no sabes lo que va a pasar y la policía se mete por medio, no te acusarán por ser cómplice de nada, ¿verdad?

– Quizá debería saberlo.

– No -dijo Maureen-. Creo que no.

Se quedaron en silencio un minuto. Leslie levantó el vaso.

– A la mierda, entonces.

– Que se adense mi sangre -dijo Maureen, y se acabó el whisky de un golpe pero antes de tragárselo dejó que le pasara entre los dientes hasta que le quemaron las encías.

– Necesito dormir -dijo Leslie, y sacó los sacos de dormir de detrás del sofá y los desenrolló-. ¿A qué hora quieres levantarte?

– Antes de las tres de la tarde.

33. Millport

Maureen se levantó con el cuerpo más dolorido que la mañana anterior. El suelo duro se le había clavado en el hueso de la cadera y lo tenía entumecido. Se levantó deprisa, contenta de dejar el suelo. Por el ventanal vio que Leslie estaba fuera, sentada en una tumbona en la terraza, bebiendo café y comiendo una tostada. Siobhain estaba a su lado, apoyada en la barandilla, mirando abajo a la explanada.

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