Shan se quedó pasmado.
– ¿Que preguntan qué?
– Parece que ahora creen que ocurrió por la noche. Eso de la hora de la muerte es una especie de mito mediático. Sólo es una buena hipótesis.
Shan se quedó blanco.
– Estaba convencido de que no había sido él porque sólo salió de su despacho para utilizar el teléfono público del vestíbulo.
A Maureen empezó a palpitarle el corazón.
– ¿Por qué llamaría desde el teléfono público? ¿No tiene uno en su despacho?
– Sí, pero sólo acepta llamadas nacionales -dijo Shan-. Shirley dijo que llamaba al extranjero o algo así.
– ¿A qué hora fue eso?
– ¿Por qué quieres saberlo?
– Es sólo que… -Maureen sacudió la cabeza.
Shan se encogió de hombros.
– No tengo ni idea.
– Intenta recordarlo.
Shan pensó en ello.
– Antes del almuerzo, sobre las once o las doce, la primera vez. Luego, después de comer. Pronto, a primera hora de la tarde.
– ¿Cuántas veces más? -le preguntó Maureen.
– Que yo sepa, sólo dos. Las hizo antes de las dos porque a esa hora había una reunión en su despacho y asistió a ella, seguro.
Maureen pasó el dedo por el café derramado sobre la mesa y dibujó una serpiente.
– ¿A quién llamó? -le preguntó Shan.
– A mí -contestó Maureen-. Al trabajo. Quería comprobar que estaba allí. Mi compañera le dijo que no estaba. Él pensó que iba a pasar el día fuera.
– ¿Por qué llamaría para ver si estabas ahí?
– Necesitaba que no hubiera nadie en mi casa durante el día. Lo hizo por la noche y lo arregló para que pareciera que había sucedido mucho antes. Intentó incriminarme, pero hizo una chapuza. También preparó pisadas cerca del cuerpo con mis zapatillas. Incluso consiguió información sobre mí y dispuso la escena del crimen para que recordara a algo que yo ya había hecho antes…
Maureen cerró los ojos y se los frotó con fuerza. Si el violador del Northern había matado a Douglas para que dejara de encontrar pruebas, querría que la policía pensara que Douglas había muerto por la tarde. De esa forma, la policía no intentaría seguir los movimientos de Douglas durante el día y pasaría por alto a Siobhain. Ella conducía directamente a las violaciones del Northern. Y explicaría por qué Maureen tenía una coartada sólida; el asesino quería una casa vacía donde poder esconder a Douglas todo el día. Incriminar a Maureen de una forma tan torpe no era un error sino pura indiferencia porque no le importaba. Lo que realmente le preocupaba era joder la hora de la muerte y dejar a Siobhain fuera de todo aquello.
Maureen abrió los ojos, mientras Shan fruncía el ceño para intentar ocultar su evidente preocupación.
– ¿Hizo que el asesinato recordara a algo que ya habías hecho antes? -preguntó despacio.
– No -contestó Maureen, y sonrió-. No he matado a nadie. Me escondí en un armario. Estuve allí varios días y tuvieron que sacarme y llevarme al hospital. No es importante pero sólo lo sabía cierta gente. Él dejó algo de Douglas en el armario después de matarle. Creo que pensó que la policía descubriría lo mío y lo relacionaría conmigo de alguna manera.
Shan parecía aliviado.
– Bien, creía que se trataba de algo malo -dijo, y sacudió la cabeza y retomó la historia-. Sólo preguntaba. ¿Qué era lo que querías saber?
– ¿Por qué Douglas creía que tenían una aventura?
– Oh, porque ya les había visto antes, hace tiempo: Les vio en North Lanarkshire. Estaban dentro de un coche y él le tocaba el cuello a Iona y sonreía.
Se miraron y Maureen vio que la tristeza se insinuaba en los ojos verdes de Shan. Eso no se podía fingir, pensó Maureen, ese nivel de empatia. Ni De Niro podría hacerlo.
– ¿E Iona no sonreía?
– No -dijo Shan en voz baja, y apoyó el codo en la mesa y descansó la frente sobre ella-. Iona no sonreía.
– ¿Cuándo fue eso?
– Hace dos o tres años.
Shan estaba encorvado sobre la mesa con la cabeza apoyada en la mano y se separaba los mechones gruesos de su pelo negro con las uñas de los dedos. Douglas tenía el cabello grueso y castaño oscuro con mechas rojizas. Al final, Shan se reclinó en su asiento.
– ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a contárselo a la policía?
– No -dijo Maureen-. No se lo voy a contar. Ya han interrogado a una de las mujeres y casi le dejan el cerebro hecho una mierda.
Shan asintió con la cabeza.
– ¿En qué piensas? -le preguntó Maureen.
– He hablado con las mujeres a las que violó y me gustaría darle una paliza pero creo que no debería hacerlo.
– ¿Porqué?
– No sé si podría parar.
Shan cogió la primera salida de la autopista y se detuvo frente a la fábrica de bombillas. Se bajaron del coche, se sentaron en silencio en un bloque de hormigón al otro lado de la carretera, bajo el puente, y miraron el edificio de cristal, iluminado intensamente por los focos de la autopista. Rayas rojas recorrían a toda velocidad el cristal reluciente; eran el reflejo de las luces traseras de los coches que pasaban sobre sus cabezas. Maureen encendió un cigarrillo. Le ofreció uno a Shan pero éste rehusó con un gesto.
– ¿Le echas de menos? -le preguntó.
– No me hagas de psiquiatra -dijo Maureen sin ningún tipo de entonación.
Volvieron a mirar un rato el edificio.
– Salgamos una noche a coger un buen pedo -le dijo Maureen.
– Estaría muy bien -dijo él-. Voy al Variety casi todos los lunes.
– Quizá cuando volvamos a vernos tenga noticias magníficas acerca de nuestro amigo común -dijo en voz baja, y levantó la vista para mirar con inocencia la torre de ladrillos de cristal.
Shan volvió la cabeza hacia ella y examinó su rostro unos segundos.
– Me encantaría tener noticias magníficas acerca de ese cabrón -dijo suavemente.
Shan la dejó a dos manzanas de casa de Winnie. Todavía era pronto. Enfrente de un pub secesionista de Pollokshaws Road encontró una cabina telefónica que funcionaba. La calle larga y ancha conducía al centro de Glasgow y era la ruta principal que utilizaban coches y autobuses. Por encima del tráfico ruidoso apenas oía el tono de marcado. Llamó a Leslie.
– Estamos bien -le dijo ella gritando para que Maureen la oyera-. Llevamos todo el día viendo la tele y hemos cenado en la terraza.
– ¿Ha comido? -preguntó Maureen también gritando.
– Joder si ha comido. Todo lo que le he puesto delante. ¿Cómo te ha ido por Levanglen?
– Para serte sincera, no lo sé. Lo sabré mañana. ¿Siobhain ya habla?
Saltó la señal de fin de llamada y Maureen introdujo otra moneda de diez peniques.
– No, no ha dicho nada -gritó Leslie-. Bueno, ¿dónde estás?
– En el South Side. Esta cabina se traga el dinero -dijo Maureen, y vio un Ford azul aparcado bastante lejos al otro lado de la carretera. Era el único coche que estaba aparcado en la calle de denso tráfico. Tenía las luces apagadas pero dentro había dos hombres con la mirada fija al frente. Era el coche al que se había subido la mañana anterior con Joe McEwan.
– ¿Qué haces en el South Side? -le preguntó Leslie. -Voy a ver a mi madre. ¿Estarás bien mientras tanto?
– Debería. ¿Por qué vas a ver a Winnie?
– Voy a decirle lo que pienso de ella.
– ¡Vaya, bien hecho! ¿Vas a decírselo todo?
– Sí, todo, joder.
– ¿Incluso lo del hospital?
– Sobre todo lo del hospital.
Uno de los hombres del coche aparcado miró a Maureen. Ella le vio y le devolvió la mirada. El hombre se puso nervioso, apartó la vista y le dijo algo a su compañero.
– Pero, ¿crees que deberías hacerlo hoy, Mauri?
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