Denise Mina - Muerte en Glasgow

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Maureen O'Donnell no es una chica con suerte. Además de vivir en un barrio marginal de Glasgow y ser paciente de un centro psiquiátrico, se encuentra anclada a un trabajo sin futuro y a una relación hermética con Douglas, un psicoterapeuta poco transparente.
A punto de poner fin a su relación con Douglas. Maureen se despierta una buena mañana con una resaca insufrible y con su novio muerto en la cocina de su piso. La policía la considera una de las principales sospechosas, tanto por ser una joven que- se sale de los cánones de la normalidad como por su carácter inestable y su actitud poco cooperativa. Incluso su madre y su hermana sospechan de ella. Presa del pánico y con un sentimiento de abandono por parte de sus amigos y familiares. Maureen empieza a poner en duda todo lo que creía inamovible.

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– ¿Se lo contaste a la policía?

Shan parecía desesperado.

– ¿Contarles qué? Por Dios. Alguien es acusado de una violación asquerosa por una mujer que se ha suicidado y que además tenía antecedentes psiquiátricos de toda la vida. No era lo que se dice precisamente una buena testigo.

– Sí -dijo Maureen-. Sí, ya lo sé. ¿Hablaste con Douglas?

– No, eso vino después. No sabía qué coño hacer.

– ¿Cuántas mujeres teníais allí?

– Cuatro que nosotros supiéramos. Cinco, si contamos a Iona.

– ¿Seguro que ninguna de ellas testificaría?

– Maureen -dijo Shan, llamándola por su nombre por primera vez-, después de que Douglas consiguiera la lista de las oficinas del Northern fuimos a verlas a todas. Incluso fuimos a ver a algunas que sólo habían estado allí cuando sucedió. O no pueden hablar de ello o se mueren de miedo cuando oyen su nombre. La mayoría de ellas no pueden ni pronunciarlo.

– ¿Sabía Douglas que había sido él?

– Sí. Se lo conté un par de semanas después de que Iona se suicidara -continuó Shan-. Yo estaba en el bar Variety y vi a Douglas, ciego perdido, que subía del baño y le llamé. Joder, iba muy borracho, casi no podía ni respirar. ¿Sabes esa forma fatigosa de respirar? -le preguntó, e imitó a alguien respirando con dificultad-. ¿Sabes?

– Sí -contestó Maureen, sin saberlo muy bien.

– Douglas quería que le pidiera una copa porque el camarero se negaba a servirle. Se comportaba de un modo raro, no dejaba de llorar y de reír y cuando le pregunté dónde vivía mé señaló varias direcciones y no me lo dijo, así que le llevé a mi casa a que durmiera la mona. De camino, en el coche, empezó a pasársele un poco la borrachera y para cuando llegamos estaba más o menos lúcido. Nos quedamos despiertos bebiendo. Se comportaba como un loco, tenía cambios de humor, y luego me contó que Iona se había suicidado. Era la paciente de un compañero suyo y Douglas sabía que tenían una aventura. Él lo sabía y no había hecho nada y ella se había suicidado. Me contó que siempre le había parecido que Iona estaba bien, que pensaba que le iba bien. La había estado vigilando.

– Y se sentía culpable porque él lo sabía y no había hecho nada -dijo Maureen, y cogió un cigarrillo y lo encendió con el mechero de Shan-. ¿Sabía Douglas que no se trataba de una aventura?

– No, él creía de verdad que era algo consensuado. Lo adiviné por cómo hablaba de ello -dijo Shan, y sonrió incómodo-. Cuando leí sobre ti en los periódicos, todo tuvo mucho más sentido. Por eso Douglas no había informado sobre la aventura que tenían ellos dos.

– Pero yo no era su paciente -dijo Maureen, y bajó la mirada-. Iba a la Clínica Rainbow pero era paciente de Angus. No tenía una relación profesional con Douglas.

– Ésa es una excusa poco convincente -dijo Shan-. Follarse a una paciente es follarse a una paciente, lo mires como lo mires.

Maureen respiró hondo y mantuvo la mirada sobre la mesa.

Necesitaba creer que ella no era una víctima tanto como lo había necesitado Douglas.

– Quizás sea poco convincente… pero aun así es distinto, ¿no crees?

– No -negó Shan con la cabeza de forma tajante-. No es distinto. Los médicos y los enfermeros no deberían follarse a los pacientes. Es fundamental. Todos lo sabemos. Douglas lo sabía, todos lo sabemos.

Maureen bebió un buen trago de su cerveza amarga.

– De acuerdo, hay una pequeña diferencia -dijo ella-. Pero aun así es una diferencia.

– Joder -dijo Shan-. No follarse a los pacientes. ¿Tan complicado es? O te los follas o no te los follas.

Shan tenía razón y Maureen lo sabía.

– La gente que hace esas cosas -dijo Shan- siempre se dice, «Esto es distinto porque bla, bla, bla, porque ahora no soy su psiquiatra, porque ella está mejor…».

– Porque lleva un sombrero grande.

– Exacto, se justifican. No se dicen, «soy un cabrón y estoy haciendo algo horrible». Es lo que hacen los violadores, también los pederastas. Se dicen, «lo querían. Lo pedían a gritos».

Maureen se rascó la cabeza. Imaginarse a Douglas en el mismo grupo que un pederasta hacía que le dolieran los ojos.

– No creo que él se viera en el mismo grupo que esa gente -dijo con voz triste y disgustada-. Siempre ponía énfasis en el hecho de que yo no era su paciente. Creo que él se lo creía. ¿Cuándo os encontrasteis? ¿Qué día fue?

– Un lunes -dijo Shan-. Los lunes es la noche country en el Variety. Fue un lunes hace cinco semanas.

– Dejó de tocarme después de ese día -susurró Maureen.

– ¿Te refieres a tocarte sexualmente?

– Sí. No volvimos a hacerlo -dijo, y levantó la lata de cerveza-. Nunca más.

Maureen bebió un buen trago y Shan se reclinó en su asiento y soltó un suspiró.

– Bueno, quizá dejó de justificar su comportamiento después de que yo se lo contara. Quizá lloraba más por sí mismo que por cualquier otra cosa.

Maureen alzó la vista y miró a Shan.

– ¿Douglas lloró?

– Sí, mucho -dijo Shan-. Se echó a llorar cuando le conté lo de Iona, sollozaba. Se encerró en el baño de mi casa. Se quedó allí dentro una hora. Le oía llorar.

– Joder -dijo Maureen-. Salí con él ocho meses y nunca le vi llorar.

– Bueno, estaba tan angustiado como si Iona fuera su hija.

Maureen dejó caer el cigarrillo en el suelo y lo aplastó con el pie para apagarlo.

– Retiró todo el dinero de su cuenta -dijo Maureen- y pagó las mensualidades de la clínica de Yvonne. Creo que lo hizo para tranquilizar su conciencia. A mí también me dio dinero.

– ¿Cuánto?

– Demasiado. Siento como si fuera dinero manchado de sangre -dijo Maureen, y cogió los cigarrillos-. ¿Quieres uno?

– Sí -dijo Shan encantado.

– Sigue.

– Bueno -continuó Shan una vez que hubo encendido los pitillos de ambos-, le dije a Douglas quién lo había hecho y le conté lo sucedido en el Northern.

– ¿Qué dijo él? -preguntó Maureen con la esperanza de que Shan reprodujera las palabras de Douglas o las dijera tal como las hubiera dicho él y poder así volver a oír su voz.

– No dijo nada. A la mañana siguiente estaba muy serio y hablamos del tema. Me dijo que intentaría que el caso llegara a los tribunales, que lo haría por las víctimas que quizá nunca íbamos a encontrar. Lo verían por televisión y sabrían que estaban a salvo. Consiguió la lista en las oficinas del Northern y empezamos a visitar a todas las mujeres.

– Pero, ¿por qué fue tan torpe a la hora de obtener la lista? -preguntó Maureen.

– Para serte sincero, pensamos que nadie le prestaría la más mínima atención.

– Pues en el Northern todo el mundo lo sabía -dijo Maureen.

Shan se encogió.

– ¿En serio?

– Sí.

– Dios mío -dijo, y cerró los ojos con fuerza-. Joder, nosotros creímos que habíamos sido muy astutos.

– Quizá por lo de la lista, él pensó que Douglas era el único implicado. Tú no estabas con él cuando la consiguió, ¿verdad?

– No. A mí no me la habrían dado.

– Por eso le mataron, porque estaba descubriendo lo sucedido en el Northern.

– De hecho -dijo Shan, y levantó la mano para interrumpirla-. Sé que él no mató a Douglas. Estoy seguro.

– ¿Cómo lo sabes?

– Bueno, cuando la policía vino a vernos, nos preguntaron por la mañana y por la tarde. Yo estaba trabajando y él se pasó todo el día en su despacho. No se marchó hasta las seis y media y luego llevó a una de las secretarias a su casa, a Bothwell, y eso está muy lejos, en el South Side. Ni siquiera salió del despacho para almorzar…

Maureen le interrumpió.

– Ahora la policía también pregunta por la noche.

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