– ¿Se lo contaste a la policía?
Shan parecía desesperado.
– ¿Contarles qué? Por Dios. Alguien es acusado de una violación asquerosa por una mujer que se ha suicidado y que además tenía antecedentes psiquiátricos de toda la vida. No era lo que se dice precisamente una buena testigo.
– Sí -dijo Maureen-. Sí, ya lo sé. ¿Hablaste con Douglas?
– No, eso vino después. No sabía qué coño hacer.
– ¿Cuántas mujeres teníais allí?
– Cuatro que nosotros supiéramos. Cinco, si contamos a Iona.
– ¿Seguro que ninguna de ellas testificaría?
– Maureen -dijo Shan, llamándola por su nombre por primera vez-, después de que Douglas consiguiera la lista de las oficinas del Northern fuimos a verlas a todas. Incluso fuimos a ver a algunas que sólo habían estado allí cuando sucedió. O no pueden hablar de ello o se mueren de miedo cuando oyen su nombre. La mayoría de ellas no pueden ni pronunciarlo.
– ¿Sabía Douglas que había sido él?
– Sí. Se lo conté un par de semanas después de que Iona se suicidara -continuó Shan-. Yo estaba en el bar Variety y vi a Douglas, ciego perdido, que subía del baño y le llamé. Joder, iba muy borracho, casi no podía ni respirar. ¿Sabes esa forma fatigosa de respirar? -le preguntó, e imitó a alguien respirando con dificultad-. ¿Sabes?
– Sí -contestó Maureen, sin saberlo muy bien.
– Douglas quería que le pidiera una copa porque el camarero se negaba a servirle. Se comportaba de un modo raro, no dejaba de llorar y de reír y cuando le pregunté dónde vivía mé señaló varias direcciones y no me lo dijo, así que le llevé a mi casa a que durmiera la mona. De camino, en el coche, empezó a pasársele un poco la borrachera y para cuando llegamos estaba más o menos lúcido. Nos quedamos despiertos bebiendo. Se comportaba como un loco, tenía cambios de humor, y luego me contó que Iona se había suicidado. Era la paciente de un compañero suyo y Douglas sabía que tenían una aventura. Él lo sabía y no había hecho nada y ella se había suicidado. Me contó que siempre le había parecido que Iona estaba bien, que pensaba que le iba bien. La había estado vigilando.
– Y se sentía culpable porque él lo sabía y no había hecho nada -dijo Maureen, y cogió un cigarrillo y lo encendió con el mechero de Shan-. ¿Sabía Douglas que no se trataba de una aventura?
– No, él creía de verdad que era algo consensuado. Lo adiviné por cómo hablaba de ello -dijo Shan, y sonrió incómodo-. Cuando leí sobre ti en los periódicos, todo tuvo mucho más sentido. Por eso Douglas no había informado sobre la aventura que tenían ellos dos.
– Pero yo no era su paciente -dijo Maureen, y bajó la mirada-. Iba a la Clínica Rainbow pero era paciente de Angus. No tenía una relación profesional con Douglas.
– Ésa es una excusa poco convincente -dijo Shan-. Follarse a una paciente es follarse a una paciente, lo mires como lo mires.
Maureen respiró hondo y mantuvo la mirada sobre la mesa.
Necesitaba creer que ella no era una víctima tanto como lo había necesitado Douglas.
– Quizás sea poco convincente… pero aun así es distinto, ¿no crees?
– No -negó Shan con la cabeza de forma tajante-. No es distinto. Los médicos y los enfermeros no deberían follarse a los pacientes. Es fundamental. Todos lo sabemos. Douglas lo sabía, todos lo sabemos.
Maureen bebió un buen trago de su cerveza amarga.
– De acuerdo, hay una pequeña diferencia -dijo ella-. Pero aun así es una diferencia.
– Joder -dijo Shan-. No follarse a los pacientes. ¿Tan complicado es? O te los follas o no te los follas.
Shan tenía razón y Maureen lo sabía.
– La gente que hace esas cosas -dijo Shan- siempre se dice, «Esto es distinto porque bla, bla, bla, porque ahora no soy su psiquiatra, porque ella está mejor…».
– Porque lleva un sombrero grande.
– Exacto, se justifican. No se dicen, «soy un cabrón y estoy haciendo algo horrible». Es lo que hacen los violadores, también los pederastas. Se dicen, «lo querían. Lo pedían a gritos».
Maureen se rascó la cabeza. Imaginarse a Douglas en el mismo grupo que un pederasta hacía que le dolieran los ojos.
– No creo que él se viera en el mismo grupo que esa gente -dijo con voz triste y disgustada-. Siempre ponía énfasis en el hecho de que yo no era su paciente. Creo que él se lo creía. ¿Cuándo os encontrasteis? ¿Qué día fue?
– Un lunes -dijo Shan-. Los lunes es la noche country en el Variety. Fue un lunes hace cinco semanas.
– Dejó de tocarme después de ese día -susurró Maureen.
– ¿Te refieres a tocarte sexualmente?
– Sí. No volvimos a hacerlo -dijo, y levantó la lata de cerveza-. Nunca más.
Maureen bebió un buen trago y Shan se reclinó en su asiento y soltó un suspiró.
– Bueno, quizá dejó de justificar su comportamiento después de que yo se lo contara. Quizá lloraba más por sí mismo que por cualquier otra cosa.
Maureen alzó la vista y miró a Shan.
– ¿Douglas lloró?
– Sí, mucho -dijo Shan-. Se echó a llorar cuando le conté lo de Iona, sollozaba. Se encerró en el baño de mi casa. Se quedó allí dentro una hora. Le oía llorar.
– Joder -dijo Maureen-. Salí con él ocho meses y nunca le vi llorar.
– Bueno, estaba tan angustiado como si Iona fuera su hija.
Maureen dejó caer el cigarrillo en el suelo y lo aplastó con el pie para apagarlo.
– Retiró todo el dinero de su cuenta -dijo Maureen- y pagó las mensualidades de la clínica de Yvonne. Creo que lo hizo para tranquilizar su conciencia. A mí también me dio dinero.
– ¿Cuánto?
– Demasiado. Siento como si fuera dinero manchado de sangre -dijo Maureen, y cogió los cigarrillos-. ¿Quieres uno?
– Sí -dijo Shan encantado.
– Sigue.
– Bueno -continuó Shan una vez que hubo encendido los pitillos de ambos-, le dije a Douglas quién lo había hecho y le conté lo sucedido en el Northern.
– ¿Qué dijo él? -preguntó Maureen con la esperanza de que Shan reprodujera las palabras de Douglas o las dijera tal como las hubiera dicho él y poder así volver a oír su voz.
– No dijo nada. A la mañana siguiente estaba muy serio y hablamos del tema. Me dijo que intentaría que el caso llegara a los tribunales, que lo haría por las víctimas que quizá nunca íbamos a encontrar. Lo verían por televisión y sabrían que estaban a salvo. Consiguió la lista en las oficinas del Northern y empezamos a visitar a todas las mujeres.
– Pero, ¿por qué fue tan torpe a la hora de obtener la lista? -preguntó Maureen.
– Para serte sincero, pensamos que nadie le prestaría la más mínima atención.
– Pues en el Northern todo el mundo lo sabía -dijo Maureen.
Shan se encogió.
– ¿En serio?
– Sí.
– Dios mío -dijo, y cerró los ojos con fuerza-. Joder, nosotros creímos que habíamos sido muy astutos.
– Quizá por lo de la lista, él pensó que Douglas era el único implicado. Tú no estabas con él cuando la consiguió, ¿verdad?
– No. A mí no me la habrían dado.
– Por eso le mataron, porque estaba descubriendo lo sucedido en el Northern.
– De hecho -dijo Shan, y levantó la mano para interrumpirla-. Sé que él no mató a Douglas. Estoy seguro.
– ¿Cómo lo sabes?
– Bueno, cuando la policía vino a vernos, nos preguntaron por la mañana y por la tarde. Yo estaba trabajando y él se pasó todo el día en su despacho. No se marchó hasta las seis y media y luego llevó a una de las secretarias a su casa, a Bothwell, y eso está muy lejos, en el South Side. Ni siquiera salió del despacho para almorzar…
Maureen le interrumpió.
– Ahora la policía también pregunta por la noche.
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