Mary Clark - No Llores Más, My Lady

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No Llores Más, My Lady: краткое содержание, описание и аннотация

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Una estrella de teatro y de la pantalla se arroja, en misteriosas circunstancias, por el balcón de su ático neoyorquino, ¿Fue asesinada por su amante, Ted Winters, un apuesto magnate de los negocios atormentado por un secreto inconfesable? ¿O se trata de un suicidio? Pero ¿por qué iba Leila a quitarse la vida en la cumbre de la fortuna y el éxito? ¿O la mató otra persona? Sin embargo, ¿quién querría acabar con la vida de una joven admirada y querida por todo el mundo?…

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Las instalaciones para las mujeres quedaban al final de la piscina olímpica: una estructura de un piso que se parecía a una casa de adobe española. Tranquila por fuera, por lo general su interior hervía de actividad mientras mujeres de todas las edades y formas corrían de un lado a otro sobre el suelo de baldosas, enfundadas en sus batas de toalla, para llegar a tiempo a la siguiente cita.

Elizabeth se preparó para encontrar caras conocidas, algunas de las dientas habituales que iban a «Cypress Point» cada tres meses y que había llegado a conocer bien durante los veranos en los que trabajó allí. Sabía que sería inevitable recibir condolencias y ver cabezas haciendo gestos negativos: «Nunca hubiera creído que Ted Winters…»

Sin embargo, no encontró a nadie conocido entre las mujeres que salían de las clases de gimnasia y corrían a los tratamientos de belleza. Tampoco parecía estar tan lleno como siempre. En los momentos de mayor actividad albergaba a unas sesenta mujeres; y el pabellón de hombres, otro tanto. Pero no esa vez.

Recordó los códigos de colores de las puertas: rosado, para los tratamientos de belleza facial; amarillo para masaje; orquídea, para los tratamientos corporales con hierbas; blanco, para los cuartos de vapor. Los salones de gimnasia quedaban detrás de la piscina cubierta y parecían haber sido ampliados. Había también más jacuzzi individuales en el solarium central. Desilusionada, Elizabeth se dio cuenta de que era tarde para sumergirse en uno durante algunos minutos.

Se prometió que esa noche nadaría durante un buen rato.

La masajista que le asignaron era una de las antiguas. No muy robusta, pero con brazos y manos fuertes. Gina se alegró de verla.

– ¿Volverás a trabajar aquí? Claro que no. No existe tanta suerte.

Los gabinetes de masaje habían sido remodelados. ¿Acaso Min nunca dejaría de gastar dinero en ese lugar? Las nuevas camillas eran acolchadas y bajo las manos expertas de Gina, comenzó a sentir que se relajaba.

Gina le masajeaba los músculos de la espalda.

– Estás hecha un nudo.

– Supongo que sí.

– Y tienes toda la razón.

Elizabeth sabía que ésa era la manera de Gina para expresar sus condolencias. Y también sabía que a menos que comenzara una conversación, Gina se mantendría en silencio. Una de las estrictas reglas de Min era que si los huéspedes deseaban hablar, podían conversar con ellos. «Pero no los carguen con sus problemas -les recomendaba Min en las reuniones semanales con el personal-. Nadie quiere escucharlos.»

Sería útil obtener las impresiones de Gina sobre cómo le estaba yendo a «Cypress Point».

– No parece haber mucha actividad hoy -le sugirió-. ¿Están todos jugando al golf?

– Eso quisiera. Hace más o menos dos años que este lugar no se llena. Relájate, Elizabeth, tienes los brazos muy duros.

– ¡Dos años! ¿Qué ha sucedido?

– ¿Qué puedo decir? Todo empezó con ese estúpido mausoleo. La gente no paga tanto dinero para ver montones de basura o para escuchar martilleos. Y todavía no lo han terminado. ¿Para qué quieren un baño romano aquí, puedes explicármelo?

Elizabeth pensó en los comentarios de Leila acerca del baño romano.

– Eso es lo que decía Leila.

– Y tenía razón. Vuélvete, por favor. -Con manos expertas, la masajista estiró la sábana-. Y escucha, fuiste tú quien la nombró. ¿Te das cuenta de todo el encanto que ella le dio a este lugar? La gente quería estar cerca de ella. Venían aquí con la esperanza de verla. Ella era una propaganda viviente para «Cypress Point». Y siempre hablaba de reunirse con Ted Winters aquí. Ahora, no lo sé. Hay algo muy diferente. El barón gasta como un maniático, ya habrás visto los nuevos jacuzzi. El trabajo interior de la casa de baños sigue y sigue. Y Min está tratando de ahorrar algo. Es una broma. Él construye un baño romano y ella nos pide que no derrochemos toallas.

La cosmetóloga era nueva, una mujer japonesa. La relajación que había comenzado con el masaje, continuaba con la máscara tibia que le había aplicado, después de la limpieza y el vapor. Elizabeth dormitó y se despertó al oír la voz suave de la mujer.

– ¿Ha tenido una buena siesta? La dejé cuarenta minutos más. Parecía estar tan tranquila y yo tenía mucho tiempo.

6

Mientras la camarera deshacía sus maletas, Alvirah Mechan inspeccionó sus nuevos aposentos. Se paseaba de un cuarto a otro, mirándolo todo detenidamente, sin perderse nada. En su mente, iba preparando lo que dictaría luego a su cassette nuevo.

– ¿Eso es todo, señora?

La camarera estaba ante la puerta de la sala.

– Sí, gracias. -Alvirah trató de imitar el tono de la señora Stevens, su trabajo de los martes. Una pequeña petulante, aunque también amistosa.

En cuanto se cerró la puerta, corrió a sacar su cassette. El periodista del New York Globe le había enseñado cómo usarlo. Se acomodó en el sillón de la sala y comenzó:

– Y bien, aquí estoy en «Cypress Point» y créame, es excelente. Esta es mi primera grabación y quiero comenzar agradeciendo al señor Evans su confianza en mí. Cuando nos entrevistó a mí y a Willy al haber ganado la lotería y le conté acerca de la ambición de toda mi vida de venir a «Cypress Point», dijo que tenía sentido de lo dramático y que a los lectores del Globe les encantaría saber todo lo que sucedía en el salón, desde mi punto de vista.

»Dijo que con el tipo de personas que me cruzaría, jamás pensarían que soy escritora y podría llegar a escuchar muchas cosas interesantes. Luego, cuando le expliqué que había sido una verdadera fanática de las estrellas de cine durante toda mi vida, y que conozco mucho acerca de las vidas privadas de las estrellas, me contestó que yo podría escribir una buena serie de artículos y, tal vez, también un libro.

Alvirah sonrió feliz y se alisó la falda de su vestido color púrpura. La falda se le levantaba.

– Un libro -dijo cuidándose de hablar en el micrófono-. Yo, Alvirah Meehan. Pero cuando uno piensa en todas las celebridades que escribieron libros y cuántos de ellos son realmente horribles, creo que podría llegar a hacerlo.

»Les contaré lo que sucedió hasta ahora. Viajé en limusina a “Cypress Point” junto a Elizabeth Lange. Es una joven encantadora y siento pena por ella. Tiene la mirada triste y se ve que está bajo una gran tensión. Durmió prácticamente durante todo el viaje desde San Francisco. Elizabeth es la hermana de Leila LaSalle, pero no se parece mucho a ella. Leila era pelirroja y tenía ojos verdes. Podía parecer sexy y majestuosa al mismo tiempo, era una mezcla entre Dolly Parton y Greer Garson. Creo que una buena forma de describir a Elizabeth es decir “saludable”.

»Está demasiado delgada; tiene espaldas anchas, grandes ojos azules con pestañas oscuras y cabello color miel que le cae sobre los hombros. Tiene dientes hermosos y fuertes y la única vez que sonrió, me transmitió una gran ternura. Es bastante alta, alrededor de un metro ochenta. Creo que sabe cantar. Tiene una voz muy agradable, no exageradamente teatral como muchas de estas estrellitas. Supongo que ya no se las debe llamar así. Tal vez, si me hago amiga de ella, me contará algunos detalles interesantes acerca de su hermana y Ted Winters. Me pregunto si el Globe querrá cubrir el juicio.

Alvirah hizo una pausa, apretó el botón de retroceso y luego el de replay. Estaba bien. El aparato funcionaba. Pensó que tenía que decir algo del lugar donde estaba.

– La señora Von Schreiber me acompañó hasta mi bungalow. Casi me eché a reír cuando lo llamó así. Nosotros solíamos alquilar uno en Roackway Beach, en la Calle 99, cerca del parque de atracciones. El lugar temblaba cada vez que los carros de la montaña rusa se deslizaban por la última pendiente, y eso ocurría cada cinco minutos durante el verano.

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