Robert Doherty - La Cuarta Cripta

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La Cuarta Cripta: краткое содержание, описание и аннотация

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El experimento más escalofriante de todos los tiempos está a punto de comenzar. El presidente lo ignora por completo. La prensa también. Se trata de un experimento secreto, que se está llevando a cabo en una base militar de Nuevo México y que puede resultar catastrófico. Nadie sabe nada tampoco sobre el inquietante hallazgo de un arqueólogo en la Gran Pirámide de Egipto, que puede cambiar el mundo. Lo único cierto en esta cadena de enigmas y revelaciones que hielan la sangre es que algo terrible está por ocurrir, una catástrofe que la consejera en asuntos científicos del presidente deberá evitar, cueste lo que cueste.

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Gullick sonrió, y por un momento desaparecieron las arrugas de preocupación de su rostro y de su cuero cabelludo.

– Señores, la cuenta atrás continúa como estaba planificado.

Capítulo 6

Los datos fueron captados antes de que estuviera totalmente consciente. La señal procedía del noreste. La lectura de la potencia no era suficientemente detallada para indicar la distancia de la perturbación. Al verificar rápidamente el tiempo, constató que no había pasado mucho desde la última vez que despertó.

Sin embargo, esta vez sabía qué había causado la perturbación. Los datos de los sensores comprobaron la información en su memoria. La naturaleza de la señal era clara y sabía de dónde procedía.

Había que emprender una acción. Sería preciso gastar una energía preciosa. En cuanto tomó la decisión, inició la ejecución. Dio la orden. La próxima vez que esto ocurriera, estaría dispuesto y tendría unidades en el lugar.

Capítulo 7

LAS VEGAS, NEVADA. 222 horas.

– ¿Steve Jarvis?

El camarero sonrió y le señaló un reservado situado al fondo de la sala. Mientras Kelly se encaminaba hacia él, estudió al hombre que estaba sentado allí. Aunque odiaba tener que admitirlo, lo cierto es que no tenía el aspecto que había esperado. Jarvis tenía el cabello negro y liso y llevaba gafas de montura de acero. Iba bien vestido en un traje deportivo y corbata. No era precisamente lo que cabía esperar por el tema y la conversación que habían mantenido por teléfono. La miraba mientras ella se iba acercando y ella notó su decepción. «Seguramente esperaba que fuera más alta y con más curvas», pensó.

Se levantó.

– ¿Llevas la pasta?

«La primera impresión es la que vale», pensó Kelly. Sacó un sobre y se lo dio. Ahora Johnny realmente estaba en deuda con ella. Jarvis miró el sobre, pasó un dedo por los billetes y luego se sentó haciendo una señal a la camarera.

– ¿Quieres tomar algo?

– ¿Es mi ronda o la tuya? – replicó Kelly.

Jarvis rió.

– La tuya, por supuesto.

– Tomaré un refresco de cola -dijo a la camarera mientras Jarvis pedía «lo de siempre».

– ¿Qué quieres saber? – preguntó Jarvis tras apurar de un sorbo la bebida que tenía ante sí.

– Área 51 -dijo Kelly.

Jarvis volvió a reírse.

– ¿Y? Ocurren muchas cosas ahí. ¿Quieres algo en concreto?

– ¿Qué tal si empiezas y ya te diré algo en concreto mientras continúas? – replicó Kelly.

– Bien -asintió Jarvis-. Así que, lo normal. Primero, claro está, querrás saber cómo sé algo del Área 51 ¿No es así? -No esperó la respuesta-. Bueno trabajé allí entre mayo de 1991 y marzo de 1992. Estuve contratado por la ORN, la Organización de Reconocimiento Nacional. Trabajaba en sistemas de propulsión, intentando realizar el diseño a la inversa… -se detuvo-. Bueno, deja que me desvíe un poco. ¿Sabes lo que tienen en Groom Lake? ¿No?

– ¿Por qué no me lo cuentas tú?

– Nueve naves espaciales extraterrestres -dijo Jarvis-. Se encuentran en un hangar cavado dentro de la montaña. El gobierno puede volar con algunas de ellas, pero no sabe cómo funcionan los motores. Por consiguiente, tampoco pueden copiarlos. Por esto me llamaron.

– ¿Dónde consiguió el gobierno estas naves? -preguntó Kelly.

– Me has pillado -repuso Jarvis, encogiéndose de hombros-. No lo sé. Hay quien dice que se negoció por ellas, como si fuera una especie de lote interestelar de coches usados, pero no lo creo. Tal vez simplemente las encontraron. Tal vez cayeron. De todos modos, las que yo vi parecían estar intactas y no mostraban señales de haber sufrido una caída.

– ¿Para qué te contrataron?

– Para averiguar el diseño de los motores. Mi tesis doctoral en el Instituto de Tecnología de Massachussets versaba sobre la posibilidad de propulsión magnética. De hecho, ya empleamos imanes en cosas como trenes de alta velocidad, y el ejército lleva tiempo trabajando en el diseño de un arma magnética. Sin embargo, todos estos sistemas generan un campo magnético propio, que precisa gran cantidad de energía. Mi teoría consistía en que si se conseguía manipular y controlar el campo magnético existente en el planeta con un motor, se dispondría de una fuerza ilimitada de energía para una nave en la atmósfera.

– ¿Así que el gobierno te escoge porque sí y te lleva a una instalación secreta?

– No, no me escogieron porque sí. Yo ya había trabajado para el gobierno antes, en White Sands. Un contrato de colaboración con el laboratorio de propulsión aeronáutica, por el que estudié la posibilidad de emplear una larga pista magnética inclinada en un lado de la montaña para poner satélites en órbita.

– No hay muchas montañas precisamente en White Sands -dijo Kelly.

– ¿Estás comprobando mi credibilidad? -preguntó Jarvis sonriendo.

– Te he pagado quinientos dólares -repuso Kelly-. Soy yo quien hace las preguntas.

– Vale. Tienes razón -admitió Jarvis-. Es verdad que no hay muchas laderas en White Sands. Nosotros simplemente trabajamos en un plano teórico, en pequeña escala. En el mejor de los casos jamás superamos un modelo de uno treinta. Eso puede hacerse en una duna de arena.

– Así que luego te enviaron al Área 51 -interrumpió Kelly, tomando nota en un pequeño cuaderno.

– Sí. Fue bastante raro. Me presenté para trabajar en el aeropuerto McCarren de aquí, en Las Vegas, y nos pusieron en ese 737, que nos sacaba de ahí. Yo tenía una acreditación Q por mi anterior trabajo, así que todo resultaba perfecto. Sin embargo, tenían el sistema de seguridad más alto que he visto en mi vida. No podías tirarte un pedo sin que alguien te estuviera observando. El personal de seguridad daba realmente miedo, siempre husmeando con esas cazadoras negras, las gafas de sol y las metralletas.

– ¿Te quedabas a dormir en el Área 51?

– No. Nos traían y llevaban cada día en el 737. Por lo que sé, las únicas personas que vivían allí eran los militares. Todos los científicos y las abejas obreras… todos íbamos en aquel avión.

– ¿Ese avión sale cada día?

– Cada día laborable. Es un 737 sin marca con una banda roja en la parte baja del lado.

– Volvamos al Área 51 -dijo Kelly, pasando una página-. ¿Cómo era?

– Como te he dicho, estaba tremendamente vigilada. Todo estaba oculto. Los platillos estaban dentro de un gran hangar. Tenían tres de ellos parcialmente desmontados. Estuve trabajando en ellos. Tenían un diámetro de unos nueve metros. Un revestimiento de metal plateado. Parte baja, plana. Unos tres metros de los extremos a la parte superior del platillo, hemisférico hasta convertirse en un semicírculo plano de dos metros y medio de diámetro. -Jarvis finalizó su bebida y pidió otra antes de continuar.

»Lo jodido de trabajar en los motores era que realmente no había ninguno. Eso era lo que inquietaba a los militares. Ya sabes cómo está diseñado un avión: básicamente consiste en un gran motor con un pequeño sitio para que el piloto pueda sentarse. Bueno, pues esos discos estaban prácticamente vacíos en su interior. Había unas depresiones del tamaño de una persona en el centro. Supongo que era donde se sentaba la tripulación.

»Pero dejémoslo. Volvamos al tema de los motores inexistentes. Ya te he contado mi teoría: una propulsión magnética que funciona a partir de un campo de energía ya existente. La mayoría de los motores convencionales ocupan mucho sitio porque tienen que producir energía. Los motores de los discos simplemente tenían que redirigirla. Disponían de unas bobinas a lo largo del borde del disco, que estaban incorporadas en los bordes y también en el suelo. -Jarvis hizo una pausa y sonrió-. Eso explica también por qué tienen forma de platillo o de disco. Las bobinas son circulares y tienen que estar en orden para poder redirigir la energía en cualquier dirección.

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