Robert Doherty - La Cuarta Cripta

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La Cuarta Cripta: краткое содержание, описание и аннотация

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El experimento más escalofriante de todos los tiempos está a punto de comenzar. El presidente lo ignora por completo. La prensa también. Se trata de un experimento secreto, que se está llevando a cabo en una base militar de Nuevo México y que puede resultar catastrófico. Nadie sabe nada tampoco sobre el inquietante hallazgo de un arqueólogo en la Gran Pirámide de Egipto, que puede cambiar el mundo. Lo único cierto en esta cadena de enigmas y revelaciones que hielan la sangre es que algo terrible está por ocurrir, una catástrofe que la consejera en asuntos científicos del presidente deberá evitar, cueste lo que cueste.

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La puerta se abrió cuando se aproximaron. Dentro había una vagoneta para ocho pasajeros montada en un raíl eléctrico. Duncan subió al vehículo junto con Underhill, Von Seeckt, Slayden, Ferrell y Cruise. El coche se puso en marcha inmediatamente y pasaron por un túnel muy iluminado.

Underhill continuó haciendo las veces de guía.

– Hay algo más de seis kilómetros y medio hasta el hangar dos, donde encontramos la nave nodriza. De hecho, ésta es la razón por la que la base se encuentra aquí. La mayoría de la gente cree que escogimos este lugar porque se encuentra aislado pero, en realidad, eso fue simplemente un beneficio añadido.

»Esta parte de Nevada en principio se consideró como base para las primeras pruebas nucleares a principios de la Segunda Guerra Mundial, pero entonces los topógrafos descubrieron que las lecturas de algunos instrumentos se veían afectadas por un gran objeto metálico. Localizaron el lugar, excavaron y encontraron en el hangar dos lo que hoy llamamos nave nodriza. Quien fuese que dejó esta nave aquí, tenía la tecnología para crear un lugar suficientemente grande, dejarla y luego cubrirla.

La doctora Duncan no pudo evitar que se le escapara una exclamación de asombro en cuanto la vagoneta salió del túnel y penetró en una gran caverna de unos dos kilómetros y medio de longitud. El techo, de piedra perfectamente pulida, se levantaba a unos ochocientos metros sobre sus cabezas. Estaba salpicado por la luz brillante de un foco. Sin embargo, lo que llamaba la atención era el objeto negro y cilíndrico que ocupaba casi todo el recinto. La nave nodriza medía más de mil quinientos metros y unos cuatrocientos metros del bao al centro. Lo que resultaba más extraño era que la superficie de la nave estaba totalmente pulida y era de un metal negro y brillante que durante años se había resistido al análisis.

– Tuvimos que esperar cuarenta y cinco para poder determinar la composición del recubrimiento -explicó Ferrell, el físico, cuando bajaron del vehículo-. De hecho, aún no podemos reproducirlo, pero por fin sabemos lo suficiente como para, por lo menos, atravesarlo.

Lisa Duncan observó el andamio cercano a la parte frontal, si es que aquélla era la parte delantera y no la posterior, de la nave nodriza. Ésta descansaba en una compleja plataforma de puntales hechos del mismo material negro que el recubrimiento. Los lados rocosos de la caverna también estaban pulidos, y el suelo, totalmente plano.

Anduvieron a lo largo de los puntales, que parecían pequeños ante la enorme masa de la nave que sostenían. Underhill señaló con el dedo el centro cuando pasaron por él.

– La llamamos nave nodriza no sólo por su tamaño, sino también porque en el centro tiene espacio suficiente para contener todos los agitadores y una docena más. En el interior hay plataformas colgantes que tienen exactamente el tamaño necesario para sostener los agitadores. Creemos que los agitadores llegaron a la Tierra de este modo, pues, de hecho, no pueden abandonar la atmósfera con su propia energía.

– Sin embargo, todavía no hemos podido abrir las puertas exteriores de la nave de transporte -intervino Von Seeckt por primera vez-. Y vosotros pretendéis poner en marcha los motores -añadió en tono acusador mirando a Underhill.

– Bueno, Werner, ya hemos hablado de este tema -dijo Underhill.

– Nos ha llevado cuarenta y cinco años simplemente entrar -dijo Von Seeckt-. He estado aquí durante todos esos cuarenta y cinco años. Y ahora, en el transcurso de unos pocos meses, pretendéis probarlo y hacerlo volar.

– ¿Por qué le preocupa tanto eso? -preguntó la doctora Duncan. Había leído el archivo sobre Von Seeckt y, personalmente, dado el pasado de aquel hombre, no le preocupaba mucho. Sus constantes quejas no ayudaban a remediar aquella impresión.

– Si yo supiera qué es lo que me preocupa, estaría aún más preocupado -respondió Von Seeckt-. No sabemos nada sobre cómo funciona esta nave. -Se interrumpió para coger aire. Los otros miembros del grupo, a unos tres cuartos del camino hacia la proa, también lo hicieron. Luego Von Seeckt prosiguió-. Creo que parte del sistema de propulsión de esta nave funciona por gravedad. En ese caso, la gravedad de nuestro planeta. ¿Quién sabe lo que provocará al ponerse en marcha? ¿Quiere ser responsable de dañar nuestra gravedad?

– Esa es mi especialidad -intervino Ferrell-. Puedo asegurarle que no habrá problemas.

– Menudo consuelo -replicó Von Seeckt.

Una voz procedente de megafonía retumbó en la caverna: «Diez minutos para la ignición. Todo el personal debe estar en lugares de protección. Diez minutos».

– Señores, ya basta -ordenó Underhill. Se encontraban en la base del andamio-. Más tarde veremos el interior; ahora tenemos que irnos de aquí. -Se encaminó hacia una pequeña puerta situada en una pared de hormigón. Una escotilla metálica se cerró tras ellos y quedaron dentro de un bunker-. Tenemos dos hombres a bordo, en la sala de control. Lo único que harán será encender el motor, dejarlo en marcha durante diez segundos y luego apagarlo. No activarán el mecanismo de propulsión. Es igual que poner en marcha el motor de un coche sin tocar los otros mandos.

– Esperemos que así sea -murmuró Von Seeckt.

«Cinco minutos», se oyó por megafonía.

– Esto que vamos a ver será historia -anunció Underhill a la doctora Duncan.

– Hemos instalado todo tipo de instrumental de control aquí -añadió Ferrell-. Confiamos en que ello nos proporcione todos los datos que necesitamos para comprender el funcionamiento del motor.

La doctora Duncan miró a Von Seeckt, que estaba sentado en una de las sillas plegables de la pared trasera del bunker. No parecía muy interesado por lo que estaba ocurriendo.

«Un minuto.»

Se inició la cuenta atrás, y la doctora Duncan recordó los lanzamientos espaciales que había presenciado cuando era más joven.

«Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero. Iniciación.»

La doctora Duncan sintió que la invadía una sensación de náusea. Se tambaleó, luego se inclinó y sintió salir fuera de ella el desayuno que había tomado en Las Vegas. Cayó sobre las rodillas y vomitó en el suelo de cemento. Luego, todo cesó, con igual rapidez.

«Todo despejado. Todo despejado. El personal puede abandonar la zona de protección», anunció la megafonía.

La doctora Duncan se puso en pie con el sabor amargo todavía en la boca. Los hombres estaban también pálidos y debilitados pero ninguno había vomitado.

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó la doctora Duncan.

– Nada -le respondió Ferrell.

– Maldita sea. -Duncan replicó con brusquedad-. Lo he notado. Ha pasado algo.

– El motor se ha puesto en marcha y luego se ha apagado -repuso Ferrell-. En cuanto al efecto que hemos sentido, tendremos que analizar los datos. -Señaló hacia una pantalla de televisor-. Si mira la repetición verá que no ha ocurrido nada-. Y, efectivamente, en la pantalla la nave nodriza estaba totalmente inmóvil mientras la lectura digital en la esquina inferior derecha avanzaba en la cuenta atrás.

La doctora Duncan se pasó una mano por la boca y volvió a mirar a Von Seeckt, que todavía estaba quieto en su asiento. Se sintió incómoda por haber vomitado, sin embargo, la respuesta de Ferrell ante su breve malestar parecía un poco indiferente. Por primera vez se preguntó si aquel anciano no estaría tan loco como parecía.

En la sala de reuniones, Gullick y el estrecho círculo de Majic12 habían observado la prueba por vídeo, pese a que no habían podido ver nada. La nave nodriza se había quedado allí sin más, pero los datos indicaban que en efecto se había puesto en marcha y que la nave parecía funcionar perfectamente.

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