Andrew Gross - Código Azul

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El FBI lo llama código azul: cuando se sospecha que la identidad del testigo ha sido descubierta, cuando ha dejado la seguridad del programa, cuando no se sabe si está muerto o vivo… La vida de Kate se convierte en una pesadilla cuando descubre que su padre está involucrado en el caso judicial contra un poderoso cartel de narcos. Todos los miembros de su familia se convierten en testigos protegidos: han de dejar atrás su casa, su ciudad, sus trabajos, sus amigos… toda su vida. Kate se niega a entrar en el programa, aunque eso signifique separarse de los que más quiere. Una vez sola, comienza a descubrir que el FBI y su propio padre le están ocultando algo. Y que a veces, los que tenemos más cerca son los que más hemos de temer. Andrew Gross nos sumerge en el oscuro y peligroso mundo de los testigos protegidos, donde el engaño impregna todos los aspectos de la vida y cualquier paso en falso puede ser el último.

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– Papá, por favor…

– Me lo debes, Kate. No digas nada a nadie hasta que hablemos. Ni al FBI, ni a Cavetti. Ni siquiera a Greg. Sabes que nunca te haría daño, ¿verdad?

– Lo sé, papá. -Kate cerró los ojos.

– Así, ¿puedo contar contigo? ¿Me lo prometes?

Tenía la boca seca y pastosa. Asintió, y la palabra brotó de sus labios como un peso muerto:

– Sí.

– Ésa es mi pequeña. -La voz de su padre recuperó el timbre tranquilizador-. Estaremos en contacto. Ya sabes que ahora lo único que cuenta es la familia, corazón. Como siempre te he dicho. La familia. Es cuanto nos queda.

Colgó. Kate se quedó de pie en medio del austero laboratorio.

Nadie había hablado de torturar a Margaret Seymour.

¿Cómo podía saberlo? ¿Cómo podía saber las monstruosidades que le habían hecho?

Ahora lo único que contaba era la familia.

69

– ¡Kate!

Acababa de volver del trabajo. Greg estaba en no sé qué congreso de dos días por su nuevo trabajo. Había pasado por la lavandería de la Segunda Avenida y estaba metiendo la llave en la cerradura del portal de su edificio.

Kate se volvió, nerviosa, esperando ver a su padre. En los últimos días vivía con el temor de que la esperara en cada rincón.

Pero se encontró cara a cara con Phil Cavetti.

– ¿Es que nunca os limitáis a llamar en vez de presentaros así? -Kate resopló, sin saber si sentirse inquieta o aliviada.

– Hace tiempo que no te veo -respondió él disculpándose con una sonrisa-. ¿Te importa si hablamos?

– Todo va bien, Cavetti. Quería escribir, pero es que últimamente he andado algo agobiada. Ya no necesito la protección.

Él asintió con la barbilla.

– Arriba, quiero decir.

Kate no había olvidado en ningún momento cómo la habían utilizado. Que habían entrado en su piso y pinchado los teléfonos. Que se lo habían ocultado todo -la desaparición de su padre, fingiendo protegerla-, cuando a quien en realidad protegían todo el tiempo era a Mercado y sus secretos. Ahora Kate comprendía que ocultaban mucho más.

En el ascensor, Cavetti le miró el hombro y le preguntó cómo se encontraba.

– Mejor -respondió Kate, y le sonrió levemente al darse cuenta de que había sido algo brusca-. De verdad. Gracias.

– No te ofendas, pero a mí no me parece que estés tan bien.

Kate sabía que todo aquello le había hecho mella. Era consciente de que tenía el rostro algo hinchado y demacrado. Desde que había hablado con su padre no había comido del todo bien; ni dormido. Aún no podía remar. Se había olvidado de inyectarse la insulina una o dos veces. Hacía años que no tenía el azúcar tan alto.

– No se moleste en seguir haciéndome la pelota -dijo Kate-. No sirve de nada.

El ascensor se abrió en el séptimo.

– Se acuerda del sitio, ¿verdad, Cavetti? ¿Se acuerda de Fergus?

Kate abrió la puerta, el perro se acercó y olisqueó a Cavetti. El agente del WITSEC respondió al comentario asintiendo con aire culpable.

– Lleva solo todo el día, conque dispongo de un minuto antes de que se lo haga en la alfombra. ¿Quería hablar conmigo?

– Acabo de volver de Búfalo -respondió él.

Kate asintió, fingiendo estar impresionada.

– Supongo que el trabajo puede llegar a resultar aburrido, pero por lo menos tienes oportunidad de viajar a lugares desconocidos y emocionantes -dijo sentándose en el brazo del sofá.

Cavetti no la imitó.

– Han matado a una mujer en Búfalo -titubeó-. Me llamaron para que fuera a echar un vistazo.

Kate resopló con desdén.

– Ah, ¿y esta vez no hay fotos?

– Kate, escucha, por favor. -Se adelantó un paso hacia ella-. No sólo la mataron: le calcinaron las palmas de las manos. Alguien se las sostuvo sobre una llama de gas hasta que se le desollaron, literalmente. Era una mujer de cincuenta años, Kate.

– Lo siento. -Kate lo miró fijamente-. Pero ¿por qué está aquí? ¿Es que va a decirme que también fue mi padre?

– Además han asesinado a dos hombres del FBI, a una agente de los Marshals que le hacía de guardaespaldas y a un inocente.

Kate se estremeció. Sintió una punzada de dolor en el estómago. Lo lamentaba.

– Kate, tengo que preguntarte algo, y debes ser sincera conmigo, pienses lo que pienses. ¿Cuándo hablaste con él por última vez, Kate?

Ella bajó la mirada. Le daba miedo. Sabía que tenía que contárselo: lo de la foto de Mercado y su padre, lo del anciano del parque, la llamada de su padre del otro día… Habían muerto cinco personas más. Cuanto más lo ocultara, más implicada estaría. Temía que Cavetti pudiera ver a través de ella y que todo estallara.

– Kate, la mujer con las palmas de las manos quemadas. Primero una. Luego la otra. Para entonces seguramente ya se habría desmayado del dolor. Luego le pegó un tiro en la cabeza.

– No fue él.

– Era para que hablara -continuó Cavetti-. Como en Chicago. Han muerto tres más de mis hombres. Tu padre está buscando a alguien. Ya no se trata de protegerlo a él.

– Y entonces ¿de qué coño se trata?

Kate lo fulminó con la mirada.

«Sé lo de Mercado -quería decir-. Sé que habéis estado protegiéndolo todo este tiempo. ¿Qué queréis de mi padre?»

– ¿Has sabido de él, Kate? ¿Sabes dónde está?

– No.

– Tienes que decírmelo, Kate, independientemente de lo que opines del WITSEC… o de mí. Sé que no he sido del todo sincero, pero cuando vine aquí, como ahora, sólo perseguía una cosa: tu absoluta seguridad. Arriesgaría mi propia vida por eso. Si ocultas algo, estás involucrándote más en un asunto que no podrás controlar.

Tenía razón. Se estaba poniendo justo en medio. Habían muerto cinco personas más. Pero ¿qué iba a hacer ella? ¿Encontrarse con su padre y que se lo llevaran esposado?

Kate lo miró detenidamente.

– No puedo ayudarlo. -Sacudió la cabeza.

El agente del WITSEC asintió. Kate sabía que no estaba convencido. Cavetti se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó un papel doblado.

Otra fotografía.

– Ya sabía que no podría resistirse, Cavetti.

– Lo que voy a enseñarte sólo lo han visto unas cuantas personas. -Tal como estaba doblada la foto, sólo se veía la mitad-. Quiero que la mires atentamente y me digas si has visto antes a este hombre.

Se la dio. A Kate le tembló la mano al cogerla. Cuando la miró, se le paró el corazón.

Era el hombre del parque. Óscar Mercado. Con la barba raída, la gorra de tweed plana. Como si hubieran hecho la foto justo el día antes.

Sintió que la recorría una descarga. No sabía en qué se estaba metiendo, sólo que cada vez se metía más. Y ya no sabía quién decía la verdad.

Sus ojos se encontraron con los de Cavetti.

– No.

El agente del WITSEC asintió con un suspiro escéptico. Kate le devolvió la foto. Él la miró como si llevara la mentira impresa en el rostro.

– Eres una chica lista, Kate, pero ahora necesito que seas más lista que nunca y honesta conmigo. ¿ Estás segura?

– ¿Quién es?

– Nadie. -Cavetti se encogió de hombros-. Sólo una cara.

Tal vez si se lo decía ella podría hacer lo mismo, pensó. También era su oportunidad de sincerarse.

Ella volvió a negar con la cabeza.

– No.

– Como hoy estoy de estrenos -el agente se alisó el pelo cano-. so-, voy a hacer otra cosa que nunca he hecho antes.

Esta vez se llevó la mano al bolsillo lateral y sacó un objeto sólido, envuelto en un pañuelo blanco.

A Kate se le puso el corazón en un puño.

– No puede rastrearse -le explicó Cavetti-. Si alguna vez sale a la luz que te la he dado, lo negaré. No pueden relacionarla conmigo. Guárdala en un cajón; puede que la necesites. No puedo decirte más. Lleva un seguro en un extremo. Se retira. ¿Lo entiendes?

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