Minette Walters - La Escultora

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Rosalind Leigh, una periodista en plena crisis creativa y de identidad, se ve forzada a abordar una obra de investigación sobre un caso que conmocionó al país años antes: el de Olive Martin, condenada a veinticinco años de prisión por el asesinato y descuartizamiento de su madre y hermana. Olive se habia declarado culpable.
Olive, -gorda, desmañada, infatigable autora de muñecos de cera de carácter mágico, por lo que en la prisión es llamada La Escultora -, lo tiene todo para resultar antipática. Sin embargo, desde el principio Rosalind es capaz de intuir bajo tan poco favorecedora superficie el desamor y el desamparo. Comienza a sospechar que las protestas de culpabilidad de Olive son falsas.
Se trata de una posibilidad remota y hasta inquietante: ¿Podria ser inocente Olive? Y si así fuera, ¿a quién protege autoinculpándose? Rosalind empieza a bucear en un pasado bajo cuya apariencia de normalidad detecta un turbio remolino de pasiones, odios y desencuentros, tan brutal que sólo podía resolverse en la violencia.

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Se despidió de la hermana Bridget, dio la vuelta al coche en dirección al Poacher y puso en marcha el estéreo con una pieza de Pavarotti. Eligió deliberadamente un espectro. La potente voz surgió de los altavoces y Roz la escuchó sin pesar.

En el restaurante no había nadie; llamó y no obtuvo respuesta ni en la puerta delantera ni en la trasera. Cogió el coche para ir hasta la cabina que había utilizado la noche anterior, marcó un número y esperó un rato por si Hal estaba durmiendo. Al comprobar que no había respuesta, colgó y volvió al coche. No estaba preocupada -en realidad, Hal era capaz de cuidarse a sí mismo mucho mejor que los demás hombres que conocía- y ella tenía cosas urgentes que hacer. Cogió una cámara automática con un potente zoom de la guantera -una herencia del divorcio- y comprobó si había película en su interior. Luego, accionando la llave del contacto, se introdujo entre el tráfico.

Tuvo que esperar dos horas, agachada en una posición incómoda en el asiento de atrás, pero su paciencia se vio recompensada. Cuando por fin el Svengali [2]de Olive salió de la puerta delantera, se mantuvo unos segundos inmóvil ofreciéndole una perspectiva perfecta de su rostro. Con el aumento del zoom, aquellos ojos oscuros dirigían su mirada justo hacia ella al disparar; luego se desviaron hacia la senda flanqueada de árboles para observar el creciente tráfico. Roz notó cómo se le erizaba el pelo de la nuca. Era imposible que él la hubiera visto -el coche estaba aparcado en la dirección opuesta a la de él y la lente de la cámara estaba apoyada en su bolso, en la ventanilla de atrás-; sin embargo no cesaba de temblar. Las fotos de los cadáveres mutilados de Gwen y Amber, que permanecían a su lado en el asiento, constituían un terrible recordatorio de que se la estaba jugando con un psicópata.

Llegó a su piso acalorada y cansada por la sofocante temperatura de aquel verano a punto de iniciarse. La sensación invernal de los tres días anteriores se había desvanecido en el brillante cielo azul, con la promesa de un tiempo más caluroso. Abrió las ventanas del piso y dejó que entrara a través de ellas el estruendo del tráfico de Londres. Se notaba más que de costumbre, lo que le recordó por un momento la tranquilidad y la belleza de Bayview.

Mientras se servía un vaso de agua comprobó si había mensajes en el contestador, y constató que la cinta estaba como la había dejado: limpia. Marcó el número del Poacher y escuchó, en esta ocasión con un ansia creciente, el inútil timbre del otro lado del hilo. ¿Dónde demonios estaba? Mordisqueó, frustrada, el nudillo de su dedo gordo y luego llamó a Iris.

– ¿Qué diría Gerry si le pidieras con toda la amabilidad del mundo que se pusiera la toga de abogado -Gerald Fielding trabajaba en un bufete de mucho prestigio en Londres-, llamara a la comisaría de Dawlington y llevara a cabo un discreta investigación antes de que llegara el fin de semana y todo se paralizara?

Iris no solía andarse con rodeos.

– ¿Por qué? -preguntó-. ¿Qué saco yo con ello?

– Mi tranquilidad de espíritu. Ahora mismo estoy demasiado crispada como para ponerme a escribir.

– Hum… ¿por qué?

– Estoy preocupada por mi sospechoso policía.

– ¿Tu sospechoso policía? -preguntó la otra, intrigada.

– Claro.

Iris notó el humor en el tono de su amiga.

– No me digas -exclamó desconcertada- que estás colada por él. No decías que era una fuente…

– Y lo es… de inagotable fantasía erótica.

Iris soltó un gruñido.

– ¿Cómo puedes escribir algo objetivo sobre policías corruptos si estás loca perdida por uno de ellos?

– ¿Y quién te dice que es corrupto?

– Tiene que serlo, si Olive es inocente. ¿No decías que él le hizo confesar?

«Es una lástima que no seas católica. Podrías confesarte y enseguida te sentirías mejor…»

– ¿Sigues ahí?-preguntó Iris.

– Sí. ¿Lo hará, Gerry?

– ¿Por qué no llamas tú misma?

– Porque estoy implicada en ello y pueden reconocer mi voz. Hice una llamada al 999.

Iris gruñó de nuevo.

– ¿Pero en qué lío te has metido?

– En ningún delito, por lo menos que yo sepa. -Oyó una exclamación de horror al otro lado del hilo-. Oye, todo lo que tiene que hacer Gerry es formular una serie de preguntas inocentes.

– ¿Tendrá que mentir?

– Un par de mentiras piadosas.

– Le dará un ataque. Conozco a Gerry. Empieza con un sudor frío con sólo que le menciones alguna falsedad. -Suspiró ruidosamente-. Eres un desastre. ¿Te das cuenta de que tendré que camelarle con promesas de ser buena? A partir de aquí mi vida no valdrá la pena.

– Eres un cielo. Oye, estos son los únicos detalles que debe conocer Gerry: está intentando ponerse en contacto con su cliente, Hal Hawksley, del Poacher, en la calle Wenceslas de Dawlington. Tiene sus razones para suponer que han asaltado el Poacher y le interesa saber si la policía sabe cómo localizar a Hal. ¿De acuerdo?

– No, no estoy de acuerdo, pero veré qué puedo hacer. ¿Estarás por aquí esta noche?-

– Sí, mano sobre mano.

– Preferiría que las pusieras sobre el teclado -respondió Iris, huraña-. Estoy hasta la coronilla de ser la que saca las castañas del fuego en esta relación tan desigual que tenemos.

Tuvo las fotos reveladas en una hora en el establecimiento de High Street, tiempo que dedicó a hacer unas compras. Esparció las copias sobre la mesita de la sala de estar y las observó detenidamente. Puso las de Svengali, los dos primeros planos de su rostro y algunas de cuerpo entero en las que se le veía de espaldas mientras se alejaba, a un lado y sonrió ante el resto. Había olvidado revelarlas. A posta, pensó. Eran fotos de Rupert y Alice jugando en el jardín el día del cumpleaños de Alice, una semana antes del accidente. Recordó que aquel día habían establecido una tregua, en honor de Alice. Y la habían mantenido, hasta cierto punto, si bien, como siempre, quien se había negado a ir más allá había sido Roz. Todo iba bien siempre que ella fuera capaz de mantenerse fría, mientras Rupert no dejaba de disparar sus envenenados dardos sobre Jessica, el piso de Jessica, el trabajo de Jessica… Las fotos reflejaban una vez más la alegría de Alice por haber reunido a sus padres.

Roz las apartó con cuidado y rebuscó en la bolsa de la compra, en la que había celofán, un pincel y tres tubos de pintura acrílica. Luego, mordisqueando un pastel de carne, se puso manos a la obra.

De vez en cuando hacía una pausa para sonreír a su hija. Podía haberlas revelado antes, comentó a La señora Antrobus, que se había instalado como un ovillo en su regazo. La muñeca de trapo que presentaron los periódicos nunca fue Alice. Aquélla era Alice.

– Está hecho -dijo Iris secamente por teléfono dos horas después-, y han amenazado a Gerry con todo tipo de perrerías si no les comunica el paradero de su cliente en el preciso minuto en que lo localice. Existe una orden de busca y captura contra él. ¿Dónde demonios encuentras a gente tan espantosa? Tendrías que buscarte un novio encantador como Gerry -siguió seriamente-, que no tuviera en la cabeza cosas como pegar a las mujeres o meterlas en actividades delictivas.

– Ya lo sé -dijo Roz tranquilamente-, pero los chicos encantadores ya están ocupados. ¿Le precisaron el cargo que hay contra Hal?

– Yo más bien diría cargos. Incendio premeditado, resistencia a la autoridad, agresión, fuga del lugar del delito. Todos los que quieras. Si se pone en contacto contigo no te molestes en informarme. Gerry ya se está comportando como aquél que conocía la identidad de Jack el Destripador, pero manten la boca cerrada. Le va a dar un ataque al corazón con sólo pensar que sé dónde está.

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