Había demasiados datos desconocidos en la historia, pero lo que parecía obvio desde este punto de vista es que Backus había cerrado el ciclo. Hizo planes para acabar su fuga en el desierto en un estallido de gloria: eliminar a sus dos protegidos, McCaleb y Rachel, en una manifestación de patológica maestría, y dejar atrás en un remolque un cadáver calcinado y destrozado que plantearía la cuestión de si estaba vivo o muerto. En años recientes Saddam Hussein y Osama Bin Laden habían recorrido largos trechos dejando tras ellos idéntica cuestión. Quizá Backus se veía a sí mismo en el mismo nivel.
Los libros en el bidón de basura eran lo que más me preocupaba. A pesar de que Rachel les hubiera restado importancia porque se desconocían las circunstancias de su incineración, me seguían pareciendo una pieza importante del caso. El libro quemado daba una indicación de una parte del plan del Poeta que nadie conocía todavía.
Al recordar el fragmento de recibo que había visto en el libro abrí mi teléfono móvil, comprobé que tenía cobertura y marqué el número de información de Las Vegas. Pregunté si constaba un negocio llamado Book Car, pero la operadora me dijo que no. Estaba a punto de colgar cuando ella me dijo que, sin embargo, había una tienda llamada Book Caravan en Industry Road. Le dije que lo probaría y ella me pasó.
Supuse que la tienda estaría cerrada porque era tarde. Esperaba que me saliera una grabación en la que pudiera pedirle al propietario que me llamara por la mañana. Pero al cabo de dos tonos una voz áspera contestó la llamada.
– ¿Está abierto?
– Veinticuatro horas. ¿Qué desea?
Me hice una idea de la clase de tienda que era por el horario. Lo intenté de todos modos.
– No venden libros de poesía, ¿no?
El hombre de voz áspera se rió.
– Muy gracioso -dijo-. Ya que lo dices, gárrulo, sí que tengo poesía, que te den por el culo.
Volvió a reírse y me colgó. Cerré el teléfono y no pude evitar reírme de la improvisada rima fácil.
Book Caravan parecía una pista falsa, pero llamaría a Rachel por la mañana y le diría que podría valer la pena buscar conexiones con Backus…
La luz de mis faros hizo surgir un cartel verde de entre la oscuridad.
ZZYZX ROAD
1 MILLA
Pensé en salir y enfilar la carretera bacheada del desierto en la oscuridad. Me pregunté si todavía habría un equipo forense trabajando en la fosa común. Pero ¿cuál sería el sentido de recorrer esa carretera salvo atraer a los fantasmas de los muertos? Pasé de largo el desvío y seguí conduciendo, dejando en paz a los fantasmas.
La cerveza y media que me había tomado con Rachel demostró ser un error. En Victorville empecé a sentirme cansado por el exceso de cavilaciones con el añadido del alcohol. Paré a comprar café en un McDonald's que todavía permanecía abierto y que estaba diseñado para parecer una estación de tren. Compré dos cafés y dos galletas dulces y me senté en un reservado, en un viejo vagón de tren, a leer el archivo de Terry McCaleb sobre la investigación del Poeta. Empezaba a conocer de memoria el orden de los informes y sus resúmenes.
Después de una taza de café, no se me ocurrió nada y cerré el archivo. Necesitaba algo nuevo. Necesitaba o bien dejarlo estar y confiar y esperar en que el FBI haría su trabajo o encontrar un nuevo ángulo a seguir.
No estoy en contra del FBI. Mi opinión es que es la agencia policial más concienzuda, bien equipada e implacable del mundo. Su problema radica en su tamaño y en las muchas grietas en las comunicaciones entre oficinas, brigadas y etcétera etcétera hasta llegar a los propios agentes. Sólo hacía falta una debacle como la del 11-S para que al mundo le quedara claro lo que la mayoría de la gente del mundillo policial, incluidos agentes del FBI, ya sabía.
Como institución se cuida en demasía de su reputación y la política tiene un peso excesivo desde los tiempos de J. Edgar Hoover.
Eleanor Wish conoció a un agente que había estado asignado al cuartel general de Washington en la época en que lo dirigía J. Edgar. Decía que la ley no escrita era que si un agente estaba en el ascensor y entraba el director, al agente no se le permitía dirigirse a él, ni siquiera decirle hola, y se le pedía que bajara de inmediato para que el gran hombre pudiera subir solo y sopesar su gran responsabilidad. La anécdota siempre me impactó por alguna razón. Creo que porque reflejaba la arrogancia absoluta del FBI.
El resumen era que no quería llamar a Graciela McCaleb y decirle que el asesino de su marido seguía en libertad y que el FBI se ocuparía de ello. Quería ocuparme yo. Se lo debía a ella y a Terry, y yo siempre pago lo que debo.
Otra vez en la carretera, el café y el azúcar me pusieron de nuevo en marcha y aceleré hacia la Ciudad de los Ángeles. Cuando llegué a la autovía 10 me recibió la lluvia y el tráfico se enlenteció. Busqué en el dial la KFWB y me enteré de que había llovido todo el día y no se esperaba que dejara de hacerlo hasta el fin de semana. Estaban emitiendo un reportaje en directo desde Topanga Canyon, donde los residentes estaban poniendo sacos de arena en puertas y garajes en espera de lo peor. Los peligros eran los corrimientos de barro y las inundaciones. Los incendios catastróficos que habían asolado las colinas el año anterior habían dejado poco suelo para absorber la lluvia. Todo bajaba.
Sabía que con semejante clima tardaría una hora más en llegar a casa. Miré mi reloj. Apenas pasaba de medianoche. Había planeado esperar hasta llegar a casa para llamar a Kiz Rider, pero decidí que entonces podría ser demasiado tarde. Abrí mi teléfono y marqué el número de su casa. Ella contestó de inmediato.
– Kiz, soy Harry. ¿Estás levantada?
– Claro, Harry. No puedo dormir cuando llueve.
– Ya te entiendo.
– Bueno, ¿cuál es la buena noticia?
– Todos cuentan o no cuenta nadie.
– ¿Qué significa?
– Acepto si tú aceptas.
– Vamos, Harry, no me lo cuelgues a mí.
– Acepto si tú aceptas.
– Vamos tío, yo ya he aceptado.
– Ya sabes lo que quiero decir. Esta es tu salvación, Kiz. Nos hemos desviado del camino. Ya es hora de que volvamos a él.
Esperé. Hubo un largo silencio hasta que ella habló finalmente.
– El jefe se va a poner hecho una furia. Me ha puesto en muchas cosas.
– Si es el hombre que dices que es lo entenderá. Tú harás que lo entienda.
Más silencio.
– Vale, Harry, vale, acepto.
– Muy bien. Me pasaré mañana y firmaré.
– Perfecto, Harry, te veo entonces.
– Sabías que llamaría, ¿verdad?
– Ponlo de esta manera, los papeles que tienes que firmar los tengo encima de mi escritorio.
– Siempre fuiste demasiado lista para mí.
– Lo digo en serio que te necesitamos. Ese es el resumen. Pero tampoco creo que hubieras aguantado mucho por tu cuenta. Conozco a tíos que entregaron la placa y siguieron el camino de la investigación privada, o que venden casas, coches, electrodomésticos, incluso libros. Funciona para la mayoría de ellos, pero no para ti, Harry. Supongo que tú también lo sabías.
Yo no dije nada. Estaba mirando en la oscuridad que se hallaba más allá del alcance de mis luces. Algo que Kiz había dicho había provocado la avalancha.
– Harry, ¿sigues ahí?
– Sí, escucha, Kiz, acabas de decir libros. Conocías a un tipo que se retiró y vende libros. ¿Es Ed Thomas?
– Sí, llegué a Hollywood seis meses antes de que él presentara sus papeles. Él lo dejó y abrió una librería en Orange.
– Ya lo sé. ¿Has estado alguna vez?
– Sí, una vez estuvo Dean Koontz firmando libros allí. Lo vi en el periódico. Es mi favorito y no firma en muchos sitios. Así que fui. La cola llegaba hasta la puerta y seguía por la acera, pero en cuanto Ed me vio me invitó a entrar y me lo presentó. Conseguí mi libro firmado. De hecho, fue incómodo.
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