Me estaba acostumbrando a la conducción, dejando que los hechos del caso rodaran en mi mente, cuando sonó mi móvil. Supuse que sería Buddy Lockridge, haciendo un último ruego para ser incluido, pero era Kiz Rider. Había olvidado llamarla.
– Bueno, Harry, parece que no merezco ni siquiera una llamada tuya.
– Lo siento, Kiz, iba a llamarte. He tenido una mañana ocupada y me había olvidado.
– ¿Mañana ocupada? Se supone que estás retirado. ¿No estarás metido en otro caso?
– De hecho, estoy conduciendo hacia Las Vegas. Y seguramente estoy a punto de perder la señal. ¿ Qué pasa?
– Bueno, he visto a Tim Marcia esta mañana cuando tomaba café. Me dijo que habías hablado con él.
– Sí, ayer. ¿Es sobre ese asunto de los tres años de que me habló?
– Sí, Harry. ¿Has pensado en ello?
– Me enteré ayer, no he tenido tiempo de pensarlo.
– Creo que deberías hacerlo, Harry. Te necesitamos aquí.
– Me alegra oírlo, sobre todo de ti, Kiz. Pensaba que era png para ti.
– ¿Qué significa eso? -Persona non grata.
– Vamos. No hay nada que el tiempo no cure. En serio, nos servirías aquí. Podrías trabajar en la unidad de Tim si quieres.
– ¿Si quiero? Kiz, parece que lo único que tenga que hacer sea entrar allí y firmar en la línea de puntos. ¿Crees que todo el mundo en ese edificio va a estar allí para darme la bienvenida? ¿Van a estar en fila en el pasillo de la sexta planta para tirarme arroz mientras yo entro en el despacho del jefe?
– ¿Estás hablando de Irving? A Irving lo han degradado. Dirige el departamento de planificación. Harry, te estoy llamando para decirte que si quieres volver, ya estás dentro. Es así de sencillo. Después de hablar con Tim subí a la sexta planta para mi reunión habitual de las nueve de la mañana con el jefe. Te conoce. Conoce tu trabajo.
– Pues no sé cómo, porque yo ya me había ido antes de que lo trajeran de Nueva York o Boston o de dónde viniera.
– Te conoce porque yo le he hablado de ti, Harry. Mira, no vamos a discutir sobre esto, ¿vale? No hay ningún problema. Lo único que te estoy diciendo es que te lo pienses. El reloj corre y deberías pensarlo. Puedes ayudarnos y ayudar a la ciudad, y quizás incluso ayudarte a ti mismo, depende de dónde estés en el mundo.
Esta última parte planteaba una buena pregunta. ¿Dónde estaba en el mundo? Lo pensé un momento antes de responder.
– Sí, vale, Kiz, te lo agradezco. Y gracias por hablarle de mí al jefe. Dime una cosa, ¿cuándo botaron a Irving? No me había enterado.
– Hace unos meses. Creo que el jefe pensaba que estaba metido en demasiados fregados. Lo apartó.
No pude evitar sonreír. No porque el subdirector Irvin Irving me hubiera tenido siempre con las orejas gachas, sino porque sabía que un hombre como Irving no iba a permitir que nadie lo apartara, como había dicho Kiz.
– El tío conoce todos los secretos -dije.
– Lo sé. Estamos esperando su jugada. Estaremos preparados.
– Buena suerte.
– Gracias. ¿Entonces qué, Harry?
– ¿Qué? ¿Quieres que te conteste ahora? Pensaba que sólo me habías dicho que lo pensara.
– Creo que un tipo como tú ya sabe la respuesta.
Sonreí otra vez, pero no respondí. Ella estaba perdiendo el tiempo en administración. Debería volver a homicidios. Sabía cómo interpretar a la gente mejor que nadie con quien hubiera trabajado.
– Harry, ¿recuerdas lo que me dijiste cuando me pusieron de compañera tuya?
– Um, ¿mastica la comida, lávate los dientes después de cada comida?
– Hablo en serio.
– No lo sé, ¿qué?
– Todos cuentan o no cuenta nadie.
Asentí y me quedé un momento en silencio.
– ¿Recuerdas?
– Sí, recuerdo.
– Es un leitmotiv .
– Supongo
– Bueno, piensa en eso mientras meditas en tu vuelta.
– Si vuelvo voy a necesitar un compañero.
– ¿Qué, Harry? Te estoy perdiendo.
– Voy a necesitar un compañero.
Hubo una pausa y supuse que ella también estaba sonriendo.
– Es una posibilidad. Tú… -No terminó.
Creo que sabía lo que ella iba a decir.
– Apuesto a que lo echas de menos tanto como yo -le dije.
– Harry, estás perdiendo la cobertura. Llámame cuando… no tardes.
– Vale, Kiz. Te lo haré saber.
Seguía sonriendo cuando cerré el teléfono. No hay nada como ser esperado o ser querido o ser bienvenido. Ser valorado.
Sin embargo, también me seducía la idea de volver a llevar placa para hacer lo que tenía que hacer. Pensé en Ritz de la policía metropolitana de Las Vegas y en cómo me había tratado; en cómo tenía que luchar sólo para conseguir la atención y la ayuda de alguna gente. Sabía que mucho de eso desaparecería en cuanto recuperara la placa. En los últimos dos años había aprendido que la placa no necesariamente hace al hombre, pero sin ninguna duda hace que el trabajo del hombre sea más sencillo. Y para mí se trataba de algo más que un trabajo. Sabía que, con placa o sin ella, había una cosa en este mundo que podía y debía hacer. Tenía una misión en esta vida, igual que Terry McCaleb. Haber pasado el día anterior en su tienda de los horrores flotante, examinando sus casos y su dedicación a su misión, me había hecho darme cuenta de lo que era importante y de lo que tenía que hacer. Al morir, mi compañero silencioso podía haberme salvado.
Después de cuarenta minutos de meditar sobre mi futuro y de considerar las opciones, llegué al cartel que había visto en la foto del ordenador de Terry.
ZZYZX ROAD
1 MILLA
No era el mismo cartel, lo supe por el horizonte de fondo. La foto se había tomado desde el otro lado, por alguien que se dirigía a Los Ángeles desde Las Vegas. No obstante, sentí un profundo tirón de anticipación. Todo lo que había visto, oído o leído desde que Graciela me había llamado conducía a ese lugar. Puse el intermitente y tomé la salida de la interestatal.
A media mañana del día posterior a la llegada de Rachel Walling, los agentes asignados a lo que había sido bautizado como el «caso de Zzyzx Road» se reunieron en persona o por videoconferencia en la sala de la tercera planta del edificio John Lawrence Bailey, en Las Vegas. La sala no tenía ventanas y estaba mal ventilada. Una fotografía de Bailey, un agente asesinado en el atraco a un banco veinte años antes, presidía la reunión.
Los agentes que asistían estaban sentados ante mesas alineadas de cara a la parte delantera de la sala. Allí se encontraba Randal Alpert y un emisor y receptor de vídeo que estaba conectado por línea telefónica con la sala de brigada de Quantico, Virginia. En pantalla, la agente Brasilia Doran estaba esperando para facilitar su informe. Rachel estaba en la segunda fila de mesas, sentada sola. Sabía cuál era su lugar y trataba de mostrarlo de forma externa.
Alpert convocó la reunión presentando cortésmente a los presentes. Rachel pensaba que era una gentileza con ella, pero no tardó en darse cuenta de que no todos los presentes en persona o los conectados de manera audiovisual conocían a todos los demás.
Alpert identificó en primer lugar a Doran, también conocida como Brass, en línea desde Quantico, donde manejaba la información recopilada y actuaba de enlace con el laboratorio nacional. A continuación el agente especial al mando pidió a todos los presentes sentados en la sala que se identificaran e informaran de su especialidad o posición. La primera era Cherie Dei, que declaró que era la agente del caso. A su lado estaba su compañero, Tom Zigo. El siguiente era John Cates, agente representante de la oficina de campo local y el único participante en la reunión que no era de raza blanca.
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