Michael Connelly - Cauces De Maldad

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Bosch investiga esta vez la muerta del ex pro filer del FBI. Terry McCaleb (protagonista de Deuda de sangre, libro que fue llevado al cine de la mano de Clint Eastwood). Sus indagaciones le inducen a sospechar que el tristemente famoso asesino en serie conocido como el Poeta -al que se daba por muerto-podría hallarse involucrado en la repentina defunción de McCaleb. Bosch decidirá entonces pedir la ayuda de la agente del FBI Rachel Welling, encargada en su día de la investigación de los crímenes cometidos por el Poeta.

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Mientras Doran continuaba, Dei abrió una carpeta y sacó una foto del barco. La sostuvo para que Rachel lo viera, puesto que nunca había visto el barco. Cuando ella había llegado al emplazamiento de la excavación, el barco ya estaba en Nellis. Pensó que era sorprendente y típico que el FBI pudiera acaparar tal cantidad de información sobre un barco varado en el desierto, pero tan poca en relación con el crimen con el que estaba relacionado.

– En nuestro primer análisis no pudimos llegar al interior de los agujeros de agarre. Cuando desmontamos la pieza sí lo conseguimos. Aquí es donde tuvimos suerte, porque este pequeño hueco estuvo en gran medida protegido de los elementos.

– ¿Y? -preguntó Alpert, con impaciencia. Obviamente no estaba interesado en el trayecto, sólo quería saber el destino final.

– Y sacamos dos huellas de la parte de babor del agarre de proa. Esta mañana las hemos cotejado en las bases de datos y casi al momento obtuvimos un resultado. Esto va a sonar extraño, pero las huellas eran de Terry McCaleb.

– ¿Cómo puede ser eso? -preguntó Dei.

Alpert no dijo nada. Su mirada bajó a la mesa que tenía ante sí. Rachel también se quedó sentada tranquilamente, con su mente ganando velocidad para procesar y entender este último fragmento de información.

– En algún momento puso la mano en el agujero de agarre del barco, es la única forma de que pasara -dijo Doran.

– Pero está muerto -dijo Alpert. -¿Qué? -exclamó Rachel.

Todos los presentes en la sala se volvieron a mirarla. Dei asintió lentamente con la cabeza.

– Murió hace un mes. De un ataque al corazón. Supongo que la noticia no llegó a Dakota del Sur.

La voz de Doran sonó a través del altavoz.

– Rachel, lo siento mucho. Debería habértelo dicho, pero estaba tan consternada que me fui directamente a California. Lo siento. Tendría que haberte llamado.

Rachel se miró las manos. Terry McCaleb había sido su amigo y colega. Era uno de los empáticos. De repente sintió una repentina y profunda sensación de pérdida, a pesar de que no había hablado con él en años. Sus experiencias compartidas los habían unido de por vida, y ahora esa vida había terminado para él.

– Muy bien, gente, vamos a tomar un descanso -dijo Alpert-. Quince minutos y volvemos aquí. Brass, ¿puedes volver a llamar?

– Lo haré. Tengo más información.

– Ya hablaremos entonces.

Todos desfilaron en busca de café o de los lavabos. Rachel se quedó sola.

– ¿Está usted bien, agente Walling? -preguntó Alpert.

Ella levantó la mirada. Lo último que iba a hacer era dejar consolarse por él.

– Estoy bien -dijo, moviendo la mirada a la pantalla en blanco de la televisión.

17

Rachel se quedó sola en la sala de conferencias. Su shock inicial dio paso a una oleada de culpa. Terry McCaleb había tratado de contactar con ella a lo largo de los años. Ella había recibido los mensajes, pero nunca había respondido. Sólo le había enviado una tarjeta y una nota cuando estuvo en el hospital recuperándose del trasplante. Eso había sido cinco o seis años antes. No podía recordarlo con precisión. Sí recordaba con claridad que no había puesto remite en el sobre. En ese momento se dijo a sí misma que lo hacía porque no iba a quedarse en Minot mucho tiempo. Sin embargo, entonces ya sabía que la verdadera razón era que no quería mantenerse en contacto con McCaleb. No quería las preguntas acerca de las elecciones que había hecho. No quería ese vínculo con el pasado.

Ahora ya no tenía que preocuparse, el vínculo se había perdido para siempre.

La puerta se abrió y Cherie Dei asomó la cabeza.

– Rachel, ¿quieres una botella de agua?

– Claro, muy amable. Gracias.

– ¿Pañuelos?

– No, no pasa nada. No estoy llorando.

– Enseguida vuelvo. -Dei cerró la puerta.

– No lloro -dijo Rachel a nadie.

Puso los codos en la mesa y hundió la cara en sus manos. En la oscuridad vio un recuerdo. Ella y Terry en un caso. No eran compañeros, pero Backus los había puesto juntos en aquella ocasión. Se trataba del análisis de una escena del crimen. Una de las malas. Alguien había atado a una madre y su hija y las había arrojado al agua. La hija se había aferrado con tanta fuerza a un crucifijo que éste le quedó grabado en la mano. La marca todavía era visible cuando se hallaron los cadáveres. Terry estaba trabajando con las fotos y Rachel fue a la cafetería a buscar café. Cuando volvió notó que él había estado llorando. Fue entonces cuando supo que era un empático, uno de los suyos.

Dei volvió a entrar en la sala y puso una botella de agua mineral y un vaso de plástico delante de ella. -¿Estás bien?

– Sí, bien. Gracias por el agua.

– Fue un shock . Yo apenas lo conocía y me quedé de piedra cuando corrió la voz.

Rachel se limitó a asentir. No quería hablar de ello. Sonó el teléfono y Rachel se estiró hacia él antes que Dei. Cogió el aparato en lugar de pulsar el botón de teleconferencia. Esta vez tuvo ocasión de hablar privadamente con Doran en primer lugar. Al menos, la parte de Doran no sería oída por todos.

– ¿Brass?

– Rachel, hola, lo siento mucho, no…

– No te preocupes. No es tu trabajo mantenerme informada de todo.

– Ya lo sé, pero esto tendría que habértelo dicho.

– Probablemente estaba en alguno de los boletines y se me pasó. Resulta extraño enterarse de esta forma.

– Ya lo sé, lo siento.

– ¿Fuiste al funeral?

– Al servicio, sí. Fue en la isla donde vivía, en Catalina. Fue muy bonito, y muy triste. -¿Había muchos agentes?

– No, no demasiados. Era bastante difícil de llegar. Había que tomar un ferry . Pero había unos cuantos policías y familia y amigos. Estuvo Clint Eastwood. Creo que llegó en su propio helicóptero.

La puerta se abrió y entró Alpert. Parecía renovado, como si hubiera estado respirando oxígeno puro durante el receso. Los otros dos agentes, Zigo y Gunning, lo siguieron y tomaron asiento.

– Estamos listos para empezar -dijo Rachel a Doran-. Ahora voy a poneros en pantalla.

– Vale, Rachel. Hablamos después.

Rachel le pasó el teléfono a Alpert, quien lo puso en modo teleconferencia. Doran apareció en pantalla, con aspecto más cansado que antes.

– Bueno -dijo Alpert-. ¿Listos para continuar?

Después de que nadie dijera nada, él prosiguió.

– Muy bien, pues, ¿qué significan estas huellas en el barco?

– Significan que hemos de descubrir cuándo y por qué McCaleb estuvo en el desierto antes de morir -dijo Dei.

– Y significa que hemos de ir a Los Ángeles y echar un vistazo a su muerte -intervino Gunning-, sólo para asegurarnos de que su ataque al corazón fue un ataque al corazón.

– Estoy de acuerdo con eso, pero será un problema -dijo Doran-. Lo incineraron.

– Esto apesta -dijo Gunning.

– ¿Hubo autopsia? -preguntó Alpert-. ¿Se recogieron sangre y tejidos?

– Eso no lo sé -dijo Doran-. Lo único que sé es que lo incineraron. Fui al funeral. La familia echó las cenizas por la borda de su barco.

Alpert miró las caras de los reunidos en la sala y se detuvo en Gunning.

– Ed, ocúpate tú. Ve allí y a ver qué puedes encontrar. Hazlo deprisa. Llamaré a la oficina de campo y les diré que os dejen la gente que necesitéis. Y, por el amor de Dios, mantened a la prensa alejada. McCaleb era una celebridad menor por la cuestión de la película. Si la prensa huele algo de esto se nos echará encima.

– Entendido.

– ¿Otras ideas? ¿Sugerencias?

Nadie dijo nada al principio. Después Rachel se aclaró la garganta y habló con calma.

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