A continuación, repasé el extracto de la tarjeta de crédito y la factura del teléfono. Ya los había mirado en presencia de Graciela, pero quería revisarlos más concienzudamente. Presté una mayor atención al final de febrero y el principio de marzo, fechas de las que Graciela aseguraba que su marido había estado en el continente. Por desgracia, no había ninguna adquisición con tarjeta de crédito ni llamada de teléfono hecha desde su móvil que me revelara dónde había estado. Era casi como si no hubiera querido dejar ningún rastro.
Al cabo de media hora, el barco atracó en el puerto de Los Ángeles y fondeó junto al Queen Mary , un crucero permanentemente amarrado y convertido en hotel y centro de convenciones. Mientras recorría el aparcamiento hacia mi coche, oí un grito. Al volverme, vi a una mujer que rebotaba y se bamboleaba cabeza abajo en el extremo de una cuerda elástica que se extendía desde una plataforma de salto en la popa del Queen Mary . Tenía los brazos apretados al torso y me di cuenta de que no había gritado por miedo o por la descarga de adrenalina causada por la caída libre, sino porque al parecer su camiseta había amenazado con pasarle por los hombros y la cabeza, exponiéndola a la multitud que se agolpaba junto a la barandilla del crucero.
Di la espalda a la escena y me dirigí a mi coche. Conduzco un gran todoterreno Mercedes Benz, del tipo de los que alguna gente cree que ayudan a los terroristas en sus actividades.
No me meto en esos debates, pero sé que quienes van a argumentar tales cosas en los programas de entrevistas normalmente llegan en largas limusinas. En cuanto entré en el coche y arranqué, conecté el teléfono en el cargador y esperé a que volviera a la vida. Enseguida vi que había recibido dos mensajes en los cuarenta y cinco minutos que había permanecido desconectado.
El primero era de mi antigua compañera Kizmin Rider, que ahora se ocupaba de cuestiones administrativas y de planificación en la oficina del jefe de policía. No había dejado ningún mensaje más que la petición de que la llamara. Era curioso porque no habíamos hablado desde hacía casi un año y esa conversación no había sido muy agradable. Su habitual tarjeta de Navidad sólo llevaba su firma y no la habitual nota cordial y la promesa de reunirnos pronto. Anoté su número directo -al menos todavía merecía eso- y guardé el mensaje.
El siguiente mensaje era de Cindy Hinton, la periodista del Sun . Simplemente me devolvía la llamada. Arranqué el Mercedes y me dirigí hacia la autovía para acceder a los puertos deportivos de San Pedro y Cabrillo, donde me esperaba el Jeep de Terry McCaleb. Llamé a Hinton por el camino y ella respondió de inmediato.
– Sí, llamaba por Terry McCaleb -dije-. Estoy reconstruyendo sus movimientos en los últimos dos meses de su vida. Supongo que ha oído que falleció. Recuerdo que el Sun publicó un obituario.
– Sí, lo sabía. En su mensaje de anoche decía que es usted un investigador. ¿Investigador de qué agencia?
– De hecho tengo licencia estatal de detective privado, pero he sido policía durante treinta años.
– ¿Está relacionado con el caso de las personas desaparecidas?
– ¿En qué sentido?
– No lo sé. Usted me ha llamado. No entiendo qué es lo que quiere.
– Bueno, deje que le haga una pregunta. En primer lugar, sé por el detective Ritz de la policía metropolitana de Las Vegas que Terry se había interesado en el caso de los seis desaparecidos. Estudió los hechos de que disponía y llamó al detective Ritz para ofrecerle su tiempo y su experiencia para trabajar en el caso o proporcionar teorías de investigación. ¿Me sigue?
– Sí, todo eso lo sé.
– Bueno, bien. La oferta de Terry a Ritz de la policía de Las Vegas fue rechazada. Mi pregunta es: ¿qué ocurrió después? ¿La llamó? ¿Lo llamó usted a él? ¿Escribió un artículo en el que decía que él estaba investigando el caso?
– ¿Y cómo es que quiere saber todo esto?
– Perdón, espere un segundo.
Me di cuenta de que no debería haber efectuado la llamada mientras conducía. Debería haber previsto que Hinton fuera cautelosa conmigo y debería haber sabido que la llamada requeriría toda mi atención.
Miré por los retrovisores y crucé dos carriles para enfilar una salida. Ni siquiera había visto la señal y no había visto adónde iba. Me encontré en una zona industrial donde las empresas de transporte y los almacenes se alineaban en la calle. Aparqué detrás de un camión con remolque, enfrente de las puertas abiertas del garaje de un almacén.
– Vale, lo siento, vuelvo a estar aquí. Me pregunta por qué quiero saber las respuestas a estas preguntas. Bueno, Terry McCaleb era mi amigo y estoy recogiendo algunas de las cosas en las que él estaba trabajando. Quiero acabar su trabajo.
– Suena como si hubiera algo más, algo que no dice.
Pensé un momento en cómo manejar la situación. Dar información a una periodista, sobre todo a una periodista a la que no conocía, era un asunto arriesgado. Podía salir-me el tiro por la culata. Tenía que pensar una forma de darle lo que necesitaba para que me ayudara, pero después retirarlo todo.
– ¿Hola? Sigue ahí.
– Ah, sí. Está bien, ¿podemos hablar off the record ?
– ¿ Off the record ? Ni siquiera estamos hablando de nada.
– Ya lo sé. Voy a decirle algo si puedo decírselo off the record . O sea que no puede usarlo.
– Claro, perfecto, estamos off the record . Puede ir al grano de esa información tan importante, porque tengo que escribir un artículo esta mañana.
– Terry McCaleb fue asesinado.
– Ah, no, de hecho no. Leí el artículo. Tuvo un ataque al corazón. Le hicieron un trasplante de corazón como seis años antes. El…
– Sé lo que publicó la prensa y le estoy diciendo que está mal. Y se demostrará que está mal. Y yo estoy intentando encontrar al que lo mató. Ahora, ¿puede decirme si publicó o no un artículo en el que aparecía su nombre?
Ella parecía exasperada cuando respondió.
– Sí, escribí un artículo en el que salía él. En un párrafo o dos. ¿Contento?
– ¿Sólo un párrafo? ¿Qué decía?
– Era un seguimiento de mi artículo sobre los seis desaparecidos. Hice un seguimiento para ver qué había surgido. Ya sabe, qué nuevas pistas, si es que había alguna. Se mencionaba a McCaleb, eso es todo. Dije que se había presentado y había ofrecido su ayuda y su hipótesis, pero que la policía metropolitana la había rechazado. Merecía la pena mencionarlo porque el artículo era aburrido y él era bastante famoso por la película y Clint Eastwood y demás. ¿Eso responde a su pregunta?
– O sea que él no la llamó.
– Técnicamente sí. Ritz me dio su número y yo lo llamé. Le dejé un mensaje y él me devolvió la llamada. Así que técnicamente me llamó, si es así como lo quiere. De todos modos, ¿qué cree que le pasó?
– ¿Le dijo cuál era su hipótesis? ¿La hipótesis en la que Ritz no estaba interesado?
– No, dijo que no quería hacer ningún comentario y me pidió que no mencionara su nombre en el periódico. Hablé con mi redactor jefe y decidimos mantener su nombre. Como le he dicho, él era famoso.
– ¿Terry supo que puso su nombre en el artículo?
– No lo sé, nunca volví a hablar con él.
– En esa única conversación que tuvieron, ¿dijo algo acerca de la teoría del triángulo?
– ¿Teoría del triángulo? No, no dijo nada. Yo ya he respondido a sus preguntas, responda usted a las mías. ¿Quién dice que fue asesinado? ¿Es eso oficial?
Era el momento de retirarse. Tenía que detenerla en seco, asegurarme de que no empezaría a hacer llamadas para comprobar mi historia en cuanto colgara.
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