Abrí el teléfono, miré la hora en la pantallita y llamé a Graciela de todos modos. Ella respondió deprisa, con la voz alerta, aunque supe que la había despertado.
– Graciela, perdone que la llame tan tarde. Tengo unas preguntas más.
– ¿Puedo responderlas mañana?
– Sólo dígame si Terry fue a Las Vegas en el mes antes de morir.
– ¿A Las Vegas? No lo sé. ¿Por qué?
– ¿ Qué quiere decir con que no lo sabe? Era su marido.
– Le he dicho que estábamos… separados. El se quedaba en el barco. Sé que fue varias veces al continente, pero no tendría forma de saber si fue a Las Vegas desde allí a no ser que él me lo dijera, y no me lo dijo.
– ¿Y facturas de tarjeta de crédito, registros de llamadas telefónicas, retirada de fondos en cajeros, cosas así?
– Los pagué, pero no recuerdo nada de eso, ni un hotel ni nada por el estilo.
– ¿Conserva esos registros?
– Claro. Los tengo por casa. Probablemente ya los he empaquetado.
– Encuéntrelos y pasaré a buscarlos por la mañana.
– Ya estoy en la cama.
– Pues búsquelos por la mañana. A primera hora. Es importante, Graciela.
– Muy bien, lo haré. Y mire, lo único que puedo decirle es que cuando Terry iba al continente se llevaba el barco para tener un sitio donde dormir mientras estaba allí. Si iba a cruzar, pero no iba a estar en Los Ángeles o iba a estar en el Cedars para hacerse pruebas o algo, tomaba el ferry porque de otro modo se gastaba demasiado en gasoil.
– Entiendo.
– Bueno, hizo un viaje en el último mes. Creo que se fue tres días. Tres días y dos noches. Fue en el ferry . Eso significa que o bien cruzó e iba a otro sitio o bien al hospital. Y estoy convencida de que no fue al hospital. Creo que me lo habría dicho y de todos modos conozco a todo el mundo en cardiología del Cedars. Me habrían contado que estaba allí y qué estaba pasando. Tengo espías en ese sitio.
– Vale, Graciela, eso está bien. Ayuda. ¿Recuerda cuándo fue eso exactamente?
– No exactamente. Fue a final de febrero, creo. Quizá los dos primeros días de marzo. Recuerdo que era época de facturas. Lo llamé al móvil para hablar de dinero y me dijo que estaba en el continente. No dijo dónde, sólo que estaba allí y que volvería en un par de días. Seguro que estaba conduciendo cuando hablamos. Y sabía que no había cogido el barco porque estaba viéndolo desde la terraza mientras hablábamos.
– ¿Por qué lo llamó, recuerda?
– Sí, había facturas que pagar y no sabía si se había llevado algunas cosas al barco en febrero. Los cargos de la tarjeta de crédito los mandaban directamente aquí, pero Terry tenía la mala costumbre de andar con cheques nominativos y efectivo de los clientes en la cartera. Cuando murió y recuperé su billetera, llevaba tres cheques de novecientos dólares que no había ingresado en dos semanas. No era muy bueno en los negocios.
Lo dijo como si fuera una de las cualidades encantadoras y graciosas de su marido, aunque estaba convencido de que en vida de Terry ella no se reía de esos descuidos.
– Un par de cosas más -dije-. ¿Sabe si tenía la costumbre de llamar a un hospital en una ciudad que iba a visitar? En otras palabras, si iba a ir a Las Vegas habría llamado antes a un hospital local por si necesitaba algo?
Hubo una pausa antes de que ella respondiera.
– No, no me suena como algo que él pudiera hacer. ¿Está diciendo que lo hizo?
– No lo sé. Encontré un número de teléfono en una de esas carpetas. Y un nombre. El teléfono era del Vegas Memorial y estoy tratando de entender por qué iba a llamar allí.
– El Vegas Memorial tiene un programa de trasplantes, eso lo sé. Pero no sé por qué iba a llamar allí.
– Y el nombre de William Bing, ¿lo conoce? ¿Puede ser algún médico que le recomendaran?
– No lo sé… Me suena el nombre, pero no lo sitúo. Podría ser un médico. Puede que me suene de eso.
Esperé un momento para ver si lo recordaba, pero no lo hizo. Seguí insistiendo.
– Bueno, una última cosa, ¿dónde está el coche de Terry?
– Debería estar en el puerto de Cabrillo. Es un viejo Jeep Cherokee. En el llavero que le di hay una llave. Buddy también tiene una porque a veces lo usa. Lo cuida para nosotros, bueno, ahora para mí.
– Vale, voy a echarle un vistazo mañana por la mañana, así que tendré que quedarme la llave. ¿Sabe a qué hora sale el primer ferry ?
– A las nueve y cuarto.
– ¿Podemos vernos a las siete y media o las ocho en su casa? Quiero llevarme esos extractos y también mostrarle un par de cosas. No tardaré mucho, y después cogeré el primer ferry.
– Um, quedemos a las ocho. A esa hora ya debería haber vuelto. Normalmente llevo a Raymond a la escuela y a CiCi a la guardería.
– Perfecto. Hasta mañana a las ocho.
Terminamos la conversación e inmediatamente llamé a Buddy Lockridge. Lo desperté una vez más.
– Buddy, soy yo otra vez.
Refunfuñó.
– ¿Terry fue a Las Vegas el mes antes de su muerte? ¿Alrededor del uno de marzo?
– No lo sé, tío -dijo con voz cansada y enfadada-. ¿Cómo iba a saberlo? No recuerdo ni lo que hice yo el uno de marzo.
– Piense, Buddy. Hizo un viaje en coche, alrededor de entonces. No se llevó el barco. ¿Adonde fue? ¿Le contó algo de eso?
– No me dijo nada. Pero ahora recuerdo ese viaje porque el Jeep volvió hecho un asco. Tenía sal o alguna mierda por todas partes. Y me tocó lavarlo a mí.
– ¿Le preguntó por eso?
– Sí-dije-. «¿Dónde has estado, haciendo rallys?» Y él dijo: «Sí, algo así.»
– ¿Y nada más?
– No dijo nada más. Yo lavé el coche.
– ¿Y el interior? ¿También lo limpió?
– No, sólo por fuera. Lo llevé al túnel de lavado de Pedro y le echaron un detergente potente. No hice nada más.
Asentí con la cabeza al tiempo que concluía que había conseguido todo lo que necesitaba de Lockridge. Por el momento.
– ¿Estará allí mañana?
– Sí, estos días siempre. No tengo adonde ir.
– Bueno, pues ya nos veremos.
Después de terminar la conversación hice una llamada más. Marqué el número que McCaleb había escrito encima de la solapa de la carpeta detrás del nombre de Ritz, el detective citado en el artículo del Times .
El contestador me informó de que la unidad de personas desaparecidas de la policía de Las Vegas estaba abierta de ocho de la mañana a cuatro de la tarde, de lunes a viernes. El mensaje avisaba a quien tuviera una emergencia que colgara y llamara al 911.
Cerré el teléfono. Era tarde y tenía que empezar pronto por la mañana, pero sabía que no iba a poder dormirme fácilmente. Tenía la adrenalina en la sangre y sabía por experiencia que dormir no era una opción. Todavía no.
Estaba aislado en un barco con dos linternas para ver, pero aun así había trabajo que hacer. Abrí la libreta y empecé a construir un registro cronológico de las fechas y horas de los eventos en las semanas y meses anteriores a la muerte de Terry McCaleb. Lo apunté todo en la hoja, lo importante y lo no importante, las conexiones reales y las imaginadas. Igual que la experiencia me había enseñado acerca del sueño y la capacidad de pasar largos periodos sin dormir, sabía que los detalles eran importantes. Lo que aparentemente carece de importancia en un momento puede tener toda la importancia más tarde. Lo que es críptico y desconectado se convierte en la lupa a través de la cual los misterios se aclaran.
Siempre puedes saber quiénes son los isleños. Son los que se sientan dentro y hacen pasatiempos durante los noventa minutos del trayecto del ferry. Los turistas normalmente están arriba o alineados en la proa o en la popa para captar con sus cámaras un último atisbo de la isla mientras ésta se encoge entre la niebla. En el primer barco de la mañana siguiente yo iba dentro con los isleños. Pero estaba resolviendo un pasatiempo diferente. Me senté con el archivo en el cual Terry McCaleb había hecho las anotaciones del caso abierto en mi regazo. También tenía la cronología que había elaborado la noche anterior. La estudié con la esperanza de memorizarla al máximo. Para cerrar con éxito una investigación es preciso poseer un dominio instantáneo del caso.
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