Tom Egeland - El final del círculo

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El final del círculo: краткое содержание, описание и аннотация

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Contratado por la Universidad de Oslo para supervisar unas excavaciones arqueológicas que se están llevando a cabo en el monasterio de Vaerne (Noruega), Bjorn Belto es testigo de un hallazgo único. Se trata de un cofre de más de dos mil años de antigüedad con un manuscrito en su interior -una serie de leyendas- que podría modificar por completo la versión oficial de la historia del cristianismo. Belto tratando de evitar que el cofre caiga en las innobles manos de unos tipos que se escudan en una fachada académica, huye del país nórdico e inicia un periplo que le llevará de Londres a Oriente Próximo. Perseguido por aquellos que quieren hacerse con el cofre, Belto recala finalmente en Rennes-le-Cháteau, un pueblo del sur de Francia donde los hermanos custodios guardan celosamente un misterioso evangelio que pone en cuestión la propia biografía de Jesucristo.

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No soy ningún héroe. Reventar la puerta para buscar a Diane entre la multitud de cuartos me resulta impensable. Tampoco conseguiría reventar ninguna puerta -probablemente me desencajaría el hombro- y, aunque lo consiguiera, cualquier hombre musculoso lograría amenazarme hasta la obediencia con tan sólo una mirada de enfado.

Estoy tan nervioso que pego un respingo al descubrir un sobre en la mesilla. Un sobre blanco, ordinario. Mi nombre aparece escrito con letras grandes.

Lo abro con la uña del dedo índice y saco una carta manuscrita:

¡Bjorn!

¿Qué puedo decir, querido, sino perdón? Si pudieras perdonarme. ¡Por favor! Lo siento tanto…

No saben que estoy escribiendo esto. Así que no se lo enseñes. Ni a ellos ni a nadie. Estas palabras quedan entre tú y yo. Y nadie más.

Debes de tener muchas preguntas. Ojalá yo pudiera proporcionarte algunas respuestas, respuestas que den sentido, que expliquen un poquitito de lo que ha ocurrido. Pero no puedo hacerlo. Ahora no.

Pero quiero que sepas esto: ¡te quiero! ¡Nunca te he traicionado! No he fingido tener sentimientos hacia ti que no fueran auténticos. Por favor, confía en mí. No soy una puta. Aunque quizá sí lo sea…

¿Quién ha dicho que las cosas tienen que ser jodidamente sencillas? La vida no es una ecuación que se resuelve si los factores son los correctos. La vida es una ecuación que no se resuelve nunca. ¿Mi vida? Una catástrofe continuada. Una catástrofe que comenzó el día que nací.

¡Bjorn! Siento haberme cruzado en tu camino. Perdóname que cayera a tus pies. Y que te metiera en esto. Te habrías merecido algo mejor. Quizás un día aprenda. Pero me estoy enrollando. Y tú no entiendes nada. Porque la intención no es que entiendas.

Si estás preocupado por mí, no hay ningún motivo para ello. No me han hecho nada. Quizá pueda explicártelo cuando todo esto haya pasado. No lo sé. Quizá no. Pero todo tiene su explicación.

¡¡Ojalá hubiéramos podido escaparnos!! ¡¡Tú y yo!! A una isla desierta. Donde nadie pudiera incordiarnos.

Claro que debería haberme dado cuenta. Debería haberme dado cuenta de lo que iba a pasar. Pero soy tan testaruda, tan autosuficiente, estoy tan empeñada en seguir mi propio sendero… Si papá decía: «Ponte el vestido rojo, porque estás muy guapa con él», yo me ponía los pantalones grises y la blusa morada. Si papá decía: «Ese chico no te conviene», yo me lo follaba sin tregua. He dicho que me lo follaba, no que lo amaba. Pero a ti te amaba, Bjorn.

¿Comprendes algo de lo que intento decirte? Ni siquiera yo sé lo que pretendo decir. Sólo que no quiero que me odies.

¡Olvídame sin más! ¡Olvida que una vez conociste a una chica que se llamaba Diane! ¡Olvida que quizá te pareciera un poco mona! ¡Olvida que cayó a tus pies! Mira, aquí tienes una goma de borrar, ¡bórrala de tu memoria y vive tu vida!

Tu ángel,

XXX

Diane

Desgarro la sábana en dos trozos que ato por las puntas a la funda de la manta. Abro las dos ventanas de par en par. El bulto de ropa sale a trompicones.

El abejorro se pone eufórico.

Enrosco la tela en torno al poste central de la ventana. Después me encaramo al alféizar y me descuelgo. En el último metro y medio me dejo caer.

***

El grito no duró más de un segundo o dos. Pero en mi cabeza ha resonado durante veinte años.

La noche anterior al accidente, papá estaba callado y ausente, como si tuviera la intuición de que algo terrible se estaba fraguando.

Al anochecer, Trygve encendió la hoguera. Los troncos estaban colocados en diagonal y rodeados por cantos rodados. De una soga que cruzaba por encima del fuego colgaba una cafetera negra como el carbón. Una simpática construcción campestre. Como en un dibujo de cuento infantil.

Trygve estaba sentado con su puro cantando «Blowing in the Wind».

El bosque olía a café, a agujas de abeto y al perfume de mamá. Papá había , sacado una espiral para mosquitos que humeaba y despedía un olor terrible, pero que por lo demás no parecía molestar mucho a los mosquitos. Papá estaba medio recostado sobre un tronco. Mamá estaba sentada entre sus piernas, apoyada en su cuerpo. Él hablaba del hallazgo de grandes cantidades de perlas, oro, plata y obras de arte en Gaalaashaugen, en Nes, en Hedemark, a principios de verano. Mamá no le hacía mucho caso. Pero yo estaba como embrujado, intentando imaginarme el tesoro invaluable.

Trygve tenía una voz profunda, limpia. Al cantar, cerraba los ojos. Las llamas hacían que relumbrara su pelo largo y rubio y su barba. Sus robustos antebrazos sujetaban tiernamente la guitarra. Mamá le echaba miradas repletas de pequeños besos invisibles.

Los tonos de la guitarra ascendían entre los árboles. El cielo estaba blanco de estrellas. A través de la maleza relucía la laguna. En la parte alta de la ladera una sierra acababa la jornada. El bosque se cerraba en torno a nosotros, mágico e inmenso.

Por la noche, papá fue a revisar el equipo de escalada. Siempre se preocupaba mucho. Todavía lo veo como si lo tuviera delante. Había trasladado las mochilas a la parte de atrás de la tienda de campaña y estaba inclinado sobre el equipo cuando yo lo sorprendí. Se dio la vuelta con expresión de cordero. Como si lo hubiera pillado en algo. Justo después lo olvidé, y la imagen de papá doblado sobre los sacos se convirtió en un corte del tiempo, en una rendija que se encendió veinte años después.

Trygve le abrió una cerveza. Pero no tenía sed. Más tarde se bebió toda la botella de un solo trago.

Papá se acostó pronto. Mamá y Trygve se quedaron-risueños y con secretos, cada uno con su cerveza y hablando en voz baja- asando nubes de gominola en la hoguera.

Cuando me acosté en la tienda, todo estaba oscuro y en el cielo despejado se veían las estrellas. Estaba medio mareado e inquieto. Antes de dormirme, me quedé escuchando la noche. Y la risa baja de mamá.

Yo estaba sentado sobre un tronco tallando una flauta cuando papá cayó. No estaba muy lejos.

Al precipitarme a través del boscaje, deseé con toda mi alma que fuera Trygve quien había gritado. Pero en el fondo de mi corazón sabía que había sido papá .

En momentos como ése, la conciencia se escinde en fragmentos, breves imágenes petrificadas y añicos de sonidos que se graban en la memoria.

El cielo azul.

Un pájaro.

Voces estridentes.

La montaña gris brillante que se eleva sobre los bosques.

Trygve, una mancha de colores allá arriba en el hueco de la montaña.

Un grito: «¡Bjorn! ¡Vete! ¡Vete! ¡Vete de aquí!»

La línea vertical de la montaña.

La cuerda.

El chillido de mamá.

La sangre.

El montón de ropa al pie de la pared de la montaña. Ropa no. Papá.

El tronco del árbol contra mi espalda. La corteza que me araña la nuca cuando caigo al suelo.

Hasta la mañana siguiente, el equipo de salvamento no consiguió bajar a Trygve de la montaña. Papá había arrastrado la cuerda con la caída.

Hubo una investigación. Se escribió un informe.

Al ser el más experimentado, era Trygve el responsable de la segundad. Por eso se había quedado en el hueco. Para controlar que todo estaba bien. Pero no era así. El ocho se había desgarrado en la bajada. Desgaste del material, según concluyó el informe. A pesar de que nadie fue capaz de explicar cómo había sucedido el fallo. Era uno de esos fallos que simplemente no pueden ocurrir. Papá no tuvo ni una oportunidad.

Pero nadie quería acusar a Trygve Arntzen. Ni mamá ni la comisión de investigación. El se tomó el accidente muy a pecho.

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