Llevaban una buena media hora trabajando sin conversación cuando Bosch oyó sonar el teléfono en la cocina. Pensó en dejarlo estar, pero sabía que podía ser una llamada de Hong Kong. Se levantó.
– Ni siquiera sabía que tuvieras un fijo -dijo Walling.
– Poca gente lo sabe.
Cogió el teléfono al octavo tono. No era su hija. Era Abel Pratt.
– Sólo quería controlarte -dijo-. Supongo que si te encuentro en tu teléfono de casa y dices que estás en casa, entonces de verdad estás en casa.
– ¿Qué pasa, estoy bajo arresto domiciliario ahora?
– No, Harry sólo estoy preocupado por ti, nada más.
– Mire, no habrá reacción por mi parte, ¿vale? Pero suspensión de empleo no significa que tenga que estar en casa veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Lo he preguntado en el sindicato.
– Lo sé, lo sé. Pero significa que no participas en ninguna investigación relacionada con el trabajo.
– Bien.
– ¿Qué estás haciendo ahora entonces?
– Estoy sentado en la terraza con una amiga. Estamos tomando una cerveza y disfrutando del aire de la noche. ¿Le parece bien, jefe?
– ¿Alguien que conozca?
– Lo dudo. No le gustan los polis.
Pratt se rio y pareció que Bosch finalmente había conseguido tranquilizarlo respecto a lo que estaba haciendo.
– Entonces te dejaré en paz. Pásalo bien, Harry.
– Lo haré si deja de sonar el teléfono. Le llamaré mañana.
– Allí estaré.
– Y yo estaré aquí. Buenas noches.
Colgó, miró en la nevera por si había alguna cerveza olvidada o perdida y volvió a la terraza con las manos vacías. Rachel lo estaba esperando con una sonrisa y una tarjeta de 8 x 13 manchada de humedad en la mano. Unida a ésta con un clip había un recibo rosa de empeño.
– Lo tengo -dijo.
Rachel se lo pasó a Bosch y volvió a meterse en la casa, donde la luz era mejor. Primero leyó la tarjeta. Estaba escrita con tinta azul parcialmente corrida por el agua, pero todavía legible.
Cliente insatisfecho, 12-02-92
Cliente se queja de que la propiedad se vendió antes de que expirara el periodo de 90 días. Mostrado recibo y corregido. Cliente se queja de que los 90 días no deberían haber incluido fines de semana y festivos. Maldijo; portazo.
DGF
El recibo de empeño rosa que estaba unido a la tarjeta de queja llevaba el nombre de Robert Foxworth, f/n 03-11-71 y una dirección en Fountain, Hollywood. El artículo empeñado el 8 de octubre de 1992 era un «medallón familiar». Foxworth había recibido ochenta dólares por él. Había un cuadrado para huellas dactilares en la esquina inferior derecha del recibo. Bosch veía los caballones de la huella dactilar, pero la tinta o bien se había borrado o se había filtrado del papel a causa de la humedad contenida en la caja de almacenamiento.
– La fecha de nacimiento coincide -dijo Rachel-. Además el nombre lo conecta en dos niveles.
– ¿Qué quieres decir?
– Bueno, recurrió otra vez al Robert al usar el nombre de Robert Saxon y se llevó el Fox [3]al usar Raynard. Quizá de aquí parte todo este asunto de Raynard. Si su verdadero apellido era Foxworth, quizá cuando era niño sus padres le contaban historias de un zorro llamado Reynard.
– Si su verdadero apellido es Foxworth -repitió Bosch-. Quizás acabamos de encontrar otro alias.
– Quizá. Pero al menos es algo que no tenías antes.
Bosch asintió. Sentía que su excitación crecía. Rachel tenía razón. Finalmente tenían un nuevo ángulo de investigación. Bosch sacó el móvil.
– Voy a comprobar el nombre a ver qué pasa.
Llamó a la central y pidió a un operador de servicio que comprobara el nombre y la fecha de nacimiento que habían encontrado en el recibo de empeño. Salió limpio y sin registro de una licencia de conducir actual. Le dio las gracias al operador y colgó.
– Nada -dijo-. Ni siquiera un carné de conducir.
– Pero eso es bueno -dijo Rachel-. ¿No lo ves? Robert Foxworth estaría a punto de cumplir treinta y cinco años ahora mismo. Si no hay historial ni licencia actual, es una confirmación de que ya no existe. O bien murió o se convirtió en otra persona.
– Raynard Waits.
Ella asintió.
– Creo que esperaba una licencia de conducir con una dirección en Echo Park -dijo Bosch-. Supongo que eso era demasiado pedir.
– Quizá no. ¿Hay alguna forma de comprobar las licencias de conducir caducadas en este estado? Robert Foxworth, si es su verdadero nombre, probablemente se sacó el carné cuando cumplió dieciséis años en el ochenta y siete. Cuando cambió de identidad, éste caducó.
Bosch lo consideró. Sabía que el estado no había empezado a solicitar una huella dactilar a los conductores con licencia hasta principios de los noventa. Significaba que Foxworth podía haberse sacado una licencia de conducir a finales de los ochenta y no habría forma de relacionarlo con su nueva identidad como Raynard Waits.
– Puedo preguntar a Tráfico por la mañana. No es algo que pueda obtener de la central de comunicaciones esta noche.
– Hay algo más que puedes comprobar mañana -dijo ella-. ¿Recuerdas el perfil torpe y rápido que hice la otra noche? Dije que esos primeros crímenes no eran aberraciones. Evolucionó hasta ellos.
Bosch comprendió.
– Una ficha de menores.
Rachel asintió con la cabeza.
– Podrías encontrar un historial juvenil de Robert Foxworth, siempre y cuando sea su verdadero nombre. Tampoco habrían podido acceder desde la central.
Ella tenía razón. La ley estatal impedía seguir la pista de un delincuente juvenil en la edad adulta. El nombre podría haber surgido limpio cuando Bosch llamó para comprobarlo, pero eso no significaba completamente limpio. Igual que con la información de la licencia de conducir, Bosch tendría que esperar hasta la mañana, cuando podría ir a los registros de menores del departamento de Condicional.
Pero en cuanto se levantaron sus esperanzas él mismo volvió a derribarlas.
– Espera un momento, eso no funciona -dijo-. Sus huellas deberían haber coincidido. Cuando miraron las huellas de Raynard Waits, éstas tendrían que haber coincidido con las huellas tomadas a Robert Foxworth cuando era menor. Su registro podría no estar disponible, pero sus huellas estarían en el sistema.
– Quizá, quizá no. Son dos sistemas separados. Dos burocracias separadas. El cruce no siempre funciona.
Eso era cierto, pero era más una expresión de deseo que otra cosa. Bosch ahora reducía el ángulo del historial juvenil a una posibilidad remota. Era más probable que Robert Foxworth no hubiera estado nunca en el sistema de menores. Bosch estaba empezando a pensar que el nombre era sólo otra identidad falsa en una cadena de ellas.
Rachel trató de cambiar de tema.
– ¿Qué opinas de ese medallón familiar que empeñó? -preguntó.
– No tengo ni idea.
– El hecho de que quisiera recuperarlo es interesante. Me hace pensar que no era robado. Quizá pertenecía a alguien de su familia y necesitaba recuperarlo.
– Eso explicaría que maldijera y diera portazos, supongo.
Rachel asintió con la cabeza.
Bosch bostezó y enseguida se dio cuenta de lo cansado que estaba. Había estado corriendo todo el día para llegar a ese nombre y a las incertidumbres que lo acompañaban. El caso le estaba embotando el cerebro. Rachel pareció darse cuenta.
– Harry, propongo que lo dejemos mientras vamos ganando y tomemos otra cerveza.
– No sé en qué vamos ganando, pero me vendría bien otra cerveza -dijo Bosch-. Sólo hay un problema con eso.
– ¿Cuál?
– No hay más.
– Harry, ¿invitas a una chica a hacerte el trabajo sucio y a ayudarte a resolver el caso y lo único que le das es una cerveza? ¿Qué pasa contigo? ¿Y vino? ¿Tienes vino?
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