Yu.-Normalmente, cuando una chica se acuesta con un hombre, sobre todo si es virgen, no dejará de insistir para que esa persona se case con ella y la convierta en una mujer casta, por así decirlo, pero ella no, y además decía que era culpa suya. ¿Qué culpa?
Lao.-No lo sé. Le pedí que me lo explicara, pero nunca lo hizo.
Yu.-¿Es posible que hubiera otro hombre?
Lao. No, no creo. No era ese tipo de mujer. De hecho, lo indagué a través de mi prima, quien me dijo que no. Simplemente, Guan se fue sin dar ni un solo motivo. Yo intenté averiguarlo, y al principio, incluso llegué a sospechar que quizá fuese ninfómana.
Yu.-¿Por qué? ¿Había algo anormal en su comportamiento sexual?
Lao. No, sólo que era un poco… desinhibida. Sollozó la primera vez que tuvo un orgasmo. De hecho, después, cada vez que tenía uno, me mordía y gritaba, y yo creía que estaba satisfecha, pero ahora está muerta… No debiera decir nada en contra de ella.
Yu.-La separación debió de ser muy dura para usted.
Lao.-Sí, estaba destrozado, pero poco a poco conseguí sobreponerme. De todas formas, para mí esa historia estaba destinada al fracaso. No era el tipo de mujer a la que habría hecho feliz, y en consecuencia, yo tampoco lo habría sido, aunque a su manera, era una mujer maravillosa.
Yu.-¿Le dijo alguna otra cosa al separarse?
Lao. No, siguió repitiendo que todo era culpa suya, y de hecho, me ofreció quedarse conmigo esa noche si yo quería. Le dije que no.
Yu.-¿Por qué? Se lo pregunto por curiosidad.
Lao.-Si su corazón me abandonaba para siempre, ¿qué sentido tenía gozar de su cuerpo una noche más?
Yu.-Le entiendo, y le diría que tiene razón. ¿Ha intentado volver a verla desde entonces?
Lao.-No, después de que nos separamos, no.
Yu.-¿Ninguna forma de contacto: cartas, postales, llamadas telefónicas?
Lao.-Ella fue quien me dejó. ¿Por qué habría de buscarla? Luego, al convertirse en una celebridad nacional, con grandes fotos en todos los periódicos, me costaba dejar de lado su imagen de trabajadora modelo.
Yu.-Orgullo y egocentrismo masculino, ya veo. Ha sido un asunto difícil para usted, camarada Lao, pero nos ha sido de gran ayuda. Se lo agradezco.
Lao. Esto será un asunto confidencial, ¿no? Verá, ahora estoy casado. Nunca le he hablado de esto a mi mujer.
Yu.-Desde luego. Ya se lo dije al empezar.
Lao.-Cuando pienso en nuestra relación, todavía me siento confundido. Espero que atrapen al asesino. Creo que jamás la olvidaré».
Siguió un largo silencio. Al parecer, la conversación había llegado a su fin si bien Chen volvió a escuchar la voz de Yu.
«Camarada inspector jefe Chen, encontré al ingeniero Lao Goujun a través de Huang Weizhong, el Secretario del Partido de los grandes almacenes Número Uno, ahora jubilado. Según Huang, Guan escribió un informe al Comité del Partido cuando empezaron a verse. El Comité del Partido investigó el pasado de la familia de Lao y descubrió que un tío suyo había sido acusado de contrarrevolucionario y ejecutado durante el Movimiento de Reforma Agraria. El Partido le exigió que pusiera fin a su relación. Era políticamente incorrecto que una modelo de rango nacional emergente y miembro del Partido tuviera relaciones con un hombre con esos antecedentes familiares. Ella estuvo de acuerdo, pero no entregó un informe a Huang sobre su separación de Lao hasta dos meses después, y no dio detalles.
Estoy recopilando más información sobre Lao, pero no creo que sea sospechoso. Al fin y al cabo, sucedió hace muchos años. Lo siento, no puedo quedarme en el despacho esta mañana. Qinqin está enfermo. Tengo que llevarlo al hospital, pero estaré en casa después de las dos o dos y media. Llámeme si necesita algo.»
Chen pulsó la tecla off, se reclinó en su silla y se secó el sudor de la frente. Volvía a hacer calor. Sacó una gaseosa de la pequeña nevera, tamborileó sobre la tapa y volvió a guardarla. Una mosca daba vueltas por la habitación. Al final, se decidió por un vaso de agua fría.
No era lo que se había imaginado. El inspector jefe Chen nunca había creído en el camarada Lei Feng como la mítica encarnación del espíritu altruista del Partido Comunista. Se sintió invadido por una repentina tristeza. Era absurdo que la política hubiera moldeado una vida de esa manera. De haberse casado con Lao, Guan no habría tenido tanto éxito en su carrera política, no se habría convertido en una trabajadora modelo de rango nacional, y sí en una esposa normal y corriente, una mujer que tejería jerséis para su marido, transportaría una bombona de gas sobre su bicicleta, regatearía un céntimo o dos cuando comprara en el mercado, se quejaría como un disco rayado, jugaría con un hijo precioso sentado en su regazo…, pero estaría viva.
La decisión de Guan parecería absurda a principios de los años noventa, pero habría sido muy comprensible a principios de los ochenta. En aquella época, una persona como Lao, con un pariente contrarrevolucionario, quedaba al margen. Habría creado problemas a quien se le acercase. Chen pensó en su propio tío, ese pariente lejano que nunca había visto, pero que había sido determinante para su profesión.
De alguna manera, pues, la decisión del Comité del Partido de los grandes almacenes Numero Uno, por dura que fuera, se había tomado por el bien de ella: Guan debía vivir a la altura de su condición de trabajadora modelo de rango nacional. No era muy sorprendente que el Partido hubiese interferido en su vida privada, pero sí lo era la reacción de Guan. Se había entregado a Lao y luego separado de él sin haberle revelado el verdadero motivo. Según el reglamento del Partido, su acto podría considerarse intolerablemente «libera». Sin embargo, Chen creía que la entendía. Guan era una persona más compleja de lo que imaginaba. Ahora bien, ¿todo aquello que había sucedido diez años antes tendría algo que ver con la vida reciente de Guan? Quizá para ella fue una experiencia tan traumática que no habría vuelto a tener un amante durante años, hasta que conoció a Wu Xiaoming. Además, Guan había sido alguien que se atrevía a actuar pese a permanecer a la sombra de la política. ¿O acaso había algo más?
Chen marcó el número de teléfono de Yu.
– Qinqin está mucho mejor -dijo-. No tardaré en volver al despacho.
– No tiene que venir. Aquí no pasa nada especial. Cuide bien de su hijo en casa -añadió-. He escuchado su cinta, un excelente trabajo.
– He comprobado la coartada de Lao. La noche del asesinato estaba en una conferencia en Nanning con un grupo de ingenieros.
– ¿Su empresa lo ha confirmado?
– Sí. También he hablado con un compañero suyo que compartió la habitación de hotel con él esa noche. Ha dicho que Lao estuvo todo el tiempo en la habitación, de modo que tiene una coartada sólida.
– ¿Lao se había puesto en contacto con Guan durante los últimos seis meses por teléfono u otros medios?
– No, me ha dicho que no. De hecho, Lao acaba de volver de Estados Unidos. Ha estado trabajando en un laboratorio universitario durante un año entero -dijo Yu-. No creo que nos sirva indagar por ese lado.
– Creo que tiene razón -convino Chen-. Han pasado muchos años. Si Lao hubiera querido decir algo, no habría esperado tanto tiempo.
– Sí, ahora Lao trabaja en universidades de Estados Unidos un par de veces al año. Le pagan en dólares, goza de una buena reputación en su campo y es feliz con su familia. En la actual sociedad de mercado, sería Guan y no Lao quien debiera lamentarse por lo que sucedió hace diez años.
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