A continuación, el inspector jefe Chen tomó la palabra:
– Las instrucciones del comisario Zhang son muy importantes, y el análisis del camarada Yu también tiene mucho sentido. Es difícil, sobre todo porque tenemos muchos otros casos de que ocuparnos. El camarada Yu ha hecho un buen trabajo, más bien yo diría que ha hecho.»asi todo el trabajo.
Si hasta ahora hemos avanzado poco, es por mí. Sin embargo, se me acaba de ocurrir algo. De hecho, el análisis del camarada Yu le ha dado cierta relevancia.
»Según el informe de la autopsia, Guan habría cenado una o dos horas antes de su muerte. Entre las cosas que comió, se encontró una pequeña porción de caviar. Caviar, el preciado caviar del esturión ruso. Ahora bien, por lo que he investigado, hay sólo tres o cuatro restaurantes de lujo en Shanghai que lo sirven. Resulta difícil creer que Guan haya cenado sola en uno de esos restaurantes con una maleta pesada a sus pies. También hay que pensar en la hora. Salió de su habitación hacia las diez y media, y se calcula que murió entre la una y las dos. En consecuencia, podemos pensar que cenó a medianoche. Según mis informaciones, ningún restaurante sirvió caviar esa noche a ningún cliente chino. Si esta información es correcta, significa que cenó en alguna otra parte con alguien que tenía caviar en su casa.
– Es un dato interesante -dijo Yu-.
– Espere un momento -dijo Zhang alzando una mano para interrumpir a Chen-. ¿Insinúa que el asesino podría ser alguien que Guan conocía?
– Sí, es una hipótesis plausible. Puede que el asesino no fuera un desconocido para Guan. Después de que ella saliera, se encontraron en alguna parte y cenaron juntos. Lo más probable es que haya sido en casa de él, y luego mantuviesen relaciones sexuales. Recuerde que no había magulladuras en el cuerpo de Guan. Después la asesinó, metió el cadáver en su coche y lo lanzó al canal. La bolsa de plástico también encajaría si el crimen se cometió en el piso del asesino. Él temía que algún vecino, o cualquier otra persona, lo sorprendieran trasladando el cuerpo. Además, eso también explica que haya escogido un canal alejado, donde esperaba que nunca lo encontraran, o al menos, no antes de mucho tiempo. Para entonces, ya nadie podría reconocerla ni recordar con quién se relacionaba.
– De modo que usted tampoco cree que se trate de un caso político -inquirió Zhang- a pesar de que su teoría sea diferente.
– Si es un caso político o no lo es, no puedo afirmarlo, pero creo que hay ciertas cosas que merece la pena investigar más a fondo.
Yu estaba aún más sorprendido que Zhang por el planteamiento de Chen. La bolsa de plástico no era nada nuevo, si bien no le había hablado del caviar. Yu no sabía si Chen se lo había reservado a propósito para la reunión. Parecía una jugada maestra, como en las novelas que traducía. O ¿ acaso lo había hecho para impresionar al comisario Zhang? Yu lo dudaba, puesto que a Chen tampoco le caía bien el anciano. Sin embargo, lo del caviar era un detalle decisivo en el que Yu no se había fijado.
– Según la información de los grandes almacenes -terció Yu-, Guan no mantenía relaciones con nadie en el momento de su muerte.
– Eso me intriga -reconoció Chen-, pero es precisamente ahí donde debemos investigar más a fondo.
– Pues bien, háganlo a su manera -zanjó Zhang, y se levantó para irse-. Al menos, es preferible a esperar que el criminal vuelva a actuar.
El inspector Yu tuvo la impresión de que había quedado retratado bajo una luz poco favorable, como si fuera demasiado perezoso para ocuparse de los detalles importantes. Ahora percibía el mensaje negativo en el ceño fruncido del viejo comisario.
– No había reparado en lo del caviar -dijo a Chen-.
– Se me ocurrió anoche. Por eso no he tenido tiempo de hablarlo con usted.
– Caviar. La verdad es que no tengo ni idea de qué es.
Más tarde, llamó a Peiqin.
– ¿Sabes qué es el caviar?
– Sí, lo sé por las novelas rusas del siglo XIX -le contestó-, pero nunca lo he probado.
– ¿En tu restaurante han servido alguna vez caviar?
– Supongo que bromeas, Guangming. Nuestro restaurante es muy pobre. Sólo podrían tenerlo los hoteles de cinco estrellas como el Jinjiang.
– ¿Es muy caro?
– Un plato pequeño costaría varios cientos de yuanes, creo. ¿A qué viene ese interés repentino?
– Nada, es una cuestión relacionada con el caso.
El inspector jefe Chen se despertó con un ligero asomo de jaqueca. La ducha no lo ayudó a despejarse. Le costaría sacudirse el malestar durante ese día en el que, precisamente, tenía mucho por hacer. Chen no era un adicto al trabajo, no al menos como sostenían algunos de sus compañeros, pero no era raro que, después de bregar como un poseso, se sintiese más lleno de energía. Acababa de recibir una valiosa colección de los poemas de Yan Shu, una edición impresa en papel de arroz, cosida a mano y guardada en una caja de tela de color azul marino. Un regalo inesperado de Beijing en respuesta al ejemplar del Wenhui que había enviado. Había una breve nota dentro de la caja.
«Inspector jefe Chen:
Gracias por tu poema. Me ha gustado mucho. Lamento no poder enviarte algo mío a cambio. Encontré esta colección de los poemas de Yan Shu en una feria de antigüedades en Liulichang hace unas semanas y pensé que te gustaría. También te felicito por tu ascenso.
Ling»
Claro que le gustaba. Recordó sus días de vagabundeo por la feria de antigüedades de Liulichang cuando era un pobre estudiante del Instituto de Lenguas Extranjeras de Beijing y se dedicaba a mirar libros viejos sin poder comprar ni tan siquiera uno. Sólo una vez había visto algo similar, en la sección de libros raros y curiosos de la Biblioteca de Beijing, donde Ling había comparado su éxtasis con el de un pececillo de plata perdido en las páginas de un libro antiguo. Una colección cosida a mano como aquella podía costar mucho dinero, pero valía la pena. El tacto del papel blanco de arroz era exquisito, dando la sensación de que transmitía un mensaje de tiempos antiguos. Al igual que la nota que él le había enviado, la de Ling era escueta. La elección del libro hablaba por sí sola: Ling no había cambiado, seguía siendo una amante de la poesía, o al menos, de la suya.
No habría estado de más haberle contado a Ling lo del seminario en octubre, pero no quería que creyera que ahora se dedicaba a la política. Sin embargo, por el momento no tenía que pensar demasiado en ello. No había nada comparable a dedicar una mañana de finales de mayo a pasear por el mundo de verde hiedra del célebre poeta de la dinastía Song. Empezó a hojearlo:
«Las flores caen impotentes,
Las golondrinas vuelven, y no parecen extrañas.»
Un sublime dístico. A menudo se tiene la sensación de haber presenciado algo que se ve por primera vez. Es lo que los franceses conocen como déjà vu, un fenómeno que se tradicionalmente se ha venido atribuyendo a causas oníricas, es decir, a sueños que las personas recuerdan parcialmente, o a una conexión sinóptica fortuita. Sea como fuere, Chen también, como las golondrinas del verso de Yan, tenía la sensación, a la vez extraña y familiar, de haber visitado el mundo de Guan, y con el libro en la mano, aquella sensación se mezclaba con los fugaces recuerdos de sus años de estudiante en Beijing.
Estaba turbado. Guan ya no se le aparecía como un personaje misterioso, pero de alguna manera, el caso se había transformado en un desafío personal. La gente, al contrario que Chen, había visto en ella a una trabajadora modelo de rango nacional, siempre políticamente correcta, una encarnación del mito del Partido impulsado por la propaganda. Tenía que haber alguna otra cosa en ella, algo diferente. Si bien todavía lo ignoraba, seguiría sintiéndose oprimido por un desasosiego indefinible hasta que consiguiera una explicación convincente, y no era sólo por lo del caviar. Había hablado con muchas personas que, desde luego, pensaban bien de ella en el plano político, pero en cuanto a su vida privada, apenas sabían nada. Era como si Guan se hubiese dedicado tanto a su labor política que ya no pudiese interpretar otro papel, ni en la esfera íntima ni en cualquier otra. Esto era algo que ya había destacado el inspector Yu.
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