Qiu Xiaolong - Muerte De Una Heroína Roja

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Shanghai, 1990, el asesinato de la joven Guan «Hong Ying», una celebridad política y estandarte nacional, se convierte en un caso delicado un año después de los acontecimientos de la Plaza Tiananmen. El recién ascendido Inspector Jefe Chen Cao se muestra poco convencido por la máscara de perfección de la heroína roja, entregada a la causa del Partido, sin amigos ni amante.
Muerte de una heroína roja es mucho más que una historia de detectives. Llena de contrastes, es una radiografía sutil de la China de la transición, captada a través de una multitud de historias particulares y una apasionante inmersión en su historia, cultura, tradición poética y gastronómica. Una magnífica iniciación a la China de hoy.
Galardonada con el Premio Anthony a la mejor primera novela y finalista del prestigioso Premio Edgar, Muerte de una heroína roja es la confirmación de uno de los escritores más interesantes del momento.

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Eran casi las siete cuando llegó a casa. Encendió el televisor y se quedó un rato mirando. Un grupo de acróbatas de la ópera de Beijing, blandiendo sables y espadas en la oscuridad, daba saltos mortales. La encrucijada era una ópera tradicional de Beijing donde los personajes luchaban en la noche sin saber quién era su enemigo.

Telefoneó al comisario Zhang. Era una simple formalidad, puesto que no tenía nada de qué informarle.

Hay que creer en el pueblo. Nuestra fuerza se nutre de nuestra estrecha relación con él sentenció el comisario Zhang a modo de conclusión-.

Era inevitable, siempre daba consignas como ésas. Chen se levantó y fue a la cocina. En la nevera quedaba medio cuenco de arroz al vapor. Lo sacó, agregó un poco de agua y lo calentó. La pared había perdido su color blanco inmaculado. Al cabo de unas semanas estaría convertida en un mapa de manchas de humo y grasa. Una campana resolvería ese problema, pero él no podía pagársela. Buscó algo más de comida, aunque no encontró nada. Finalmente, vio una bolsita de plástico con un poco de mostaza seca, un regalo de su tía de Ningbo. Esparció una pincelada sobre el arroz y engulló el plato, un tanto aguado, procurando no saborearlo demasiado.

«Fideos instantáneos del Chef Kang». Un anuncio de televisión le vino a la mente mientras permanecía junto a la cocina a gas. "Un cuenco de fideos precocinados puede ser la solución", estimó, y guardó la mostaza. Su problema seguía siendo su ajustado presupuesto. Después del préstamo al Chino de ultramar Lu, el inspector Chen se veía obligado a vivir como el camarada Lei Feng a principios de los años sesenta.

Su salario mensual de inspector jefe era de 560 yuanes, además del cobro de diversas primas, que sumaban 250 yuanes más. No obstante el relativamente bajo alquiler del piso, los gastos sumaban unos 100 yuanes. Además, Chen gastaba la mitad de sus ingresos en comida, puesto que siendo soltero, no cocinaba a menudo en casa y comía en la cantina del Departamento.

Los ingresos por sus traducciones habían sido una gran ayuda en los últimos años, pero las había dejado desde que se encargaba del caso Guan. Le faltaban tiempo, energía e incluso interés. Aquel caso carecía de pies y cabeza. No tenía la lógica que encontraba en las novelas policiales que traducía. Aun así, era posible conseguir otro adelanto. Le prometería al editor que acabaría la traducción en octubre. Era un plazo que necesitaba imponerse a sí mismo.

Sin embargo, en una hoja que había junto al cuenco empezó a anotar todo lo averiguado. La llenó con los retazos de información que había reunido y guardado durante la semana sin haber podido ordenarlos, ni agruparlos. Acabó frustrado, y la rompió en pedazos. Quizá el inspector Yu tuviese razón y sólo fuera uno de esos crímenes sexuales imposibles de resolver, como uno de los muchos que ya habían tenido antes en la oficina.

Sabía que no podría dormirse. A menudo el insomnio se debía a pequeños disgustos que se iban agolpando: un poema rechazado sin una nota de explicación, una mujer loca gritando imprecaciones en un autobús abarrotado, una camisa nueva que desaparecía de su armario…, mas esa noche algo relacionado con el caso pudo más que el sueño. Fue una noche larga. ¿Qué podría haber turbado el ánimo de Guan durante una noche tan larga como aquélla? Pensó en un poema de Wang Changlin, un poeta del periodo medio de la dinastía Tang:

«En el refugio de su tocador, nada turba a la joven dama.

Vestida con finas ropas, mira la primavera por la ventana.

De pronto… ¡Qué bellos los verdes brotes del sauce!

Y qué dolor por enviar a su amante en pos de la gloria.»

Quizá también, después de la linterna a lo largo del pasillo, después de las sombras que mutan en la pared desvelada, después del sudor frío en la habitación oscura y solitaria, Guan hubiera podido pensar en el precio de la celebridad. ¿Cuál era la diferencia? En la dinastía Tang, más de mil años atrás, aquella chica era incapaz de consolarse por haber mandado a su amante tan lejos a conquistar la fama, y en los años noventa, Guan jamás pudo confortarse, porque era ella misma quien se había obsesionado en buscarla.

¿Y qué pasaba con el inspector jefe Chen? Sentía un amargo sabor de boca. Un poco después de las dos, cuando ya se deslizaba hacia aquella zona situada entre el sueño y la vigilia, volvió a sentir hambre. Le vino a la memoria la imagen del panecillo reseco en el alféizar de la ventana. Y con ella otra imagen: caviar. Lo había probado en una sola ocasión, hacía muchos años, en el Club Internacional de la Amistad en Beijing, donde por aquel entonces sólo se admitía a comensales extranjeros. Acompañaba a un profesor de inglés borracho que insistía en invitarle a caviar. Él sólo lo conocía por las novelas rusas que había leído, y a decir verdad, no le había gustado demasiado, aunque luego pudo bajar los humos del Chino de ultramar Lu al contarle que lo había probado.

Las cosas habían cambiado: ahora cualquiera podía entrar en el Club Internacional de la Amistad y algunos hoteles nuevos de cinco estrellas también servían las preciadas huevas de esturión. Quizá Guan las había degustado en uno de esos lugares, aunque no demasiada gente podía permitírselo. No costaría mucho averiguarlo. Escribió la palabra «caviar» en el dorso de una caja de cerillas, y sintió que ya podía conciliar el sueño.

CAPÍTULO 10

Para estar en mayo, la mañana de aquel viernes era húmeda. El inspector Yu había tenido un sueño agitado y se había pasado la noche entera dando vueltas en la cama. Se sentía más cansado que al acostarse, y los retazos de sueños que recordaba a medias le venían una y otra vez a la cabeza.

Peiqin estaba preocupada. Le preparó un cuenco de bolas de arroz glutinoso, uno de sus platos preferidos para desayunar, y se sentó con él a la mesa. Yu lo acabó en silencio.

Cuando estaba a punto de salir al trabajo, ella le dijo:

– Te estás consumiendo, Guangming.

– No, lo que pasa es que no he dormido bien -respondió-. No te preocupes por mí.

Cuando llegó a la sala de juntas, aquella sensación de desasosiego volvió a apoderarse de él. El motivo de la reunión, convocada por el comisario Zhang, eran los avances de la investigación.

Había pasado una semana desde que el equipo especial asumiera el caso, pero aparte de toda esa palabrería hueca de la jerga política, no había nada concreto. El inspector Yu trabajaba largas horas haciendo llamadas telefónicas e interrogando a diversas personas, barajando todas las hipótesis posibles con el inspector jefe Chen y redactando numerosos informes para el comisario Zhang. Sin embargo, no se veía la luz al final del túnel. Por experiencia, Yu sabía que en el trabajo rutinario de la policía, cuando la solución de un caso se prolongaba más de una semana sin llegar a una pista sólida, más valía dejarlo en el fichero de "casos no resueltos", y a éste le había llegado su hora. No era la primera vez que sucedía en la historia del Departamento, ni sería la última.

Yu estaba sentado junto a la ventana, fumando. Las calles de Shanghai se desplegaban allá abajo ante su vista: tejados grises y negros con sus apacibles volutas de humo blanco ondulando en la distancia. Sin embargo, él creía oler el crimen que latía subrepticiamente en el corazón de la ciudad. Hojeando un ejemplar del boletín del Departamento, se enteró de diversos robos, cada uno más importante que el anterior, y leyó siete informes sobre violaciones ocurridas sólo en la pasada noche, para pasar a varios casos de prostitución, hasta en los barrios más acomodados de la ciudad.

Como las otras secciones estaban faltos de personal, varios casos habían sido calificados como "especiales" y derivados hacia su brigada, la cual tampoco andaba bien de recursos. Quin Xiaotong había regresado de su luna de miel, pero la mirada de ensoñación con la que iba de un lado a otro indicaba que todavía no se había dado cuenta de que había vuelto a la oficina, y para colmo de males, Liu Longxiang todavía se recuperaba de su fractura. Con la agenda del inspector jefe Chen cada vez más llena de reuniones y actividades, el inspector Yu tenía que asumir la mayoría de las responsabilidades del equipo.

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