Mientras más días pasaban, más vagas se volvían las señales. Estaban bajo presión, y no sólo de la ejercida directamente por el Departamento y por el Ayuntamiento. El caso ya daba que hablar, pese a la discreción de la prensa al respecto. Si la investigación seguía estancada, el caso empezaría a afectar al Departamento.
– Se está convirtiendo en un asunto político -dijo Chen-.
– Nuestro Secretario del Partido Li siempre tiene razón.
– Pongamos un anuncio en los periódicos. Una recompensa a cambio de información.
– Vale la pena intentarlo. El Wenhui puede publicar el aviso. Pero ¿qué pondremos? Se trata de una cuestión muy delicada, tal como ha dejado claro el Secretario del Partido Li.
– No tenemos por qué mencionar directamente el problema. Basta con pedir información sobre cualquier elemento sospechoso que se hubiese notado en las inmediaciones del canal Baili la noche del 10 de mayo.
– Sí, podemos hacerlo -convino Chen-. Usaremos los fondos de nuestro grupo especial para la recompensa. No hemos dejado ni una sola piedra sin remover, ¿verdad?
El inspector Yu se encogió de hombros antes de salir del despacho. Sin embargo, el propio inspector jefe Chen se respondió a sí mismo mientras se marchaba su compañero: "Excepto una: la madre de Huan Hongying". Y dado que Yu no se llevaba bien con el comisario, optó por ahorrarle el comentario.
Zhang había visitado a la madre de Guan, pero no había sacado nada en claro. La mujer padecía la enfermedad de Alzheimer ya en una fase avanzada y había perdido la razón, por lo que no estaba en condiciones de facilitarle la menor información. Esto era algo de lo que no se podía culpar al comisario. Pero los enfermos de Alzheimer no siempre estaban alterados, pues había días en los que la luz asomaba milagrosamente a través de la nebulosa de sus mentes. Chen decidió probar suerte.
Después de comer, llamó a Wang Feng. No estaba en su despacho, así que le dejó un mensaje de agradecimiento. Luego salió. Camino de la parada de autobús, paró en la Oficina de Correos de la calle Sichuan y compró varios ejemplares del Wenhui. Curiosamente, la nota del editor le agradaba más que el propio poema. Muchas de sus amistades no sabían todavía nada de su ascenso a inspector jefe, así que el periódico le ahorraría trabajo. De entre los amigos a quienes quería enviar un ejemplar del periódico, una vivía en Beijing. Era difícil no decirle nada de su nuevo puesto, ni darle ningún tipo de explicaciones a ese ser querido que nunca lo habría imaginado en esa profesión. Se lo pensó durante un momento y concluyó que sólo garabatearía una frase a pie del poema. Alguna justificación irónica, y a la vez ambigua, que pudiera aplicarse tanto a la composición como a su empleo:
«Cuando uno se esfuerza mucho en una tarea, ésta comienza a formar parte de uno mismo, aunque no sea agradable y se sepa que no es del todo real».
Recortó el texto del periódico, lo introdujo en un sobre, escribió la dirección y lo metió en un buzón. Posteriormente, tomó un autobús a Ankang, la residencia de ancianos en la calle Huashan.
La gente no solía recurrir a una residencia de ancianos para sus Padres. Culturalmente, ni siquiera en los años noventa, no estaba bien visto depositarlos en ese tipo de instituciones cuando alcanzaban la vejez. Además, con sólo dos o tres centros en todo Shanghai, no eran muchos los que tenían los medios para hacerlo, sobre todo tratándose de un caso de Alzheimer. No cabía duda de que el ingreso de la madre de Guan se debía a la posición social y al estatus político de su hija.
Chen se presentó en la recepción de la residencia. Una joven enfermera lo acompañó hasta la sala de espera. "No es muy agradable ser el portador de malas noticias", pensó. Mientras aguardaba, su único consuelo era que, debido a su enfermedad, la madre de Guan no sentiría shock alguno por la muerte violenta de su hija. A juzgar por los datos de su historial, la anciana había tenido una vida muy dura. Después de un matrimonio concertado cuando era sólo una niña, su marido había trabajado durante años como profesor de instituto en Chengdu y ella, como obrera en la Planta Textil número 6 de Shanghai. Salvar la distancia entre ambos lugares requería un viaje en tren de más de dos días. Él sólo podía visitarla una vez al año. En los años cincuenta, era impensable que ninguno de los dos consiguiera un traslado. Los empleos, como todo lo demás, eran asignados por las autoridades locales de una vez y para siempre. Por lo tanto, durante todos esos años había sido una "madre soltera" que cuidaba de Guan Hongying en un albergue de la fábrica. Su marido murió antes de jubilarse. Cuando su hija consiguió trabajo e ingresó en el Partido, la pobre mujer se vino abajo. Poco después, la admitieron en la residencia.
Apareció por fin, arrastrando los pies y con una cantidad increíble de pinzas en su pelo canoso. Delgada y con el rostro huraño, apenas superaba los sesenta años de edad. Las zapatillas de fieltro hacían un ruido extraño en el suelo.
– Y usted, ¿qué quiere?
Chen intercambió una mirada con la enfermera que acompañaba a la anciana.
– No está muy bien de aquí -aclaró la enfermera señalando su propia cabeza-.
– Su hija me ha pedido que la salude -dijo Chen-.
– No tengo ninguna hija. No hay dormitorio para una hija. Mi marido vive en la vivienda comunal de Chengdu.
– Tienes una hija, madrecita. Trabaja en los almacenes Número Uno de Shanghai.
– ¿Número Uno? ¡Ah, sí! He comprado unas cuantas pinzas ahí esta mañana. Son bonitas, ¿verdad?
Era evidente que la anciana vivía en otro mundo. No tenía nada en la mano, pero hizo un gesto como si quisiera enseñarle algo.
Daba igual lo que pasara, ya no tenía por qué aceptar los desastres de este mundo, o acaso fuera una mujer tan asustada que hacía frente al horror refugiándose en un universo propio.
– Sí, son bonitas -contestó Chen-.
Quizá fuera atractiva en su juventud, pero ahora todo en ella se había encogido. Se quedó inmóvil, con la mirada fija en el vacío, esperando a que Chen se marchara. "Su mirada de apatía está teñida de una cierta aprensión", pensó. No tenía sentido esperar que la anciana le diera información. Como un gusano, moraba aislada y segura dentro de su capullo. Chen insistió en acompañarla a su habitación. Había una docena de camas metálicas en la sala, que parecía abarrotada. El espacio entre las hileras era tan estrecho que sólo se podía pasar de lado. A los pies del lecho había una mecedora de caña de bambú y en la mesilla de noche, una radio. No había aire acondicionado, tan sólo un único ventilador en el techo. En el alféizar de la ventana que quedaba encima de su cama vio un panecillo reseco y mordisqueado. El punto final de toda una vida, otra más en la historia del pueblo chino: trabajar duro, recibir poco, no quejarse y sufrir mucho.
¿Cómo habría influido una vida como ésa en Guan? La hija había escogido un camino diferente. El inspector jefe Chen tuvo la vaga sensación de que había algo en ese caso, algo que lo desconcertaba, lo desafiaba y tiraba de él hacia una dirección desconocida. Decidió ir a su piso andando, porque a veces pensaba mejor cuando caminaba.
Se detuvo en una botica y compró un frasco de pastillas de gingseng. No era un fanático de la medicina natural china, pero daba por sentado que la frustración había minado su equilibrio natural. Ahora necesitaba un complemento que le devolviera la energía. Mientras chupaba una píldora amarga de gingseng, ponderó que podría tratar el caso de otra manera: investigando cómo Guan se había convertido en una trabajadora modelo de rango nacional. Según la teoría literaria que había estudiado, aquello se denominaba "enfoque biográfico", aunque quizá sus resultados tampoco fueran demasiado fiables. ¿Quién habría dicho que él llegaría a ser inspector jefe de la policía?
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