– ¿Adónde han ido a parar qué?
– Estos siete años.
– Donde van a parar siempre -dice él-. A hacer lo que se debe.
– Supongo.
Está preocupada por él.
Parece cansado, agotado. Y, si bien bromearon al respecto, ha perdido peso últimamente, y parece más sensible a los resfriados y la gripe.
Pero se trata de algo más que su salud.
También es su seguridad.
Nora tiene miedo de que le maten.
No se trata tan solo de sus constantes sermones políticos y las actividades sindicales. Durante los últimos años cada vez ha pasado más tiempo en el estado de Chiapas, convirtiendo su iglesia en un centro del movimiento indígena, lo cual ha enfurecido a los terratenientes locales. Habla sin ambages de ciertos problemas sociales, adoptando siempre posturas peligrosamente izquierdistas, incluso atacando el TLCAN, el cual solo servirá para desposeer todavía más a los pobres y a los sin tierra.
Ha llegado al punto de clamar contra el tratado desde el púlpito, lo cual ha enfurecido a sus superiores de la Iglesia y a la derecha mexicana.
Las pintadas se ven, literalmente, en las paredes.
La primera vez que Nora vio uno de los carteles se lanzó a arrancarlo, pero él la detuvo. Pensaba que era divertido, un dibujo de él estilo cómic con la leyenda el cardenal rojo, y el anuncio: CRIMINAL PELIGROSO. SE BUSCA POR TRAICIONAR A SU PAÍS.
Se hizo con una copia para enmarcarla.
No está asustado. Asegura a Nora que ni siquiera la derecha mataría a un cura. Pero asesinaron a Óscar Romero en Guatemala, ¿verdad? Su hábito no paró las balas. Un escuadrón de la muerte de extrema derecha entró en su iglesia mientras decía misa y le cosió a balazos. Por eso ella tiene miedo de la Guardia Blanca mexicana, y de esos carteles que pueden azuzar a algún lunático solitario a convertirse en un héroe si mata a un traidor.
– Solo intentan intimidarme -le dijo Juan cuando vieron por primera vez los carteles.
Pero eso es justo lo que le asusta, porque sabe que no le intimidarán. Y cuando vean que no lo consiguen, ¿qué harán? Por lo tanto, quizá la «solicitud» de dimitir sea algo bueno, piensa. Por eso saca a colación la idea de que dimita. Es demasiado inteligente para hablar abiertamente de su salud, su cansancio y las amenazas dirigidas contra él, pero quiere dejarle una puerta abierta para que salga.
Solo para que salga.
Vivo.
– No sé -dice como si tal cosa-. Tal vez no sea una idea tan mala.
Juan le ha contado la discusión con el nuncio papal, cuando le llamó a Ciudad de México para explicarle «sus graves errores doctrinales y pastorales» en Chiapas.
– Esa «teología de la liberación»… -había empezado Antonucci.
– No me interesa la teología de la liberación.
– Me alegra saberlo.
– Solo me interesa la liberación.
La cara de pinzón de Antonucci se ensombreció.
– Cristo libera nuestras almas del infierno y la muerte, y yo diría que esa liberación es suficiente. Que es la buena noticia de los Evangelios, y es lo que tiene que predicar a los fieles de su diócesis. Y que eso, y no la política, debería ser su principal preocupación.
– Mi principal preocupación -replicó Parada- es que los Evangelios se conviertan en buenas noticias para el pueblo ahora, y no después de que se haya muerto de hambre.
– Esta orientación política estuvo muy de moda después del Concilio Vaticano Segundo -dijo Antonucci-, pero tal vez no se ha fijado en que ahora tenemos un Papa diferente.
– Sí -dijo Parada-, y a veces nos hace retroceder en el tiempo. Allá donde va, besa el suelo y pasa del pueblo.
– Esto no es una broma -dijo Antonucci-. Le están investigando.
– ¿Quién?
– La Sección de Asuntos Latinos del Vaticano -contestó Antonucci-. El obispo Gantin. Y quiere que le expulsen.
– ¿Acusado de qué?
– Herejía.
– ¡Qué ridiculez!
– ¿De veras? -Antonucci levantó una carpeta de la mesa-. ¿Celebró misa en un pueblo de Chiapas el mayo pasado, vestido con hábitos mayas y coronado con un tocado de plumas?
– Son símbolos que el pueblo indígena…
– De modo que la respuesta es sí -interrumpió Antonucci-. Estaba alentando sin ambages la idolatría pagana.
– ¿Cree que Dios llegó aquí con Colón?
– Se está autocitando -dijo Antonucci-. Sí, tengo aquí ese pequeño fragmento. Déjeme ver. Sí, aquí está. «Dios ama a toda la humanidad…»
– ¿Tiene algo que objetar a esa afirmación?
– «… y en consecuencia ha revelado su condición divina a todos los grupos culturales y étnicos del mundo. Antes de que cualquier misionero llegara para hablar de Cristo, ya se había abierto un proceso de salvación en estas tierras. Sabemos con certeza que Colón no trajo a Dios a bordo de sus barcos. No, Dios ya está presente en estas culturas, de modo que el trabajo de los misioneros posee un significado muy diferente: anunciar la presencia de un Dios que ya ha llegado». ¿Niega haber dicho esto?
– No, lo asumo.
– ¿Están salvados antes de Cristo?
– Sí.
– Pura herejía.
– No.
Es pura salvación. Esa sencilla afirmación, Colón no trajo a Dios consigo, hizo más que mil catecismos por lanzar un renacimiento espiritual en Chiapas, cuando el pueblo indígena empezó a buscar en su cultura señales del Dios revelado. Y las encontraron: en sus costumbres, en su administración de la tierra, en las antiguas leyes de cómo tratar a sus hermanos. Fue solo entonces, después de encontrar a Dios en su seno, cuando pudieron recibir la buena noticia de Jesucristo.
Y la esperanza de redención. De quinientos años de esclavitud. Medio milenio de opresión, humillación y pobreza extrema, desesperada, criminal. Y si Cristo no venía a redimir eso, nunca vendría.
– ¿Qué le parece esto? -dijo Antonucci-. «El misterio de la Santísima Trinidad no es el acertijo matemático de Tres en Uno. Es la manifestación del Padre en la política, del Hijo en la economía, y del Espíritu Santo en la cultura.» ¿De veras refleja esto su forma de pensar?
– Sí.
Sí, porque Dios necesita todo eso (política, economía y cultura) para revelarse en todo su poder. Por eso hemos dedicado los últimos siete años a construir centros culturales, clínicas, cooperativas agrícolas y, sí, organizaciones políticas.
– ¿Reduce Dios Padre a simple política, y a Nuestro Señor Jesucristo a una cátedra de teoría marxista en un departamento de economía de tercera fila? Ni siquiera voy a comentar la blasfema relación del Espíritu Santo con la cultura pagana local, signifique eso lo que signifique.
– El problema reside en que usted no sabe lo que significa.
– No -replicó Antonucci-, el problema es que usted sí lo sabe.
– ¿Quiere saber lo que me preguntó el otro día un indio anciano?
– Me lo va a contar de todas formas.
– Me preguntó: «¿Este Dios de usted salva solo las almas? ¿O también salva los cuerpos?».
– Tiemblo solo de pensar en lo que pudo haberle contestado.
– Más le vale.
Estaban sentados a ambos lados de un escritorio, mirándose fijamente, y entonces Parada se contuvo un poco y trató de explicarse.
– Fíjese en lo que estamos consiguiendo en Chiapas: ahora tenemos seis mil catecúmenos indígenas, esparcidos por todos los pueblos, que enseñan el Evangelio.
– Sí, fijémonos en lo que ha conseguido en Chiapas -replicó Antonucci-. Tiene el porcentaje más elevado de conversos al protestantismo de todo México. Poco más de la mitad de su gente son católicos, el porcentaje más bajo de México.
– Así que eso es lo único que importa -replicó Parada-. Coca-Cola está preocupada por perder mercado en relación con Pepsi.
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