Donde el frío se filtra en sus huesos.
Y la necesidad de crack roe sus huesos como un perro hambriento. El perro le devora, le devora, ansioso de cocaína.
Pero lo peor es su rabia.
La rabia de la traición.
La traición de sus aliados, pues tiene que haber existido traición a los niveles más altos para que esté en esta celda.
Aquel hijo de puta y su hermano en Los Pinos. A los que compró, pagó y nombró. Las elecciones robadas a Cárdenas utilizando mi dinero y el dinero que obligué al cártel a darles… y me han traicionado así. Los hijos de puta, cabrones, lambiosos.
Y los norteamericanos, los norteamericanos a los que ayudé en su guerra contra los comunistas, también me han traicionado.
Y Güero Méndez, que me robó mi amor. Méndez, quien posee a la mujer que debería ser mía, y los hijos que deberían ser míos.
Y Pilar, el putón que me traicionó.
Tío está sentado en el suelo de la celda, con los brazos alrededor de las piernas, meciéndose atrás y adelante con rabia y mono. Tarda un día en localizar a un guardia que le venda crack. Inhala el delicioso humo y lo retiene en los pulmones. Deja que suba hasta su cerebro. Que le proporcione euforia, y después claridad.
Entonces lo ve todo.
Venganza.
De Méndez.
De Pilar.
Se duerme sonriente.
Fabián Martínez, alias el Tiburón, es un asesino implacable.
El Junior se ha convertido en uno de los principales sicarios de Raúl, su pistolero más eficaz. El director del periódico de Tijuana que llevó demasiado lejos el periodismo de investigación… El Tiburón acabó con él como si fuera el blanco de un videojuego. Aquel surfero y camello californiano que desembarcó tres toneladas de yerba en la playa, cerca de Rosarita, pero no pagó la cuota de desembarco… El Tiburón lo reventó como un globo, y después se fue a una fiesta. Y aquellos tres idiotas pendejos de Durango que robaron un cargamento de coca que los Barrera habían garantizado… Bien, el Tiburón cogió un AK y los cosió a balas en plena calle como si fueran mierda de perro, después vertió gasolina sobre sus cuerpos, les prendió fuego y dejó que quemaran como luminarias. Los bomberos tuvieron miedo de apagarlos, y con fundadas razones, y la historia dice que dos de los tipos todavía respiraban cuando el Tiburón dejó caer la cerilla.
– Eso son chorradas -dijo Fabián, negando la veracidad de la historia -. Utilicé mi encendedor.
Da igual.
Mata sin remordimientos ni conciencia.
Justo lo que necesitamos, piensa Raúl, sentado en el coche con el chico, cuando le pide el favor de que sea el nuevo pasador de los Barrera.
– Queremos que te encargues de las entregas de dinero a Güero Méndez -le dice Raúl-. Que seas el nuevo correo.
– ¿Eso es todo? -pregunta Fabián.
Pensaba que habría algo más, algo húmedo, algo que implicara el dulce y penetrante chute de adrenalina de matar.
De hecho, hay algo más.
Los hijos de Pilar son el amor de su vida.
Es una joven madonna, con una hija de tres años y un bebé, de rostro y cuerpo ya maduros, y una personalidad alrededor de los ojos que antes no existía. Está sentada en el borde de la piscina y sus pies desnudos cuelgan en el agua.
– Los niños son la sonrisa de m í coraz ó n -le dice a Fabián Martínez-. Mi marido no -añade después con tristeza.
Fabián cree que la estancia de Güero Méndez es de una ordinariez apabullante.
«Un traficante chic», le describe Pilar en privado, en un tono que no pretende disimular su desprecio.
– Intento cambiarlo, pero tiene metida esa imagen en su cabeza…
Narcovaquero, piensa Fabián.
En lugar de disimular sus raíces rurales, Güero las exhibe. Recrea una grotesca versión moderna de los grandes terratenientes del pasado, los dones, los rancheros, los vaqueros que llevaban sombreros de ala ancha, botas y chaparreras porque los necesitaban para conducir los rebaños. Ahora, los nuevos narcos han recreado la imagen en su mente: camisas de vaquero de poliéster negro con falsos botones de nácar, chaparreras de poliéster de colores chillones, verde lima, amarillo canario y rosa coral. Y botas de tacón alto. No son botas prácticas para caminar, sino botas puntiagudas de vaquero yanqui, hechas de toda clase de materiales, cuanto más exóticos mejor (avestruz, caimán), teñidas de rojos y verdes brillantes.
Los antiguos vaqueros se habrían partido el culo.
O se habrían revuelto en sus tumbas.
Y la casa…
A Pilar le da vergüenza.
No es el clásico estilo de estancia (una planta, tejado de tejas un porche agradable y elegante), sino una monstruosidad de tres plantas de ladrillo amarillo, columnas y barandilla de hierro. Y el interior… Butacas de cuero con cuernos de vaca a modo de orejeras y pezuñas a modo de pies. Sofás hechos de piel de vaca roja y blanca. Taburetes con sillas de montar como asientos.
– Con todo su dinero -suspira ella-, lo que podría haber hecho.
Hablando de dinero, Fabián lleva un maletín lleno en la mano. Más dinero para Güero Méndez con el fin de que prosiga su guerra contra el buen gusto. Fabián es el nuevo correo, y el pretexto consiste en que es demasiado peligroso para los hermanos Barrera desplazarse, después de lo sucedido a Miguel Ángel.
Tienen que ser discretos.
Fabián se encargará de las entregas mensuales y de transmitir las órdenes.
Este fin de semana se está celebrando una fiesta en el rancho. Pilar interpreta el papel de anfitriona refinada, y Fabián se queda sorprendido cuando se descubre pensando que es refinada, encantadora, adorable y sutil. Se esperaba un ama de casa desaliñada, pero ella no es así. En la cena de la noche, en el enorme comedor atestado de invitados, ve su rostro a la luz de las velas, y es un rostro exquisito.
Ella le mira y observa que la está mirando.
Ese chico hermoso como un astro del cine, vestido con elegancia.
Al poco se encuentra paseando junto a la piscina con ella, y entonces le confiesa que no ama a su marido.
Él no sabe qué decir, de modo que cierra la boca. Se sorprende cuando ella continúa.
– Yo era muy joven. Él también, y muy guapo, ¿no? Y, perdóname, iba a rescatarme de don Angel. Y lo hizo. Me convirtió en una gran señora. Y lo hizo. Una gran señora desdichada.
– ¿Es usted desdichada? -dice Fabián como si fuera estúpido.
– No le amo -dice ella-. ¿No te parece terrible? Soy una persona horrible. Me trata bien, me lo da todo. No va con otras mujeres, no se va de putas… Soy el amor de su vida, y por eso me siento tan culpable. Güero me adora, y yo le desprecio por eso. Cuando está conmigo, no siento… No siento. Y después empiezo a hacer una lista de las cosas que me desagradan de él: es un hortera, carece de gusto, es un patán, un palurdo. Odio este lugar. Quiero volver a Guadalajara. Restaurantes de verdad, tiendas de verdad. Quiero ir a museos, conciertos, galerías de arte. Quiero viajar. Ver Roma, París, Río. No quiero aburrirme… de mi vida, de mi marido.
Sonríe, y después mira a los invitados congregados alrededor del enorme bar situado al final de la piscina.
– Todos creen que soy una puta.
– No.
– Pues claro que sí -replica ella-. Pero nadie es lo bastante valiente para decirlo en voz alta.
Pues claro que no, piensa Fabián. Todos conocen la historia de Rafael Barragos.
Se pregunta si ella también.
Rafi había asistido a una barbacoa en el rancho, poco después de que Güero y Pilar se casaran, y estaba con algunos cuates cuando Güero salió de la casa con Pilar del brazo. Rafi lanzó una risita, y en voz baja hizo una broma acerca de que Güero se había casado con la puta de Barrera. Y uno de sus buenos amigos fue a ver a Güero y se lo contó, y aquella noche sacaron a Rafi de su cuarto de invitado, fundieron delante de él la bandeja de plata que les había obsequiado como regalo de bodas, le metieron un embudo en la boca y vertieron la plata fundida.
Читать дальше