Todo esto provoca disturbios en las calles de Tegucigalpa, donde miles de airados ciudadanos, incitados y pagados por los abogados de Mette, queman la embajada norteamericana como protesta contra el imperialismo yanqui. Quieren saber de dónde ha sacado los huevos ese policía norteamericano para entrar en su país y secuestrar a uno de sus ciudadanos más importantes.
Mucha gente en Washington se hace la misma pregunta. También les gustaría saber de dónde ha sacado los huevos Art Keller, el ex ARM caído en desgracia de la oficina clausurada de Guadalajara, para provocar un incidente internacional. Y no solo los huevos, sino la pasta para llevarlo a cabo.
¿Cómo coño ha ocurrido?
Quito Fuentes es un traficante de poca monta.
Lo es ahora, y lo era en 1985, cuando condujo al torturado Ernie Hidalgo desde el piso franco de Guadalajara hasta el rancho de Sinaloa. Ahora vive en Tijuana, donde trafica con norteamericanos de poca monta que cruzan la frontera para un chute rápido.
Si te dedicas a ese tipo de actividades, no tienes que parecer blando, por si uno de los yanquis decide que es un bandido de verdad e intenta robarte la droga y marcharse corriendo hacia la frontera. No, tienes que llevar un poco de peso en la cadera, y lo que tiene ahora Quito es… un pedazo de mierda.
Quito necesita una pistola nueva.
Lo cual, al contrario de lo que pueda parecer, es difícil de conseguir en México, donde a los federales y a la policía estatal les gusta monopolizar las armas de fuego. Por suerte para Quito, que vive en Tijuana, está al lado del mayor supermercado de armas del mundo entero, Estados Unidos, así que es todo oídos cuando Paco Méndez llama desde Chula Vista para ofrecerle un trato. Tiene que mover una Mac-10 limpia.
Lo único que tiene que hacer Quito es ir a recogerla.
Pero a Quito ya no le gusta cruzar la frontera. Desde lo que pasó con aquel poli yanqui, Hidalgo.
Quito sabe que no puede ser detenido en México, pero en Estados Unidos la historia sería diferente, así que le da las gracias a Paco, pero no, gracias, ¿por qué no se la trae a Tijuana? Es más una pregunta esperanzada que realista, porque a) tienes que tener muy buenos contactos o b) ser un imbécil para intentar pasar de contrabando cualquier arma de fuego, y ya no digamos una metralleta, a México. Si te pillan los federales, te darán más que a una estera, y después te caerán un mínimo de dos años en una prisión mexicana. Paco sabe que en las cárceles mexicanas no te dan de comer, ese es problema de tu familia, y Paco ya no tiene familia en México. Tampoco tiene buenos contactos ni es un imbécil, así que le dice a Quito que no puede hacer el viaje.
– Deja que me lo piense -dice Paco, que necesita convertir el arma en dinero con rapidez-. Te volveré a llamar.
Cuelga y se lo cuenta a Art Keller.
– No vendrá.
– En ese caso, tienes un problema gordo -dice Art.
No es una broma, es un problema gordo, acusación de posesión de cocaína y armas.
– Lo convertiré en un caso federal y pediré al juez sentencias consecutivas -añade Art, por si Paco no ha comprendido el mensaje todavía.
– ¡Lo estoy intentando! -lloriquea Paco.
– No sumas puntos pese al esfuerzo -dice Art.
– Es usted un gran tocapelotas, ¿lo sabía?
– Lo sé -dice Art-. ¿Y tú?
Paco se derrumba en la silla.
– De acuerdo -dice Art-. Cítale en la valla.
– ¿Sí?
– Nosotros nos encargaremos del resto.
Paco vuelve a telefonear y se citan para cerrar el trato en la desvencijada valla de tela metálica fronteriza de Coyote Canyon.
En tierra de nadie.
Si vas a Coyote Canyon de noche, será mejor que lleves una pistola, e incluso eso podría ser insuficiente, porque un montón de hijos de Dios llevan pistola en Coyote Canyon, una gran cicatriz en las colinas ondulantes de tierra yerma que flanquean el mar a lo largo de la frontera. El cañón corre desde el borde norte de Tijuana durante unos dos kilómetros y se interna en Estados Unidos, y es territorio de bandidos. Al anochecer, miles de aspirantes a inmigrantes empiezan a congregarse a cada lado del cañón, en un risco que domina el acueducto seco, que es la frontera real. Cuando el sol se pone, corren por el cañón, superando en número a los agentes de la Patrulla de Fronteras. Es la ley de las cifras: pasan más que caen. Y aunque te pillen, siempre hay un mañana.
Quizá.
Porque los bandidos de verdad esperan en el cañón como depredadores al rebaño de mojados. Eligen a los débiles y a los heridos. Roban, violan y asesinan. Se llevan el escaso dinero que puedan llevar los ilegales, arrastran a sus mujeres hacia los arbustos y las violan, y a veces les rebanan el pescuezo.
De modo que si quieres ir a recoger naranjas a Estados Unidos, tienes que superar el obstáculo de Coyote Canyon. Y en medio del caos, entre el polvo de mil pies que corren, en la oscuridad y entre los chillidos, disparos y hojas centelleantes, con los vehículos de la Patrulla de Fronteras rugiendo arriba y abajo de las colinas, como vaqueros intentando controlar una estampida (como así es), se hacen muchos negocios a lo largo de la valla.
Se trafica con drogas, sexo, armas.
Y eso es lo que está haciendo Quito, acuclillado junto a un hueco practicado en la valla.
– Dame la pistola.
– Dame el dinero.
Quito ve la Mac-10 brillando a la luz de la luna, así que está muy seguro de que su viejo cuate Paco no le va a estafar. Pasa la mano a través del hueco para entregar el dinero a Paco, y Paco agarra…
… no el dinero, sino su muñeca.
Y la sujeta.
Quito intenta resistir, pero ahora hay tres yanquis agarrándole. -Estás detenido por el asesinato de Ernie Hidalgo -dice uno. -No pueden detenerme, estoy en México -responde Quito. -Ningún problema -dice Art.
Así que empieza a tirar de él en dirección a listados Unidos, a tirar de él a través del hueco de la valla. Uno de los cortes puntiagudos de la valla se enreda en los pantalones de Quito. Pero Art sigue tirando, y el alambre afilado perfora el trasero de Quito y sobresale por el otro lado.
Prácticamente se halla empalado a través de la nalga izquierda, y no para de chillar.
– ¡Estoy atascado! ¡Estoy atascado!
A Art le da igual. Apoya los pies contra el lado norteamericano de la valla y continúa tirando. El alambre desgarra el trasero de Quito, y ahora sí que chilla de lo lindo, porque le duele, está sangrando y dentro de Estados Unidos, y los yanquis le están dando una buena, y le meten un trapo en la boca para ahogar sus gritos, y le esposan, y le conducen hacia un jeep, y Quito ve a un agente de la Patrulla de Fronteras y trata de pedir ayuda, pero el migra se limita a darle la espalda y fingir que no ha visto nada.
Quito cuenta todo esto al juez, que mira con solemnidad a Art y le pregunta dónde tuvo lugar el arresto.
– El acusado fue detenido en Estados Unidos, señoría -dice Art-. Pisaba suelo norteamericano.
– El acusado afirma que usted tiró de él a través de la valla.
Entonces, mientras el abogado de oficio de Quito se pone a dar saltitos de indignación, Art contesta:
– No hay ni una palabra de cierto en todo eso, señoría. El señor Fuentes entró en el país por voluntad propia, con la intención de adquirir un arma de fuego ilegal. Tenemos un testigo.
– ¿Es el señor Méndez?
– Sí, señoría.
– Señoría -dice el abogado de oficio-, es evidente que el señor Méndez ha llegado a un acuerdo con.
– No hubo ningún acuerdo -interrumpe Art-. Lo juro por Dios.
El siguiente.
El Doctor no va a ser tan fácil.
El Doctor Álvarez tiene una floreciente consulta de ginecología en Guadalajara, y no piensa irse. Nada en el mundo va a atraerle al otro lado o cerca de la frontera. Sabe que la DEA está enterada de su implicación en el asesinato de Hidalgo, sabe que Keller se muere de ganas por detenerle, por lo que el buen doctor no se mueve de Guadalajara.
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