– Sal Scachi me dio el número, ¿vale? -dice Peaches-. Ya conoces a Sal.
– No sé -dice Callan. Si Calabrese fuera a matarles por ese asunto de las drogas, sería Scachi quien se encargaría.
– ¿Quieres relajarte? -dice Peaches-. Estás empezando a ponerme nervioso.
– Bien.
– «Bien.» Quiere que me ponga nervioso.
– Quiero que estés vivo.
– Agradezco tus deseos, Callan, yo también. -Peaches agarra a Callan por la nuca y le da un beso en la mejilla-. Ahora ya puedes ir al cura y confesarle que has cometido un acto homosexual con un spaghetti. Te quiero, bastardo. Esta noche, solo placer, te lo digo yo.
No obstante, Callan enfunda su 22 con silenciador antes de salir. Frenan ante la Casa Blanca y un minuto después se encuentran en el vestíbulo, boquiabiertos.
Callan piensa en beber una cerveza, pero después se contiene y echa un vistazo a su alrededor. Si alguien se ha planteado eliminar a Peaches, esperarán a que Jimmy esté dale que dale y le meterán una bala en la cabeza. De modo que Callan irá a beber su cerveza, agarrará a O-Bop y montará un poco de seguridad. Claro, O-Bop le enviará a la mierda, quiere echar un polvo, la seguridad será responsabilidad de Callan. De modo que bebe su cerveza, mientras Haley deja tres carpetas negras con aros sobre la mesita auxiliar de cristal.
– Esta noche contamos con unas cuantas damas -dice al tiempo que abre una carpeta. Cada página tiene una lustrosa fotografía en blanco y negro de veinticuatro por treinta, dentro de una funda de plástico, con otras más pequeñas de cuerpo entero, en diversas posturas, en el reverso. Haley no está dispuesta a exhibir a sus mujeres como si fuera una subasta de ganado. No, esto es elegante, digno, y sirve para disparar la imaginación de los hombres-. Conociendo a estas damas como las conozco yo -dice-, será un placer ayudarles a elegir la pareja adecuada.
Después de que los demás hombres hayan tomado su decisión, se sienta al lado de Callan, observa que se ha quedado clavado en la foto del primer plano de Nora y susurra en su oído:
– Una sola mirada suya bastaría para que se corriera.
Callan enrojece hasta la raíz del pelo.
– ¿Le gustaría conocerla? -pregunta Haley.
Callan consigue asentir.
Resulta que sí.
Y se enamora al instante. Nora entra en la habitación, y le mira con aquellos ojos suyos. Callan nota una descarga que va desde el corazón a la ingle, y viceversa, y en ese momento ya está perdido. Nunca había visto nada más bonito en su vida. La idea de que algo (alguien) tan bonito pueda ser suyo siquiera un instante es algo que no consideró posible en toda su vida. Ahora es inminente.
Traga saliva.
Nora, por su parte, está aliviada de que sea él.
No está mal físicamente, y no parece malo.
Extiende la mano y sonríe.
– Soy Nora.
– Callan.
– ¿Tienes nombre, Callan?
– Sean.
– Hola, Sean.
Haley les sonríe como una casamentera. Quería el tímido para la primera vez de Nora, de modo que manipuló a los demás para que eligieran a las mujeres con más experiencia. Ahora, todo el mundo está emparejado tal como ella deseaba, charlan y pasean, se preparan para ir a las habitaciones. Se escapa a su despacho para poder llamar a Adán y decirle que sus clientes se lo están pasando bien.
– Yo me ocuparé de la cuenta -dice Adán.
No es nada. Es calderilla comparada con los negocios que los hermanos Piccone podrían reportarle. Adán podría vender un montón de cocaína en California. Tiene muchos clientes en San Diego y Los Ángeles, pero el mercado de Nueva York sería enorme. Colocar su producto en las calles de Nueva York mediante la red de distribución de los Cimino… Bien, Jimmy Peaches puede tener todas las putas que le dé la gana, y por cuenta de la casa.
Adán ya no va a la Casa Blanca. No como cliente, en todo caso. Acostarse con prostitutas, ni que sean de clase alta, ya no es adecuado para un hombre de negocios serio como él.
Además, está enamorado.
Lucía Vivanca es hija de una familia de clase media. Nacida en Estados Unidos, ha «conseguido el Doblete Diario», como dice Raúl. Es decir, goza de doble nacionalidad, mexicana y estadounidense. Recién graduada en el instituto de Nuestra Señora de la Paz, de San Diego, vive con una hermana mayor y va a clase al San Diego State.
Y es una belleza.
Menuda, de pelo rubio natural e impresionantes ojos oscuros, con una figura esbelta sobre la que Raúl hace comentarios obscenos a la menor oportunidad.
– Vaya chupas, hermano -dice-. Cómo sobresalen de la blusa. Podrías cortarte con ellas. Lástima que sea una chiflona.
No es una calientabraguetas, piensa Adán, sino una señora. Bien educada, culta, de un colegio de monjas. De todos modos, debe admitir que está frustrado después de incontables achuchones en el asiento delantero de su coche aparcado, o en el sofá del apartamento de su hermana, las escasas ocasiones en que la bruja vigilante les concede unos minutos a solas.
Lucía no cederá hasta que estén casados.
Y yo no tengo dinero para casarme todavía, piensa Adán. No con una señora como Lucía.
– Le harías un favor yéndote de putas -arguye Raúl-, en lugar de someterla a tanta presión. De hecho, le debes a Lucía ir a la Casa Blanca. Tu moralidad es indulgencia egoísta.
Raúl no es nada egoísta a ese respecto, piensa Adán. Su generosidad es más que abundante. Mi hermano, piensa Adán, arrasa la Casa Blanca como un cocinero de restaurante arrasa la despensa y devora todas las provisiones.
– Es mi naturaleza generosa -dice Raúl-. ¿Qué quieres que te diga? Me gusta la gente.
– Esta noche guárdate dentro de los pantalones tu naturaleza generosa -dice Adán-. Esta noche toca negocios.
Confía en que todo vaya bien en la Casa Blanca.
– ¿Te apetece una copa? -pregunta Callan a Nora.
– ¿Un zumo de pomelo?
– ¿Eso es todo?
– No bebo -dice Nora.
Callan no sabe qué decir o hacer, de modo que se queda mirándola.
Ella le devuelve la mirada, sorprendida. No tanto por lo que siente, sino por lo que no siente.
Desprecio.
Da la impresión de que no puede hacer acopio de desprecio.
– ¿Sean?
– ¿Sí?
– Tengo una habitación. ¿Te apetece ir?
Callan agradece que se haya dejado de tonterías y evitarle seguir ahí parado como un capullo.
Pues claro que quiero ir, piensa. Quiero subir a la habitación, quitarte la ropa, tocarte por todas partes, metértela, y después quiero llevarte a casa. Llevarte de vuelta a la Cocina y tratarte como a la reina del West Side, y conseguir que seas lo primero que vea por la mañana y lo último que vea por la noche.
– Sí. Sí, me apetece.
Ella sonríe, le toma de la mano y se disponen a subir cuando se oye la voz de Peaches desde el otro lado de la sala.
– ¡Eh, Callan!
Callan se vuelve y le ve parado en una esquina al lado de una mujer bajita de pelo negro corto.
– ¿Sí?
– Quiero hacer un cambio.
– ¿Qué? -pregunta Callan.
– No pienso…-empieza Nora.
– Bien. Sigue así -dice Peaches. Mira a Callan-. ¿Y bien?
Peaches está cabreado. Se fijó en Nora nada más entrar en la sala. Tal vez la pieza más hermosa que haya visto en su vida. Si se la hubieran enseñado antes, la habría escogido.
– No -dice Callan.
– Venga, sé comprensivo.
El mundo se detiene en la sala.
O-Bop y Little Peaches dejan de meter mano a sus acompañantes y empiezan a analizar la situación.
Lo cual es peligroso, piensa O-Bop.
Porque si bien está muy claro que Jimmy Peaches no es el que está más chiflado de los hermanos Piccone (dicho honor recae en Little Peaches, sin la menor duda), Jimmy tiene su temperamento. Le da de repente, como caído del cielo, y nunca sabes qué va a hacer (o, peor todavía, lo que te ordenará hacer), sin pensarlo dos veces.
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