Y Jimmy está irritado en este momento, pensando en Callan, porque Callan se ha vuelto hosco y silencioso desde que llegaron a California. Y esto pone nervioso a Jimmy, porque necesita a Callan. Y ahora, Callan está a punto de subir para tirarse a la mujer que Peaches quiere tirarse, y eso no es justo, porque Peaches es el jefe.
Hay algo más que convierte en peligrosa la situación, y todos lo saben, aunque nadie de la banda de Piccone lo va a decir en voz alta: Peaches tiene miedo de Callan.
Así de claro. Todos saben que Peaches es bueno. Es duro, listo y malvado.
Es como piedra.
Pero Callan…
Callan es el mejor.
Callan es el asesino más despiadado que haya existido jamás.
Y Jimmy Peaches le necesita y tiene miedo de él, y esa combinación es volátil. Como nitrógeno en una carretera llena de baches, piensa O-Bop. No le gusta nada esta mierda. Le ha costado un huevo asociarles con los Cimino, todos están ganando dinero, ¿y ahora todo se va a ir al carajo por una rajita?
– ¿Qué coño pasa, chicos? -pregunta O-Bop.
– No, ¿qué coño pasa? -pregunta Peaches.
– He dicho que no -repite Callan.
Peaches sabe que Callan puede sacar su pequeña 22 y meterle una bala entre ceja y ceja antes de que tenga tiempo de parpadear. Pero también sabe que Callan no puede cargarse a toda la puta familia Cimino, que es lo que tendrá que hacer si mata a Peaches.
Por eso Peaches va a por él.
Y es lo que en realidad cabrea a Callan.
Está harto de ser el perro de presa de los spaghetti.
A la mierda Jimmy Peaches.
A la mierda él, Johnny Boy, Sal Scachi y Paulie Calabrese.
– ¿Me cubres las espaldas? -pregunta a O-Bop sin apartar los ojos de Peaches.
– Te cubro.
Ya está.
Menuda situación.
No parece que vaya a acabar bien para él ni para nadie, hasta que Nora interviene.
– ¿Por qué no decido yo? -dice.
Peaches sonríe.
– Muy justo. ¿Te parece justo, Callan?
– Es justo.
Aunque piensa que no lo es. Estar tan cerca de la belleza que no puedas ni respirar. Y que se te escape entre los dedos. Pero ¿qué coño tiene que ver la justicia con eso?
– Adelante -dice Peaches-. Elige.
Callan experimenta la sensación de que el corazón se le sale del pecho. Está latiendo delante de todo el mundo.
Ella le mira y dice:
– Te gustará Joyce. Es guapa.
Callan asiente.
– Lo siento -susurra ella.
Y lo dice en serio. Quería irse con Callan, pero Haley, que ha vuelto a la sala y está haciendo lo que puede por tranquilizar la situación, la ha mirado de aquella manera, y Nora es lo bastante lista para comprender que tiene que elegir al grosero.
Haley se siente aliviada. Esta noche tiene que salir bien. Adán ha dejado muy claro que esta noche lo importante no es el negocio de ella, sino el de él. Y como Tío Barrera fue quien aportó el dinero para abrir el local, tiene que cuidar de los negocios de la familia Barrera.
– No lo sientas -dice Callan a Nora… No se va con Joyce.
– No te ofendas -le dice-, pero no, gracias.
Sale y se queda junto al coche. Saca la 22 y la sujeta a su espalda unos minutos después, cuando frena un coche y baja Sal Scachi.
Va vestido al estilo informal californiano, pero aún lleva puestos los lustrosos zapatos del ejército. Los spaghetti y sus zapatos, piensa Callan. Dice a Scachi que se pare y mantenga las manos donde pueda verlas.
– Ah, es el tirador -dice Scachi-. No te preocupes, Tirador, Jimmy Peaches no tiene que preocuparse por mí. Lo que Paulie no sabe…
Le da un leve puñetazo a Callan bajo la barbilla y entra en la casa. Se alegra mucho de haber venido, porque ha pasado los últimos meses con su traje verde, trabajando en una operación de la CIA llamada Cerbero. Scachi, con un grupo de tíos de las Fuerzas ha levantado tres torres de radio en la puta selva colombiana, vigilándolas para impedir que los guerrilleros comunistas las derribaran.
Ahora tiene que asegurarse de poner en contacto a Peaches con Adán Barrera. Lo cual le recuerda…
Se vuelve y llama a Callan.
– ¡Eh, chico! Vienen un par de tíos mexicanos -dice-. Hazme un favor: no les dispares.
Ríe y entra en la casa.
Callan alza la vista hacia la luz de la ventana.
Peaches entra a saco.
Nora intenta pararle un poco, ablandarle, enseñarle las cosas tiernas y lentas que Haley le enseñó, pero el hombre no lo acepta. Ya está empalmado, debido a su victoria de abajo. La tira boca abajo sobre la cama, le arranca la falda y las bragas y se la mete.
– Sientes eso, ¿eh? -dice.
Ella lo siente.
Duele.
El hombre es grande, y ella aún no se ha puesto húmeda y él dale que dale, de modo que lo siente sin el menor asomo de duda. Siente que desliza las manos por debajo de ella, le quita el sujetador y empieza a estrujarle los pechos, y al principio intenta hablar con él, decirle que… pero entonces siente la ira y el desprecio que se derraman sobre ella, y se dice: «Pierde el conocimiento, gilipollas», de modo que deja salir el dolor en forma de gritos, que él interpreta como de placer, así que arremete con más violencia y ella se acuerda de apretarle para que se corra, pero él se sale.
– No me vengas con trucos de putas.
Le da la vuelta y se sienta a horcajadas sobre ella. Junta sus pechos, mete la polla en medio y la empuja hacia su boca.
– Chupa.
Ella lo hace.
Lo hace lo mejor que él le permite, porque quiere acabar de una vez. De todos modos, él se lo monta en plan porno, de manera que termina pronto, saca la polla, la sacude y se corre sobre su cara.
Ella sabe lo que él quiere.
Ella también ha visto películas.
De modo que coge un poco con el dedo, se lo mete en la boca, le mira a los ojos y gime:
– Hummmmmmmmm.
Y le ve sonreír.
Cuando Peaches se marcha, va al cuarto de baño, se cepilla los dientes hasta que las encías le sangran, hace gárgaras con Listerine un minuto y lo escupe. Toma una larga ducha muy caliente, se pone una bata, va hacia la ventana y mira.
Ve al simpático, al tímido, apoyado contra el coche, y piensa que ojalá hubiera sido su novio.
EL TRAMPOL Í N MEXICANO
¿Quién tiene los barcos? ¿Quién tiene los aviones?
Malcolm X
Guadalajara
M é xico
1984
Art Keller ve aterrizar el DC-4.
Ernie Hidalgo y él están sentados en un coche, sobre una loma que domina el aeropuerto de Guadalajara. Art continúa mirando mientras los federales mexicanos ayudan a bajar el cargamento.
– Ni siquiera se molestan en cambiarse el uniforme -comenta Ernie.
– ¿Para qué? -pregunta Art-. Están trabajando, ¿no?
Art tiene los prismáticos de visión nocturna enfocados en una pista de carga y descarga que nace lateralmente de la pista principal. En el lado más próximo de la pista, unos cuantos hangares de carga y algunos cobertizos pequeños hacen las veces de oficinas de las compañías de transporte aéreo. Hay camiones aparcados frente a los hangares, y los federales transportan cajas desde el avión hasta la parte posterior de los camiones.
– ¿Estás grabando esto? -pregunta a Ernie.
– ¿A ti qué te parece? -contesta Ernie. El motor eléctrico de su cámara zumba. Ernie creció entre las bandas de El Paso, vio los efectos que causaba la droga en su barrio y quiso hacer algo para solucionarlo. Cuando Art le ofreció el trabajo de Guadalajara, no dudó ni un momento-. ¿Qué crees que habrá en esas cajas?
– ¿Galletas Oreo? -sugiere Art.
– ¿Zapatillas Bunny?
– Sabemos lo que no es -dice Art-. No es cocaína, porque…
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