Y Adán puede volar.
Es el Señor de los Cielos.
Pero la vida no ha vuelto al status quo ante bellum.
No. Hasta el siempre realista Adán sabe que nada puede ser igual después del asesinato de Parada. En teoría, es un hombre buscado. Sus nuevos «amigos» de Los Pinos han ofrecido una recompensa de cinco millones de dólares por los hermanos Barrera, el FBI les ha puesto en la lista de los Más Buscados, sus fotos cuelgan en las paredes de los puntos de control fronterizos y en las oficinas gubernamentales.
Es una farsa, por supuesto, de cara a los norteamericanos. Las fuerzas de la ley mexicanas ya no persiguen a los Barrera, del mismo modo que ya no intentan acabar con el tráfico de drogas entendido como un todo.
De todos modos, los Barrera no se lo pueden refregar por la cara, no pueden exhibirse. Es el trato no verbalizado. Los viejos tiempos han terminado. Se acabaron las fiestas en grandes restaurantes, las discos, los hipódromos, los asientos de primera fila en los grandes combates pugilísticos. Los Barrera tienen que facilitar al gobierno que pueda encogerse de hombros ante los norteamericanos y afirmar que de buena gana detendría a los Barrera si supiera dónde están.
Así que Adán ya no vive en la mansión de Colonia Hipódromo, no va a sus restaurantes, no se sienta en la trastienda para anotar cifras en sus libretas. No echa de menos la casa, no echa de menos los restaurantes, pero sí que echa de menos a su hija.
Lucía y Gloria están viviendo en Estados Unidos, en la tranquila zona residencial de Bonita, en San Diego. Gloria va al colegio católico; Lucía, a una iglesia nueva. Una vez a la semana, un coche correo de los Barrera se encuentra con ella en el aparcamiento de un centro comercial y le entrega un maletín con setenta mil dólares.
Una vez al mes, Lucía lleva a Gloria a Baja para que vea a su padre.
Se encuentran en hoteles rurales alejados, o en una zona de picnic que hay junto, a la carretera cerca de Tecate. Adán vive para estas visitas. Gloria ya tiene doce años, y está empezando a entender por qué su padre no puede vivir con ellas, por qué no puede cruzar la frontera de Estados Unidos. Él intenta explicarle que le han acusado falsamente de muchas cosas, que los norteamericanos cogen todos los pecados del mundo y los cargan sobre las espaldas de los Barrera.
Pero sobre todo hablan de cosas más mundanas, de cómo le va en el colegio, qué tipo de música escucha, qué películas ha visto, quiénes son sus amigos y lo que hacen cuando se reúnen. Está creciendo, por supuesto, pero a medida que crece también lo hace su deformidad, y el progreso de la enfermedad tiende a acelerarse en la adolescencia. La hinchazón del cuello empuja todavía más hacia abajo y a la izquierda su cabeza, ya de por sí pesada, lo cual le impide hablar bien. Algunos chicos del colegio (es un tópico que los niños son crueles, piensa él) la llaman la Chica Elefante.
Sabe que es doloroso para ella, pero lo desecha con un encogimiento de hombros.
– Son idiotas -dice la niña-. No te preocupes, tengo amigos.
Pero sí que se preocupa, por su salud, se reprende por no poder estar con ella, sufre por el diagnóstico a largo plazo. Reprime las lágrimas cada vez que la visita va a terminar. Mientras Gloria se queda sentada en el coche, Adán discute con Lucía, intenta convencerla de que regrese a México, pero ella no quiere ni oír hablar de ello.
– No pienso vivir como una fugitiva -le dice. Además, dice que tiene miedo de México, miedo de otra guerra, miedo por ella y por su hija.
Son motivos más que suficientes, reflexiona Adán, pero él sabe el verdadero motivo: ahora siente desprecio por él. Está avergonzada de él, de cómo se gana la vida, de lo que ha hecho para ganársela. Quiere mantenerse alejada de él lo máximo posible, entregarse por completo a su frágil hija, cuidarla en la paz y tranquilidad de una vida residencial norteamericana.
Pero aun así, acepta el dinero, piensa Adán.
Nunca envía de vuelta el coche correo.
Intenta no amargarse por ello.
Nora le ayuda.
– Tienes que entender cómo se siente -le dice-. Quiere una vida normal para su hija. Es duro para ti, pero tienes que comprender cómo se siente.
Es curioso, piensa Adán, la amante defendiendo a la esposa, pero la respeta por ello. Ella le ha dicho muchas veces que, si pudiera reunirse con su familia de nuevo, debería hacerlo, y ella se retiraría a un segundo plano.
Pero Nora es el consuelo de su vida.
Cuando es sincero consigo mismo, tiene que reconocer que el lado positivo de estar separado de su esposa es que le concede libertad para estar con Nora.
No, el Señor de los Cielos vuela alto.
Hasta que…
El suministro de cocaína empieza a secarse.
No sucede de repente. Es como una sequía lenta y gradual.
Es la puta DEA norteamericana.
Primero, acabaron con el cártel de Medellín (Fidel «Rambo» Cardona se revolvió contra su viejo amigo Pablo Escobar, y ayudó a los norteamericanos a localizarle y matarle), y después fueron a por Cali. Detuvieron a los hermanos Orejuela cuando regresaban de una reunión en Cancún con Adán. Tanto el cártel de Medellín como el de Cali se rompieron en pedazos. Las Campanitas, los bautizó Adán.
Es lógico, piensa Adán, una evolución natural debido a la incesante presión norteamericana. Los que sobrevivirán serán aquellos capaces de mantener un perfil bajo. De no ser detectados por el radar norteamericano. Es lógico, pero también complica y dificulta los negocios de Adán. En lugar de tratar con una o dos entidades grandes, tiene que hacer juegos malabares con decenas, cuando no miríadas de pequeñas células, e incluso empresarios individuales. Y, con la desaparición de los cárteles integrados verticales, Adán ya no puede confiar en la entrega incesante y puntual de un producto de calidad. Digan lo que digan de los monopolios, piensa Adán, son eficaces. Pueden entregar lo que prometen donde y cuando dicen que lo harán, al contrario que las Campanitas, con quienes la entrega puntual de un producto de calidad se ha convertido en una excepción más que en una norma.
De modo que el sector de producción del negocio de cocaína de Adán ha empezado a temblar, y la vibración se está propagando a todo el entramado, desde los mayoristas a quienes los Barrera proporcionaban transporte y protección, hasta los nuevos mercados minoristas de Los Angeles, Chicago y Nueva York, de los que Adán se apoderó después de la detención de los Orejuela. Para colmo, tiene Boeings 727 vacíos (caros de comprar y mantener) aparcados en pistas de aterrizaje de Colombia, a la espera de cocaína que, con frecuencia, llega demasiado tarde o no aparece, ocuando lo hace, no es de la calidad y potencia prometidas. Así que los clientes de la calle se quejan a los minoristas, quienes se quejan a los mayoristas, quienes (con educación) se quejan a los Barrera.
Más tarde el flujo de cocaína se paraliza casi por completo.
El torrente se convierte en riachuelo, después en hilillo de agua, luego en gotas.
Por fin Adán descubre el motivo:
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Las FARC.
El movimiento insurgente marxista más antiguo y longevo de Latinoamérica.
Las FARC controlan la remota zona sudoeste de Colombia, además de las decisivas fronteras con Perú y Ecuador, países productores de cocaína. Desde su baluarte de los territorios del noroeste de la selva amazónica, las FARC libran desde hace treinta años una guerra de guerrillas contra el gobierno colombiano, los ricos terratenientes de la nación y los intereses petroleros que operan desde los distritos costeros ricos en petróleo.
Y el poder de las FARC está en alza. Tan solo el mes anterior, las guerrillas lanzaron un osado ataque contra un puesto avanzado del ejército en la ciudad de Las Delicias. Conquistaron el fuerte, utilizando morteros y cargas explosivas de gran potencia, mataron a sesenta soldados y capturaron al resto. Las FARC cortaron la principal autopista que comunica los distritos del sudoeste con el resto del país.
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