Baja del autobús y se registra en un Motel 6. La habitación es poca cosa, pero tiene cable. Callan se deja caer sobre la cama y ve películas en el televisor. La habitación huele a desinfectante, pero es mejor que el Golden West.
El plan es esperar unos días a que las cosas se enfríen, y después, si todo se ha calmado (y no hay motivos para creer lo contrario), se reunirán en el Sea Lodge de La Jolla, se relajarán en la playa unos días, pedirán algunas macizas (es Peaches el que dice «macizas») a Haley Saxon y montarán una fiesta.
Callan recuerda la chica que vio allí, Nora. Recuerda que deseaba mucho a la chica, y que Big Peaches se la quitó. Recuerda lo hermosa que era, y piensa que, si pudiera tocar aquella belleza, tal vez su vida sería menos fea. Pero eso fue hace mucho tiempo, mucha sangre ha corrido bajo el puente desde entonces y no es posible que Nora siga en aquella casa.
¿O sí?
De todos modos, no quiere preguntar.
Tres días después, Peaches se pone al teléfono como si estuviera pidiendo comida china para llevar: ¿qué quieres? ¿Una rubia, una morena, qué tal una negrita? Todos se han reunido en la habitación de Peaches, aunque tienen habitaciones contiguas en la playa. Es fantástico, piensa Callan. Sales de tu habitación y ya estás en la playa, y está contemplando el ocaso sobre el mar mientras Peaches pide coños por teléfono.
– Me da igual -dice a Peaches.
Y Peaches dice por teléfono «le da igual», y les despide porque tiene que ocuparse de unos negocios, en los que no deben participar. Id a nadar, daos una ducha, cenad algo, preparaos para las macizas.
Los negocios de Peaches llegan una hora más tarde, después de oscurecer.
No hablan mucho. Peaches le da un maletín que contiene trescientos de los grandes como pago por la información.
Art Keller coge el dinero y se va.
Así de sencillo.
Haley Saxon también se ocupa de sus negocios.
Decide cuáles serán las cinco chicas que enviará a Sea Lodge, y después da el soplo a Raúl Barrera.
Algunos gángsters de los viejos tiempos están en la ciudad, gastando mucho dinero, y adivina quiénes son. ¿Te acuerdas de Jimmy Peaches? Bien, ha aparecido de repente con un montón de pasta.
La información interesa mucho a Raúl.
Y claro, Haley sabe muy bien dónde están.
Pero deja a mis chicas al margen.
Callan está en la cama, mirando cómo se viste la chica.
Es bonita, muy bonita (largo pelo rojo, buena percha, bonito culo), pero no era ella. No obstante, se lo ha pasado bomba, un dinero bien invertido. Se la chupó, después se puso encima de él y le cabalgó hasta que se corrió.
Está en el cuarto de baño recomponiendo su maquillaje, y ve por el espejo que la está mirando.
– Podemos repetir, si quieres -dice.
– Estoy bien.
Cuando la chica se va, Callan se envuelve en una toalla y sale a la pequeña terraza. Ve cómo las pequeñas olas plateadas bajo la luz de la luna rompen en la playa. Un bonito barco pesquero deportivo está amarrado a unos cien metros de distancia, y sus luces proyectan reflejos dorados.
La tranquilidad sería total, piensa Callan, si no oyera a Big Peaches dale que dale en la habitación de al lado. El cabrón de Peaches no cambiará nunca (volvió a repetir eso de «tu chica me gusta más», pero esta vez le tocó a su hermano. A Little Peaches le dio igual), ya le había enviado su chica a la habitación, después de decir «Es tuya», de modo que cambiaron de mujeres y de habitaciones, y por eso Callan está oyendo a Big Peaches resollar y jadear como un toro asmático.
Encuentran el cadáver de Little Peaches por la mañana.
Mickey llama con los nudillos a la puerta de Callan, y cuando Callan abre, Mickey le agarra, le empuja hasta la habitación de Big Peaches, y allí está Little Peaches, atado a una silla con las manos en los bolsillos.
Pero las manos no están sujetas a los brazos.
Están cortadas. La alfombra está empapada de sangre.
Little Peaches tiene un trapo embutido en la boca y los ojos desorbitados. No hay que ser Sherlock Holmes para deducir que le cortaron las manos y dejaron que se desangrara.
Callan oye cómo Big Peaches llora y vomita en el cuarto de baño. O-Bop está sentado en la cama, con la cabeza entre las manos.
El dinero ha desaparecido, por supuesto.
En cambio, en el armario hay una nota.
METEOS LAS MANOS EN LOS BOLSILLOS.
Los Barrera.
Peaches sale del cuarto de baño. Tiene la cara roja, surcada por las lágrimas. Burbujitas de mocos asoman de su nariz.
– No podemos abandonarle -llora.
– Tenemos que irnos, Jimmy -dice Callan.
– Los mataré -dice Peaches-. Aunque sea lo último que haga, esos bastardos me las pagarán.
No hacen las maletas ni nada. Cada uno sube a su vehículo y se largan. Callan va hasta San Francisco, encuentra un pequeño motel cerca de la playa y se esconde.
Raúl Barrera ha recuperado su dinero, aunque faltan trescientos mil dólares.
Raúl sabe que el dinero ha ido a parar a quien dio el soplo a los hermanos Piccone.
Pero (y hay que reconocer que Little Peaches se portó como un hombre) no les dijo quién era. Afirmó que no lo sabía.
Callan se esconde en Seaside, California.
Encuentra uno de esos moteles con cabañas no lejos de la playa y paga en metálico. Durante los primeros días no sale mucho. Después empieza a dar largos paseos por la playa.
Donde las olas le susurran rítmicamente:
«Te perdono…
Dios…»
LA BELLA DURMIENTE
Ante su sorpresa encontr ó a Eva dormida
con las trenzas sueltas y las mejillas encendidas,
como si su descanso hubiera sido perturbado …
John Milton, El para í so perdido
Rancho Las Bardas
Baja, M é xico
Marzo de 1997
Nora duerme con el Señor de los Cielos.
Es el nuevo apodo de Adán entre los narco-cognescenti: el Señor de los Cielos.
Y si él es el Señor, Nora es su Dama.
Ya no esconden su relación. Ella casi siempre está con él. Los narcos han bautizado a Nora, con ironía, la Güera, la Rubia, la dama de pelo dorado de Adán. Su amante, su consejera.
Güero fue enterrado en Guamuchilito.
Todo el pueblo asistió al funeral.
Adán y Nora también. Él con traje negro, ella con vestido y velo negros, caminaron con el cortejo detrás del coche fúnebre rebosante de flores. Una banda de mariachis tocó lacrimógenos corridos en honor al fallecido, mientras la procesión marchaba desde la iglesia construida por Güero, pasaba ante la clínica y el campo de fútbol que él había pagado, en dirección al mausoleo que albergaba los restos de su mujer y sus hijos.
La gente lloraba a raudales, se arrojaba sobre el ataúd abierto y tiraba flores sobre el cuerpo de Güero.
La muerte confería a su rostro un aire apuesto, tranquilo, casi sereno. Llevaba el pelo rubio peinado hacia atrás, y lo habían vestido con un caro traje gris y una corbata roja clásica, en lugar de la negra indumentaria de narcovaquero que solía exhibir.
Había sicarios por todas partes, tanto hombres de Adán como veteranos de Güero, pero llevaban las armas escondidas bajo la camisa y la chaqueta por respeto a la ocasión. Y si bien los hombres de Adán estaban muy atentos, nadie estaba preocupado por la amenaza de un asesinato. La guerra había terminado. Adán Barrera era el vencedor y, además, se estaba comportando con un respeto y dignidad admirables.
Era Nora quien había sugerido no solo que debía permitir que Güero fuera enterrado en su pueblo natal, junto a su familia, sino también que asistieran al funeral, para que todo el mundo los viera. Fue Nora quien le instó a donar generosas cantidades a la iglesia local, y a la escuela y la clínica locales. Nora le animó a donar dinero para un nuevo centro comunitario que recibiría el nombre del finado Héctor «Güero» Méndez Salazar. Nora le convenció además de que enviara emisarios por adelantado para asegurar a los sicarios de Güero y a la pasma de que la guerra había terminado, de que no habría venganza por hechos del pasado, y de que las operaciones continuarían como antes, con el mismo personal en su sitio. Por eso Adán desfilaba en la procesión fúnebre como un conquistador, pero un conquistador que blandía una rama de olivo en la mano.
Читать дальше