De manera que cuando el Beamer llega a los cien, Callan se pone a cien.
Cuando llega a ciento veinte, Callan le imita.
Ciento cuarenta, ciento cuarenta.
Cuando se pasa al carril derecho, Callan también lo hace.
A la izquierda, a la izquierda.
A la derecha, a la derecha.
El Beamer alcanza los ciento cincuenta, y Callan no se queda atrás.
Y ahora, suelta la adrenalina. Recorre sus venas como el combustible del motor de la moto. Moto, motor, motorista, la adrenalina canta, navega, vuela, Callan ha llegado a la zona, una descarga de adrenalina pura cuando se coloca al lado del Beamer y el conductor da un volantazo a la izquierda para intentar embestirle, y casi lo consigue, y Callan tiene que rezagarse y casi pierde el equilibrio. Casi lo pierde a ciento cincuenta por hora, lo cual le pondría a dar vueltas sobre el asfalto, donde se convertiría en una mancha de sangre y tejidos. Pero endereza la moto y se pone detrás del Beamer, que ahora le lleva una ventaja de diez metros, y entonces se abre la ventanilla posterior, asoma un Mac-10 y empieza a disparar como la ametralladora de un avión.
Pero quizá Peaches tenía razón. En un coche lanzado a esa velocidad no puedes acertar una mierda, y en cualquier caso Callan se está inclinando a la derecha y a la izquierda, y los chicos del Beamer piensan que no le van a acertar, de modo que lo mejor es acelerar, y lo hacen.
El Beamer se pone a ciento sesenta, a ciento setenta, y subiendo.
Ni siquiera la Harley puede alcanzarlo.
Por eso Callan atacó donde lo hizo, porque la recta termina en una gigantesca curva cerrada que el Beamer jamás podría tomar a ciento veinte, y no digamos ya a ciento cincuenta. Eso es lo jodido de la física: es implacable, de modo que, o el conductor disminuye la velocidad y deja que el tipo de la moto le alcance, o sale volando de la carretera como un avión en una pista, solo que este no puede volar.
Decide arriesgarse con el perseguidor.
Decisión errónea.
Callan se inclina a la izquierda, con el pie casi rozando el cemento. Sale de la parte superior de la curva a la altura de la ventanilla del conductor, el cual se acojona cuando ve la 22 tan cerca de su cara. Callan dispara una vez para agrietar la ventanilla y…
Pop-pop.
Siempre dos disparos, muy seguidos, porque el segundo corrige automáticamente el primero. En este caso no era necesario. Ambos disparos dan en el blanco.
Las dos balas del 22 están dando vueltas en el cerebro del tipo como las bolas de una máquina del millón.
Por eso la 22 es el arma favorita de Callan. No es lo bastante potente para atravesar un cráneo. En cambio, envía la bala rebotando de un lado a otro del cráneo, buscando con desesperación una salida, encendiendo todas las luces para después apagarlas.
Juego terminado.
No hay partida gratis.
El Beamer da un giro de trescientos sesenta grados y se sale de la carretera.
No obstante, resiste (la estupenda ingeniería alemana), si bien los dos pasajeros están todavía aturdidos por el impacto, mientras Callan se acerca con la moto y…
Pop-pop.
Pop-pop.
Callan vuelve a la autopista.
Tres segundos después, Little Peaches frena detrás del Beamer. Baja del coche con una escopeta en la mano izquierda, por si acaso, se acerca y abre la puerta del conductor. Se inclina sobre el conductor muerto y saca las llaves del encendido. Se dirige hacia la parte posterior del coche, saca los maletines del maletero, vuelve a subir a un coche y se marcha.
En la autopista hay una decena de coches que presencian fragmentos de lo ocurrido, pero ninguno para o se acerca porque Little Peaches va en un coche de la Patrulla de Caminos de California, con el uniforme correspondiente, con lo cual suponen que todo está controlado.
Y tienen razón.
Little Peaches vuelve al coche y se dirige con calma hacia el sur. No le preocupa la posibilidad de que le detenga un poli de verdad, porque momentos antes, a la hora exacta según el reloj de Mickey, Big Peaches ha accionado un interruptor de un transmisor de radio control, y en un solar desierto situado a media manzana de distancia una furgoneta Dodge se ha encendido como el pastel de cumpleaños de un octogenario, y mientras Peaches se encamina hacia su siguiente tarea, ya oye las sirenas que aúllan en su dirección. Se dirige hacia el aparcamiento de un campo de golf de Oceanside, al norte, y está sentado allí cuando Little Peaches llega. Little Peaches toma los maletines, baja del coche de poli falso y sube con Peaches. Mientras Little Peaches se desprende del uniforme de policía, se dirigen hacia el Centro de Transportes de Oceanside.
O-Bop acaba de pasar junto al Beamer accidentado, y sabe que la última parte del trabajo se ha cumplido, así que conduce hasta la salida de la autopista 76. Hay un pequeño solar de tierra dentro del cruce, y allí ha parado Callan. Abandona la Harley y sube con O-Bop. Se encaminan hacia el centro de transportes.
Donde Mickey está esperando en su coche.
Con los ojos clavados en el reloj, esperando.
Los minutos van pasando.
O el trabajo ha salido bien, o sus amigos están heridos, muertos, detenidos.
Entonces ve a Little Peaches entrar en el aparcamiento. Se quedan sentados en el coche hasta que anuncian el tren y lo ven llegar desde San Diego. Bajan del coche, con trajes clásicos, cada uno cargado con un maletín y una taza de café de cartón, una bolsa de viaje colgada del hombro, como unos ejecutivos más que corren para subir al tren porque tienen una reunión en Los Ángeles. Mickey les da los billetes con disimulo cuando pasan junto al coche. Suben pocos momentos antes de que el tren se ponga en marcha, y por eso eligieron el Centro de Transportes de Oceanside, porque cuando el tren Amtrak llega desde el sur, el tren de cercanías sale hacia el sur por una vía diferente. Peaches coge un maletín y sube al tren que va en dirección a Los Ángeles. Su hermano toma el otro maletín y se dirige hacia San Diego, al sur.
Cuando los trenes se alejan de los andenes, Callan y O-Bóp entran en el aparcamiento y bajan del coche. Llevan el pelo corto, al estilo marine, y el tipo de ropa mala de los marines cuando están de permiso. Se cuelgan los petates al hombro, pasan junto al coche de Mickey, reciben sus billetes y se encaminan hacia la parte de la estación de transportes en que están aparcados los autobuses. Un par de marines más de Pendleton que están de permiso. O-Bop sube a un autobús con destino a Escondido, y Callan a uno en dirección a Hemet.
Peaches tiene un billete para Los Angeles, pero no llega a terminar el viaje. Unos minutos al sur de la estación de Santa Ana, entra en los lavabos y cambia su traje de ejecutivo por ropa informal propia de California, y no sale hasta que el tren entra en la estación. Después, baja en Santa Ana y se registra en un motel. Little Peaches lleva a cabo una rutina similar, solo que en dirección sur, baja en la ciudad surfera de Encinitas y se registra en uno de esos viejos moteles de carretera que hay al otro lado de la Pacific Coast Highway.
Mickey vuelve a su hotel. No ha estado cerca de la acción, y si los polis quieren seguir su rastro y hacerle algunas preguntas, tampoco tiene nada que decir. Da un paseo por el centro y vuelve para echar una siesta.
Callan y O-Bop terminan sus respectivos viajes. O-Bop va a un motel No-Tell contiguo a un local porno, feliz de tener cosas que hacer mientras se oculta. Se registra, compra fichas por valor de veinte pavos y se tira casi toda la tarde metiendo las monedas en las máquinas de vídeo.
Sentado en su autobús, Callan intenta olvidar que acaba de matar a tres hombres, pero no puede. No siente el vacío de costumbre. Siente algo que no puede definir.
«Te perdono. Dios te perdona.»
No puede sacarse esa mierda de la cabeza.
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