– Eso forma parte del patrimonio histórico -dijo Louis-. Y, ahí arriba, la bandera confederada ondeando al viento, y unas cuantas fundas de almohada guardadas para ocasiones especiales, ya sabes.
La casa de la vieja plantación de los Larousse era una construcción de ladrillo anterior a la revolución, una villa de estilo georgiano-paladino que se remontaba a mediados del siglo XVIII. Dos escaleras gemelas de piedra caliza conducían a un pórtico con solería de mármol. Cuatro columnas dóricas sostenían una galería que recorría la fachada de la casa, con una hilera doble de cuatro ventanas a cada lado. Elegantes parejas se apiñaban bajo la sombra del porche.
Un grupo de hombres que cruzaba el césped a toda prisa desvió nuestra atención. Todos eran blancos, todos llevaban auriculares y, a pesar del aire acondicionado, todos sudaban por debajo de sus trajes oscuros. En el centro del grupo había uno que sobresalía del resto. Era Kittim, que llevaba un blazer azul, pantalones beiges, mocasines baratos y una camisa blanca abotonada hasta el cuello. Llevaba una gorra de béisbol y gafas de sol, pero la herida de navaja que tenía en la mejilla derecha le quedaba al descubierto.
Atys. Por eso no tenía la cruz colgada del cuello cuando lo encontraron.
Kittim se paró a un metro de nosotros y levantó una mano. Los hombres que le acompañaban se pararon en el acto y empezaron a rodearnos en semicírculo. Durante unos segundos, nadie dijo ni una palabra. Kittim nos miraba alternativamente a Louis y a mí, hasta que su atención se centró en mi persona. Ni siquiera dejó de sonreír cuando Louis le habló por primera vez.
– ¿Qué coño eres?
Kittim no le contestó.
– Éste es Kittim -le dije a Louis.
– ¿No es éste el guapo?
– Señor Parker -me dijo Kittim ignorando a Louis-. No le esperábamos.
– Ha sido una decisión de última hora. Algunas muertes repentinas me han despejado la agenda.
– Bueno. No puedo evitar darme cuenta de que usted y su colega vienen armados.
– Armados -miré a Louis con desilusión-. Te advertí que no se trataba de esa clase de fiesta.
– No se pierde nada por venir preparado. De lo contrario, la gente no nos toma en serio -dijo Louis.
– Oh, yo les tomo muy en serio -dijo Kittim, que por primera vez le contestó-. Tan en serio, que les agradecería que nos acompañaran al sótano, donde nos desharemos de sus armas sin alarmar a los demás invitados.
Ya me había dado cuenta de que había gente que nos miraba con curiosidad. Y, justo en ese momento, un cuarteto de cuerda empezó a tocar un vals desde un lugar apartado del jardín. Era un vals de Strauss. Qué curioso.
– No te ofendas, tío, pero no vamos a ir a ningún sótano contigo -le dijo Louis.
– Entonces no nos quedará más remedio que tomar medidas.
Louis enarcó una ceja.
– Sí, ¿qué vas a hacer, matarnos aquí? Si lo haces, eso sí que va a ser una fiesta. La gente hablará de ella durante muchííísimo tiempo. «Oye, ¿te acuerdas de la fiesta de Earl, cuando aquellos tipos sudorosos y el cabrón que tenía la lepra trataron de quitarles las armas a aquellos dos que llegaron tarde y se les echaron encima y salpicaron de sangre el vestido de Bessie Bluechip? Tío, cómo nos reímos…»
La tensión iba en aumento. Los hombres que acompañaban a Kittim esperaban instrucciones, pero él no se movía. Mantenía la sonrisa inalterable, como si se hubiese muerto sonriendo y el maquillador funerario lo hubiese dejado así y luego lo hubiera puesto de pie sobre el césped. Sentí que algo me bajaba por la espalda y que se me acumulaba en la base de la columna. Los guardias de seguridad no eran los únicos que sudaban.
La tensión se rompió por una voz que llegó del porche.
– Señor Kittim, no deje a nuestros invitados en el jardín. Acompáñelos hasta aquí arriba.
Era la voz de Earl Larousse Jr., elegantemente flaco, con una chaqueta azul cruzada y unos vaqueros planchados con la raya en medio. Llevaba el pelo rubio peinado hacia delante para ocultar su pico de viuda, y me dio la impresión de que sus labios eran más femeninos y más carnosos que la primera vez que lo vi. Kittim inclinó la cabeza para indicarnos que nos pusiéramos en marcha, y tanto él como sus hombres ocuparon posiciones para disponerse a escoltarnos. Cualquiera con un mínimo de inteligencia hubiese notado que en aquel bufé éramos tan bien recibidos como un virus, pero los invitados que se encontraban cerca de nosotros se esforzaron por ignorarnos. Incluso los criados se abstenían de mirar hacia donde estábamos. Nos condujeron a la puerta principal y entramos en un gran vestíbulo con entarimado de pino taeda. A cada lado del vestíbulo se abrían dos salones y una elegante escalera doble llevaba al piso de arriba. La puerta se cerró detrás de nosotros y en unos segundos nos desarmaron. A Louis le quitaron dos pistolas y un cuchillo. Parecían muy impresionados.
– Vaya -dije-. Dos pistolas.
– Y un cuchillo. Tuve que hacerle un corte especial a los pantalones.
Kittim, con una Taurus azul brillante en la mano, no dejaba de dar vueltas alrededor de nosotros, hasta que se paró al lado de Earl Jr.
– Señor Parker, ¿por qué han venido? -me preguntó Larousse-. Es una fiesta privada, la primera desde la muerte de mi hermana.
– ¿Por qué descorchan champán? ¿Están celebrando algo?
– Aquí su presencia no resulta grata.
– Han matado a Atys Jones.
– Eso me han dicho. Me disculpará si no derramo una sola lágrima.
– Señor Larousse, él no asesinó a su hermana, pero sospecho que usted ya lo sabe.
– ¿Qué le hace sospechar eso?
– Pues porque creo que el señor Kittim, aquí presente, torturó a Atys antes de matarlo para averiguar quién lo hizo. Porque usted sabe, como yo también lo sé, que la persona responsable de la muerte de su hermana es también responsable de las muertes de Landron Mobley y de Grady Truett, del suicidio de James Foster y puede que de la muerte de Elliot Norton.
– No sé de qué me habla. -No pareció sorprenderse cuando mencioné el nombre de Elliot.
– Creo también que Elliot Norton estaba intentando averiguar quién era el responsable de esas muertes, y que por ese motivo se hizo cargo del caso Jones. Incluso le diré que se hizo cargo de él con el beneplácito de usted, y tal vez incluso con su colaboración. Salvo que no progresaba lo suficiente y usted tomó cartas en el asunto después de que apareciera el cadáver de Mobley.
Me volví hacia Kittim.
– Kittim, ¿te divertiste matando a Atys Jones? ¿Te divirtió disparar a una anciana por la espalda?
Me vi venir el golpe demasiado tarde para poder reaccionar. Me golpeó con el puño en la sien izquierda y me hizo rodar por el suelo. Louis se puso tenso y estaba ya a punto de entrar en acción, cuando lo detuvo el sonido de los percutores.
– Señor Parker, necesita cultivar sus modales -me dijo Kittim-. No puede venir y hacer acusaciones de esa índole sin tener en cuenta las consecuencias.
Poco a poco conseguí ponerme a gatas. El puñetazo me había dejado desconcertado y noté que la bilis me subía por la garganta. Me vino una arcada y vomité.
– Oh, querido -dijo Larousse-. Mire lo que ha hecho. Toby, ve a buscar a alguien para que limpie esto.
Vi los pies de Kittim a mi lado.
– Señor Parker, es un desastre. -Se agachó y le vi la cara-. Al señor Bowen no le cae usted nada bien. Ahora sé por qué. No piense que hemos acabado con usted. Me sorprendería mucho que saliese con vida de Carolina del Sur. De hecho, si yo fuese jugador, apostaría por ello.
La puerta que tenía delante de mí se abrió y entró un criado, seguido por Earl padre. El criado no pareció prestar atención a las pistolas ni a la tensión que se mascaba en aquel vestíbulo. Simplemente se arrodilló mientras yo me incorporaba tambaleándome y comenzó a fregar el entarimado hasta que lo dejó reluciente.
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