De pronto la voz cambió. Farfulló las palabras. Intentó empezar de nuevo, pero una vez más se perdió. Al final se interrumpió, y me di cuenta de que algo sondeaba el osario, igual que un ciego podía interrumpir el golpeteo de su bastón y aguzar el oído al acercarse un desconocido.
Y entonces aulló repetidamente, elevándose el tono y el volumen hasta convertirse en un continuo alarido de rabia y desesperación, pero una desesperación, por primera vez en mucho tiempo, aliviada por la esperanza. El sonido me desgarró los oídos, me destrozó los nervios, mientras me llamaba una y otra vez.
«Se ha dado cuenta», pensé. «Lo sabe.»
«Está vivo.»
Ángel y Louis me llevaron de regreso al hotel. Me sentía débil y me ardía la piel. Me acosté, pero no se me pasaban las náuseas. Al cabo de un rato me reuní con ellos en su habitación. Nos sentamos ante las ventanas y observamos el cementerio y sus edificios.
– ¿Qué te ha pasado allí dentro? -preguntó Louis por fin.
– No estoy seguro.
Louis estaba enojado. Ni siquiera intentó disimularlo.
– Pues tienes que explicarlo, por raro que te parezca. No tenemos tiempo para estas cosas.
– No hace falta que me lo digas -repliqué.
Me miró con frialdad.
– ¿Y qué ha sido, pues?
No me quedó más remedio que contestarle.
– Por un momento me ha parecido percibir algo debajo del osario, y que sabía que yo notaba su presencia. Tenía la sensación de estar encerrado, sentía agobio y calor. Eso ha sido. No puedo decirte nada más.
No sabía cómo reaccionaría Louis. «Ahora», pensé. «Ha llegado el momento. Lo que nos separaba se abre paso hacia la superficie.»
– ¿Crees que podrás volver allí? -preguntó.
– La próxima vez me pondré un abrigo más ligero -contesté.
Louis tamborileó con los dedos suavemente en el borde de la silla, al son de algún ritmo que sólo él oía.
– Tenía que preguntártelo -explicó.
– Lo entiendo.
– Supongo que empiezo a impacientarme. Quiero acabar con esto.
No me gusta cuando se trata de algo personal. -Se volvió en la silla y me miró fijamente-. Van a venir, ¿verdad?
– Sí -respondí-. Y entonces podrás hacer lo que quieras con ellos. Te prometí que los encontraríamos, y así ha sido. ¿No es eso lo que querías de mí?
Pero Louis aún no se daba por satisfecho. Tabaleó en el alféizar, y parecía que los dos campanarios idénticos de la capilla atraían una y otra vez su mirada. Ángel, sentado en una silla en un rincón oscuro, permanecía en silencio e inmóvil, a la espera de que se diera nombre a lo que se alzaba entre nosotros. Se había producido un cambio radical en nuestra amistad, y yo no sabía si, como consecuencia, la relación se acabaría o daría lugar a un nuevo comienzo.
– Dilo -insté.
– Quería echarte la culpa -susurró Louis. No me miró al hablar-. Quería echarte la culpa de lo que le pasó a Alice. No al principio, porque sabía la vida que ella llevaba. Intenté velar por ella, e intenté que otros velaran también, pero al final eligió su propio camino, como hacemos todos. Cuando desapareció, lo agradecí. Sentí alivio. No duró mucho, pero ahí estaba, y me avergoncé.
»Después encontramos a García, y ese tal Brightwell salió de la nada, y de pronto ya no tenía que ver con Alice. Tenía que ver contigo, porque tú estabas relacionado de algún modo. Y llegué a pensar que quizá no había sido culpa de Alice, que quizás había sido culpa tuya. ¿Sabes cuántas mujeres hacen la calle en Nueva York? Entre todas las putas o yonquis que podrían haber elegido, entre todas las mujeres que podrían haber entrado en contacto con ese Winston, ¿por qué ella? Era como si tú hubieras proyectado una sombra en las vidas de los demás, y esa sombra, al crecer, la hubiese alcanzado pese a que tú no la conocías, ni siquiera sabías de su existencia. Después no quise mirarte a la cara durante un tiempo. No te odiaba por eso, porque no lo habías hecho aposta, pero prefería no estar cerca de ti. Entonces empezó a llamarme.
Conforme caía la noche, el reflejo de Louis se veía más claramente en el cristal. Su rostro flotaba en el aire, y tal vez por una tara en el cristal, o por alguna otra cosa, el reflejo parecía duplicarse, pero el caso es que una segunda presencia pendía en la naciente penumbra detrás de él, una presencia de rasgos indistinguibles, en cuyos ojos brillaban las estrellas.
– La oigo por la noche. Primero creí que era la voz de alguien del edificio, pero cuando salí del apartamento para comprobarlo, dejé de oírla. Sólo la percibía dentro. Sólo la oigo cuando no hay nadie más. Es su voz, pero no está sola. La acompañan otras voces, muchas, y todas pronuncian nombres distintos. Ella me llama a mí. Cuesta entenderla, porque alguien no quiere que me llame. Al principio, no le importaba, porque creía que nadie se preocupaba por ella, pero ahora se ha dado cuenta de que no le conviene. Quiere que se calle. Está muerta, pero sigue llamando, como si no tuviera paz. Está siempre llorando. Tiene miedo. Todos tienen miedo.
»Y entonces supe que tal vez no fuera casualidad que tú nos encontrases a Ángel y a mí, o que nosotros te encontrásemos a ti. No entiendo todo lo que te pasa, pero sí sé una cosa: todo lo sucedido tenía que ocurrir, y estamos todos implicados. Siempre ha estado al acecho, y ninguno de nosotros puede escapar. No se te puede echar la culpa. Ahora lo sé. Claro que se podía haber llevado a otras mujeres, pero entonces ¿qué? Habrían desaparecido, y serían sus voces las que llamarían, pero nadie las oiría y a nadie le importaría. Así, nosotros la oímos y vinimos.
Por fin se volvió hacia mí, y la mujer que flotaba en el aire nocturno se desvaneció.
– Quiero que deje de llorar -dijo Louis, y vi con toda claridad las arrugas en su cara y el cansancio en sus ojos-. Quiero que todos dejen de llorar.
Esa noche Walter Cole me telefoneó al móvil. Había hablado con él antes de marcharme y le había contado todo lo que sabía.
– Tu voz suena como si estuvieras a miles de kilómetros de aquí -dijo- y, yo que tú, seguiría así. Prácticamente todas las personas con las que has hablado de este asunto están muertas, y la gente pronto empezará a buscarte para que contestes a unas cuantas preguntas. Es posible que no quieras oír ciertas cosas. Neddo ha muerto. Alguien le hizo unos cortes bastante feos. Podría ser que lo torturaran para sonsacarle información, sólo que tenía un trapo metido en la boca, así que aun en el supuesto de que hubiera tenido algo que decir, no habría podido hablar. Pero eso no es lo peor. Reid, el monje que habló contigo, fue asesinado a puñaladas delante de un bar en Hartford. El otro monje denunció el hecho a la policía mediante una llamada telefónica, pero o bien su orden lo protege, o realmente no saben dónde está.
– ¿La policía cree que lo mató él? Si es así, se equivocan.
– Sólo quieren hablar con él. Reid tenía sangre en la boca, y no era la suya. A menos que coincida con la de Bartek, éste está libre de sospecha. Parece que Reid mordió a su asesino. La muestra de sangre ha sido enviada con carácter de urgencia a un laboratorio privado. Tendrán los resultados dentro de un par de días.
Yo ya sabía qué encontrarían: ADN viejo, degradado. Y me pregunté si la voz de Reid se había unido a la de Alice en ese lugar oscuro en el que las víctimas de Brightwell pedían a gritos la liberación. Di las gracias a Walter, colgué y reanudé la vigilancia del osario.
Sekula llegó el segundo día por la mañana. No iba solo. Un conductor esperaba al volante del Audi gris, y Sekula entró en el osario acompañado de un hombre de baja estatura, en vaqueros y chaquetón. Al cabo de media hora salieron y subieron por la escalera a la capilla. No se quedaron mucho tiempo.
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