Arnaldur Indriðason - Las Marismas

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Un hombre aparece asesinado en su casa en el barrio Las Marismas de Nordurmyri. La policía encuentra escondida en su escritorio una vieja foto de la tumba de una niña de cuatro años. Y es precisamente esa foto la que conduce a los investigadores hacia el pasado tenebroso de aquel hombre, a sus antiguas relaciones y a un drama familiar. Esta historia coincide con la desaparición de una joven de su propio banquete de boda.
Los inspectores, Erlendur y Sigurdur Óli, se enfrentan en los dos casos a enredados y complicados pasados de familias aparentemente corrientes.
«Verosímil, bien construida, conmovedora e inteligente.» Times Literary Supplement
«Fascinante, original y desconcertante.» Val McDermid

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– ¿Qué nos puedes decir acerca de Holberg? -preguntó Erlendur.

– Antes quiero que ellos salgan -respondió Ellidi señalando a los guardas.

– Eso es imposible -dijo Erlendur.

– ¿Eres un maldito maricón? -preguntó Ellidi a Sigurdur Óli.

– Basta de estupideces -cortó Erlendur.

Sigurdur Óli no contestó. Se miraron a los ojos.

– No hay nada imposible. No me digas que algo así es imposible.

– No saldrán -dijo Erlendur.

– ¿Eres maricón? -insistió Ellidi.

Sigurdur Óli no se inmutó. Se quedaron un buen rato en silencio. Finalmente Erlendur se acercó a los guardas, les explicó la situación y les preguntó si había alguna posibilidad de quedarse a solas con el preso. Los guardas dijeron que eso estaba descartado, que tenían que atenerse a sus instrucciones. Después de una pequeña discusión, los guardas accedieron a que Erlendur hablara por un walkie-talkie con el director del penal. Le explicó que no creía que cambiasen mucho las cosas si los guardas se situaban al otro lado de la puerta; que habían venido hasta aquí desde Reikiavik y que el preso no quería colaborar si no se cumplían algunas condiciones. El director habló con sus hombres y les dijo que se hacía personalmente responsable de la seguridad de los dos detectives. Los guardas salieron y Erlendur volvió a sentarse a la mesa.

– ¿Hablarás con nosotros ahora? -preguntó.

– No sabía que habían matado a Holberg -dijo Ellidi-. Los fascistas me han confinado en aislamiento por una mierda que no tenía nada que ver conmigo. ¿Cómo le asesinaron?

Ellidi seguía mirando a Sigurdur Óli.

– No es asunto tuyo -repuso Erlendur.

– Mi padre siempre decía que yo era el bicho más curioso de la tierra. Siempre repetía lo mismo. «No es asunto tuyo. No es asunto tuyo.» Ya está muerto, el muy imbécil. ¿Le clavaron un cuchillo? ¿Le clavaron un cuchillo a Holberg?

– No es asunto tuyo.

– ¡No es asunto tuyo! -repitió Ellidi-. Entonces podéis iros a la mierda.

Erlendur vaciló. Fuera del departamento de investigación de la policía nadie conocía los detalles del asunto. Ya estaba hartándose de tener que hacer concesiones a este hombre.

– Lo mataron de un golpe en la cabeza. Le rompieron el cráneo. Murió casi instantáneamente.

– ¿Con un martillo?

– Con un cenicero.

Poco a poco Ellidi dejó de mirar a Sigurdur Óli.

– ¿Qué clase de inútil utiliza un cenicero? -exclamó.

Erlendur notó que en la frente de Sigurdur Óli estaban formándose pequeñas gotas de sudor.

– Estamos intentando averiguarlo -dijo Erlendur-. ¿Has estado en contacto con Holberg?

– ¿Sufrió?

– No.

– El muy estúpido.

– ¿Te acuerdas de Grétar? -preguntó Erlendur-. Estaba con Holberg y contigo en Keflavík.

– ¿Grétar?

– ¿Te acuerdas de él?

– ¿Por qué preguntas por él? -inquirió Ellidi-. ¿Qué pasa con él?

– Tengo entendido que Grétar desapareció hace años. ¿Sabes algo de eso?

– ¿Qué tengo que saber yo? -preguntó Ellidi-. ¿Por qué crees que yo sé algo?

– ¿Qué hacíais los tres, Grétar, Holberg y tú, en Keflavík?

– Grétar era un tonto -dijo Ellidi quitándole la palabra a Erlendur.

– ¿Qué estabais haciendo en Keflavík cuando…?

– ¿… cuando violó a la puta esa? -terminó la frase por Erlendur.

– Perdona, ¿qué has dicho? -dijo Erlendur.

– ¿Por eso habéis venido hasta aquí? ¿Por la puta de Keflavík?

– ¿Lo recuerdas?

– ¿Qué tiene que ver ella en este asunto?

– No he dicho…

– A Holberg le gustaba hablar de ello. Se jactaba. Se salió con la suya.

– Qué…

– La montó dos veces. ¿Lo sabíais?

Ellidi lo dijo como si tal cosa, mirando al uno y al otro.

– ¿Hablas de la violación de Keflavík?

– ¿Cómo son tus bragas, cariño? -dijo Ellidi de repente, mirando de nuevo fijamente a Sigurdur Óli.

Erlendur miró de reojo a su compañero, que a su vez miraba a Ellidi.

– No quiero guarradas, ¿oyes? -apremió Erlendur.

– Eso es lo que Holberg le preguntó a ella. Le preguntó por sus bragas. Era más atontado que yo. -Ellidi se reía-. Y luego me envían a mí a la cárcel.

– ¿A quién le preguntó por sus bragas?

– A esa chica de Keflavík.

– ¿Te lo dijo?

– Con todos los detalles -contestó Ellidi-. Continuamente hablaba de ello. Pero ¿por qué estáis preguntando sobre Keflavík? ¿Qué tiene que ver Keflavík? ¿Y por qué sobre Grétar? ¿Qué se está cociendo?

– Sólo es nuestro aburrido trabajo -dijo Erlendur.

– Sí, claro, pero ¿qué saco yo?

– Has sacado todo lo que querías. Estamos aquí, solos contigo y tú sin esposas. Y encima tenemos que escuchar tus porquerías. No podemos hacer nada más por ti. O contestas a nuestras preguntas o nos marchamos.

Erlendur no pudo contenerse por más tiempo, extendió los brazos por encima de la mesa, agarró la cabeza de Ellidi entre sus manos y la giró hacia sí.

– ¿No te dijo tu padre que mirar fijamente a una persona es de mala educación? -le preguntó.

Sigurdur Óli miró a Erlendur.

– Puedo con él, no te preocupes. No me hace falta tu ayuda -le dijo.

Erlendur soltó a Ellidi.

– ¿Cómo conociste a Holberg? -preguntó.

Ellidi se frotó la mandíbula. Sabía que había logrado una pequeña victoria. Pensaba seguir.

– No creas que no me acuerdo de ti -le dijo a Erlendur-. No creas que no sé quién eres. No creas que no conozco a Eva.

Erlendur se quedó petrificado. No era la primera vez que oía algo parecido por parte de delincuentes, pero siempre le cogía desprevenido. No sabía exactamente con quién andaba Eva Lind, sin duda algunos de sus amigos eran indeseables, como traficantes de droga, ladrones, prostitutas de la peor estofa, atracadores, gente violenta. La lista era larga. La misma Eva Lind había tenido algún problema con la ley. Una vez la detuvieron después de que la policía recibiera el aviso de unos padres, que la acusaban de estar vendiendo droga a las puertas de un colegio. Era perfectamente plausible que conociese a un hombre como Ellidi. Un hombre como Ellidi podría perfectamente conocerla a ella.

– ¿Cómo conociste a Holberg? -volvió a preguntar Erlendur.

– Eva es estupenda -dijo Ellidi.

Erlendur podía interpretar sus palabras de varias maneras.

– Si vuelves a mencionarla nos marchamos -dijo-. Y entonces no te quedará nadie con quien hablar.

– Cigarrillos, televisión en la celda, no más esclavitud ni este maldito aislamiento. ¿Es eso demasiado pedir? ¿No pueden dos superpolicías arreglar eso? Luego también me gustaría que viniera una puta, como una vez al mes. La hija de él, por ejemplo -dijo mirando a Sigurdur Óli.

Erlendur se puso de pie y Sigurdur Óli también se levantó, lentamente. Ellidi soltó una risa que empezó siendo hueca, pero que terminó en un ruidoso traqueteo. Acabó tosiendo y soltando una viscosa mucosidad amarilla que escupió al suelo. Le dieron la espalda y fueron hacia la puerta.

– ¡Me habló muchas veces de la violación de Keflavík! -gritó-. Me lo contó todo. Cómo gimoteaba la tía, igual que una cerda, y lo que él le iba diciendo mientras procuraba que se le volviera a levantar la polla. ¿Queréis oír qué le dijo? ¿Queréis saber qué fue lo que le dijo? ¡Malditos inútiles! ¿Lo queréis oír?

Erlendur y Sigurdur Óli se pararon. Dieron media vuelta y vieron que Ellidi sacudía la cabeza y espumajeaba mientras gritaba sus groserías y maldiciones. Se había incorporado y, con las manos apoyadas en la mesa, estiró el cuerpo y levantó la cabeza hacia ellos, bramando como un animal desquiciado.

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