Arnaldur Indriðason - Las Marismas

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Un hombre aparece asesinado en su casa en el barrio Las Marismas de Nordurmyri. La policía encuentra escondida en su escritorio una vieja foto de la tumba de una niña de cuatro años. Y es precisamente esa foto la que conduce a los investigadores hacia el pasado tenebroso de aquel hombre, a sus antiguas relaciones y a un drama familiar. Esta historia coincide con la desaparición de una joven de su propio banquete de boda.
Los inspectores, Erlendur y Sigurdur Óli, se enfrentan en los dos casos a enredados y complicados pasados de familias aparentemente corrientes.
«Verosímil, bien construida, conmovedora e inteligente.» Times Literary Supplement
«Fascinante, original y desconcertante.» Val McDermid

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La primera línea del salmo era una invocación a Dios y, al leerla, a Erlendur le pareció oír la silenciosa llamada de la mujer a través de los tiempos.

Escucha, ¡oh, Dios!, la voz de mi gemido.

Capítulo 11

Erlendur aparcó delante de la pequeña casa de tejado de hierro ondulado y apagó el motor. Se quedó sentado dentro del coche para terminar de fumar su cigarrillo. Estaba intentando fumar menos y había llegado a quedarse en cinco cigarrillos algunos días, cuando todo iba bien. Éste era el número ocho y aún no eran las tres de la tarde.

Salió del coche, subió los peldaños hasta la casa y llamó al timbre. Esperó un buen rato sin que nadie abriera. Volvió a llamar, pero con el mismo resultado. Miró por la ventanita de la puerta y dentro de la casa vio el abrigo verde, el paraguas y las botas de agua. Llamó por tercera vez intentando guarecerse de la lluvia mientras esperaba. De pronto se abrió la puerta. Elín le miraba fijamente.

– ¡Déjame en paz de una vez! ¿Me oyes? ¡Lárgate de aquí! ¡Vete!

Iba a cerrar la puerta de golpe, pero Erlendur logró poner finalmente el pie.

– No todos somos igual que Rúnar -le dijo-. Yo sé que a tu hermana no la trataron como se merecía. He estado hablando con Rúnar. Lo que hizo es imperdonable, pero ya no se puede remediar. Ahora es un anciano desgraciado que nunca será capaz de ver nada malo en su actitud de entonces.

– ¡Déjame tranquila!

– Tengo que hablar contigo. Si no lo logro de esta manera, tendré que hacer que te lleven a comisaría para interrogarte. Preferiría evitarlo. -Sacó de su bolsillo la fotografía del cementerio y se la enseñó a través de la puerta entreabierta-. Encontré esta foto en casa de Holberg -le dijo.

Elín no contestó. Pasó un largo rato. Erlendur mantenía la foto en el estrecho resquicio entre la puerta y el marco, pero no podía ver a la mujer que empujaba la puerta desde dentro. Poco a poco notó que disminuía la presión sobre su pie, hasta que Elín le quitó la foto de la mano. Se abrió la puerta. La mujer se fue hacia dentro de la casa con la foto en la mano. Erlendur entró y cerró con cuidado.

Elín pasó a un pequeño salón. Por un momento, Erlendur dudó si debía quitarse los zapatos mojados. Luego decidio restregarlos en un felpudo y seguir a Elín; pasó por delante de una pequeña y ordenada cocina y de una habitación de trabajo. En las paredes del salón colgaban algunos cuadros, así como bordados enmarcados. En un rincón había un órgano electrónico.

– ¿Reconoces esta fotografía? -preguntó Erlendur cautelosamente.

– Nunca la había visto -dijo la mujer.

– ¿Mantuvo tu hermana alguna relación con Holberg después de… los hechos?

– Ninguna, que yo sepa. Ninguna. Ya te puedes imaginar.

– ¿Se hicieron pruebas de sangre para averiguar si él era el padre?

– ¿Para qué?

– Eso habría reforzado lo que declaró tu hermana de que realmente se trataba de una violación.

Levantó la vista de la fotografía y se quedó un rato mirando a Erlendur antes de decir:

– Los policías sois todos iguales. No sabéis hacer vuestro trabajo.

– ¿No?

– ¿No te has informado del caso?

– Más o menos, o eso creía.

– Holberg nunca negó que hubieran tenido relaciones sexuales. Era muy listo. Lo que nunca admitió fue que hubiera habido una violación. Dijo que todo había sido con el consentimiento de mi hermana. Dijo que se le había insinuado y que le había invitado a su casa. Ésa era su defensa. Que Kolbrún se había acostado con él por su propia voluntad. Se hizo el inocente. Se hizo el inocente, el gran bastardo.

– Pero…

– Lo único que tenía mi hermana eran unas bragas rotas -siguió diciendo Elín-. No tenía magulladuras. No era fuerte y no pudo defenderse mucho. Me dijo que se quedó paralizada de miedo cuando él empezó los tocamientos en la cocina. Luego la obligó a ir al dormitorio y ahí la violó. Dos veces. La mantuvo sujeta debajo de él, tocándola y diciéndole cosas obscenas hasta que estuvo preparado para volver a empezar. Tardó tres días en acumular bastante valor para ir a la comisaría a denunciarlo, y tener que someterse a una revisión médica no mejoró las cosas. Ella nunca entendio por qué la atacó. Se sentía culpable de haberle animado de alguna manera. Pensaba que tal vez en casa de su amiga después de que la sala de fiestas cerrara había dicho o hecho algo que despertó el deseo de Holberg. Se sentía culpable. Supongo que eso es una reacción frecuente.

Elín se quedó callada un rato.

– Cuando por fin se decidio, se topó con Rúnar. Yo la habría acompañado, pero le daba tanta vergüenza que no explicó a nadie lo que le había pasado hasta un tiempo después. Holberg la amenazaba. Le dijo que si lo denunciaba volvería a por ella. Cuando por fin fue a la policía pensaba que allí encontraría refugio. Que con eso se salvaría. Que la policía cuidaría de ella. Cuando Rúnar la mandó de vuelta a casa, después de humillarla y quedarse con sus bragas, vino a buscarme a mí.

– Nunca se encontraron las bragas -dijo Erlendur-. Rúnar negó…

– Kolbrún me dijo que se las había entregado y, que yo sepa, mi hermana nunca mentía. No sé qué pretendía ese hombre. Lo veo algunas veces por el pueblo, en el colmado o en la pescadería. Una vez le grité. No pude controlarme. Tuve la impresión de que eso le divertía. Sonreía. Kolbrún me habló una vez de esa sonrisa suya. Rúnar dijo que no había recibido ningunas bragas y que la declaración de Kolbrún había sido tan confusa que incluso llegó a pensar que estaba ebria. Por eso la envió a casa.

– Finalmente se llevó una reprimenda que no tuvo demasiadas consecuencias -dijo Erlendur-. Rúnar era amonestado constantemente. Dentro del cuerpo de policía era visto como un verdugo, pero alguien lo protegió hasta que se hizo imposible cubrirle las espaldas por más tiempo y tuvieron que echarlo.

– No existía ningún motivo de denuncia, es lo que dijeron. Rúnar tenía razón cuando le dijo a Kolbrún que debía olvidar el asunto. Claro que ella dudó mucho tiempo, demasiado tiempo. Fue lo bastante tonta para limpiar el piso de arriba abajo, incluidas las sábanas. De ese modo eliminó todas las pistas. Guardó las bragas. A pesar de todo guardó esa prueba. Como si eso fuera suficiente. Como si bastara sólo con decir la verdad. Quiso borrar todo de su vida a fuerza de lavadas. No quería vivir con las evidencias que se lo recordaban. Y como dije antes, no tenía magulladuras. Sólo tenía un labio partido y un poco de sangre en un ojo.

– ¿Se recuperó?

– Nunca. Mi hermana era una mujer muy sensible. Tenía un alma delicada y era presa fácil para los que la querían mal. Como Holberg. Como Rúnar. Los dos se dieron cuenta y se ensañaron con ella, cada uno a su manera. Devoraron la presa.

Bajó la vista.

– Animales -añadio.

Erlendur esperó un rato antes de hablar.

– ¿Cómo reaccionó cuando descubrió que estaba embarazada? -preguntó.

– Con mucha serenidad, o eso pensé yo. Enseguida tomó la decisión de alegrarse por el nacimiento de su bebé. Quería muchísimo a Audur. Se querían mucho las dos y mi hermana cuidaba muy bien de su hija. Hizo todo lo posible por ella. Pobrecita, bendita niña.

– ¿Así que Holberg sabía que era el padre de la pequeña?

– Claro que lo sabía, aunque juró que no era suya. Lo negó rotundamente. Dijo que no era suya. Acusó a mi hermana de promiscua.

– ¿Así que no tenían ninguna relación, ni con la hija ni…?

– ¡Relación! Nunca. ¿Cómo se te ocurre? Eso era imposible.

– ¿Y Kolbrún no le envió la fotografía?

– No. No puedo imaginar algo así. Habría sido imposible.

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