Y lo hizo. Sin embargo, al hundirse profundamente en ella, en medio del sudor y los jadeos y el vértigo, no pudo sustraerse a la sensación de que hacían el amor a la sombra de un terrible abismo, que se abrazaban con la desesperación de los condenados.
Jonas Stern estaba tendido boca abajo sobre la nieve, a escasos diez metros del alambrado eléctrico del lado oriental de Totenhausen. A su lado tenía el talego de cuero. La oscuridad y los árboles lo ocultaban de los vigías en las torres, pero las perreras estaban al otro lado del cerco. Contuvo el aliento mientras un soldado SS pasaba bordeando el alambrado, llevando un pastor alemán con bozal.
Ya había enterrado las dos garrafas en la nieve, en zanjas cavadas en ángulo ascendente y perpendiculares al alambrado. Sólo las válvulas asomaban sobre la nieve. Había moldeado el explosivo plástico en las juntas de las válvulas con las garrafas. Sólo faltaba armar el plástico con los detonadores de tiempo. Si todo marchaba bien, los detonadores harían saltar las válvulas de acero, el gas presurizado atravesaría el alambrado hacia las perreras y la cuadra de los SS.
El problema no eran las garrafas sino las patrullas. En el trayecto desde la casa hasta el campo Stern tuvo la impresión de que una división entera de las SS había ocupado la zona. Había demorado más de dos horas en llegar de la casa al alambrado y dos veces había estado a punto de caer. La muerte de los dos SS había provocado una reacción mayor de lo previsto. Tendido en la nieve junto a las garrafas, trató de pensar en sus próximos pasos.
Según su experiencia, las patrullas militares alcanzaban su nivel más bajo de eficiencia en la hora anterior al alba. En eso todos los ejércitos se parecían. Convenía esperar ese momento. Lo había hecho antes, y ahora le parecía lo más prudente. No era cuestión de caer en manos de Schörner por culpa de la impaciencia. La caja que había robado en Achnacarry contenía una colección de detonadores ajustables a distintos plazos. Aunque esperara hasta el amanecer, podía regularlos para que estallaran a las ocho de la noche. Pensó en la cara que habría puesto el coronel Vaughan al descubrir la ausencia de los detonadores y tuvo ganas de reír. Pero no lo hizo.
Oyó un crujido de botas y el jadeo de un perro.
Klaus Brandt estaba solo en su oficina en el hospital, sin otra luz que la de la lámpara del escritorio.
– Así es, Reichsführer -dijo por el teléfono negro-. Cuanto antes, mejor. Los equipos antigás eran mi única preocupación, pero Raubhammer ya los envió. Mañana los pondré a prueba.
– Tengo una sorpresa para usted, Brandt -anunció Himmler-. Se habrá preguntado por qué le he pedido planos esquemáticos de todo su equipo e informes detallados de las pruebas.
Brandt hizo girar los ojos.
– Confieso que he sentido curiosidad, Reichsführer .
– Le agradará saber que en el último año hice abrir una gran fábrica en la roca bajo los montes Harz. Lo hicieron trabajadores rusos. Si la prueba en Raubhammer resulta bien, y no tengo la menor duda de que así será, dentro de cinco días usted se hará cargo de esa fábrica para la producción industrial de Soman Cuatro.
Brandt tamborileó con los dedos sobre el escritorio. No esperaba menos: habría sido una ofensa.
– No sé qué decir, Reichsführer.
– No me lo agradezca. La mejor muestra de gratitud será la mayor producción posible de Soman hasta el día que los Aliados invadan Francia. ¡Le mostraremos a Speer lo que valen las SS!
– Le doy mi palabra, Reichsführer . Pero, ¿mi trabajo aquí? ¿Mi equipo de laboratorio, el personal, el hospital?
Himmler chasqueó la lengua con fastidio.
– Olvide ese tallercito, Brandt. En Harz tendrá todo lo que necesita, pero en escala veinte veces mayor. Desde luego, conservará a los colaboradores que desee. Ya he dispuesto reconvertir Totenhausen en una planta avícola.
– Comprendo. -La noticia lo había desconcertado. -¿Y los sujetos de laboratorio?
– ¿Se refiere a los prisioneros? Una vez que termine el trabajo, elimínelos. El secreto debe ser total.
Brand tomó una pluma y empezó a hacer garabatos en una libreta.
– Tal vez debería esperar a que concluya la prueba en Raubhammer. Sólo para estar seguro.
Berlín respondió con un silencio frío.
– ¿Tiene alguna duda, Herr Doktor ?
Brandt carraspeó, fustigándose mentalmente por su exceso de prudencia.
– En absoluto, Reichsführer . Mañana mismo desmantelaré el laboratorio.
– ¿Y los prisioneros?
– No quedarán rastros.
A cincuenta metros de la oficina de Klaus Brandt, el comandante Wolfgang Schörner se sirvió una copa de coñac y se sentó en el sofá. Ariel Weitz acababa de traer a Rachel a su alojamiento, porque sus tareas lo habían ocupado hasta más tarde de lo previsto. Había sido un trabajo arduo, pero por fin podía descansar. Rachel entró y sin una palabra empezó a quitarse maquinalmente la casaca.
Schörner se levantó rápidamente y bajó la prenda.
– Un momento -dijo-. Debemos hablar. Tengo una sorpresa, algo que esperabas escuchar.
Se sentó plegó las manos sobre el regazo y aguardó.
– ¿Sabes qué es la Eindeutschung ?
Meneó la cabeza.
– Eindeutschung es un plan de rescate de elementos raciales nórdicos y germánicos en los territorios orientales ocupados. En este plan, los niños de dos a seis años que muestran rasgos nórdicos ingresan en uno de los hogares Lebensborn . Los tuyos muestran esos rasgos, sobre todo el varón. Me alegra decirte que hoy obtuve la promesa de que puede haber cupo para tus niños en el hogar en Steinhóring.
Rachel sintió que se le aceleraba el pulso.
– ¿Qué es un hogar Lebensborn , Sturmbannführer ?
– Ah, olvidaba que estuviste aislada. Lebensborn es la Sociedad Fuente de Vida, creada por el Reichsführer Himmler para ayudar a las madres solteras de raza pura a tener y criar sus hijos. Los hogares son un modelo de pulcritud.
– ¿Y esos hogares… aceptan a niños cuyos padres no son racialmente puros?
– Efectivamente. Es una cuestión de selección biológica. Pero yo responderé por tus hijos. El director de Steinhóring es amigo de mi padre.
– Aja. -Rachel pensó unos instantes. -¿Qué hacen con los niños cuando cumplen seis años?
– Ah, los adoptan mucho antes. La demanda supera la oferta con creces.
– ¿La demanda ? ¿Quién los pide?
– Las buenas familias alemanas, claro. En muchos casos son familias de oficiales de las SS que no tienen hijos.
Rachel cerró los ojos. Schörner no cabía en sí de júbilo.
– No entiendo cómo no se me había ocurrido antes. ¡Es la solución ideal!
– ¿Los educarían como nazis?
Schörner pareció ofendido:
– Como alemanes, Rachel. ¿Te parece tan horrible?
– Jamás volvería a verlos.
Una sonrisa extraña rozó los labios de Schörner.
– El plan Eindeutschung no sólo acepta niños, Liebling.
Rachel se crispó al oír el término cariñoso. Su relación con Schörner no había resultado como lo previo. En lugar de usarla para su propia gratificación sexual, parecía empeñado en crear una parodia grotesca de la vida matrimonial.
– No termino de entender -dijo, tratando de ocultar el destello de esperanza que nacía en ella-. ¿Podría ir con ellos?
La sonrisa de Schörner se desvaneció.
– Eso no sería posible. Pero no desesperes. En poco tiempo me asignarán un nuevo destino. Mis padres aún viven en Colonia. Creo que podré llevarte allá para que te empleen como sirvienta dentro de la Eindeutschung.
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