Jeffery Deaver - El Hombre Evanescente

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En una escuela de música de Nueva York, el autor de un terrible asesinato se esfuma inexplicablemente de la habitación en la que la policía lo había acorralado…
Un nuevo caso del detective tetrapléjico Lincoln Rhyme, enfrentado a un criminal de habilidades extraordinarias: engañar, escapar, disfrazarse…

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– Pelo -dijo Rhyme estudiando una larga hebra-, de animal. -Lo sabía por el número de escamas.

– ¿De qué tipo? -preguntó Sachs.

– Un perro, diría yo -sugirió Cooper, y Rhyme se mostró de acuerdo. El técnico conectó el ordenador a Internet y, un momento más tarde, las imágenes estaban pasando por una base de datos del NYPD sobre pelo animal-. Hay dos razas; no, tres. Parece que se trata de una raza con pelaje de longitud mediana. Pastor alemán o Malinois. Y hay pelos de dos razas con pelaje más largo. Perro pastor inglés y briard.

Cooper detuvo la imagen de la pantalla. Lo que se veía en ella era una masa de granos de color marrón, palitos planos y tubos.

– ¿Qué son esas cosas largas? -preguntó Sellitto.

– ¿Fibras? -sugirió Sachs.

Rhyme las miró.

– Hierba seca, yo diría, o algún tipo de vegetación. Pero no reconozco ese otro material. Pásalo por el cromatógrafo, Mel.

El cromatógrafo-espectrómetro no tardó en escupir sus datos. Apareció una tabla en el monitor en la que se veían los resultados del análisis: pigmentos de bilis, estercobilina, urobilina, indol, nitratos, escatol, mercaptanos, sulfuro de hidrógeno.

– ¡Vaya!

– ¿Vaya? -preguntó Sellitto-. ¿Y qué quieres decir con «¡Vaya!»?

– «Mando. Microscopio uno» -ordenó Rhyme. La imagen volvió a aparecer en la pantalla del ordenador, y él le contestó al detective-. Pues está claro: sustancia bacteriana muerta, fibra y paja a medio digerir. En otras palabras: mierda. ¡Oh! Disculpadme por mi falta de delicadeza -dijo Rhyme con sarcasmo-. Es caca de perro. Nuestro asesino pisó donde no debía.

Resultaba esperanzador: los pelos y la sustancia fecal eran pruebas muy buenas y, si encontraban restos similares en un sospechoso, en un lugar en concreto o en un coche, cobraría bastante fuerza la presunción de que el sujeto en cuestión era El Prestidigitador o había estado en contacto con él.

Llegó el informe del AFIS sobre las huellas que había en los fragmentos de espejo encontrados en el callejón. Era negativo lo cual no sorprendió a nadie.

– ¿Qué más tenemos de la escena? -preguntó Rhyme.

– Nada más -dijo Sachs-. Eso es todo.

Rhyme estaba estudiando los cuadros con las pruebas cuando sonó el timbre de la puerta. Thom fue a abrir y, momentos después, volvió acompañado de un oficial uniformado. Como sucedía con muchos agentes jóvenes cuando entraban por primera vez en el estudio del legendario Lincoln Rhyme, el recién llegado se quedó tímidamente en el umbral.

– Busco al detective Bell. Me han dicho que está aquí.

– Soy yo -dijo Bell.

– Traigo el informe de la escena del crimen, el del robo en la oficina de Charles Grady.

– Gracias, hijo. -El detective cogió el sobre e hizo un gesto de despedida con la cabeza al joven, quien, intimidado, dirigió una breve mirada a Lincoln Rhyme, se dio la vuelta y se fue.

Bell leyó el contenido del documento y se encogió de hombros.

– Yo no soy experto en esto. Oye, Lincoln, ¿te importaría echarle un vistazo?

– Claro, Roland -dijo Rhyme-. Quítale las grapas y móntalo en el atril giratorio que hay ahí. Thom lo hará. ¿De qué va la historia? ¿Es el caso de Andrew Constable?

– Ese mismo. -Le contó a Rhyme el robo en la oficina de Charles Grady. Cuando el ayudante terminó de montar el informe, Rhyme se colocó en posición. Leyó atentamente la primera página. Luego, dijo: «Mando. Pasar página», y siguió leyendo.

El ladrón había entrado de una forma sencilla: rompiendo una esquina del cristal de la puerta que daba al pasillo, y abriendo ésta desde el interior (la puerta que había entre la oficina exterior de la secretaria y el despacho del fiscal adjunto tenía cerradura doble y era de madera gruesa; el ladrón no había podido con ella).

Los investigadores de la escena habían encontrado, según advirtió Rhyme, algo interesante: sobre la mesa de la secretaria y en torno a la mesa había diversas fibras. En el informe sólo se indicaba el color -en su mayoría blancas, algunas negras y una sola roja-, pero nada más. También habían encontrado dos motas diminutas de lámina metálica dorada.

El equipo de investigadores descubrió que el robo se había producido después de que el servicio de limpieza pasara por la oficina, de manera que las fibras encontradas no pertenecían ni a la secretaria de Grady ni a ninguna otra persona con autorización para entrar allí durante el día. Lo más probable era que pertenecieran al intruso.

Rhyme llegó a la última página.

– ¿Eso es todo?

– Supongo que sí -respondió Bell.

El criminalista gruñó, y luego dijo: «Mando. Teléfono. Llamar Peretti coma Vincent».

Rhyme había contratado a Peretti como policía de Escena del Crimen hacía algunos años, y éste demostró tener talento forense. Sin embargo, destacó sobre todo en el mucho más sutil arte de la política del departamento policial, que a Peretti, al contrario que a Rhyme, le gustaba mucho más que el trabajo en sí de investigación de las escenas. Había llegado a jefe de la División de Investigación y Recursos (IRD) del NYPD, que supervisaba la unidad de Escena del Crimen.

Cuando finalmente le pasaron la llamada a Rhyme, el hombre le preguntó:

– Lincoln, ¿qué tal estás?

– Bien, Vince. Yo…

– ¿Estás en este caso de El Prestidigitador, no? ¿Cómo va?

– Va. Escucha te llamo por otro asunto. Está aquí conmigo Roland Bell. Tengo el informe del robo en la oficina de Grady…

– ¡Ah!, ¿te refieres al asunto ese de Andrew Constable?, ¿al de las amenazas que ha recibido Grady? Bueno, ¿en qué puedo ayudarte?

– Estoy echándole un vistazo al informe ahora mismo, aunque sólo tiene carácter preliminar. Necesito más datos. Los de Escena del Crimen han encontrado algunas fibras. Necesito saber la composición exacta de cada una de ellas, la longitud, el diámetro, la temperatura del color, los tintes utilizados y en qué medida se ha producido desgaste.

– Espera, voy por un bolígrafo. -Se ausentó del teléfono unos segundos-. Continúa.

– Necesito también impresiones electrostáticas de todas las huellas de pisadas y fotografías de las marcas que dejaron en el suelo. Y quiero saber todo lo que había en el escritorio de la secretaria, el armario y las estanterías. Y cualquier cosa que hubiera en cualquier superficie, en un cajón, en la pared. Y el lugar exacto que ocupaba.

– ¿Todo lo que tocara el intruso? Vale, supongo. Nos pondr…

– No, Vince. Todo lo que había en la oficina. Todo. Clips, fotografías de los niños de la secretaria, moho en el cajón superior; no me importa si él lo tocó o no.

Algo enfurruñado ahora, Peretti dijo:

– Me aseguraré de que alguien se encargue de hacerlo.

Rhyme no comprendía por qué no lo hacía el mismo Peretti, que es lo que él hubiera hecho aun siendo jefe de la División de Recursos e Investigación, para garantizar que el trabajo se hacía de inmediato.

Pero en su posición de asesor, la influencia era limitada.

– Cuanto antes, mejor. Gracias, Vince.

– De nada -dijo Peretti con frialdad.

Colgaron. Rhyme le dijo a Bell:

– No puedo hacer mucho más, Roland, hasta que consigamos los datos.

Echó una mirada al informe del robo. Unas cuantas fibras y un grupo paramilitar de provincias…

Misterios… Pero, por el momento, no había más remedio que lo fueran para otros. Rhyme ya tenía sus propios enigmas que descifrar y no disponía de mucho tiempo: las notas que había en la pizarra sobre los relojes rotos le recordaron que contaban con menos de tres horas para detener al Prestidigitador antes de que se encontrara con su siguiente víctima.

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