Jeffery Deaver - El Hombre Evanescente
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Un nuevo caso del detective tetrapléjico Lincoln Rhyme, enfrentado a un criminal de habilidades extraordinarias: engañar, escapar, disfrazarse…
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– ¿Te esperabas que fuera así? -continuó Grady.
– Creo que no -contestó Bell con su acento sureño-. Yo pensaba que tendría un aspecto más pueblerino, que se parecería más uno de esos fanáticos de manual, ¿sabes a los que me refiero? Pero ese tipo tiene unos modales bastante notables. El meollo de la cuestión, Charles, es que él no se siente culpable.
– Desde luego que no. -Grady hizo una mueca-. Va a ser difícil condenarle. -Soltó una risa irónica-. Pero para eso me dan los buenos billetitos que gano. -Grady ganaba menos que un abogado recién incorporado a un bufete de Wall Street.
– ¿Se sabe algo más del robo en tu oficina? -preguntó Bell-. ¿Está preparado ya el informe preliminar? Necesito verlo.
– Están en ello. Nos encargaremos de que te envíen una copia.
– Y hay otro asunto del que tenemos que ocuparnos -siguió Bell-. Dejaré a mis chicos y chicas contigo y con tu familia, pero no tienes más que llamarme por teléfono para que me presente donde tú me digas.
– Gracias, detective. Mi hija te envía recuerdos. A ver si organizamos una reunión con ella y tus chicos. Y a ver si conocemos también a tu amiga…, ¿dónde me dijiste que vive?
– Lucy está en Carolina del Norte.
– ¿Es también policía, verdad?
– Sí. Es jefa interina del Departamento del Sheriff. En la gran metrópolis de Tanner's Corner [11].
Luis Martínez advirtió que Grady hacía ademán de dirigirse a la puerta y se acercó de inmediato al fiscal adjunto.
– ¿Puede esperarme aquí un momento, Charles? -El guardaespaldas abandonó la zona de seguridad y fue a recuperar su arma del guardia que la tenía en custodia y que vigilaba atentamente la pasarela y el puente.
Fue entonces cuando oyeron una suave voz a sus espaldas.
– ¡Hola, señorita!
Sachs detectó en esas palabras una cadencia especial, modulada a partir de una amplia experiencia en el sector servicios y en contacto con el público. Se volvió y vio a Andrew Constable, que estaba de pie junto a un enorme guardia. El detenido era bastante alto, y se mantenía en una postura totalmente erguida. Tenía el pelo salpicado de canas, ondulado y abundante. Junto a él estaba su abogado, bajito y gordo.
– ¿Forma parte del equipo que cuida del señor Grady?
– Andrew -le advirtió su abogado.
El detenido asintió, pero mantuvo una ceja levantada mientras miraba a Sachs.
– Yo no estoy en este caso -explicó ella, eximiéndose de todo compromiso.
– ¡Ah!, ¿no? Iba a contarle ahora precisamente lo que le acabo de contar al detective Bell. Con franqueza, no sé nada de esas amenazas al señor Grady. -Se volvió hacia Bell, quien le devolvió la mirada. El policía de Tarheel podía parecer tímido y reservado a veces, pero nunca se mostraba así cuando se enfrentaba a un sospechoso. En aquella ocasión, lanzó al acusado una mirada impasible como respuesta.
– Usted tiene que hacer su trabajo, yo lo entiendo. Pero créame, yo no le haría daño al señor Grady. Una de las cosas que ha hecho grande a este país es el juego limpio. -Una risa-. Yo le ganaré en el juicio. Y lo haré gracias a mi brillante amigo. -Señaló a su abogado. Luego miró con curiosidad a Bell-. Hay una cosa que me gustaría mencionar, detective. Me pregunto si le interesaría a usted saber lo que han estado haciendo mis Patriotas en Canton Falls.
– ¿A mí?
– Bueno, no me refiero a esa tontería de la conspiración, que no tiene ningún sentido. A lo que me refiero es a lo que realmente nos mueve.
– Vamos, Andrew, es mejor que mantengas la boca cerrada -le advirtió el abogado.
– Pero si sólo estamos conversando, Joe. -Lanzó otra mirada a Bell-. ¿Qué opina usted?
– ¿Qué quiere decir? -le preguntó Bell con frialdad.
A pesar de la evidente alusión al racismo y las raíces sureñas del detective, éste no entró al trapo.
– Los derechos de los Estados, los trabajadores, el gobierno local frente al federal… Debería consultar nuestro sitio web, detective. -Se rió-. La gente cree que se va a encontrar con esvásticas y todo eso, pero con lo que se encuentra es con Thomas Jefferson y George Masón. -Al quedarse callado Bell, un espeso silencio llenó el pesado ambiente que les rodeaba. El detenido hizo un gesto negativo con la cabeza, se rió y luego pareció avergonzado-. ¡Señor, Señor!, disculpe… a veces no puedo controlarme y me pongo a lanzar discursos de la manera más ridícula. Sólo necesito que haya unas cuantas personas ante mí para…, en fin, que abuso de su hospitalidad.
– Vámonos -dijo el guardia.
– Vale -respondió el preso. Saludó con la cabeza a Sachs, luego a Bell. Avanzó por el pasillo arrastrando los pies, con el suave tintineo de las cadenas que llevaba en los tobillos.
Su abogado saludó con la cabeza al fiscal adjunto -dos adversarios que se respetaban mutuamente, aunque también recelaban el uno del otro- y abandonó la zona de seguridad.
Acto seguido salieron también Grady, Bell y Sachs, a los que se unió Martínez.
– No parece que sea un monstruo -dijo la oficial-. ¿De qué se le acusa exactamente?
– Un tipo de ATF [12]que trabaja de forma clandestina contra la posesión ilegal de armas en la zona norte del Estado descubrió el complot, y pensamos que Constable está detrás -dijo Grady-. Algunos de sus secuaces iban a atraer a agentes de policía hacia lugares remotos del condado, haciendo llamadas al 911. Si alguno de los que acudía era negro, pensaban secuestrarle, desnudarle y lincharle. ¡Ah!, también se habló de castración.
Sachs, que se había enfrentado a muchos crímenes terribles en los años que llevaba en el cuerpo, parpadeó horrorizada al oír tal información.
– ¿Lo dices en serio?
– Y eso sólo era el principio -asintió Grady-. Los linchamientos eran, al parecer, parte de un plan más amplio. Ellos esperaban que si mataban a bastantes policías y los medios de comunicación ofrecían imágenes de las ejecuciones, eso incitaría a los negros a sublevarse. Y eso sería una ocasión para que los blancos del condado tomaran represalias y los aniquilaran. Esperaban que los hispanos y los asiáticos se unieran a los negros, con lo cual la revolución blanca podría eliminarlos a ellos también.
– ¿Pero en qué siglo se creen que viven?
– Pufff…, si tú supieras lo que hay por ahí.
– Ahora está bajo tu protección -le dijo Bell a Luis-. No te alejes mucho.
– Descuide -respondió el detective. Grady y su delgado guardaespaldas abandonaron el vestíbulo de la sala de detenciones, y Sachs y Bell fueron a recoger sus armas del mostrador de control de entradas. Al volver a la parte del edificio del Tribunal de lo Penal correspondiente a los juzgados, mientras caminaban por el Puente de los Suspiros, Sachs le contó a Bell el caso de El Prestidigitador y sus víctimas.
Bell se estremeció al escuchar la horripilante muerte que tuvo Anthony Calvert.
– ¿Y el móvil?
– No lo sé.
– ¿Sigue alguna pauta?
– Ídem de ídem.
– ¿Qué aspecto tiene el asesino?
– Eso también es un poco incierto.
– ¿Nada de nada?
– Creemos que es varón, blanco y de constitución mediana.
– Entonces, ¿nadie le ha visto?
– En realidad le ha visto mucha gente. La primera vez que le vieron, era un hombre de pelo moreno, con barba y en la cincuentena. La vez siguiente era un conserje calvo de unos sesenta años. La tercera era una mujer de más de setenta años.
Bell esperó a que ella se riera, puesto que eso confirmaría que era una broma. Pero al ver que la expresión de Sachs seguía siendo sombría, preguntó:
– ¿No me estás tomando el pelo?
– Me temo que no, Roland.
– Yo soy bueno con esto -dijo Bell meneando la cabeza y palpándose la pistola automática que llevaba en la cadera derecha-. Pero necesito un blanco.
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