Lisa Scottoline - Falsa identidad
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«Me dijo que tiene todos tus recortes.»¡Recortes! ¿Dónde? ¿Le estaba mintiendo Connolly? ¿Mentía Winslow a Connolly? Bennie reflexionó un momento. El hombre podía guardar los recortes en algún tipo de álbum, en un estante, como los libros. Dejó el papel en su sitio, cerró el cajón y se dedicó a buscar un álbum en las estanterías. Allí había volúmenes sobre la Segunda Guerra Mundial, la civilización romana, la guerra de Secesión y la monarquía británica. Buscó por detrás de las biografías de Gustave Flaubert y de Benjamín Franklin. Ni rastro de los recortes.
Salió del estudio y se metió en el dormitorio, y tuvo un sobresalto al encontrar a Bear tendido en el suelo, mordisqueando un rollo de papel higiénico.
– ¡Así me gusta, que me ayudes, Lassie! -exclamó Bennie tirando del empapado papel.
Se agachó para recoger los trocitos que había ido cortando el perro, y entonces vislumbró algo bajo la cama, entre las sombras. Una ancha caja de plástico.
Dejó el papel higiénico en el suelo y metió más la cabeza bajo la cama. Bear también quería husmear, levantando el lomo y agitando la cola. Apartó al perro, metió el brazo debajo de la cama y sacó una caja de plástico. Mediría un metro cuadrado y tenía una tapa de plástico que ponía RUBBERMAID. Abrió la tapa y vio una pila de pequeños libros encuadernados a mano, muy juntos, en seis montones de un cierto grosor. Cogió el de arriba y comprobó que sus páginas eran negras, como el papel que había visto en el cajón. Como el del reverso de las fotos.
Observó el libro cerrado que tenía en las manos. Tenía sólo diez páginas, la tapa era de cartón delgado perforada con tres agujeros y estaba sujeto con un cordel. ¿Tenía derecho a abrirlo? ¿Quería hacerlo? Abrió la primera página. Encontró la foto en blanco y negro de un niño montado en un poni pinto plantado incomprensiblemente en una calle de un barrio. El niño llevaba pañuelo en el cuello y sombrero de vaquero. ¿Winslow? Le habría gustado volver la foto pero estaba pegada al libro; si la arrancaba, él se daría cuenta de que alguien la había manipulado. Pasó la página. La siguiente foto le quitó el aliento.
Una instantánea de Winslow con su madre. No había error posible. El mostraba la misma sonrisa masculina, llevaba la misma camiseta que en la foto que le había dado Connolly. En realidad parecía la siguiente foto del carrete; Bennie se preguntó quién la había tomado. La observó con más detenimiento, fijándose en los detalles. Su madre parecía joven y con su brazo rodeaba a Winslow. Los labios, pintados, lucían una alegre sonrisa y en los ojos se veía un brillo de felicidad.
¿Su madre? ¿Su padre? Intentó despegar la foto sin forzarla. ¿En qué año fue tomada? ¿Habría algo de Connolly?
Bennie volvió la página. En la siguiente no había nada: la capa superior del papel estaba levantada en los puntos en que se había arrancado una foto. Pasó el dedo por la irregular cartulina. La textura del papel coincidía con la de los restos que había encontrado en la parte de atrás de la foto que le había dado Connolly. ¿La habrían sacado de aquel libro? Volvió la hoja siguiente. Otra foto de la época de la guerra. Grupos de pilotos. Localizó rápidamente a Winslow, pero aquello no le resolvía nada en cuanto a Connolly. Pasó a la siguiente. Un bombardero con una chica de calendario pintada en el remache de la parte delantera. Delante del aparato, Winslow y otros dos pilotos. ¿Encontraría alguna foto de ella con Connolly?
La última página del álbum había contenido una foto que habían arrancado. ¿Sería la de Winslow con las dos pequeñas? Bennie rascó la cartulina y la fibra se le pegó a las uñas. Miró con atención aquellos rastros y Bear se acercó a ella para olerlos. Cerró el libro y pasó al siguiente. No era un álbum de fotos sino de recortes de periódico.
Los recortes.
Bennie leyó la primera página: un listado de los estudiantes de Derecho que habían acabado la carrera. Le costó poco localizar su nombre, a pesar del cuerpo de la letra, pues lo habían rodeado con un círculo hecho con un bolígrafo. El corazón se le desbocó. Winslow había recortado y pegado aquel artículo décadas atrás. Volvió la página. Un recorte del Inquirer de cinco años después: una breve reseña sobre la acertada defensa de Bennie en el caso de asesinato de un tal Guillermo Díaz. Su nombre también llevaba un círculo. En la página siguiente vio un informe sobre otro caso de asesinato que había llevado ella, con sus palabras: «Un caso en el que sólo un loco podía formular cargos. ¿Hace falta decir algo más?».
Bennie hizo una mueca, sin saber bien si aquello se debía a la petulancia de la cita o al círculo que también rodeaba su nombre. El resto del libro contenía más recortes, al igual que el siguiente y el otro. Los álbumes hechos a mano -quince en total-constituían la secuencia cronológica de su carrera y su vida. La constatación la hizo temblar. Winslow tenía que ser su padre, y a un nivel u otro, sin duda ella le importaba.
¿Era así?
Bennie tenía la vista fija en los álbumes; experimentaba turbulentas emociones: una explosiva mezcla de enojo, estímulo y confusión. El hecho de que no pudiera analizar los sentimientos no cuestionaba su intensidad. Siempre había tenido claro el nombre de Winslow; ahora conocía su rostro y su estilo de vida. Llevaba una existencia sencilla. Le gustaban los libros y cuidaba de las plantas perennes. De joven había servido en un bombardero y amado a su madre. Una noche.
Luego Bennie se reprendió a sí misma por su actitud. «Tienes que pensar como abogada, no como hija.» Los recortes sólo demostraban que Winslow conocía a su madre y que había seguido la pista de Bennie. Una prueba inconsistente para dar por supuesto que Winslow era su padre o que sentía algo por ella. Por otra parte, en los recortes no había visto nada sobre Connolly que demostrara o refutara su relación.
Bien.
Cerró el libro y lo dejó sobre el montón. Permaneció un momento inmóvil y luego colocó de nuevo los libros en la caja de plástico por el orden en que los había ido sacando. El último que metió fue aquel que tenía las fotos arrancadas. Pasó los dedos sobre sus oscuras y rugosas tapas. Era todo lo que poseía de aquella historia secreta y quería retenerlo en sus manos unos segundos más. Los dedos rodearon la contraportada, donde notó algo frío, liso.
Dio la vuelta al libro. Vio un pequeño sobre rosa pegado en el reverso. No lo había visto al coger el libro. Le dio la vuelta para leer el sobre. La tinta del bolígrafo se había descolorido y se habían formado unos grumos en ella. «Para Bill», ponía, en letra femenina. La de su madre. No podía equivocarse. Bennie había visto mil veces la letra de su madre, en los poderes notariales, altas médicas y conformidades por escrito. Lo que tenía ahora Bennie en sus manos era una carta que su madre escribió a su padre. Quizás.
Notó un nudo en la garganta. Jamás les había oído pronunciar una palabra entre sí y en aquellos momentos podía leer sus pensamientos más íntimos. Despegó el sobre.
17
– ¡En cinco minutos se cierran las luces! -gritó la funcionada y las internas se dirigieron a las celdas para pasar la noche.
Alice ya se estaba lavando. Se secó la cara y al levantar la cabeza vio a la chica de Shetrell, Leonia, observándola al pasar. Curioso. La celda de Leonia estaba en el piso inferior del ala, en el subterráneo. ¿Qué hacía en el pasillo de arriba cuando estaban a punto de cerrar las luces? ¿Había subido a ver a Shetrell para un magreo rápido? Le pareció asqueroso. Alice no acababa de entenderlo. A ella le gustaban los hombres con polla. Anthony había sido una excepción, y Alice le llamaba «el único rabo sin rabo». No le echaba de menos. Lo que sentía es haber acabado en la cárcel por ello.
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