Lisa Scottoline - Falsa identidad
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– ¡Qué maravilla!
Judy se incorporó en la silla giratoria y de pronto Mary se sintió admirada. Le agradaba que la admiraran por algo, aunque fuera por un detalle del nacimiento.
– Existen cosas entre los gemelos que nadie confundiría nunca. Y nadie las detecta mejor que quien lo ha vivido. Yo, cuando miro a Angie, me veo a mí misma. Y no es sólo por su aspecto, sino por la forma de actuar.
– ¿Cómo? -preguntó Judy, aunque ya tenía una ligera idea de la respuesta.
No conocía mucho a Angie pero también se había dado cuenta de aquello. Daba la impresión de que la gemela de Mary era un eco de ella misma. La misma persona pero no lo mismo. Un clon físico y al mismo tiempo una persona distinta a nivel emocional.
– Por ejemplo el lenguaje corporal de Angie… Se sienta igual que yo. Siempre coloca la pierna derecha bajo las nalgas, como yo. Además habla terriblemente deprisa, igual que yo. Mi madre siempre tiene que hacerle repetir las cosas. Yo soy la única que la entiendo.
Judy se rió de aquello.
– Eso no tiene importancia. Las dos tenéis acento del sur de Filadelfia. Nadie entiende a ninguna de las dos.
– Eso vamos a dejarlo. Se trata del tono. Y de los gestos, de la forma que habla con las manos.
– Las dos sois italianas.
– Ya me ha caído el sambenito. -Mary reflexionó un momento-. Nos gusta la misma ropa. Cuando vamos de compras, nos peleamos por el mismo vestido. Es algo que nos ha ocurrido siempre.
– Eso tampoco cuenta. Os criasteis juntas. Habéis ido desarrollando las mismas inclinaciones en cuanto a la ropa. ¿No os vestía igual tu madre, de pequeñas?
– Sí, siempre. Y nos organizaba la misma fiesta de cumpleaños, y nos compraba los mismos juguetes. Hasta los tres años, nos llamábamos por el primer nombre que nos salía. Angie, Mary, nos daba igual. -Siguió pensando-. Pero también hay otras cosas. La naturaleza, no lo aprendido. Cosas que no te enseñan. Yo acababa sus frases.
– Nosotras también acabamos la frase de la otra.
– Eso es porque siempre estás hablando de comida. No es lo mismo.
Judy le lanzó un clip.
– ¿Pues qué?
– Me refiero a que a veces sé lo que está pensando Angie. Sabía cuándo no era feliz en el convento. Sabía cuándo se preocupaba por mí o por mi padre. Sé cuándo empieza a llamarme. Muchas veces cojo el teléfono para llamarla y comunica, porque está marcando mi número.
– Tendréis costumbre de llamaros a la misma hora.
– No lo hacemos. Y nos pasa siempre. -Mary suavizó el tono-. Al dejar el convento, cuando entró en la escuela de auxiliares de Derecho, enseguida supe que lo había hecho. Intuía lo feliz que era. Lo supe en el instante en que lo decidió. Yo estaba en la biblioteca, trabajando en un informe. De repente noté algo en mi interior, una fuerte sensación de bienestar, como cuando consigues algo. Y entonces oí inmediatamente una voz interior que me decía: «Lo conseguí». Y no: «Angie lo ha conseguido». «Lo conseguí.» Era como si tuviera en mí sus pensamientos.
– ¡Jo! ¡Vale! -Judy abrió los ojos, de un azul policromado, de par en par-. Como telepatía.
– No exactamente. No te embales.
Mary se ruborizó, arrepintiéndose de lo dicho. Nunca había hablado de aquello más que con Angie. Le parecía descabellado. Quería cambiar de tema pero Judy se había apoyado ya en la mesa, a la expectativa.
– ¡Tienes telepatía, Mary! Tú y tu hermana gemela. Eso es lo que hay.
– No, no tengo.
– Sí tienes. Has tenido sus pensamientos. ¿Puedes sintonizar con ella ahora mismo?
Mary puso los ojos en blanco.
– ¡Claro que no, boba! ¿Crees que eso funciona como una radio?
– Sintoniza. Llámala. Haz algo.
– No. ¡Basta! Dejémoslo. Lo estás convirtiendo en algo así como la película Carrie. No creerás que puedo mover cosas con los ojos… -Mary cogió el expediente policial y lo abrió-. ¿Y si siguiéramos con nuestra tarea?
– ¿Angie también es capaz de leerte el pensamiento?
– No lo sé. Tú sigue con lo tuyo.
– Sí lo sabes. Dímelo.
– Nos queda mucho trabajo. Redacta tu informe. Y no le comentes a nadie lo que te he dicho, ¿vale? O te enciendo con un dedo.
– Vale. -Judy se calló. Si aquel tema era demasiado personal para Mary lo dejaría. No quería disgustarla. Pero lo que le había comentado tenía implicaciones en el caso Connolly. De repente se sintió inquieta-. Oye, Mary, si Bennie es hermana gemela de Connolly, no tendría que representarla en un caso de asesinato. No vería los hechos de forma objetiva. Se dejaría llevar por las emociones. Y creo que ya le está ocurriendo, por la forma en que ha salido del piso de Della Porta.
Mary levantó la cabeza.
– Tienes razón, pero tiene que aceptar el caso. No hay escapatoria. Es una decisión impulsiva. Si Angie tiene un problema, ahí me tiene. Suponiendo que Connolly sea la hermana gemela de Bennie, ella tiene que defenderla. Y punto. Tanto si es conveniente como si no. Se trata de una situación sin salida.
Judy pensó en aquello.
– Me estás demostrando una perspicacia insólita, pequeño saltamontes.
– No es más que uno de mis superpoderes -respondió Mary, y siguió con su trabajo.
16
Bennie circulaba como un bólido por la I-95 Sur mientras se iba evaporando el agua de la lluvia, saturando el cielo crepuscular. No había puesto el aire acondicionado del Expedition; le gustaba notar el aire húmedo en las mejillas. Lo mismo le ocurría a Bear, quien asomaba la cabeza por la ventanilla de atrás con sonrisa perruna. Sus irregulares orejas se agitaban al viento y unos hilillos de saliva se le deslizaban por las comisuras de los belfos. Bennie había pasado por su casa para llevar al perro de paseo y el gimoteo de éste la había convencido para llevárselo. Ni siquiera se había detenido a reflexionar si sería buena idea llevarlo en el coche con ella; en realidad, de haber sido del tipo de persona que estudia a fondo lo que va a hacer, tampoco habría aceptado el caso Connolly. Ni, por cierto, emprendido aquel viaje: con destino al Lakeside Drive 708 de Montchanin, Delaware.
Había encontrado la dirección en los registros de la cárcel y descubierto que Montchanin estaba en las afueras de Wilmington. Bennie iba a ver a Bill Winslow. Tal vez fuera su padre, tal vez no. En media hora lo sabría. Sus dedos se aferraban al volante. Y suponiendo que Winslow fuera su padre, ¿sería Connolly su hermana gemela? Pasó al carril de máxima velocidad y conectó el reproductor de CD. Bruce Springsteen todo el tiempo y una carretera despejada hacia Delaware. Se apartó el pelo de los ojos y aceleró suavemente.
Al cabo de un rato, la autopista de cuatro carriles pasó a carretera de dos, avanzando entre poblaciones, amplios centros comerciales con fachadas de estuco y letreros luminosos. Estaba escuchando ya el segundo CD de la selección cuando las vallas y los lozanos pastos empezaron a sustituir al alumbrado urbano. Los árboles, que contaban con un siglo de vida, formaban un telón de fondo verde; se había puesto el sol y el cielo iba adquiriendo color de arándano. Al avanzar hacia el sur había bajado la humedad y notaba el aire suave, con olor a tierra. Los caballos pastaban en silencio, agitando sus largas colas frente a la mordedura de unos tábanos invisibles, y levantaban la cabeza para ver pasar el vehículo de Bennie. El Expedition sorteaba estrechas carreteras de campo que llevaban a unas propiedades tan extensas que ni siquiera se veían sus casas.
Lakeside Drive. Bennie redujo la marcha para buscar el 708. Iba leyendo los que veía en los buzones y señales de alarma, hasta que por fin localizó un resistente buzón de aluminio que correspondía a ese número. Notaba la boca seca pero prefirió pasarlo por alto. Había descubierto a un hombre que durante toda su vida había constituido un interrogante; ahora tendría a un hombre con la respuesta que necesitaba.
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