Lisa Scottoline - Falsa identidad

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Sólido thriller judicial, sobre una mujer acusada del asesinato de su marido. Penetrante análisis de la corrupción, trama impredecible; una lectura tensa, irónica, por una autora que ya es más que un valor ascendente. La aparición de una supuesta hermana gemela de la acusada da un giro inesperado.

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– De acuerdo.

Mary empezaba a sentirse útil y ya no veía la mancha.

– Perfecto. Vamos a ver las otras habitaciones.

Bennie salió de la cocina y, pasando por la sala de estar, se metió en el dormitorio, una estancia con tan pocas características distintivas como la cocina. Una cama doble contra la pared entre las dos ventanas y un tocador revestido de nogal, con tres cajones, junto a la pared del fondo. Bennie se acercó al mueble y abrió sus cajones. Nada.

– Aquí está el baño.

Mary le indicó la dirección con el dedo y Bennie asintió.

– Échale un vistazo. Yo me ocupo de la otra habitación. No sé para qué la utilizarían.

Bennie entró en la otra y quedó muda de asombro al cruzar el umbral. Un estudio que parecía realmente la réplica del suyo: incluso los muebles estaban dispuestos como en su casa. Ocupaban las paredes los archivadores, estantes con libros, una mesa con ordenador en el rincón y otra librería. La mesa era igual que la de Bennie: un equipo informático montado sobre una mesa blanca, de Ikea, con dos estantes contra la pared y parrillas en ambos lados. Bennie utilizaba continuamente sus parrillas. ¿Hacía lo mismo Connolly?

Se acercó a la mesa del ordenador y sacó la parrilla situada a la derecha, que se deslizó con aquel chirriante sonido que le resultaba tan familiar. En su centro detectó un círculo de color marrón. Bennie supo enseguida de qué se trataba, pues ella también lo tenía: el aro que dejaba la taza de café. Se le encogieron las entrañas. ¿Significaba algo? Por lógica, no. La mayoría de gente toma café mientras trabaja y organiza su estudio de forma parecida. Además, el material de Ikea era idéntico.

– En el baño, nada -dijo DiNunzio desde la puerta.

Bennie movió la cabeza. Sin saber bien por qué, salió de la habitación.

– Aquí hay un colgador -dijo y cerró la puerta, dejando al descubierto el gancho situado en su parte superior.

– ¿Cómo lo sabías? -preguntó Mary.

Bennie tenía una percha en el mismo sitio pero no quería explicárselo aún a DiNunzio. Quería obtener más información sobre Connolly antes de dar crédito a que fueran gemelas.

– Todo el mundo tiene un colgador en la puerta -dijo tranquilamente.

– Lo que me sorprende es que lo tuviera Connolly. Nunca utilizaba esto. Este estudio era una pocilga.

Bennie se dio la vuelta, sorprendida.

– ¿Cómo lo sabes?

– Por las fotos del expediente. Las puso en un sobre la unidad móvil.

Evidentemente. Lo había olvidado.

– Veámoslas.

– No las tengo aquí. -El arrebato de actividad de Mary fue cediendo-. ¿O no recuerdas que no se nos permite sacar originales del despacho?

Bennie hizo rechinar los dientes. No era culpa de su asociada, de modo que no podía estrangularla.

– ¿Qué se ve en las fotos?

– El piso con todo lo que contenía. Cómo estaba decorado. Casi todo es igual, a excepción del estudio. El apartamento estaba en orden, pero el estudio de Connolly estaba hecho un asco.

– Quiero ver las fotos esta noche. Recuérdamelo cuando volvamos.

– De acuerdo, lo siento. No lo entendí.

– No importa. -Bennie se pasó la mano por el pelo. El estudio de Connolly constituía una revelación, y planteaba más preguntas de las que respondía. Había llegado el momento de buscar las respuestas-. Llama a Carrier -dijo de pronto-. Nos vamos.

– ¿Adónde?

– Abajo, a ver al portero. Voy a alquilar ese piso.

– ¿Alquilar ese piso? -Mary estaba horrorizada-. Si es el escenario de un crimen…

– Ya lo sabemos.

– Mataron a un hombre aquí.

– Hay cosas peores que alquilar el escenario de un crimen -respondió Bennie, pero a Mary no se le ocurrió ninguna.

15

Judy se encontraba frente a Mary en la sala de reuniones, redactando las diligencias previas al juicio en su portátil mientras Mary organizaba el expediente Connolly. Llevaban horas con ese reparto del trabajo, encerradas en su cuartel general, hasta bien entrada la noche, preparando el juicio en una mesa atestada de libros de Derecho y comida de un restaurante chino.

– Estás chalada -dijo Judy, dándole al intro.

– Tú no has estado hoy en el tribunal y yo sí. -Mary colocó una etiqueta de color naranja en el informe del forense y escribió en ella «Prueba D-ii»-. Lo he visto. A ella. A las dos. Te lo digo en serio. Connolly es hermana gemela de Bennie.

– No me lo creo. -Judy dejó de teclear-. Bennie nunca ha dicho que tuviera una hermana gemela. Es reservada, pero no tanto.

– Yo lo que puedo decirte es que Bennie y Connolly son gemelas. Los mismos rasgos, la misma altura, los mismos ojos. Y no sólo hermanas, créeme. Son gemelas, lo intuyo.

– ¿Cómo? Porque yo también tengo una hermana gemela. Las gemelas sabemos esas cosas.

– Empiezas a hablar como yo. -Judy inclinó un poco la cabeza y el pelo a lo paje se desvió a un lado-. ¿Te refieres a las vibraciones de las gemelas?

– Los católicos no creen en vibraciones. Pero puedes estar segura de que son gemelas.

– Si se parecen tanto, ¿cómo no se ha fijado nadie más de la sala?

– En realidad nadie las miraba. Todo el mundo seguía el procedimiento. Aparte de que Connolly y Bennie tienen un aspecto distinto. Connolly es delgada y lleva el pelo rojo. Usa maquillaje y es guapa. Atractiva. Bennie lleva el pelo de un rubio tan claro… Poco arreglado, y siempre da la impresión de que se ha puesto lo primero que ha encontrado, como una deportista. -Mary terminó con la elección y clasificación de las pruebas de la defensa-. Y además todo ayudaba a despistar. Imagínate, Bennie, una abogada que triunfa, y Connolly una reclusa. Una ganadora y una perdedora. Nadie las relacionaría.

– ¿A qué te refieres? O parecen gemelas o no lo parecen.

– No necesariamente. Lo mismo que me ocurre a mí con Angie. Hubo una época… no sé si te acuerdas… muy al principio, en Stalling… En mi segundo año como asociada… Perdí casi diez kilos. Se me quedó una cara chupada, me salieron granos, tenía un aspecto deplorable. En mi vida me había visto tan fea.

– ¿Más que ahora?

– Como te decía, recuerdo que fue cuando Angie se metió en el convento. A nosotros nos permitieron asistir a la ceremonia, siguiéndola desde una celosía. ¡Todo un detalle!

Judy sonrió.

– Si no fuera por la religión, no tendrías nada sobre lo que despotricar -dijo.

– ¡Anda que no! ¿Y el trabajo, qué? En fin, aquel día hice fotos en las que salíamos Angie y yo, y quien las ve, nunca diría que somos gemelas idénticas. Ahí, Angie tiene aspecto feliz, sereno. Relajada, realizada. Tuteándose con el Espíritu Santo.

– ¿El Espíritu Santo tiene nombre de pila?

– Pues claro, puedes llamarle Al. Y ahora, ¿te callarás un poco para que siga? En la foto, yo tengo el peor aspecto de mi vida y Angie el mejor. Ella se había convertido en monja y yo me estaba quemando en aquel despacho. Ella estaba al servicio de Dios y yo al de Satanás.

– Entiendo -dijo Judy, aunque Mary seguía impertérrita.

– ¿Sabes aquellos anuncios con la foto del «antes» y el «des-pues»? Bien, yo era la imagen del «antes» y Angie la del «después». Sobre todo cuando se me ve a mí con el traje y a ella con el hábito. -Mary tomó un sorbo del café que tenía en un vaso de plástico-. Cuando una se viste de una forma tan distinta, cuesta verlo, como ocurría con Connolly y Bennie hoy en la sala. De todas formas, no todo se centra en el aspecto.

– ¿Cómo?

– Hay otras formas de detectar a los gemelos. En mi escuela teníamos a unas gemelas bivitelinas. Siempre se sentaban más juntas que las demás niñas. Cuando hablaban, aún se acercaban más. Cuestión de costumbre en la proximidad física. Se atraían entre sí como las albóndigas en una cazuela. A Angie y a mí nos ocurría lo mismo.

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