Michael Connelly - El Inocente

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El abogado defensor Michael Haller siempre ha creído que podría identificar la inocencia en los ojos de un cliente. Hasta que asume la defensa de Louis Roulet, un rico heredero detenido por el intento de asesinato de una prostituta. Por una parte, supone defender a alguien presuntamente inocente; por otra, implica unos ingresos desacostumbrados.
Poco a poco, con la ayuda del investigador Raúl Levin y siguiendo su propia intuición, Haller descubre cabos sueltos en el caso Roulet… Puntos oscuros que le llevarán a creer que la culpabilidad tiene múltiples caras.
En El inocente, Michael Connelly, padre de Harry Bosch y referente en la novela negra de calidad, da vida a Michael Haller, un nuevo personaje que dejará huella en el género del thriller.

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– ¿Qué pasa?

– Tengo otra oferta.

– Estoy escuchando.

– Bajaré todavía más. Lo reduciré a simple agresión. Seis meses en el condado. Teniendo en cuenta la forma en que lo vacían cada final de mes, probablemente no cumplirá ni sesenta días.

Asentí. Estaba refiriéndose al mandato federal para reducir la superpoblación del sistema penitenciario del condado. No importaba lo que se dispusiera en un tribunal; obligados por la necesidad, con frecuencia las sentencias se reducían de manera drástica. Era una buena oferta, pero yo no mostré nada. Sabía que la oferta tenía que haber salido de la segunda planta. Minton no podía tener la autoridad necesaria para bajar tanto.

– Si acepta eso, ella le sacará los ojos en la demanda civil -dije-. Dudo que lo acepte.

– Es una oferta formidable -dijo Minton.

Había un atisbo de rabia en su voz. Suponía que el informe del observador sobre Minton no era bueno y que estaba acatando órdenes para cerrar el caso con un acuerdo de culpabilidad. Al cuerno con el juicio, la jueza y el tiempo del jurado, lo único importante era conseguir una declaración de culpabilidad. A la oficina de Van Nuys no le gustaba perder casos y estábamos a sólo dos meses del fiasco de Robert Blake. Buscaba acuerdos cuando las cosas se ponían mal. Minton podía bajar todo lo que necesitara, siempre y cuando consiguiera algo. Roulet tenía que ser condenado, aunque sólo pasara sesenta días entre rejas.

– Quizá desde su punto de vista es una oferta formidable. Pero todavía me supone convencer a un cliente de que se declare culpable de algo que asegura que no hizo. Además, la disposición abre la puerta a una responsabilidad civil. Así que mientras él esté en el condado tratando de protegerse el culo durante sesenta días, Reggie Campo y su abogado estarán aquí preparándose para desplumarlo. ¿Lo ve? No es tan bueno cuando se mira desde su ángulo. Si dependiera de mí, llegaría hasta el final. Creo que estamos ganando. Sabemos que tenemos al tipo de la Biblia, así que como mínimo tenemos un apoyo. Pero quién sabe, quizá tenemos a los doce.

Minton dio una palmada en la mesa.

– ¿De qué coño está hablando? Sabe que lo hizo, Haller. Y seis meses (por no hablar de sesenta días) por lo que le hizo a esa mujer es un chiste. Es una parodia que me hará perder el sueño, pero ellos han estado observando y creen que usted se ha ganado al jurado, así que he de hacerlo.

Cerré el maletín con un chasquido de autoridad y me levanté.

– Entonces espero que tenga algo bueno para la refutación, Ted. Porque va a tener que jugársela con el veredicto de un jurado. Y he de decirle, colega, que cada vez se parece más a un tipo que viene desnudo a una pelea de cuchillos. Será mejor que se quite las manos de los huevos y luche.

Me dirigí hacia la puerta. A medio camino de las puertas de la parte de atrás de la sala me detuve y me volví a mirarlo.

– Eh, ¿sabe una cosa? Si pierde el sueño por este caso o por cualquier otro, entonces deje el empleo y dedíquese a otra cosa, porque no va a resistirlo, Ted.

Minton se sentó a su mesa, mirando al frente, más allá del banco vacío del juez. No respondió a lo que le había dicho. Se quedó sentado, pensando en ello. Pensé que había jugado bien mis cartas. Lo descubriría por la mañana.

Volví al Four Green Fields para preparar mis conclusiones. No necesitaría las dos horas que la jueza nos concedió. Pedí una Guinness en la barra y me la llevé a una de las mesas para sentarme yo solo. El servicio de mesas no empezaba hasta las seis. Garabateé unas notas, aunque de manera instintiva sabía que lo que haría sería reaccionar a la presentación de la fiscalía. En las mociones previas al juicio, Minton ya había solicitado y obtenido permiso de la jueza Fullbright para usar una presentación de Power Point para ilustrar el caso al jurado. Se había convertido en una moda entre los jóvenes fiscales preparar la pantalla con gráficos de ordenador, como si no se pudiera confiar en la capacidad de los miembros del jurado para pensar y establecer conexiones por sí solos. Ahora había que darles de comer en la boca, como en la tele.

Mis clientes rara vez tienen dinero para pagar mis minutas, menos aún para presentaciones de Power Point. Roulet era una excepción. Por medio de su madre podía permitirme contratar a Francis Ford Coppola para que preparara una presentación de Power Point para él si quería. Pero ni siquiera saqué nunca el tema.

Yo era estrictamente de la vieja escuela. Me gustaba saltar al cuadrilátero solo. Minton podía presentar lo que quisiera en la gran pantalla azul. Cuando llegara mi turno, quería que el jurado me mirara sólo a mí. Si yo no podía convencerlos, tampoco podría hacerlo nada de un ordenador.

A las cinco y media llamé a Maggie McPherson a su oficina.

– Es hora de irse -dije.

– Puede que para los superprofesionales de la defensa. Nosotros los servidores públicos hemos de trabajar hasta después de que anochece.

– ¿Por qué no te tomas un descanso y vienes a reunirte conmigo a tomar una Guinness y un poco de pastel de carne? Luego puedes volver y terminar.

– No, Haller. No puedo hacer eso. Además, ya sé lo que quieres.

Me reí. No había ni un momento en que ella no creyera que sabía lo que yo quería. La mayor parte de las veces acertaba, pero en esta ocasión no.

– ¿Sí? ¿Qué quiero?

– Quieres corromperme otra vez y descubrir qué pretende Minton.

– No hace falta, Mags. Minton es un libro abierto. El observador de Smithson le está poniendo malas notas. Así que Smithson le ha dicho que recoja la tienda, que consiga algo y lo deje. Pero Minton está trabajando en ese cierre de Power Point y quiere jugar, llegar hasta el final. Además de eso, tiene auténtica rabia en la sangre, así que no le gusta la idea de retirarse.

– A mí tampoco. Smithson siempre tiene miedo de perder, sobre todo después de Blake. Siempre quiere vender bajo. No se puede ser así.

– Siempre dije que perdieron el caso Blake el día que no te lo asignaron. Díselo, Maggie.

– Si tengo ocasión.

– Algún día.

A ella no le gustaba pensar demasiado en su propia carrera estancada. Siguió adelante.

– Suenas contento -dijo-. Ayer eras sospechoso de homicidio. Hoy tienes a la oficina del fiscal pillada por los pelos. ¿Qué ha cambiado?

– Nada, es sólo la calma que precede a la tormenta. Supongo. Eh, deja que te pregunte algo. ¿Alguna vez has metido prisa a balística?

– ¿Qué clase de prueba balística?

– Comparar casquillo con casquillo y bala con bala.

– Depende de quién lo haga, qué departamento, me refiero. Pero si tienen mucha prisa pueden hacerlo en veinticuatro horas.

Sentí el peso del miedo cayendo en mi estómago. Sabía que podía estar jugando la prórroga.

– Pero la mayor parte de las veces eso no pasa -continuó ella-. Normalmente con prisa tarda dos o tres días. Y si quieres el paquete completo (comparaciones de casquillos y balas) puede tardar más porque la bala puede estar dañada y ser difícil de leer. Han de trabajar con ella.

Asentí con la cabeza. No creía que nada de eso pudiera ayudarme. Sabía que habían recogido un casquillo de bala en la escena del crimen. Si Lankford y Sobel obtenían una coincidencia con el casquillo de una bala disparada cincuenta años atrás por la pistola de Mickey Cohen, vendrían a por mí y se ocuparían de las comparaciones de bala más adelante.

– ¿Sigues ahí? -preguntó Maggie.

– Sí, sólo estaba pensando en algo.

– Ya no suenas alegre. ¿Quieres hablar de esto, Michael?

– No, ahora no. Pero si al final necesito un buen abogado, ya sabes a quién voy a llamar.

– Cuando las ranas críen pelo.

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