Jeffery Deaver - La carta número 12

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El nuevo caso del aclamado detective de El coleccionista de huesos
Geneva Settle, joven estudiante afroamericana de Harlem, investiga en una biblioteca de Nueva York la historia de un antepasado suyo, Charles Singleton, un esclavo liberto del siglo XIX. Mientras tanto, alguien vigila sus movimientos. Geneva consigue escapar del peligro, pero el criminal deja un rastro de sangre tras de sí.
El célebre criminalista Lincoln Rhyme, su inseparable Amelia Sachs y su equipo se ocuparán del caso. ¿Quién persigue a Geneva? ¿Y por qué hay alguien interesado en acabar con su vida? ¿Quién es verdaderamente Charles Singleton? ¿Y qué historia se oculta tras su pasado? ¿Cómo conseguir que encajen todas las pieza del puzle?
La insuperable trama urdida por Deaver, autor de El coleccionista de huesos, maneja todas estas historias -el pasado y el presente- como instantáneas fugaces, al tiempo que nos muestra asombrosas revelaciones de las que podrían derivar desastrosas consecuencias para los derechos humanos y civiles de Estados Unidos. Con sobrecogedores giros y numerosas sorpresas que mantienen al lector en ascuas hasta la última página, esta nueva aventura de Lincoln Rhyme es la más apasionante hasta la fecha.

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– No soy tonto, chica -susurró él, enfadado-. No tengo que aprenderme esta mierda. Yo ganaré una pasta gansa dándole a la pelota el resto de mi vida. Es mejor para todos que entrene, en lugar de estudiar.

– «Para todos». -Ella soltó una risa amarga-. Así que es de ahí de donde salen tus calificaciones: las robas. Como si le birlaras una cadena de oro a alguien en Times Square.

– Mira, chica, te lo advierto, te cuidado con lo que dices -susurró amenazante.

– No pienso ayudarte -dijo ella entre dientes.

Entonces él sonrió, y le dedicó una mirada seductora, con los párpados a medio cerrar.

– Haré que te merezca la pena. Puedes venir a mi casa cuando quieras. Te follaré bien. Incluso bajaré ahí abajo. Soy muy bueno en ese apartado.

– ¡Vete al infierno! -gritó ella. Todas las cabezas se dieron la vuelta.

– Escucha -gruñó él, agarrándola del brazo con fuerza. Le empezó a doler-. Tienes un cuerpecito de niña de diez años y vas por ahí como si fueras una rubia de Long Island, creyéndote que vales más que todo el mundo. Una zorra de pelos de alambre como tú no puede ser tan exigente con los hombres, ¿entiendes a lo que me refiero? ¿Dónde vas a encontrar a un tipo tan guay como yo?

Ante semejante insulto, Geneva dio un grito ahogado.

– Eres asqueroso.

– De acuerdo, chica, muy bien. Se ve que eres frígida. Te pagaré por ayudarme. ¿Cuánto quieres? Un billete de cien. ¿O dos? Tengo pasta gansa. Venga, dime cuál es tu precio. Tengo que aprobar ese examen.

– Entonces estudia -le espetó ella, y le arrojó el organizador personal.

Él lo cogió con una mano, y con la otra la tiró del brazo para atraerla hacia sí.

– Kevin -le llamó un hombre con voz severa.

– ¡Joder! -susurró el chico con desprecio, cerrando los ojos un instante, soltándole el brazo a Geneva.

El señor Abrams, el profesor de matemáticas, se acercó y se llevó el organizador. Mirándolo, preguntó:

– ¿Qué es esto?

– Quería que le ayudara a copiar -dijo Geneva.

– Esta zorra está chiflada. Es de ella, y…

– Ven, vamos al despacho -le dijo el profesor a Kevin.

El chico la miró fijamente, con una furia helada en los ojos. Geneva le devolvió la mirada hostil.

– ¿Estás bien, Geneva? -preguntó el profesor.

Se estaba frotando el brazo en el lugar donde él la había agarrado. Dejó caer la mano y asintió con la cabeza.

– Me gustaría ir un momento al servicio.

– Ve. -Luego se dirigió a los alumnos, que estaban todos mirando hacia ese lado, todos en silencio-: Tenéis diez minutos para estudiar antes de comenzar el examen. -El profesor se llevó a Kevin, y salieron por la puerta del fondo del aula. El silencio se llenó de pronto con un bombardeo de murmullos, como si alguien hubiera subido de pronto el volumen de la televisión. Geneva esperó unos segundos, y luego salió por la misma puerta.

Mirando hacia el corredor, vio al detective Bell, que estaba con los brazos cruzados, cerca de la puerta principal. Él no la vio. Ella salió al pasillo y se sumergió entre el montón de estudiantes que se dirigían a sus respectivas clases.

Sin embargo, Geneva Settle no se dirigió al servicio de las chicas. Llegó al final del corredor y empujó la puerta que daba al patio desierto, pensando: «Nadie sobre la faz de la tierra me va a ver llorar».

¡Allí! A menos de treinta metros de él.

El corazón de Jax casi explotó cuando vio a Geneva Settle de pie, sola, en el patio del instituto.

El rey del graffiti estaba en la desembocadura de un callejón, en la acera de enfrente, donde se había apostado hacía media hora, esperando poder verla aunque fuera fugazmente. Pero esto superaba todas sus esperanzas. Estaba sola. Jax echó un vistazo a la calle. Había un coche de policía camuflado, dentro del cual había un madero, aparcado frente al instituto, pero estaba muy lejos de la chica, y el madero no estaba mirando hacia el patio; no podría verla desde donde estaba, aunque se volviera. Esto podría ser más fácil de lo que había creído.

Todo estaba tan tranquilo, se dijo a sí mismo. Mueve el culo.

Se sacó un gran pañuelo negro del bolsillo y se lo puso en la cabeza para aplastar el peinado afro. Moviéndose despacio, deteniéndose al lado de una furgoneta abollada, el ex convicto barrió con la vista el patio (que le recordó muchísimo al patio de la cárcel, salvo, claro, que aquí no había alambre de espino ni torretas de vigilancia). Decidió que podía cruzar la calle por donde estaba la furgoneta y utilizar como parapeto el chiringuito-caravana de la cadena Food Emporium que estaba aparcado en la acera con el motor en marcha. Podría acercarse quizá a menos de diez metros de Geneva sin que ella ni el madero le vieran. Eso sería mucho más que suficientemente cerca.

Mientras la chica siguiera con la vista baja podía atravesar la alambrada sin que nadie se diera cuenta. Ella estaría asustada después de todo lo que le había sucedido, y si le viera acercándose, probablemente se daría la vuelta y saldría corriendo, pidiendo ayuda a gritos.

Despacio, avanza con cuidado.

Pero ahora muévete. Puede que no vuelvas a tener una oportunidad como ésta.

Jax empezó a andar en dirección a la chica, caminando con mucho cuidado, para evitar que su pierna coja arrastrara las hojas y le delatara.

CAPÍTULO 16

Era así como siempre funcionaban las cosas?

¿Los chicos siempre pretendían algo de una?

En el caso de Kevin, él quería su cerebro. Bueno, ¿acaso no habría estado igual de disgustada si ella tuviera el cuerpo de Lakeesha y él se hubiera acercado a ella por su culo redondo o sus tetas?

No, pensó, enojada. Eso era distinto. Eso era normal. Las orientadoras hablaban mucho sobre las violaciones, sobre decir que no, sobre qué hacer en caso de que un chico intentara avasallarte. Sobre qué hacer después si sucedía.

Pero jamás decían ni una palabra acerca de qué hacer si alguien quería violarte la mente.

¡Mierda, mierda, mierda!

Apretó los dientes y se enjugó las lágrimas, sacudiéndose los dedos. ¡Olvídate de él! Es un completo gilipollas. El examen de matemáticas, eso era lo único importante.

d dividido entre dx multiplicado por x elevado a n es igual a…

Movimiento a su izquierda. Geneva miró hacia ese lado y, entrecerrando los ojos por el sol a contraluz, vio una silueta en la acera de enfrente, entre las sombras, en una casa: un hombre con un pañuelo negro en la cabeza, que tenía puesta una cazadora verde oscuro. Había ido caminando hacia el patio de la escuela, pero luego había desaparecido detrás de una gran furgoneta que había allí cerca. Su primer pensamiento, presa del pánico, fue que el hombre de la biblioteca había ido a por ella. Pero no, este tipo era negro. Tranquilizándose, miró su Swatch. Era hora de volver adentro.

Pero…

Desesperada, pensó en la pinta que tendría. En los colegas de Kevin, que le echarían una mirada furiosa. En las chicas bling-bling , que le clavarían los ojos y se reirían.

Al suelo con ella, al suelo con esa zorra

Olvídate de ellas. ¿A quién demonios le importa lo que piensen? Lo único que importa es el examen.

d dividido entre dx multiplicado por x elevado a n es igual a n x elevado a n menos uno.

Al empezar a volver hacia la puerta lateral se preguntó si sancionarían a Kevin. O si le expulsarían. Esperaba que así fuera.

d dividido entre dx

Fue entonces cuando oyó un ruido de pasos provenientes de la calle. Geneva se detuvo y se dio la vuelta. No podía ver bien porque el brillo del sol la deslumbraba. ¿Era el negro de la cazadora verde el que iba hacia ella?

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