– ¿Aló?
– Sam, escúchame. Sé que esto te parece imposible, pero eres una de las personalidades de Kevin. Tanto tú como Slater, ¿me oyes? Por eso puedes verlos a los dos. Tú… nosotros… tenemos que salvar a Kevin. Dime dónde estás, por favor, Sam.
Sintió una convulsión enloquecida en su mente. ¿Qué había dicho Jennifer? Ella era una de las personalidades…
– ¿Qué… qué crees que estás haciendo? -exigió Slater
– Tú me viste en el auto, cuando la explosión del autobús -titubeó Sam-. Me saludaste con la mano.
– ¿El autobús? Vi a Kevin. Le agité la mano a Kevin. Tú… ya te habías ido al aeropuerto. Escúchame…
Sam ya no oyó más. Slater se había recuperado de su impresión y corrió hacia ella.
– Debajo del tornillo -dijo Sam.
Slater golpeó a Sam con la mano en un costado de su cabeza. El teléfono celular le pegó en la oreja y rodó ruidosamente por el concreto. Por instinto, ella trató de alcanzarlo, pero Slater fue mucho más rápido; le dio un golpe en el brazo, recogió el celular y lo lanzó al otro lado del salón. El teléfono rebotó en el suelo y se hizo añicos contra la pared.
Slater se volvió hacia ella y le puso una pistola debajo de la barbilla.
– ¿Debajo del tornillo? ¿Qué significa eso, pequeña traidora asquerosa?
Sam sentía dolor en su mente. Túeres una de sus personalidades, ¿no es eso lo que Jennifer había dicho? ¿Soy una de las personalidades de Kevin?¡Eso es imposible!
– ¡Dímelo! -gritó Slater-. Dímelo o juro que yo mismo te haré el hoyo en la cabeza.
– ¿Y renunciar al placer de ver a Kevin hacerlo? -preguntó Sam.
Slater la miró por un momento, fulminándola con la mirada. Movió bruscamente la pistola y sonrió.
– Tienes razón. No importa de todos modos; ellos no tienen tiempo.
***
– ¿Era ella? -preguntó el Dr. Francis.
– Sam. La llamada fue interrumpida. No me pareció Kevin. Ella dijo que me vio en el autobús, pero yo no la vi -confesó Jennifer tragando saliva-. Espero que no hayamos acabado de meter una bala en la cabeza de Sam.
El Dr. Francis se sentó lentamente.
– Ella me dijo que se encontraban debajo del tornillo -dijo Jennifer.
– ¿El tornillo?
Jennifer giró hacia él.
– El tornillo que mantenía cerrada la ventana de Kevin. Debajo de la ventana, debajo de la casa. Hay…
¿Podría ser tan cerca, justo debajo de sus narices?
– Hay un hueco de escalera en la casa, obstruido ahora con montones de papel de periódico, pero lleva a un sótano -informó ella.
– Debajo de la casa.
– ¡Kevin tiene a Balinda en el sótano de su casa! ¡Debe de haber otra manera de entrar! -exclamó Jennifer y corrió hacia la puerta-. ¡Vamos!
– ¿Yo?
– ¡Sí, usted! Usted lo conoce mejor que nadie.
– Aunque los encontremos, ¿qué podemos hacer? -preguntó el profesor agarrando su abrigo y corriendo tras ella.
– No sé, pero no me voy a quedar esperando. Usted dijo que él no puede hacer esto sin ayuda. Dios, danos esa ayuda.
– ¿Cuánto tiempo?
– Nueve minutos.
– ¡Mi auto! Yo conduciré -determinó el profesor y viró hacia el Porsche en la entrada.
***
Samantha nunca se había sentido tan trastornada por una misión. ¿Cuál era la misión ahora? Salvar de Slater a Kevin.
Volvió a pensar en sus años en la universidad, en su formación para hacer respetar la ley, en Nueva York. Todo era enmarañado. Anchos trazos de realidad sin detalle. No era la clase de detalle que aparecía de inmediato cuando su mente vagaba en el pasado, como una niña, escabullándose con Kevin. No los detalles concretos que le inundaban la mente al pensar en los cuatro días anteriores. Incluso su investigación del Asesino de las Adivinanzas ahora parecía lejana, como algo que había leído, no como si hubiese participado realmente.
Si Jennifer tenía razón, ella era en realidad Kevin. Pero eso era imposible porque Kevin estaba sentado en el suelo a tres metros de distancia, estremeciéndose, profundamente retraído, sosteniendo un pie enrojecido y sangrando por la oreja izquierda.
Sangrando por la oreja. Ella dio un paso adelante para ver mejor la oreja de Kevin. El teléfono celular de ella estaba destrozado a doce metros sobre el concreto, donde Slater lo había lanzado. Eso era bastante real. ¿Sería posible que ella fuese una creación de Kevin? Se miró las manos. Parecían igualmente reales, pero ella sabía cómo funcionaba la mente. También sabía que Kevin era un candidato excelente para personalidad múltiple. Balinda le había enseñado desde el principio a disociar. Si Kevin era Slater, como Jennifer insistía, ¿entonces por qué no podía ella también serlo? Y Sam podía ver a Slater porque ella estaba allí, en la mente de Kevin, donde Slater vivía. Pero Balinda era real…
Sam caminó hasta donde estaba Balinda. Si Jennifer tenía razón, solo había dos cuerpos aquí: el de Kevin y el de Balinda. Sam y Slater eran solo personalidades en la imaginación de Kevin.
– ¿Qué pasa contigo? -preguntó bruscamente Slater-. ¡Atrás!
Sam se volvió para enfrentar al hombre. Apuntaba con el cañón de su arma a la rodilla de Sam. Si solo estaba en la mente de ella, ¿tenía de veras la pistola? ¿O era Kevin, y a ella le parecía Slater?
Slater sonrió malvadamente. El sudor le humedecía el rostro. Miró el reloj detrás de ella.
– Cuatro minutos, Samantha. Tienes cuatro minutos de vida. Si Kevin decide matar a su madre y no a ti, entonces yo mismo te voy a liquidar. Acabo de decidirlo y suena muy bien. ¿Qué te parece a ti?
– ¿Por qué Kevin sangra por una oreja, Slater? Usted me golpeó en la oreja, ¿pero lo golpeó a él en la oreja?
La mirada de Slater fue hacia Kevin y volvió.
– Me encanta. Esta es la parte en que la lista agente hace juegos mentales en un esfuerzo final por confundir al malvado asaltante. Me encanta de veras. Evita el anzuelo, preciosa.
Sam no le hizo caso. En vez de eso estiró la mano y pellizcó a Balinda en el rostro. La mujer apretó los ojos y lanzó un chillido. Un trueno retumbó en el salón; un dolor candente chamuscó el muslo de Sam. Slater le había disparado.
Sam lanzó un grito ahogado y se agarró el muslo. La sangre se extendió por sus pantalones negros. La cabeza le daba vueltas. El dolor era demasiado real para no ser ella y Slater reales, ¿entonces quién le disparó a quién?
Kevin saltó a sus pies.
– ¡Sam!
– ¡Quieto! -ordenó Slater.
La mente de Sam trepó por sobre el dolor. ¿Se había disparado Kevin? Una persona normal que viera esto observaría que él se había disparado en el muslo.
Los detalles comenzaron a ordenarse, como dominós derribándose lentamente en una larga fila. De modo que si Kevin le dispara a Sam en la cabeza, ¿a quién mataría en realidad? ¿A sí mismo? ¡El iba a matar a Balinda o a sí mismo! Y aunque Slater matara a Sam, en verdad estaría apretando el gatillo contra Kevin, porque los tres ocupaban el mismo cuerpo. No importa quién dispare sobre quién, ¡el cuerpo de Kevin recibiría la bala!
Sam sintió una oleada de pánico. Díselo a Kevin, había dicho Jennifer.
– Cuando digo atrás, quiero decir atrás… no que la pellizques, la lamas o la escupas -advirtió Slater-. Atrás significa realmente atrás. Así que… ¡atrás!
Sam se alejó un paso de Balinda. Apúrate,Jennifer,¡apúrate,por favor! Debajo del tornillo. Eso significa el sótano;túsabes acerca del sótano,¿verdad? Amado Dios,ayúdales.
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