Anthony Hyde - China Lake

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Jack Tannis es un veterano de la Guerra Fría, quien formó parte de una campaña para salvaguardar la tecnología militar de los Estados Unidos de aquellos que pretendían hacérsela llegar a sus enemigos, la Unión Soviética. David Harper, por otra parte, fue una vez identificado como el miembro vital de una tendenciosa conspiración que ambicionaba poner en aprietos a los Estados Unidos y a sus aliados. Aunque Tannis no estaba convencido de la culpabilidad de Harper, las pruebas eran difíciles de rebatir, por lo que Tannis mantuvo sus dudas para sí, y David Harper fue declarado traidor.
Décadas más tarde, Tannis se verá obligado a recordar el incidente cuando una misteriosa llamada, en nombre de Harper, le encamina hacia el Centro Naval de Armas en China Lake, donde descubrirá el cadáver de un refugiado político de la Alemania del Este, lo que le llevará a reabrir el caso Harper. Mientras tanto, David Harper, que anda forjándose una carrera como fotógrafo de la naturaleza, también tendrá que recordar el pasado de forma macabra, por lo que empezará a reconsiderar aquellas circunstancias que le llevaron a la desgracia.

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Tannis las señaló.

– Mira allí.

La cima entera de la colina se había resquebrajado y se había movido, y el repecho así creado formaba una suave y lisa pendiente tan cómoda como el paseo de un parque. Al parecer llegaba hasta la cima.

Tim respiró hondo.

– Parece demasiado bueno para ser verdad.

– ¿No crees que yo lo hubiera previsto?

– No, no creo que lo hubiera previsto.

Tannis reflexionó durante unos instantes. Al traspasar la última cresta estarían al descubierto, sus figuras se perfilarían contra el cielo.

– Pero no podemos esperar hasta que oscurezca -dijo en voz alta-. Y cuanto más esperemos, más tendremos el sol detrás de nosotros. Así que será mejor que sigamos.

De nuevo se pusieron en marcha. El último ascenso fue la simplicidad misma. Resultó entonces que no estaban tan a la vista como parecía desde abajo. Justo un poco más allá de donde acababa su camino se elevaba un bloque de roca (el trozo de alguna intrusión de batolito) que los ocultaba a la vista desde el extremo más alejado y absorbía su perfil desde el más cercano.

Siguieron un centenar de metros más, llegaron a una pequeña depresión y Tannis se detuvo.

– Hagamos una pausa.

Tim se dejó caer pesadamente.

– Por amor de Dios -Tannis podía ser implacable-, hay que darle de beber.

Se refería al mulo. Habían llevado un poncho con ojales en las esquinas. Tim lo instaló entre unas rocas y vertió cuatro jarras en el centro. Príncipe se bebió el agua ruidosamente. Por fin se tumbaron todos, hasta el mulo. Acostado de bruces Tim notaba el corazón latiendo contra el suelo, resonando sobre la piedra. El calor del animal a diez metros de ellos era como una hoguera. Tannis lo contempló. Y si lo que había descubierto en el estanque se había ido de su mente mientras ascendían, ahora volvía otra vez. Porque el parecido era verdaderamente extraño cuando se sabía mirar: sus caras, su estatura e incluso su manera de moverse. Pero Tim no sospechaba nada. ¿Por qué habría de sospechar? ¿Y qué diferencia habría en cualquier caso para ninguno de los dos? Sus genes. Su sangre. Una inmersión de su mecha en el cieno universal. Así que el chico no sabía quién era su padre. Ni tampoco él, puestos a pensarlo. Pensó en Edipo. Había leído la obra en el libro The Complete Greek Drama, editado por Whitney Oates y Eugene O'Neill, Jr., en dos volúmenes, en caja, elegantemente encuadernados; le gustaba leer obras de teatro. Edipo había matado a su padre en una encrucijada sin saber quién era. Bueno, Tim Harper no iba a matarlo a él, «Dios lo sabe». Pero luego, en el otro lado estaba Herodes, que masacraba a los inocentes, que ordenaba matar a todo recién nacido varón judío para asegurarse de que moría aquel que estaba buscando, «eso dice la Biblia». ¿Pero por qué habría de matar a Tim? ¿Por qué lo pensaba siquiera? Bueno, ¿por qué no? Pero ni siquiera conocía el secreto, él no iba a contárselo. Lo que le ponía nervioso, se dijo, era la mujer; no estaba seguro de por qué. «Se lo lanzaste en cualquier caso»; no era como si lo hubiesen robado. Pero había ocurrido algo a sus espaldas, eso era lo que quería decir. Mami y papi. Ése había sido el juego en gran parte. El había tenido edad suficiente para ser su padre, y ¿qué estaba haciendo ella, follando con él con un marido reciente esperándola? Era extraño. No. Él había provocado en ella una excitación especial, hacerlo con Jack, su primer yanki, entonces lo recordó, a ella le había gustado eso. «Eres mi hombre Marlboro», le había dicho ella, Jesús, pero luego le había engañado. Haciendo que jugara a ser Dios Padre engendrando a su Hijo Unigénito, él mismo una vez más. «Eso es -pensó, mirando a Tim-, ése eres tú, el siguiente, eres el siguiente en la línea.» Eso era lo que significaba todo. Tannis estaba haciendo su movimiento y aún podía tener éxito, «pero lo que viene después…» Luego, contemplando a Tim, pensó de nuevo: «Por Dios, es sólo un mocoso», e intentó tomárselo a risa: «Tantos polvos y esto es lo consigues.» Pero en su mente estaba ya lo que vendría después, aunque tuviera éxito. Y él lo sabía.

Era hacia el final de la tarde. Tras un descanso Tannis volvió a iniciar la marcha, siguiendo el camino con cierta comodidad a lo largo de la cresta y justo por debajo y desviándose después progresivamente pendiente abajo. Su plan era alcanzar el punto donde había estado tumbado esperando en aquella otra ocasión, en aquel saliente que se proyectaba hacia delante desde la ladera de la colina, con el barranco que llevaba hasta el valle de debajo. Y quería llegar allí antes de que se pusiera el sol. Suponía que la mujer, Marianne, los guiaba y que no cruzaría el valle a la luz del día, y en aquella época del año no oscurecería hasta casi las nueve. Por otro lado, era posible que no quisiera cruzar en plena oscuridad. Así que apretó el paso. Durante un rato dejó que Tim montara el mulo, experiencia, no obstante, que no inclinó a Tim necesariamente a reconocer en él una gran compasión. Por fin llegaron al sitio y apenas eran las siete. Los robles y pinos empezaban entonces a extender sus sombras por la alta y marchita hierba.

Tannis detuvo el mulo y Tim desmontó, todo él piernas anquilosadas y espalda dolorida. Tannis le cedió las riendas y señaló en dirección al barranco.

– Vendrán por allí. Aléjalo un par de cientos de metros y dale un poco de agua. Hay hierba suficiente. Pero asegúrate de que está bien lejos. Si los oliera podría armar un jaleo de mil demonios.

Mientras Tim se alejaba sobre sus propios pasos, Tannis sacó algo de comer: trozos de queso suizo, más embutido y naranjas. Comieron en silencio y luego Tannis obligó a Tim a beber mucha agua.

– Bebe hasta que tengas ganas de mear -le ordenó-, luego mea. Luego bebe hasta que tengas que mear otra vez.

Finalmente se tumbaron sobre la hierba. Tim vio dos reactores volando alto en el cielo que se oscurecía lentamente. Eran F-15, le informó Tannis, no eran siquiera aviones de la Marina, no debían preocuparse por ellos.

– Están volando en par suelto, practicando la patrulla aérea de combate.

– ¿Par suelto?

– El nombre de la formación. Dos aviones, uno al lado del otro. Han de mantener una separación horizontal de unos mil seiscientos metros. Un avión entra en combate, el otro lo cubre. O van uno detrás del otro, intercambiando el lugar. Y no te quepa duda de que ambos llevan Sidewinders en las alas.

Tannis había sustituido los prismáticos rotos de Vogel por unos buenos binoculares «Trinovid» de ocho por treinta y dos. Tim los utilizó para seguir a los aviones hasta que desaparecieron.

– Es increíble -exclamó- pensar que alguien pueda hacer realmente eso.

– ¿El qué?

– Volar a mil seiscientos kilómetros por hora mientras otros tratan de matarte… y tú tratas de matarlos a ellos.

– ¿Qué hay de extraordinario en ello? ¿Qué quieres hacer tú cuando seas mayor?

– No lo sé. -Tim rió-. Eso no.

– Una mierda. ¿Cómo lo sabes? Quizá te gustara.

Mientras Tim reflexionaba sobre ello, e incluso lo pensaba muy seriamente durante un momento (puesto que su mente estaba más abierta que nunca), Tannis lo contempló y pensó en todas las elecciones que aún le quedaban por hacer, todas las veces que tendría que cambiar de opinión, que volver a empezar. Mientras que a él, por otro lado… ¿qué elecciones le quedaban a él? Tim vería lo que él nunca vería, iría a sitios adonde él nunca iría… y sin embargo sabía que la única razón por la que pensaba todo eso era el estanque, ¿y qué más daba? Pero no daba igual. Como para alejar aquellos pensamientos, dijo en voz alta:

– ¿Sabes que en otro tiempo fui un científico?

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