Jeff Abbott - Pánico

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El vértigo y la incontenible alegría que sintió al despertar aquella mañana eran para Evan Casher la mejor prueba de que estaba profundamente enamorado. Sí, sin duda aquél era el inicio de una nueva y feliz vida que compartiría junto a Carrie, la joven responsable de aquel cambio sustancial en él. Sin embargo, un solo instante puede cambiar toda una vida: una llamada de su madre, apremiándolo a reunirse con ella de inmediato, iba a provocar un vuelco radical en la hasta entonces tranquila existencia de Evan. Para su horror, descubrirá que su madre ha sido asesinada, y sin tiempo siquiera para asumirlo, a punto estará de ser asesinado él también. Sólo la súbita intervención de un misterioso personaje, aparentemente surgido de la nada, le permitirá salvar la vida, al menos por esta vez…
No obstante, esto es sólo el principio de un peligroso viaje sin retorno, durante el cual Evan descubrirá que su vida hasta entonces no ha sido más que una sucesión de engaños y artificios donde nadie era quien aparentaba ser: empezando por sus propios padres y por la adorable Carrie, a la que, como pronto averiguará, en realidad no conocia en absoluto. Perseguido por un implacable traficante de información convencido de que posee unos valiosos documentos, Evan deberá salvar su vida y descubrir la verdad, consciente de que, esta vez, no tendrá una segunda oportunidad.

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Evan apretó y apretó más y más, haciendo fuerza con las piernas y los brazos; la agonía del rostro de Khan lo estimulaba. Estaba aplastando a aquel hombre contra la pared; oía cómo se vaciaban sus pulmones, lo oía balbucear de dolor; finalmente Khan cayó al suelo con la pistola todavía en la mano.

Evan dejó caer la mesa y agarró el arma. Veía la cara y los dedos de Khan como una imagen borrosa. Pero éste se aferraba a la Beretta. Evan cayó sobre el anciano, que le asestó un rodillazo en la ingle y luego le metió sus huesudos dedos en los ojos entrecerrados. Evan soltó una de las manos que agarraba la pistola y le dio un puñetazo en la nariz. A través de sus ojos llenos de lágrimas, Evan veía la cara de Khan envuelta en una neblina. Agarró la Beretta de nuevo con las dos manos y forcejeó para apuntar hacia el techo. Khan la retorció hacia el otro lado y la dirigió hacia la cabeza de Evan.

La pistola se disparó.

Capítulo 35

Evan sintió el calor de la bala junto a la oreja. Apoyó todo su peso y puso todas sus fuerzas en girar el cañón hacia el suelo. Khan se retorcía intentando arrebatarle la pistola, que volvió a dispararse.

Khan sufrió un espasmo y luego se quedó quieto. Evan tiró a un lado el arma y se levantó dando tumbos, restregándose los ojos.

Se retiró a la esquina de la habitación. Apenas podía ver a Khan, pero seguía apuntándolo con la pistola. Evan chillaba; el dolor en los ojos lo estaba dejando ciego.

Khan no se movía. Evan se forzó a volver donde estaba el cuerpo y le tocó el cuello. Nada. No había pulso.

La angustia le invadió. Entró a trompicones en la cocina, abrió el grifo y se lavó la cara con las manos. Al hacerlo se le cayeron las lentillas marrones que le había dado Bedford. Después de lavarse por décima vez el dolor comenzó a remitir. El único sonido que se escuchaba en la casa era el siseo del agua colándose por el desagüe. Se aclaró los ojos hinchados una y otra vez, sujetando todavía la pistola con la otra mano, hasta que el dolor menguó. Entonces volvió al estudio.

Khan lo miraba desde el suelo con tres ojos, el del medio era rojo. Volvió a comprobar el cuello, la muñeca y el pecho: ninguno de los tres tenía pulso.

«Acabo de matar a un hombre.»

Debería estar vomitando de miedo, de terror. Una semana atrás se hubiera quedado paralizado de la impresión; ahora simplemente estaba aliviado de que fuese Khan el que estaba muerto en el suelo, y no él.

Fue al baño y se miró la cara en el espejo. Sus ojos eran de nuevo color avellana y la hinchazón era tal que los tenía casi cerrados. Tenía el labio cortado y le sangraba. Abrió el armario que había debajo del lavabo y encontró un botiquín de primeros auxilios: por supuesto, en esa casa había todo lo que Khan necesitaba.

Aquélla era la vía de escape de Khan.

No había pensado con claridad en medio del caos de la explosión; estaba demasiado obcecado en ponerle las manos encima al hombre que podía desvelar el mapa de la vida de sus padres.

A ojos de Jargo, Khan la había jodido, pero quizá no quería que muriese. Quizá Jargo deseaba conducir la investigación sobre Los Deeps a un callejón sin salida. Khan había huido cuando Evan pronunció el nombre de Jargo… aunque quizá ya conociese la cara de Evan. Luego Pettigrew entró con la bomba, o bien Khan la activó al salir del edificio. Con su propio negocio destruido, Khan no iría a un lugar que sólo le diese unas horas de asilo, iría a su escotilla de emergencia. Si Los Deeps tenían otras identidades, también las tenía Khan, el encargado de sus finanzas. Había llevado a Evan a un lugar donde él podría ocultarse, disfrazarse con una identidad ya preparada, fundirse con el mundo. Aún mejor, darían por supuesto que había muerto en la explosión.

Y cuando diesen por muerto a Thomas Khan nadie de la CIA lo buscaría.

No era fácil salirse de la propia vida de uno, y si esta casa era el escondite secreto de Khan, su primera parada en el viaje hacia una nueva vida secreta, tendría recursos para cerrar sus operaciones, dinero e información para no dejar huellas y adoptar su nueva identidad. Pero si Jargo sabía que aquí era donde Khan huiría, y podía ser que así fuese, entonces Evan no tenía mucho tiempo. Jargo podía enviar a un agente para asegurarse de que Khan había escapado de la explosión.

El teléfono. Quizás era Jargo quien llamaba a Khan.

Tal vez Evan no tuviese mucho tiempo, pero tenía que arriesgarse. Las respuestas que necesitaba podían estar dentro de esa casa.

Comprobó todas las ventanas y puertas para asegurarse de que estaban cerradas con llave. Bajó todas las persianas y cerró las cortinas. En el piso de arriba había dos dormitorios pequeños, un despacho y un baño; en el de abajo, una habitación principal, un baño, un estudio, una cocina y un comedor. Una puerta de la cocina conducía a un pequeño sótano; Evan se arriesgó a bajar y encendió una luz. Estaba vacío, excepto por el rincón, donde había una bolsa grande y negra cerrada con cremallera. Era una bolsa para cadáveres.

Evan abrió la cremallera.

Era Hadley Khan. Reconoció su cara, o lo que quedaba de ella. Llevaba varios días muerto. Habían cubierto su cuerpo con cal para reducir el incipiente olor a descomposición. Mostraba un disparo en la sien. Su cuerpo estaba retorcido y tieso en la bolsa, desnudo. Tenía marcas alargadas y rojas en la cara y en el pecho, le faltaban las manos y tenía la boca completamente abierta y sin lengua.

«Le he perdonado», había dicho Khan.

Evan se levantó, fue hacia la parte opuesta del sótano, apoyó la frente contra la fría piedra y respiró profundamente, estremeciéndose. «Khan lo hizo aquí; torturó y mató a su propio hijo por haberle desobedecido. Por traicionar el negocio familiar.»

¿Qué le habrían hecho a él sus padres si hubiese averiguado la verdad o amenazado con descubrirlos? No podía imaginarse eso. No. Nunca.

Oyó la voz de Khan: «Los conozco mucho mejor que tú».

Cerró la bolsa del cadáver y subió al estudio. Arrastró el cuerpo de Thomas Khan hasta el sótano y lo colocó junto al de su hijo. Volvió a subir y encontró una sábana doblada en el armario de uno de los dormitorios y cubrió ambos cadáveres con ella.

Bebió cuatro vasos de agua fría y se tomó cuatro aspirinas que encontró en el botiquín. Le dolían los ojos y el estómago.

Regresó al estudio e intentó abrir un escritorio y un aparador, pero ambos estaban cerrados. De vuelta en el sótano buscó en los bolsillos de Khan: no había llaves, sólo una cartera y una PDA. La encendió y en la pantalla apareció un mensaje en el que le solicitaba su huella.

Sacó la mano derecha de Khan de debajo de la sábana y presionó el dedo índice contra la pantalla. Acceso denegado. Agarró la mano izquierda de Khan y presionó el dedo índice contra la pantalla. La agenda aceptó la huella, y al abrirse mostró una pantalla de inicio normal. Miró las aplicaciones y los archivos. La PDA sólo tenía algunos contactos y números de teléfono: unos cuantos bancos de Zurich y una lista de tiendas de libros de Londres. Había un icono para una aplicación de mapas. Los últimos tres mapas a los que había accedido eran de Londres, Misisipi y Fort Lauderdale, Florida. Una anotación en el mapa de Biloxi mostraba la situación de un vuelo charter. Biloxi no estaba tan lejos de Nueva Orleans; quizá fuese a donde Dezz y Jargo habían volado después del desastre en aquella ciudad.

Pero no había nada que dijese: «La X señala el lugar donde está tu padre».

Excepto, quizá, Fort Lauderdale, un lugar de Florida en particular. Según Gabriel, la madre de Evan le había dicho que se reunirían con su padre en Florida, y Carrie pensaba que su padre estaba en Florida.

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