Jeff Abbott - Pánico

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El vértigo y la incontenible alegría que sintió al despertar aquella mañana eran para Evan Casher la mejor prueba de que estaba profundamente enamorado. Sí, sin duda aquél era el inicio de una nueva y feliz vida que compartiría junto a Carrie, la joven responsable de aquel cambio sustancial en él. Sin embargo, un solo instante puede cambiar toda una vida: una llamada de su madre, apremiándolo a reunirse con ella de inmediato, iba a provocar un vuelco radical en la hasta entonces tranquila existencia de Evan. Para su horror, descubrirá que su madre ha sido asesinada, y sin tiempo siquiera para asumirlo, a punto estará de ser asesinado él también. Sólo la súbita intervención de un misterioso personaje, aparentemente surgido de la nada, le permitirá salvar la vida, al menos por esta vez…
No obstante, esto es sólo el principio de un peligroso viaje sin retorno, durante el cual Evan descubrirá que su vida hasta entonces no ha sido más que una sucesión de engaños y artificios donde nadie era quien aparentaba ser: empezando por sus propios padres y por la adorable Carrie, a la que, como pronto averiguará, en realidad no conocia en absoluto. Perseguido por un implacable traficante de información convencido de que posee unos valiosos documentos, Evan deberá salvar su vida y descubrir la verdad, consciente de que, esta vez, no tendrá una segunda oportunidad.

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Carrie. Podía intentar llamarla, ponerse en contacto con ella a través de la oficina de la CIA en Londres, decirle que estaba vivo. Pero no. Si los agentes o los clientes de Jargo de la CIA pensaban que él estaba muerto, nadie le buscaría. Se habían enterado de que estaba en Londres y casi lo matan. El grupo de Bedford se había puesto en peligro.

Quería saber que Carrie estaba a salvo, quería decirle que estaba vivo. Pero no ahora, no hasta que recuperase a su padre. Creía que ella no regresaría a la casa a la que los había llevado Pettigrew; era demasiado peligroso si éste trabajaba para Jargo. Se reuniría con Bedford tomando todas las precauciones.

Evan reconfiguró el programa de la contraseña para borrar la huella de Khan y utilizar la de su dedo pulgar como clave. Podría serle útil más adelante. Se metió la PDA en el bolsillo, y al ponerse de pie, vio una caja de herramientas en la esquina y la llevó al piso de arriba.

Metió con cuidado un destornillador en la cerradura del escritorio; después del truco del mechero con spray de pimienta no podía fiarse de las apariencias. Pero sólo se escuchó el ruido de un metal contra otro metal.

Cogió un martillo y con cuatro golpes secos abrió la cerradura. En un cajón encontró papeles relacionados con la propiedad de la casa: había sido comprada el año pasado por Inversiones Boroch. Ésta debía de ser una tapadera de Khan; si no había una conexión directa con él, la policía no podría ir allí. Thomas Khan no se asomaría si pudiese evitarlo cavando su túnel de escape.

En el cajón también encontró artículos de papelería y sobres con el membrete de Inversiones Boroch, un pasaporte de Nueva Zelanda y uno de Zimbabue, ambos con nombres falsos y la foto de Thomas Khan estampada. Había un teléfono sin mucha batería, pero que funcionaba. Sacó el cargador del fondo del cajón y lo puso a cargar. Miró el registro de llamadas, pero estaba vacío.

Forzó la cerradura de otro cajón del escritorio. Contenía una caja de metal con fajos de libras esterlinas y dólares americanos. Debajo de ella había una pistola automática y dos cargadores. Contó el dinero: seis mil libras esterlinas y diez mil dólares americanos. Colocó los billetes sobre el escritorio. El resto de cajones estaba vacío.

Atacó el aparador con un martillo, con un destornillador y luego con una palanca. Se sentía mareado por no haber comido, por el cansancio y por el spray de pimienta, pero sabía que estaba cerca de encontrar lo que buscaba. Muy cerca.

La puerta se abrió con la palanca. Estaba vacía.

No, no podía ser. No era posible. Khan necesitaba archivos con información, necesitaría acceder a nuevas cuentas y borrar las viejas. Tenía que haber un ordenador en la casa, aparte de la PDA, a menos que el muy cabrón lo guardase todo en la cabeza. Si era así, Evan estaría de nuevo en el punto de partida.

Buscó por la habitación. El pequeño armario contenía artículos de oficina, trajes viejos y una gabardina. Entró en los dormitorios de invitados, casi vacíos, y en las habitaciones de la planta de abajo. Buscó con cuidado, consciente de que no era un profesional, y se recordó a sí mismo que tenía que ser disciplinado y minucioso. Pero no encontró nada, y se dio cuenta de que la posibilidad de echarle las manos al cuello a Jargo empezaba a desvanecerse.

El estudio estaba a oscuras y se arriesgó a encender una luz de lectura. La estantería. Khan había guardado su pistola detrás de los libros.

Buscó en el resto de la estantería. Hasta el último centímetro estaba cubierto de buenos libros que provenían de saldos de la tienda de Khan. ¿Cómo podía tener tan buen gusto literario un cabrón psicópata como aquél? Pero no había nada más oculto tras los libros. Revolvió los cajones de los muebles de la cocina y de la despensa. Vació botes de sal y de harina en el suelo. El congelador estaba lleno de paquetes de comida congelada; los abrió y los vació en el fregadero esperando encontrar en su interior un disquete o un CD. De repente, le entró hambre y metió en el microondas un plato preparado de pollo con fideos; comerse la comida de un hombre muerto le producía náuseas. Decidió superarlo.

Se sentó en el suelo y se obligó a calmarse mientras comía. La comida no sabía a nada, pero al menos llenaba, y sintió cómo se le asentaba el estómago. El desfase horario junto con el descenso de adrenalina hicieron su efecto en él, y se resistió a la necesidad de tumbarse en el suelo, cerrar los ojos y dormir. Quizá no hubiese nada más que encontrar.

El sótano era la única habitación en la que no había buscado. Bajó los escalones a oscuras. Pasó junto a los cuerpos cubiertos con la sábana. El sótano era pequeño y cuadrado, con una lavadora-secadora en un lado y una estantería metálica enel otro. En la estantería había trastos viejos y más libros en cajas. Buscó en todas ellas. Un aparato de televisión con la pantalla rota. Una caja de herramientas de jardín sin restos de tierra y que probablemente nunca se habían usado. Un par de cajas de sopa enlatada, verduras y carne, por si Khan quería ocultar a otro agente.

Dirigió la mirada de nuevo al televisor con la pantalla rota. ¿Por qué guardar un televisor averiado? Ahora las teles eran baratas: si tenías que reparar la pantalla era mejor comprar otra. Quizá Khan era de los que pensaba que quien no malgasta, no pasa necesidades. Pero Khan había tenido una vida acomodada, así que un televisor estropeado no significaba nada para él.

Evan bajó la tele de la estantería, cogió un destornillador y le quitó la parte de atrás.

Habían destripado la tele por dentro y en su interior había un pequeño ordenador portátil y un cargador. Evan lo encendió; apareció un cuadro de diálogo pidiéndole una contraseña.

Tecleó DEEPS. Incorrecta.

Tecleó JARGO. Incorrecta.

Tecleó HADLEY. Incorrecta.

La CIA podía entrar, pero él no. Aunque lograra descubrir la contraseña, podía ser que Khan hubiese codificado y puesto contraseñas a los archivos del sistema. Sería tonto si no hubiese tomado esa precaución.

Evan se quedó mirando la pantalla. Quizá debería llevarse el ordenador y ya está, e ir a Lagley, al cuartel general de la CIA. Convertirse en…

… y no salvar a su padre.

La cara de su padre flotaba ante él en el sótano oscuro, y se quedó mirando a los cuerpos de ambos Khan, padre e hijo. Si hacía caso de los acontecimientos ocurridos en los últimos días, su padre era un asesino profesional que pisoteaba vidas como quien aplasta hormigas. Pero ése no era el padre que él conocía. No podía ser; la verdad no podía ser tan dura ni tan sencilla. Tenía que recuperar la información para rescatar a su padre.

O, pensó, tenía que crear la ilusión de que disponía de la información.

El portátil. No necesitaba la información, sólo necesitaba el portátil para intercambiarlo por su padre. Podía ser que contuviese los mismos archivos que su madre había robado. Por lo menos era un arma de negociación: siempre podía amenazar con darle el portátil a la CIA si no soltaban a su padre. Jargo no podría saber con seguridad si los archivos estaban o no en el ordenador de Khan. Aunque no tuviese la lista de clientes, podía tener suficiente información financiera, logística o personal para destruir a Los Deeps.

Puede que su madre hubiese robado los archivos de este mismo portátil. Intentó imaginar cómo lo había hecho. Había tomado fotografías en Dover, había robado información militar. Le había entregado la mercancía a Khan, pero probablemente no aquí, no en esta casa de seguridad. Lo más seguro era que le hubiera entregado la información robada y las fotos en un CD en un parque, en un teatro o en un café. Pero quizá siguió a Khan hasta aquí después de despedirse. Y luego… ¿qué? Khan descargó en el ordenador la información que ella había robado para enviársela a jargo y se marchó. Ella entró en la casa y encontró el portátil. Debía de tener algún programa para saltarse las contraseñas, algo necesario si robaba información habitualmente.

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