Jeff Abbott - Pánico

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El vértigo y la incontenible alegría que sintió al despertar aquella mañana eran para Evan Casher la mejor prueba de que estaba profundamente enamorado. Sí, sin duda aquél era el inicio de una nueva y feliz vida que compartiría junto a Carrie, la joven responsable de aquel cambio sustancial en él. Sin embargo, un solo instante puede cambiar toda una vida: una llamada de su madre, apremiándolo a reunirse con ella de inmediato, iba a provocar un vuelco radical en la hasta entonces tranquila existencia de Evan. Para su horror, descubrirá que su madre ha sido asesinada, y sin tiempo siquiera para asumirlo, a punto estará de ser asesinado él también. Sólo la súbita intervención de un misterioso personaje, aparentemente surgido de la nada, le permitirá salvar la vida, al menos por esta vez…
No obstante, esto es sólo el principio de un peligroso viaje sin retorno, durante el cual Evan descubrirá que su vida hasta entonces no ha sido más que una sucesión de engaños y artificios donde nadie era quien aparentaba ser: empezando por sus propios padres y por la adorable Carrie, a la que, como pronto averiguará, en realidad no conocia en absoluto. Perseguido por un implacable traficante de información convencido de que posee unos valiosos documentos, Evan deberá salvar su vida y descubrir la verdad, consciente de que, esta vez, no tendrá una segunda oportunidad.

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– ¡Agárrate!

Evan piso a fondo el acelerador y atravesó el aparcamiento y luego la extensión de césped. Se dirigía hacia la calle Magazine, que recorría la parte delantera del zoo y la separaba del parque de Audubon.

– ¡Jargo nos ha visto! -dijo-. No estás preparado para conducir un automóvil mientras te persiguen, Evan.

– Aprendí a conducir en Houston -respondió él, embriagado por el temor y la energía.

El coche salió corriendo por la calle Magazine. Evan le dio a la bocina de la camioneta y se subió al bordillo para entrar en el recinto del parque de Audubon. «Piensa. Piensa lo que harán ahora y prepárate para ello. No puedes cometer ni un solo error.» Por el espejo retrovisor vio cómo el Land Rover casi chocaba con otro coche y luego los perseguía a través del jardín que estaba situado entre el aparcamiento y la calle Magazine; Jargo hacía sonar la bocina a su vez.

Los corredores de media mañana que atravesaban la zona pantanosa del parque miraban a Evan mientras recorría la hierba a toda velocidad, esquivando los robles. La parte norte del parque de Audubon daba a la concurrida avenida de St. Charles, y a las vecinas universidades de Loyola y Tulane, situadas al otro lado de la avenida. Había olvidado que en St. Charles todo el mundo aparcaba en paralelo, y esa mañana los coches cubrían cada centímetro del bordillo que rodea el parque. Unos enormes cilindros de hormigón bloqueaban la puerta principal del parque.

No había salida.

Giró hacia la izquierda y vio una salida a St. Charles y a la calle Walnut, la esquina más alejada del parque. Era una zona donde no se podía aparcar y que atravesaba una vieja propiedad que había sido rehabilitada como hotel. La camioneta salió con dificultades a Walnut y giró inmediatamente a la derecha hacia St. Charles.

Empezó a sentir pánico, ya que St. Charles no era una pista de carreras. Cada pocos bloques había semáforos. La mediana era ancha y en ella había dos raíles de tranvía con sus trenes verdes recorriendo las vías en ambas direcciones; desde ellos se asomaban turistas que sacaban fotos a enormes mansiones o a los restos de los adornos descoloridos de un pasado Mardi Gras que todavía pendían de las señales. Si no había semáforos había un cruce de vías que atravesaba la mediana y coches que giraban para volver a la avenida.

Pero a las diez y veinte de la mañana el tráfico no era muy denso. Oyó un estruendo, un ruido sordo. El Land Rover salió del parque de Audubon detrás de él, circulando por una salida situada en la esquina contraria del parque de la que él había salido. Unos disparos impactaron en el parachoques y el Land Rover aceleró hasta acercarse a la parte trasera de la camioneta.

– Está disparando a las ruedas -informó Carrie temblando, conmocionada y empapada con la sangre que le traspasaba la blusa.

Delante de ellos, un semáforo en rojo. Los coches se estaban deteniendo.

Evan giró bruscamente y se metió en la mediana del tranvía. Rozó una hilera de arbustos y puso la camioneta sobre las vías para no chocar contra los postes de metal que suministran electricidad al tranvía. Pisó a fondo el acelerador.

Recibieron un disparo por la derecha, que rompió la luneta trasera. Los fragmentos de cristal se le clavaron en la parte de atrás de la cabeza.

Carrie dijo:

– Conduce con cuidado, por favor.

– ¡Por supuesto! -le contestó chillando.

No había nadie girando en la mediana, así que pasó a toda velocidad el cruce con el semáforo. Por el retrovisor vio cómo el Land Rover saltaba también a la mediana. Aceleró más.

Delante de ellos había un monovolumen que merodeaba por la mediana, esperando a que se abriese el paso al tráfico. Desde las ventanillas, dos niños observaban cómo la camioneta se dirigía a toda velocidad hacia ellos, y apuntaban con el dedo con sorpresa.

Evan giró de nuevo hacia St. Charles, esquivando por poco el monovolumen, y golpeó ligeramente un coche que estaba aparcado. Estaba asustado. No podía echarse más a la derecha, ya que había coches aparcados a lo largo de toda la avenida St. Charles y los jardines de muchas de las casas tenían muros o vallas. No había espacio libre para conducir. Tenía la mediana o la calle. Y ambas opciones eran malas.

Un disparo alcanzó de nuevo la parte trasera de la camioneta. En este tramo de la mediana los arbustos que la flanqueaban eran más grandes. Evan se metió otra vez en la mediana atravesándolos, ya que pensó que pondría menos vidas en peligro allí que en la calle, y luego atravesó otra intersección donde había un coche esperando para girar hacia la parte oeste de St. Charles. Luego vio un tranvía viniendo hacia él que ocupaba la parte izquierda de la vía, y tocó el claxon.

El conductor del tranvía agarró el micrófono de la radio y se puso a chillar por él. Evan giró hacia la izquierda haciendo rechinar las ruedas y el tranvía pasó entre él y Jargo.

Más adelante vio dos coches de policía, con las luces encendidas y las sirenas sonando. Evan se echó hacia la derecha dirigiéndose al centro de la mediana; otro tranvía se le acercaba y Evan se salió de las vías para volver a St. Charles. Giró a la derecha con dificultad, más para evitar chocar que como estrategia, y luego a la izquierda, entrando en una calle residencial con casas lujosas y coches aparcados en la calle. Luego giró de nuevo a la derecha.

– ¡Gira aquí, aquí! -dijo Carrie.

Señaló un aparcamiento que hacía esquina, con un edificio amarillo y brillante, antigüedades en la ventana y un cartel de neón que decía «Abierto». Evan comprendió la idea de Carrie. El aparcamiento y las salidas estaban detrás del edificio. Giró para entrar en el aparcamiento y detuvo el coche.

Esperó.

El Land Rover, con un lado abollado, pasó por la calle a toda velocidad. Evan contó hasta diez; luego hasta veinte. El Land Rover no volvió.

– ¿Y ahora qué?

Evan no reconocía su propia voz. Notaba el sabor del agua del pantano artificial en la boca y le temblaban las manos.

– La policía estará por toda St. Charles -dijo ella-. Vete por otra calle que nos lleve paralela a ésta. Dirígete hasta Lee Circle, desde allí podemos llegar a la interestatal. Al aeropuerto.

– Necesitas ir al hospital.

– Nada de hospitales. Nuestras fotos serán distribuidas a la policía pronto -dijo apretando los dientes.

Evan le apartó con cuidado la camisa del hombro. Vio la pequeña, pero terrible herida y tocó la espesa sangre.

– Necesitas un médico.

– El Albañil me conseguirá ayuda. -Cerró los ojos y le apretó la mano-. No tienes razones para confiar en mí, pero nos hemos salvado el uno al otro. Eso significa algo, ¿no?

No sabía qué decir.

Abrió los ojos.

– Un avión del gobierno puede llevarnos a un lugar donde estemos seguros. Donde podamos ocuparnos de recuperar a tu padre.

– ¿Qué hará la CIA para recuperar a mi padre? No es uno de ellos. Si trabajaba para Jargo es enemigo suyo.

– Tu padre podría ser nuestro mejor amigo. Con su ayuda y con la tuya podemos acabar con Jargo. -Se apoyó en la puerta-. Alguna gente de la CIA y Jargo… tienen un acuerdo. Jargo vende información a todos los países, a todos los servicios de inteligencia y a todos los grupos extremistas que puede. Estamos intentando encontrar sus contactos en la CIA, librarnos de los traidores. Le están vendiendo nuestros secretos de estado a Jargo. Llevo un año trabajando para él como agente doble.

– Sí -susurró.

– Nunca hemos podido identificar a ninguno de sus agentes, aparte de Dezz. Tiene toda una red. Tus padres… trabajaban para él.

Evan se tragó lo que parecía una roca en su garganta.

– No puedo seguir pretendiendo que son completamente inocentes en todo esto, ¿verdad?

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