Jeff Abbott - Pánico

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El vértigo y la incontenible alegría que sintió al despertar aquella mañana eran para Evan Casher la mejor prueba de que estaba profundamente enamorado. Sí, sin duda aquél era el inicio de una nueva y feliz vida que compartiría junto a Carrie, la joven responsable de aquel cambio sustancial en él. Sin embargo, un solo instante puede cambiar toda una vida: una llamada de su madre, apremiándolo a reunirse con ella de inmediato, iba a provocar un vuelco radical en la hasta entonces tranquila existencia de Evan. Para su horror, descubrirá que su madre ha sido asesinada, y sin tiempo siquiera para asumirlo, a punto estará de ser asesinado él también. Sólo la súbita intervención de un misterioso personaje, aparentemente surgido de la nada, le permitirá salvar la vida, al menos por esta vez…
No obstante, esto es sólo el principio de un peligroso viaje sin retorno, durante el cual Evan descubrirá que su vida hasta entonces no ha sido más que una sucesión de engaños y artificios donde nadie era quien aparentaba ser: empezando por sus propios padres y por la adorable Carrie, a la que, como pronto averiguará, en realidad no conocia en absoluto. Perseguido por un implacable traficante de información convencido de que posee unos valiosos documentos, Evan deberá salvar su vida y descubrir la verdad, consciente de que, esta vez, no tendrá una segunda oportunidad.

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– Dezz… odia los reptiles -le informó ella-. Les tiene miedo.

Evan no estaba seguro de si le quedaba alguna bala. Le metió prisa al pasar junto a los caimanes, que estaban descansando. Evan tropezó con la cola de uno de ellos, que abrió su boca llena de dientes como cuchillas de afeitar y emitió un ruido defensivo. Pero luego el animal se marchó caminando lentamente, alejándose de ellos.

¿Olían la sangre? Evan no tenía ni idea.

– Vete -dijo ella-, déjame. Ponte a salvo.

– No, vamos.

Dezz cargaría sobre ellos, ya que Evan había dejado de disparar. Vio a Dezz acercándose con gran precaución. Evan quiso disparar, pero tenía el cargador vacío. Él y Carrie se metieron de un salto en el agua cubierta de espuma verde. Evan oyó silbar una bala sobre sus cabezas.

Sostenía la pistola de Carrie fuera del agua, pero no podía nadar, ayudar a Carrie y disparar al mismo tiempo. La distancia hasta la pasarela de madera parecía larguísima. La gente que estaba en la pasarela se dispersó, las madres huyeron con los niños y un hombre pegaba gritos por un teléfono móvil.

Dezz puso un pie sobre la valla con cautela; apuntaba con la pistola a los caimanes, que parecían tan poco interesados en él como en Evan y Carrie.

Evan movía los pies hacia atrás, empujando a Carrie y pensando: «Si Dezz nos apunta, se acabó».

– ¡Ayúdenos! -gritó hacia la pasarela.

El hombre del teléfono móvil le indicó a Evan con gestos que nadase hacia la derecha.

Había un tronco entre ellos y la pasarela, pero un terror repentino, aunque ya conocido, le subió por la espalda al comprobar que no era un tronco. Era un caimán, mirando en otra dirección y apenas sumergido, ajeno al jaleo que había detrás de él.

Evan empujó a Carrie hacia un lado y golpeó el agua con la mano para alejar al caimán de ella. Carrie caminó torpemente hacia la pasarela. Evan oyó un silbido tras él. Uno de los caimanes de la orilla abrió de nuevo la boca, enfrentándose a Dezz, y éste retrocedió, volviendo a poner una pierna en la valla. Parecía furioso y asustado.

«Se mueven más rápido en el agua -pensó Evan. Su lógica se puso en funcionamiento-. Carrie está sangrando, ¿les atrae la sangre como a los tiburones?» Carrie llegó a los soportes de madera, el hombre del móvil le ofreció la mano mientras otro hombre lo agarraba a él, y ambos subieron a la chica a la pasarela.

Evan se alejó del rastro que Carrie había dejado en el agua. El caimán giró hacia Evan. Evan nadaba con dificultades y esperaba el tirón que le arrancaría la pierna. Se acercó torpemente hasta la pasarela y levantó un brazo. Los hombres tiraron de él y lo subieron. Unos cien metros detrás de él, el caimán abrió sus fauces con bravuconería, luego se calmó y miró a Evan con una mirada indefinida. Evan estaba empapado y lleno de suciedad, y se tumbó sobre la madera. Uno de los rescatadores le arrebató la pistola de la mano.

– ¡Por favor! -dijo Evan-. ¡La necesito!

– De ninguna manera, gilipollas. -El hombre del móvil le puso a Evan la mano en el pecho, empujándolo contra la valla-. He llamado a la policía, te quedas aquí.

Evan se giró y miró la orilla. Dezz se había ido, había sido engullido de nuevo por el bambú. No había rastro de Jargo.

– Le han disparado de verdad -afirmó el otro hombre-, Dios mío.

Evan agarró la mano a Carrie y apartó al tipo del móvil de un empujón antes de que ambos empezaran a correr. El hombre les gritaba que se detuviesen. En la plataforma había mecedoras típicas de Luisiana, en las que estaban sentadas dos señoras mayores que se quedaron heladas del miedo, agarrando los bolsos mientras Evan y Carrie pasaban corriendo. Al final de la pasarela había una tienda de regalos y justo después de la puerta una verja, la cual saltaron. El siguiente camino llevaba hasta un vivero de plantas, construido para parecer una choza vieja, con pequeños botes atracados en una laguna situada enfrente. Más vallas, cubiertas de hiedra y bambú formaban una cortina que tapaba un camino de servicio.

Evan levantó a Carrie para que pudiese pasar al otro lado. Tenía el hombro cubierto de sangre y jadeaba mientras subía. Tropezó con la hiedra y cayó de cabeza sobre el matorral de bambú que estaba al otro lado de la verja. Se subió a la valla y vio a Jargo acercándosele por la derecha y a Dezz por la izquierda.

– Déjalo, Evan -gritó Jargo-, déjalo ya.

– Quédate ahí o esa cinta emitirá vuestra cara en todos los informativos de la noche.

La cara de Jargo mostraba indecisión:

– Si te vas, no volverás a ver a tu padre.

Evan se subió a la valla. Una bala le pasó a un centímetro de la mano mientras se dejaba caer en el mitad de la maleza.

Carrie lo agarró y ambos corrieron, escuchando el sonido de las balas al impactar en los bambúes. Luego el ruido cesó. Evan estaba seguro de que los dos hombres sólo se habían detenido para saltar la valla y perseguirles. Corrieron hacia un camino asfaltado que se usaba para el tranvía. Los empleados se alejaban de ellos en un carro de golf, gritando por el walkie-talkie. Saltaron otra valla y llegaron a trompicones a un tramo de aparcamiento y la pradera situada en el límite del zoo. Miró hacia atrás. Ni rastro de Dezz ni de Jargo; no habían saltado la valla.

Corrieron alrededor del zoo, escuchando cómo se aproximaban los silbidos de las sirenas.

– ¿Te duele? -preguntó.

Era la pregunta más estúpida que jamás había hecho.

– Podré seguir. ¿Tú estás bien? ¿Te han dado?

– No, estoy bien. ¿Cómo…?

«¿Cómo conseguiste escapar? ¿Cómo pudiste salvarme?» La miró como si no la conociese.

– Saldremos de aquí, maldita sea -dijo.

Más allá del aparcamiento veían el brillo de las luces de los coches de policía situados cerca de la entrada principal.

– Ven aquí. -La sujetó-. Te conseguiré un médico.

– Nada de médicos. Evan, tienes que hacer lo que yo te diga. Llevo protegiéndote desde el primer día. Siento haber tenido que mentirte. -Su voz se hizo más débil, hasta convertirse en un simple susurro-. Trabajo con El Albañil.

Evan se paró en seco.

– ¿Qué?

Carrie estiró la mano hacia él, llena de sangre de taponar el hombro.

– Se suponía que yo… yo tenía que protegerte. Lo siento.

– ¿Protegerme? ¿Desde cuándo?

Lo llevó hasta un camino que atravesaba una franja de hierba verde.

– Jargo pensaba que trabajaba para él. Pensaba que te iba a matar hoy. Pero nunca te haría daño. Nunca.

Esto no era lo que él esperaba. La llevó corriendo hasta la camioneta que había robado en Bandera. Las sirenas sonaban más fuerte.

«Confía en mí», le había dicho Carrie. Él estuvo a punto de decir que no podía abandonar a El Turbio . Pero si le hablaba de él y ella lo estaba conduciendo hacia una trampa, entonces El Turbio caería en la red de El Albañil. Se calló y esperó que El Turbio hubiese escapado entre el tumulto.

La colocó con cuidado en el asiento del acompañante, buscando a su alrededor frenéticamente a Jargo y a Dezz.

Carrie se derrumbó, la sangre manchaba el asiento.

– El Albañil y yo somos de la CIA, Evan -dijo-. Se supone que no debo decírtelo, pero tienes que saberlo.

Apretaba los dientes para aguantar el dolor.

De la CIA. Como Gabriel. La gente que Jargo decía que había matado a su madre.

No, no podía creer a Jargo.

– Ahí están -dijo mientras se subía a la camioneta-. El Land Rover plateado.

Dezz y Jargo intentaban pasar entre los coches de policía que habían respondido a la llamada. Evan no veía a El Turbio por ninguna parte entre la masa de gente que se arremolinaba en el aparcamiento. Había una ambulancia parada con las luces encendidas, pero los enfermeros no estaban subiendo en ella ni a El Turbio ni a ninguna otra persona.

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