Jeff Abbott - Pánico

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El vértigo y la incontenible alegría que sintió al despertar aquella mañana eran para Evan Casher la mejor prueba de que estaba profundamente enamorado. Sí, sin duda aquél era el inicio de una nueva y feliz vida que compartiría junto a Carrie, la joven responsable de aquel cambio sustancial en él. Sin embargo, un solo instante puede cambiar toda una vida: una llamada de su madre, apremiándolo a reunirse con ella de inmediato, iba a provocar un vuelco radical en la hasta entonces tranquila existencia de Evan. Para su horror, descubrirá que su madre ha sido asesinada, y sin tiempo siquiera para asumirlo, a punto estará de ser asesinado él también. Sólo la súbita intervención de un misterioso personaje, aparentemente surgido de la nada, le permitirá salvar la vida, al menos por esta vez…
No obstante, esto es sólo el principio de un peligroso viaje sin retorno, durante el cual Evan descubrirá que su vida hasta entonces no ha sido más que una sucesión de engaños y artificios donde nadie era quien aparentaba ser: empezando por sus propios padres y por la adorable Carrie, a la que, como pronto averiguará, en realidad no conocia en absoluto. Perseguido por un implacable traficante de información convencido de que posee unos valiosos documentos, Evan deberá salvar su vida y descubrir la verdad, consciente de que, esta vez, no tendrá una segunda oportunidad.

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– Evan, estás cometiendo un error -dijo Jargo-. Soy el único que puede ayudarte, no esta puta mentirosa.

A Dezz le temblaban los labios; miró a su padre y corrió unos trescientos metros hacia un lado. Agarró a una mujer joven que llevaba un carrito con un escandaloso niño pequeño. Le puso la pistola en el cuello, le dio la vuelta de un tirón y la puso entre él y Evan. La cara de la joven palideció del susto y del miedo.

– ¡Mierda! -exclamó Carrie.

– La cambiaré por ti -chilló Dezz.

Otra mujer le vio la pistola en la mano y comenzó a chillar llamando al guardia de seguridad, y echó a correr.

Carrie tiró a Jargo al suelo cuan largo era.

– Corre, Evan -le instó.

Dezz apartó de un empujón a su rehén, que agarró a su bebé y salió corriendo. Corría hacia Evan y Carrie, con la pistola en la mano y preparándose para disparar.

Los gritos estallaban a su alrededor. Carrie disparó por detrás de Evan. Dezz se puso a cubierto detrás del banco y de los arbustos.

A su alrededor la gente fue presa del pánico, se quedaba atónita durante un momento ante los disparos y luego salía en estampida para ponerse a cubierto o hacia la entrada; los profesores reunían a los niños y los padres llevaban en brazos a sus hijos.

Jargo agarró a Evan, pero éste le dio un puñetazo en la mandíbula que le hizo caer de espaldas sobre el banco.

Un guardia de seguridad del zoo avanzó hacia ellos chillando una orden.

– ¡Al suelo, ya!

Dezz disparó y una bala astilló el tronco de palmera al lado de la cabeza del guardia. El hombre se resguardó tras el grueso tronco.

Carrie agarró a Evan por el brazo.

– Corre si quieres vivir y recuperar a tu padre.

Evan obedeció y ambos se adentraron en la profundidad del zoo, esquivando a los turistas agachados. Miró hacia atrás. Ni rastro de El Turbio. Se habría mezclado con la multitud en retirada, habría escapado. Evan le había dicho que se asegurase de poner a salvo cualquier grabación que obtuviese de Jargo, independientemente de lo que le ocurriese a él.

– La entrada -dijo Evan- es por el otro lado…

– Lo sé -dijo Carrie-, pero nos pueden cortar el paso. Vamos por aquí.

Evan no discutió. Él corría más rápido y la agarró por el brazo.

Dezz se movía entre la multitud que huía, persiguiéndolos rápidamente.

Iba amenazando con la pistola obligando a la gente a apartarse de su camino y huir despavorida, con lo que le dejaba vía libre. Un hombre con una camiseta de Tulane se abalanzó sobre Dezz, y éste lo golpeó en pleno rostro con la pistola. El hombre cayó al suelo. Dezz y Jargo no redujeron la velocidad. Dezz le entregó a su padre una segunda pistola.

Evan y Carrie dejaron atrás la cancioncilla del carrusel del zoo y atravesaron el carril de un tranvía por el que el tren del pantano recorría el zoo. En la siguiente sección había animales de América del Sur. Evan buscó un cartel de salida o un edificio donde pudiesen esconderse. Siguieron corriendo por una pasarela de madera. A la derecha había un estanque cubierto de algas para un grupo de flamencos, y a la izquierda un trozo de tierra lleno de pinos, para las llamas y los guanacos. En la mitad de la pasarela había una familia con tres niños admirando los flamencos y sacando fotos.

– Salta la verja -dijo Evan.

No podían pasar por donde estaba la familia, ya que quedarían entre ellos y sus perseguidores.

Carrie saltó la división de madera y cayó en la exposición. Un pequeño rebaño de llamas los observó sin interés. El terreno, que había sido acondicionado para que el suelo de Luisiana se pareciese lo máximo posible al de la Pampa, era duro y polvoriento. Corrían hacia una densa arboleda de pinos situada cerca del perímetro posterior de la exposición.

– Que los árboles queden entre tú y ellos -dijo Carrie.

Se sumergieron en el pequeño laberinto de pinos. Una bala se estrelló contra los troncos.

– Salta la valla -exclamó él.

Subieron trepando a toda velocidad y cayeron al otro lado de la barrera en un camino sin pavimentar situado detrás de la exposición. Les llegó el fuerte olor a almizcle de los lobos de una exposición cercana. Recorrieron el camino de servicio. Los edificios de mantenimiento se encontraban a un lado y la parte posterior de las exposiciones sobre Sudamérica al otro. Intentaron abrir las puertas, pero estaban cerradas.

A través del follaje y de la valla, Evan vio a Jargo pasar al lado de la familia que estaba en la pasarela de madera y divisó a Dezz siguiendo sus huellas por la zona de América del Sur. Intentaban cercarlos entre los dos.

– Manten la cabeza baja. -Carrie lo agarró por la nuca-. Hay una cámara de seguridad ahí arriba y no quiero que te grabe la cara.

Él obedeció. Corrieron mirando al suelo. El camino de servicio no tenía salida. A su derecha había un edificio de piedra y de cristal en el que estaba una familia de jaguares. La Jungla de los Jaguares, que recreaba un templo maya, era la mayor atracción del zoo.

Se encaramaron a la valla, que estaba cerrada con candado, y cayeron en un camino de piedra para los visitantes que pasaba junto a los jaguares, que permanecían repantingados tras el grueso cristal. Uno de ellos les rugió, dejando al descubierto unos colmillos curvos.

Jargo entró en la plaza maya resoplando, vio a Carrie y le disparó. Una bala rebotó contra las esculturas de piedra mayas.

Los jaguares rompieron a rugir y a dar golpes contra el cristal.

Carrie y Evan corrían sin parar entre la densa maleza y los caminos de piedra. Pasaron junto a otro falso templo con monos araña y atravesaron una zona de juegos para niños que simulaba una excavación arqueológica. Tropezaron con un riachuelo bordeado de gruesos bambúes y se apresuraron a volver a la otra parte del camino de piedra. Unas cuantas madres y niños que deambulaban por allí se les quedaron mirando.

– ¡Hay un chalado con una pistola! -chilló Carrie-. ¡Pónganse a cubierto!

Las madres saltaron hacia los bambúes o bien fuera del camino para protegerse. Jargo pasó corriendo al lado de las mujeres, pero las ignoró.

– ¡Evan! -chilló-. ¡Puedo devolverte a tu padre!

Carrie se giró y le disparó. Jargo se ocultó entre los bambúes. Evan dejó atrás un cartel que decía «No pasar, sólo empleados del zoo», y Carrie lo siguió. Tenían que llegar hasta un edificio, pensó, un lugar donde pudiesen atrincherarse. Jargo huiría para evitar a la policía, que ahora mismo debía de estar entrando en el zoo.

Evan golpeó una pequeña valla, pasaron por encima y luego corrieron hasta otra valla.

– ¡Mierda!

Caimanes. Estaban al otro lado de la valla de un metro de altura, en una orilla, y más allá una franja estrecha de agua con espuma que conducía a la pasarela de madera del Pantano de Luisiana del zoo, donde los visitantes caminaban por encima del agua y admiraban a los reptiles desde una distancia segura. Dos de los caimanes tomaban el sol a unos cien metros de ellos.

Tras ellos sonó el silbido de una bala a través de un silenciador. El tiro alcanzó a Carrie en el hombro; se tambaleó y gritó. En la pasarela situada al otro lado del agua había una mujer que llamaba a gritos a la policía. Los altavoces clamaban pidiendo a todo el mundo que se dirigiese con calma hacia la salida.

– Movimiento equivocado, Carrie -dijo Dezz desde detrás de un árbol-. Equivocado, estúpido y jodidamente torpe.

Evan la sostenía con un brazo, apuntando con la pistola con la mano libre. Si se quedaban allí morirían. Los caimanes estaban rollizos y parecían satisfechos, así que probablemente no tendrían hambre. Al menos, eso esperaba. Vio a Dezz mirando a hurtadillas desde detrás de un árbol y le disparó un aluvión de balas, que obligó a éste a volver a la maleza; luego ayudó a Carrie a saltar la valla.

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