– Y una cabeza en la parte posterior de los ojos -añadió Andy.
– ¿Veis ese par de cordones nerviosos que discurren en dirección a la cabeza? -Nell señaló la imagen aumentada que se veía en la pantalla de plasma.
– Sí, y aquí hay otro par que se dirige hacia la parte posterior del animal. ¿Lo veis ahí? -señaló Quentin.
Dos haces blancos de hilos finos se extendían desde el cerebro hasta la parte posterior del animal como si de cables de puente se tratara.
– Es posible que controlen remotamente la locomoción de sus patas traseras con el segundo cerebro -sugirió Nell.
– Nunca había oído nada semejante -replicó Otto-. ¡No es posible, joder!
– Quizá posea ganglios especializados para acelerar su ataque o sus reflejos evasivos o para ayudar con la digestión, como sucede con algunos artrópodos -dijo Andy.
– Bien, no podremos determinarlo con una disección. -Otto frunció el ceño-. Tendríamos que realizar un estudio neurológico detallado con especímenes vivos. Pero más tarde veremos si podemos seguir esos nervios. Al movernos hacia la parte posterior del animal vemos que tiene unas patas traseras muy poderosas, similares a las de un canguro, con una articulación extra donde debería estar la tibia. Estos miembros están conectados a un amplio arco pelviano subcutáneo que tiene forma de anillo o tubo como los otros anillos. La cola…
– No creo que eso sea una cola -dijo Quentin.
– Es una pata -repuso Nell.
Otto frunció el ceño.
– Tira de ella para sacarla de debajo del cuerpo -sugirió ella.
Él tiró de la cola del animal para dejarla expuesta.
– De acuerdo. La cola tiene una base amplia. Es muy rígida. Es larga y ancha, y se pliega más de la mitad de su extensión debajo del animal en el área del pecho, entre las patas delanteras. La superficie dorsal de la cola, que es el extremo cuando está debajo del cuerpo del animal, está cubierta con placas y púas estriadas que forman un dibujo geométrico.
– Almohadillas de tracción -dijo Nell, señalando el extremo de la «cola»-. Y cuñas, ¡como la base de una zapatilla para correr!
– ¡Vaya! -exclamó Quentin-. ¡Debe de mover esa cola debajo del cuerpo para coger aire!
– El apéndice similar a una cola parece ser una especie de novena pata. -Otto sacudió la cabeza con expresión de asombro-. Esa pata podría utilizarse para propulsar al animal a mayor altura o velocidad cuando salta.
– Parece ser un artrópodo que se convirtió en mamífero -dijo Quentin-. ¿No?
– Sí -dijo Andy-. Estaba pensando precisamente en eso. Las arañas son cangrejos peludos o al menos quelicerados.
– Esto no es un artrópodo -se mofó Otto-. ¿Con una boca y una mandíbula como ésas? ¡Y esto es pelo de animal, no de tarántula!
– Está sangrando otra vez -dijo Nell señalando el espécimen.
– El sujeto está goteando un líquido azul celeste que podría ser sangre -dijo Otto.
– Debe de tener hemocianina -sugirió Andy-. Sangre con base de cobre, como los artrópodos marinos, ¿lo veis? Se vuelve más azul cuando el líquido entra en contacto con el aire.
– Estoy extrayendo sangre del espécimen para su análisis.
Otto cogió una aguja hipodérmica del juego de disección que había fijado a la pared interior del abrevadero.
– ¡Sangre con base de cobre! -Nell miró a Andy.
– Quizá hemoglobina también -dijo él-. Algunos pigmentos de sangre con base de cobre son de color púrpura.
– Eso es azul -repuso Quentin-. ¿Acaso eres daltónico?
– ¡No, no soy daltónico! -Andy fulminó a Quentin con la mirada.
– Podrías haberme engañado -dijo Quentin sin dejar de mirar la camisa hawaiana de Andy, en tonos rosas, amarillos y azules.
– Echemos un vistazo al interior de esta cosa -terció Nell, palmeando el hombro de Quentin.
– Ahora estoy sellando la muestra de sangre -continuó narrando Otto.
– Corta también un trozo de tejido, Otto -sugirió Quentin-. Eso facilitará la obtención de una muestra de ácido nucleico en caso de que la sangre no contenga ninguna célula circulante.
– Sí, sí.
Otto eyectó el líquido azul dentro de un tubo y luego lo tapó. A continuación colocó la muestra en la cuna del espécimen junto con un pequeño trozo de tejido que depositó en una cápsula de Petri de un cuarto. Después de cubrir la cápsula de Petri, empujó la cuna dentro de la cámara de aire.
– Muy bien, Quentin, procedamos a hacer un análisis genético de esta cosa.
Quentin roció el exterior de los contenedores con alcohol de isopropilo y luego inundó la minicámara de aire con dióxido de cloro verde amarillento. Cuando el gas fue aspirado fuera de la cámara, Otto recuperó los especímenes a través de la cámara de aire y los entregó a los técnicos del laboratorio, quienes prepararon de inmediato cultivos de sangre con agar. Uno de ellos comenzó a moler las muestras de tejido dentro de lo que parecía ser una mezcladora del tamaño de un tubo de ensayo. Unida a un homogeneizador de tejidos de alta velocidad, esta cámara de vidrio impedía la dispersión en el aire del laboratorio de cualquier suspensión de partículas del espécimen que fuesen potencialmente peligrosas.
– Podríamos estar obteniendo ADN parásito en la muestra -dijo Nell-. ¿Podéis establecer la diferencia?
– Sí, podemos diferenciar las muestras -asintió uno de los técnicos.
El grupo de técnicos, que trabajaban cubiertos con capuchas biológicas de seguridad en el otro sector de la Sección Uno, procedió a procesar las muestras, colocando la sangre y el tejido en pipetas y homogeneizándolos, añadiendo reactivos, mezclando, centrifugando, decantando, calentando, enfriando y, por último, colocando el material ya procesado en otras cápsulas o bien en tubos destinados a los especímenes.
– Dios mío, esto es increíble, Otto -dijo Nell, admirando la impresionante colección de máquinas que se alineaban al otro lado del laboratorio-. ¿Sabes cuántas semanas me habría llevado hacer esto mismo en el Instituto Tecnológico de California como estudiante?
– Sí, este bebé tiene más juguetes que el sueño húmedo de un fanático de los laboratorios.
Quentin asintió con orgullo.
– Aún puedo recordar cuando tenía que verter mi propio gel electroforético para las muestras moleculares. Ahora es tan sencillo como poner una rebanada de pan en una tostadora.
– Bueno, es más parecido a hacer una tostada con canela -repuso en tono seco uno de los técnicos.
Nell se echó a reír.
– Incluso teníamos que crear nuestra propia taq polimerasa.
– Dame un respiro -imploró Andy.
– Estoy de acuerdo contigo, Nell -dijo Quentin-. Vosotros, los jóvenes, no apreciáis lo asombrosos que son estos instrumentos. Dios santo, Andy, ¿cuándo piensas aprender un poco de biología molecular, tío? Eres más ceporro que yo. La reacción en cadena de la polimerasa ni siquiera existía cuando yo estaba en la universidad, pero vi hacia adonde se dirigían las cosas y aprendí lo que tenía que saber antes de que me dejaran atrás.
– Bueno, alguien tiene que mantener los pies en el barro -repuso Andy, a la defensiva.
– Bravo -dijo Nell-. En este momento necesitamos ambas cosas, Andy, naturalistas de campo y atletas de la genética. Esa máquina que está utilizando Steve, ¡hola, Steve!, es un bioanalizador. Nos dirá en pocos segundos la pureza de nuestras extracciones de ARN y qué cantidad de ARN hemos obtenido en cada muestra. Es una unidad de electroforesis microscópica y un escáner de gel que examina todas las muestras en esos diminutos chips que parecen fichas de dominó. Cada uno de esos puntos es equivalente a un gel electroforético de los viejos tiempos, cuando yo era una adolescente -señaló Nell-. Y cuando se coloca una muestra de ARN en el termociclador que vemos allí, se consigue una transcripción inversa, creando nuestra biblioteca de ADN, y en el mismo tubo realiza la reacción en cadena de la polimerasa, ¿sabes lo que es eso, verdad Andy? Es la amplificación del ADN en miles de copias para que podamos secuenciar los genes en este autosecuenciador que tenemos aquí, o probarlo en esa máquina que hay allí.
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